/ una reseña de Esther Abellán /
«Cosecha en el baldío del fulgor pasajero./ Reúne todas las lágrimas dispersas/ y riega con ellas las frondas que agonizan./ Cerca. Limita. Confina./ Abarca lo que fluye./ Acoge en contenido único del instante./ Ahora es siempre y nunca./ Toda forma contiene su esplendor marchito».
José Luis Zerón Huguet (Orihuela, 1965) fue miembro fundador y codirector de la revista literaria Empireuma. Es autor de los libros de poemas Solumbre (1993), Frondas (1999), El vuelo en la jaula (2004), Ante el umbral (2009), Las llamas de los suburbios (2010), Sin lugar seguro (2013), De exilios y moradas (2016) y Perplejidades y rarezas (2017). Incluido en varias antologías, entre ellas: Los nuevos poetas (1994), Alimentando lluvias (2001), Pájaros raíces (2010) y Antología actual de la poesía española. En mayo de 2006 viajó a Rumanía invitado por el Ministerio de Cultura español y el Instituto Cervantes de Bucarest, donde participó, como director de la revista Empireuma, en un encuentro de revistas literarias españolas y rumanas en el Centro Cultural de Bucarest y en la Universidad Esteban el Grande de Suceava. En 2018 publicó Espacio transitorio.
José Luis Zerón es un poeta que, desde sus inicios (con la publicación de los primeros poemas en la revista Empireuma y el salto a Solumbre), hasta el último libro, ha mantenido en su escritura una gran madurez y un contenido sólido del discurso. Eso, unido a la casi obsesión de crear una voz propia, han marcado su identidad.

Espacio transitorio surge en un momento muy difícil en la vida de José Luis Zerón. Una sensación de indefensión ante todo lo que le ocurre (un divorcio, un posible desahucio…) le hace sentir que todos los asideros se derrumban. Así, al intenso dolor de sus versos, se une la necesidad de vivir el presente. La fugacidad de la vida, la intrascendencia de los bienes de este mundo y el poder igualitario de la muerte recorren cada página, con la conciencia de que el aquí y el ahora no lo podemos cambiar, mientras necesitamos salir adelante.
«…Sé que esta sucesión de imágenes en el cristal va a desaparecer,/ ya, ahora mismo, en los sumideros del tiempo/ para que la noche crezca y eleve sus dinteles./ Pero sigo aplacando la sed bebiendo de la llama./ Otro viaje más. Otro regreso…».
La premisa latina hic et nunc («aquí y ahora») sirve de cimiento a una estructura circular, donde el autor abre y cierra con cierta esperanza. En Canción del tránsito (primera parte), existe una intención abierta de estar presente, de no perderse en la nostalgia, en los tiempos pasados que fueron mejores… porque se corre el peligro de mirar hacia atrás y petrificarse en el recuerdo. Por eso, abre con el poema Me llamo Lot:
«¡Adelante, siempre adelante!/ No miréis atrás,/ la infancia se ha ido en un vuelo oscuro,/ una tormenta de gritos nos precede,/ un laberinto de estatuas de sal espera nuestra mirada».
La visión de que el mundo es un espacio transitorio y las cosas cambian hace que, después de un intenso y conmovedor recorrido de Extravíos y Adhesiones, vuelva la esperanza que cierra el círculo.
«…Miramos este fuego que avivamos,/ que nos hace vivir/ sin memoria ni dolor de lo perdido./ Miramos este fuego/ y nuestra mirada renace y se expande dueña/ de una noche que no duerme nunca».
En los poemas hay un juego continuo de contrarios, una infinita partida de espejos que baila entre el dolor, el escepticismo o incluso el hundimiento y la parte más salvífica del poemario. El silencio, la soledad y la conciencia social aparecen como necesarias en todos los paisajes.
