“Las opciones que desacreditan la ficción están en manos de gente que tiene poca imaginación”
La narrativa española tiene, casi cada año, una cita con una novela de Luis Mateo Díez (León, 1942). El hijo de las cosas (Galaxia Gutenberg, 2018) es la última de este prolífico autor, que es dueño de un universo literario muy personal creado en torno a una provincia imaginaria con una atmósfera que ya es reconocible para sus lectores. En esta novela, Oceda es la ciudad en la que se desarrolla un conflicto familiar de dos hermanas y un hermano que acaba de ser secuestrado. El humor es una constante en la trama, que se asienta en numerosas situaciones disparatadas donde la corrupción es inherente a los cargos públicos que aparecen como personajes de la historia. El autor niega que las constantes referencias aparecidas en la novela se correspondan con su experiencia como funcionario en la Administración del Ayuntamiento de Madrid. Simplemente, “la corrupción siempre ha estado ahí y la literatura española se ha hecho eco” de ello a lo largo de la historia.

Luis Mateo Díez tiene un pasado poeta, pero su nombre alcanzó notoriedad en la literatura española gracias a la narrativa. Más de treinta novelas publicadas dan cuenta de su incesante producción, que abarca también otros géneros como el cuento, el microrrelato o el artículo periodístico. Ha sido reconocido con importantes distinciones como el Premio Francisco Umbral, el Premio de la Crítica en dos ocasiones y el Premio Nacional de Narrativa en otras tantas. Además, ocupa el sillón “I” de la Real Academia Española desde el 21 de mayo de 2001.
Pregunta.- ¿A qué ciudad podría parecerse Oceda?
Respuesta.- Pertenece a una provincia imaginaria que me construí por necesidad donde había muchas ciudades que tienen en común que son antiguas, con un pasado de esplendor venido a menos. Mis ciudades están desmoralizadas y tienen aspecto de escenarios teatrales, son expresionistas, y además los habitantes están demasiado extraviados. Son personajes que andan solos por lugares que están vacíos. Eso crea una atmósfera inquietante y misteriosa que a mí me vale para construir la historia.
P.- Ciertamente, los personajes de esta novela son bastantes desgraciados, pero la sensación que se percibe es que el autor no está imbricado tanto en los personajes como en el tono, una combinación de humor y erudición. ¿Eso es lo que aporta el autor a sus obras?
R.- Algo así. Hay un punto de heroísmo anónimo y ni siquiera ejemplar en la mayoría de mis personajes. La mayoría de los seres humanos llevamos una vida anónima y estamos enfrentados a estas pequeñas cosas de cada día, y cualquier suceso un poco imprevisto denota lo frágiles que somos, y asumimos la condición en la que estamos con la honorabilidad de saber subsistir.
P.- Si su novela anterior, Vicisitudes, habla de la pérdida y el fracaso, El hijo de las cosas aborda sentimientos como la culpa y la traición. Es obstinado en someter a sus personajes a macabros juegos morales.
R.- Me interesa que en mis novelas entre en juego la manipulación de los sentimientos. El hijo de las cosas trata de la decepción de cuando unos sentimientos honorables se manipulan. Las hermanas protagonistas tienen un sentido de la culpa, sin venir a cuento, y esta es una culpabilidad derivada de los sentimientos manipulados. Propongo el engaño como una forma de que los personajes se relacionen. En la parte de intriga que tiene la novela hasta descubrir lo que ocurre al final hay una red de engaños, aunque esos engañadores tienen un punto jocoso. Todos los personajes son seres demediados, que no están enteros (y no me refiero sólo a los tullidos, por supuesto). He conseguido construir personajes con tal punto de patetismo que pueden resultar entrañables.
P.- ¿Cómo se consigue que el humor esté tan presente sin que el pulso narrativo se desvanezca? A fin de cuentas, es una novela de intriga.
R.- Una de las dificultades de escribir una novela de este tipo es que con todo ese aparato de cosas, toda esa extorsión que pongo en manos del humor, pueda resultar verosímil. Mi literatura está dentro del irrealismo —prefiero llamarlo así, porque no sólo es surrealismo— y por eso va en busca de las imágenes desorbitadas y el expresionismo más radical, aunque siempre trato de que no destruyan la verosimilitud de la historia.
P.- Uno de los éxitos de la novela es que consigue sacar una sonrisa al lector hablándole de corrupción, algo que suele ser vomitivo para el ciudadano. Ha demostrado que incluso de esto se puede hacer humor.
R.- El humor es una distorsión, se puede hablar de cada uno de los sucesos penosos que hemos vivido. Con el humor evidencias aún más las desgracias morales. En la tradición del humor español siempre ha habido esto, porque es crucial para entender la complejidad del ser humano. Mucho del humor literario está en el puro juego verbal, yo lo uso bastante. Hay mucho juego verbal que provoca rupturas y asociaciones un tanto imprevistas y graciosas que son casi un chiste.
P.- Dicen sus editores que esta es su novela más divertida. ¿Qué opina de los límites del humor y en qué situación cree que se encuentra ahora mismo?
R.- A mí me parece que el humor de nuestra sociedad es de muy poca calidad, corren tiempos en los que tenemos a los peores humoristas a lo largo del siglo. El humorista que se especializa en el humor y es malo se caricaturiza a sí mismo; hay casos penosos hasta salvaguardados en la libertad de expresión, que es el colmo de la miseria. Claro que se puede decir cualquier cosa, pero con la grandeza que da tener esa capacidad de dejar que se nos hiele la carcajada en la boca. Menos mal que hay excepciones como Peridis, que es el mejor humorista gráfico ahora mismo.
P.- En narrativa siempre ha defendido la imaginación como elemento imprescindible y el concepto de ficción en su expresión más pura. Es inevitable preguntarle por esos nuevos géneros que tratan de acuñarse ahora. Ya sabe, la autoficción, novelas de no ficción…
R.- La novela es un género tan abierto que admite todo tipo de posibilidades, y todas las opciones son interesantes si se plantean bien. Pero a mí me interesa la ficción pura y dura, y yo no cultivaría otro tipo de géneros. El problema es que todas estas derivas conllevan un cierto descrédito de la ficción, como si se hubiera acabado. Normalmente las opciones que desacreditan la ficción están en manos de gente que tiene poca imaginación y poca capacidad. Si se te ocurre una historia poderosa, no hay nada mejor. Si no se te ocurre, andas retardado. Todas estas vías de escape están ya decrépitas: el poderío de siempre está en la gran novela, lo que quiere hacer cualquier novelista. Y esto no tiene mucho que ver con los artificios para derivarla por otros conductos que no sean aquellos que ofrece la imaginación, ya sea en el compromiso con lo real o con lo fantástico.
P.- Por último, ¿hay una propuesta deliberada en concentrar la trama de El hijo de las cosas en tan pocos días?
R.- Sí, en muchas de mis novelas ocurre esto, y además no creo que la trama de El hijo de las cosas diera para mucho más. No hacía falta alargarse.
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