«…Ven, memoria,/ ven a rescatarme del dolor./ Trae todos los instantes/ sin horror que he vivido./ Hazme un nido entre los residuos,/ arrójale al dolor una estrella matutina/ y pon mis ojos en lontananza,/ líbrame del saurio ancestral…».
A pesar de que en Espacio transitorio parece cambiar de registro al escribir poesía social de manera explícita, ya lo hacía de forma implícita en libros anteriores. A través de las páginas de este poemario, nos daremos cuenta de que es fácil identificar los pilares, las bases y la propia filosofía donde se apoya toda su producción poética.
«…Humillados por el hambre,/ mutilados por la guerra,/ no conocen la gloria,/ pero ellos, los que nada tienen, no suplican./ Avanzan, ¿hacia dónde?».
Un factor diferenciador de este libro con el resto de su obra es el punto irónico que pone en el poema Oración a San Orfidal. José Luis Zerón consigue de esta manera distender la densidad del poemario y compartir con el lector que, a veces, uno necesita alienarse un poco cuando está pasando momentos de tanta angustia.
«…Dime al oído:/ ‘aquí no pasa nada’,/ dímelo para que me calme, dímelo,/ y permíteme gozar del instante./ A ti me encomiendo,/ haz que olvide las lejanías muertas,/ genio minúsculo,/ procura mi felicidad…».
Como ya he señalado, en Adhesiones, el amor paternal y el filial se hacen presente y cierran el círculo. Poemas visionarios como Terra ignota, la búsqueda de la niñez, la indagación que tienen los niños, el asombro y el descubrimiento, enlazan con el sentimiento de un Requiem lleno de profundidad y reflexiones certeras sobre la «libertad cautiva» y el «dulce asombro para quien aprende a respirar en la inmensidad de la apariencia».
«El viaje será largo,/ ¿qué vamos a hacer ante los signos/ de la decrepitud/ sino explorar el fulgor de la sangre/ de un fénix degollado/ por las evocaciones?».
La suya es una poesía de la presencia, matérica, sensorial y estrechamente vinculada a lo cerebral, a lo reflexivo e incluso a lo metafísico en algunos momentos. El entorno es la excusa para contar lo que lleva dentro. Utiliza elementos del paisaje como símbolos del interior y se vale de ellos para expresar lo que necesita contar.
«La detonación de la impaciencia/ proporciona pérdidas/ y una florida geometría de llamas/ y un musgo de espirales y un estremecimiento/ en el cielo ulcerado./ Mi opresor es mi propio ojo…».
Lejos del hermetismo y la mística, sin asideros de fe, Zerón se hace las grandes preguntas de la existencia, siempre desde el humanismo y cercano a la modernidad. Enlaza con la filosofía del asombro, la interioridad y la intelectualidad. Tal como él se define, su poética está en «la intersección entre lo horizontal y lo vertical, en esa coexistencia entre lo raso, lo subterráneo y la verticalidad del vuelo». A través del lenguaje se acerca al místico en cuanto a la búsqueda de lo inefable, al sentido de lo espiritual sin credos. Dice en su libro Perplejidades y certezas:
«Sigo contemplándote, noche, como un niño ausente fascinado por la cavidad más sombría. No hay ojos que te atrapen ni palabras que te nombren. El vínculo solar se consume y los sin-reposo anhelamos el naufragio. […] Siento el aire vibrar con un acompasado oleaje de penumbras y mis viejas palabras abdican cuando me revelas tus desiertos. Hay en ti distancias inmensurables, pero qué cerca te siento. […] Cautivo soy en un estertor de bonanzas. ¿Y después? Nada, si no la consumación de un instante que ha dejado de ser mío».
La escritura y el lenguaje son temas que siempre le han perseguido: el hecho creador, el misterio de cómo se llega al poema, las poéticas y cómo el poeta expresa su concepción de lo que escribe. Además, le gusta dar explicaciones, insinuar y apuntar indicios sobre sus versos, sin desvelar el significado exacto. Las pistas forman parte de su literatura.
José Luis dijo en una ocasión que el poeta es un centinela, aquel que mientras todos duermen él está velando a la intemperie. De esta forma, la inspiración suele pillarle trabajando; el poema se revela, después de surgir poco a poco, ronda en la cabeza y casi lo obliga a sentarse a escribir. Como él afirma, «escribir un poema es duro y difícil, no se puede postergar. El mismo poema te obliga a escribirlo. Después ya viene pulir y la tarea de criba. Cada poema es un fracaso y esto no es ningún drama, sino que las expectativas que uno pone, una vez que ha logrado encauzar el poema, son mucho mayores que las que consigue. La autocomplacencia no lleva a ningún sitio».
José Luis Zerón Huguet es un poeta que despierta la necesidad de bucear en su obra. Un hombre comprometido, cercano, cuyos ojos «llegan hasta donde se funden las materias salvajes». Fuego, tierra, mar y aire circulan por sus versos provocando la extrañeza y la incertidumbre del que busca. Así, en Espacio transitorio deja constancia de una etapa de su vida; es un libro íntimo que explora el dolor personal y colectivo desde el presente para vislumbrar la aceptación frente a la necesidad de sobrevivir.
Selección de poemas
Me llamo Lot
¡Adelante, siempre adelante!
No miréis atrás,
la infancia se ha ido en un vuelo oscuro,
una tormenta de gritos nos precede,
un laberinto de estatuas de sal espera nuestra mirada.
La llama azul del horizonte es habitable,
el azul es un mar imposible que abrazará nuestras manos audaces.
No miréis atrás, os guío por un camino sin nombre,
más allá de las fábricas en ruinas
y de las carreteras agrietadas, muy lejos del paisaje caído,
donde el ojo naufraga.
¡Adelante, adelante!
No miremos atrás, no hay pasado,
el pasado que añoramos emite señales de abismo.
Os conduciré, sin esperanza y con un ardiente fervor, hacia lo que está vivo.
¡Adelante, sigamos adelante!
A vosotros, como a mí, os atormenta Ia idea del regreso,
pero seguiremos adelante,
daremos un nombre a las tierras nuevas
y no retrocederemos como niños perdidos a lo que ya no es.
¡Adelante! las fulguraciones nos petrificarán si miramos atrás.
Dejémonos llevar como semilla que el viento empuja.
No miremos atrás, hay millones de cuerpos fosilizados.
Os enseñaré a conocer lo efímero,
a disfrutar el ya y el ahora,
a captar el detalle de las polvaredas y el roce de los átomos dispersos.
No podemos negar la herencia recibida,
nunca podremos negarla.
Miles de identidades contrarias nos cercan,
sueños milenarios nos atemorizan,
nos acosa el murmullo de las víctimas de todos los holocaustos.
Os enseñaré nuevos paisajes y tiempos sin relato,
pero no tratéis de poseer el oro de lo que se acaba.
¡Adelante, adelante!
El ojo resiste la luz de lo nuevo,
pero sucumbe al fulgor de la pérdida.
Estamos vivos, poseemos la fe del desarraigado que nada espera,
y la serena desconfianza del sicario exquisito.
La palabra no construye.
La palabra no destruye.
La palabra no alza el vuelo.
La palabra enlaza nuestros miedos y nos hace más fuertes.
La palabra nos preserva de los paraísos,
porque todo paraíso es un gulag para inocentes.
Nuestros labios están vivos para invocar Ia palabra.
Hemos de seguir adelante,
no miremos atrás.
El fruto de una sola rama nos devolverá el espacio perdido.
Regreso en el tren de cercanías
El malva y el rojo pugnan por sobrevivir al fulgor de chatarra del cielo.
La luz solar es un pétalo marchito en el turbio hondón del poniente.
En las laderas de los montes empiezan a iluminarse las urbanizaciones.
Los coches pasan fundidos en dorados destellos.
Pasan los almacenes encendidos.
Pasan las zonas residenciales y las periferias sombrías.
La distancia extiende sus brazos en una huida.
Todo bulle.
Todo se esfuma en un parpadeo.
La belleza del anochecer exalta y no serena;
es víctima del tiempo,
ávido de materias fugaces,
contra el que nada puede
la siderurgia del lenguaje.
Sondeo a través de Ia ventanilla la oquedad del mundo
y trato de agarrar in extremis la raíz del resplandor.
Mi vecino de asiento mira la pantalla de su portátil.
Ambos nos ignoramos y nos acechamos.
Tengo claro que estas iluminaciones no dejarán rastro en mi memoria.
Sé que esta sucesión de imágenes en el cristal va a desaparecer,
ya, ahora mismo, en los sumideros del tiempo
para que la noche crezca y eleve sus dinteles.
Pero sigo aplacando la sed bebiendo de la llama.
Otro viaje más. Otro regreso.
El resplandor aún me ciega y es sólo un señuelo
que me ofrece lo extraño del primer día
y me lo quita de inmediato.
Con qué diligencia esta fábrica fugaz me hechiza
y me arrebata de la confusión de rostros y voces anodinos,
y me conduce a ese lugar hospitalario que la imaginación ambiciona,
a ese lugar tan mío y tan remoto.
Me arrebata del hágase de voz en vilo y eco de nada
para devolverme al aquí y ahora y sus primacías
dejándome la ceniza de un cielo que ya ha ardido.
Veo los neones rojos de la intermodal.
El viaje ha terminado
y nada ha sucedido sino un resto de embriaguez de luz en mis ojos
y la magia de seguir siendo en el magma nocturno.
La niña de Srebrenica
Vive sola en una vieja casa de la periferia.
Trabaja duro en un hipermercado.
No tiene amantes porque cree que todo cuerpo
es un tirano salvaje.
Perdió a su padre y a sus hermanos
el día en que los bárbaros entraron en la ciudad
en la que fue niña y soñó,
la ciudad entregada a las fauces de la abominación,
la ciudad de semblante borroso donde todo
está como si nada hubiese sucedido.
No ha renunciado a nada porque nada tiene
salvo la vergüenza de los supervivientes
y la necesidad de olvidar lo que todos han olvidado.
Ni siquiera tiene palabras que puedan expresar
lo que ocurre en su interior,
sólo vocablos áridos, severos, hirientes,
como el filo de su desamparo.
Ningún manojo de palabras sirve
para describir el naufragio
y la condena de una conciencia malherida
que ni siquiera sabe pedir venganza por los
hombres y niños asesinados en aquella
ciudad que ya no es la suya.
Aquello pasó hace quince años,
la ciudad donde fue niña está lejos, muy lejos;
pero algunas mañanas, muchas mañanas,
cuando se dirige al trabajo,
no ve paredes sino paredones,
y las casas son guaridas
y los árboles patíbulos
y los puentes abismos.
Pero algunas noches, muchas noches,
cuando trata de dormir, oye
los aullidos de las madres
y el llanto de los niños
y las súplicas de los padres
y el motor de los camiones
y las patadas en las puertas
y las maldiciones
y las amenazas y los libidinosos jadeos
y siente garras en su piel y saliva en sus ojos.
Aún es joven, muy joven, y está exhausta en tierra extraña;
pero seguir viviendo es su humilde desafío a la muerte.
Convocatoria
Pobre de aquel que lleva un luto en la mirada. Pobres
muertos vivientes, majestuosamente
ausentes, ciegos para esa luz que se alza de las
ascuas de una mirada.
Ay de aquel que se doblega
y nada aguarda acostumbrado a obedecer
a su inmisericorde ceguera. Desdichado
el que solo distingue códigos de barras
en el aliento del mundo.
Que dé un paso al frente
quien pueda mirar la flor
de la pureza en las acequias,
quien sea capaz de acercar la linterna a los abismos.
Que dé un paso al frente
quien ose levantar
el velo de la belleza.
Que dé un paso al frente
quien profana el albergue del silencio con el fuego
de lo decible y lo indecible, quien bebe el acíbar
de la melancolía sin caer en la adicción.
Que acudan quienes buscan
niños perdidos al otro lado del muro,
quienes teniendo a su cargo las frondas,
descifran el alfabeto de las raíces.
Que acudan todos aquellos
que ven en la oscuridad del mundo la sencillez
de los frutos más dulces y cotidianos
Acercaos al fuego del umbral,
venid y avivadlo.
Acudid con la voluptuosa
escarcha de una inconveniente novedad
Yo saldré a recibiros
y llevaré lejos vuestro saludo.
La noche de San Juan
Apura la fuente al máximo
hasta que la fuente se lamente
Jim Morrison
Miramos este fuego que arborece,
tumba y llama de vida.
Sentimos sus acometidas,
sus zarpazos,
sus dentelladas.
Miramos, ardiente junio, este fuego
y vemos asediada la mala memoria.
Hervidero de fervores este fuego piel
de fiera que contiene la sustancia de los bosques
y se levanta como un brote de incesante claridad.
Miramos este fuego y codiciamos lejanías
en la escapada hacia el alba,
cuando las sombras se inflaman y con cantos de luz
incineramos la tiniebla.
Nosotros somos la semilla
y nos revolcamos en el hollín de remotos
sueños que hoy rescatamos.
Venturosos los que abandonan la cueva y entierran
los padecimientos y ascienden
con un clamor de borrasca a las cámaras
de la pinada espesa. Venturosos
los que descifran encrucijadas,
los que no se rinden a la nostalgia del patíbulo.
Venturosos los que no se instalan en la herida
ni se pierden en los desfiladeros del grito.
No hay allende para los déspotas de la costumbre.
Miramos este fuego de atajos reales
y proclamamos los senderos de lo inonmbrado.
Es libre aquel que rompe el espejo donde se mira exhausto.
Miramos este fuego que avivamos,
que nos hace vivir
sin memoria ni dolor de lo perdido.
Miramos este fuego
y nuestra mirada renace y se expande dueña
de una noche que no duerme nunca.

José Luis Zerón Huguet
Huerga y Fierro, 2020
92 páginas
12 €

Esther Abellán (Villena, 1971) es poeta y actriz. Estudió en la Universidad de Alicante. Es fundadora de El Mundo de Calíope, asociación cultural dedicada al teatro, recitales de poesía, performances y talleres para público infantil y adulto. Ha sido codirectora, guionista y presentadora del programa radiofónico de poesía Conectados en la noche de Radio Aspe, y redactora de la revista cultural LOBLANC. Desde 2019 forma parte del equipo de Matuska Project, compañía profesional dedicada a la creación, producción y realización de espectáculos que fusionan música, poesía, artes escénicas y visuales. Sus poemarios publicados hasta la fecha son: Recordando lo que fui (2013), En la alcoba de Venus (2014), Llantos entre caricias (2015), con fotografías de Francis Morell, y Amor encadenado (2016), junto al poeta Octavio Jover. También en 2016 recibió el tercer Premio de Poesía Ciudad de Aspe por su poemario Alianzas con el aire. Su última publicación en este género es la plaquette 4º sin ascensor (2018). En relato ha publicado su conjunto de cuentos Cinco fronteras (2018) y ha participado en diversas antologías. En 2019 gana el Primer Premio de Relatos Urbanos de la ciudad de Alicante con Aquel día. Además, es autora de textos teatrales, así como adaptaciones y dramaturgias propias y de otros autores. Ha colaborado con artistas plásticos en organización de exposiciones y proyectos de libro arte como Pandemonium o Maremagnum con Roberto Cabezas y Aware Kana con F. Morell.
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