Crónica

Palabras en la oscuridad: el léxico minero asturleonés

Un repaso de Armando Murias al palabrario de la mina y a sus diversos orígenes.

/ por Armando Murias /

Desde la noche de los tiempos, el ser humano debió de sentir una irrefrenable curiosidad por hurgar en los secretos que podía esconder la tierra que estaba pisando. Fue el principio de la actividad minera. Así, el paso de la Edad de Piedra a la Edad de los Metales significa que ya somos capaces de manipular los minerales que extraemos de la tierra. La explotación y manejo del cobre está unida al nacimiento de la cultura (el arte ornamental, la rueda, el vino, el aceite, etcétera). Por tanto, podemos decir que la minería y la cultura nacen juntas, o que la minería forma parte de la cultura. En la Edad del Bronce ya controlamos las aleaciones con otros minerales y también somos capaces de representar símbolos pictográficos e ideográficos, es la protoescritura de los jeroglíficos egipcios. Con la escritura se entra en la historia durante los años finales de la Edad de Hierro.

La península ibérica fue un auténtico almacén de materias primas para el Imperio romano: nuestro suelo era la joya de la corona o de la República. Cerca de Cartago Nova trabajaban, según nos dice el cronista griego Estrabón, cuarenta mil esclavos en las minas de plomo argentífero en turnos ininterrumpidos de día y noche. Tampoco se libraban de la codicia de los conquistadores ríos como el Tajo, el Genil o el Sil. El cinabrio que habían dejado los romanos en Sisapo lo retoman los árabes, que bautizan el lugar como Almadén, «la mina». Explotada durante más de dos mil años, produjo un tercio de todo el mercurio que circuló por el mundo. Pero la mayor mina del Imperio estaba en Las Médulas bercianas, patrimonio cultural de la humanidad según la Unesco, donde se extrajo la mayor parte del oro que circulaba por las manos de los patricios de Roma.

En la sierra asturiana del Aramo tenemos una explotación de cobre iniciada en la Prehistoria y finalizada en 1955. Y en Arnao (Castrillón) se empiezan a escribir las primeras páginas de la minería moderna en España. A fines del siglo XVI, en 1591, fray Agustín Montero solicita por escrito al rey Felipe II permiso para explotar por primera vez en España carbón mineral, aunque habrá que esperar a 1833 para que se cree la Real Compañía Asturiana de Minas, que profundiza el primer pozo vertical de Asturias en la única mina europea que va bajo el mar.

En torno a todas estas explotaciones se crean poblados mineros, y estos mineros empiezan a usar un vocabulario específico para designar objetos y actividades de esta profesión, nueva para casi todos. Surge así el léxico minero, con rasgos distintivos con respecto al vocabulario académico. Es una forma de ver y relacionarse con ese universo, que para muchos va a ser el único que dé sentido a sus vidas porque esta terminología pasa del ámbito estrictamente profesional al familiar, social, etcétera. Ya se sabe que se pica más carbón en el chigre que en la rampla.

De la misma manera que en el léxico marinero la parte derecha es estribor y la izquierda, babor, etcétera, en el léxico minero anchura o estrechón son unas medidas verticales y no horizontales, el muro está en la parte inferior, el oído y la oreja no son partes del cuerpo, etcétera.

La pregunta es ¿de dónde proceden las palabras que forman este léxico, el léxico minero? Se pueden establecer varias fuentes, ocho en concreto. En primer lugar, y por orden de antigüedad, alguna de estas palabras tiene una procedencia prerromana: serían las usadas por los esclavos indígenas que empleó el Imperio romano en sus minas, como gandaya («estéril», «persona mala»), citada por Plinio como perteneciente al léxico de los indígenas de Iberia, relacionada con el topónimo granda «sitio estéril»

Otras provienen de los técnicos que realizaron estudios específicos sobre la explotación minera en los siglos XIX y XX fundamentalmente: corte, cuadru, cuele, derrabe, entibar, granza, libramientu, listeru. Estos técnicos usan una terminología importada de países con más tradición minera. Del francés vienen bulón, contruyer (controyer), grisú, hulla, mina, potel. Del inglés, bate, conveyu (de convey, «transportar»), guaje (de washing, «lavado con agua»). Del alemán, acimbre, estemple, ganga (a través del francés), páncer. Del holandés, espeque (pudo llegar a través del francés).

Algunas palabras mineras son usadas por primera vez por los obreros que hacen un traslado del mundo campesino que ellos conocen muy bien al ámbito minero. Tienen, por tanto, un fuerte componente localista: chábana, pella, chamizu, chabolu, chambombu, chingón, tarrancha, fardela, pastión, rabilar, rodal, solera, balsa, bastón, cacha, caciplu, calcar, calderín, cazuelu, empañar (tar a paño), gorripa, lastra, llábana, pastión, puxarra o puxarga, cota (parte trasera del hachu). O lo pueden sacar de la realidad cotidiana: jaimito (trole pequeño), perrona (pieza del martillo picador).

Algunas palabras proceden de otras ramas del conocimiento. De la arquitectura: entibar, andamiar, aplomar, chimenea. De la física: oniu, pila. De la marina: embarque, embarcador. De la geología: capa, falla, podinga. Del ámbito militar: disparar, galería, atacar, artillero, culata. De la anatomía: oídu, oreja. Del mundo ferroviario: vagón, apartaderu, escarrilar.

En algunos casos las palabras, lo mismo que ocurre en otros sectores (La Casera, Cocacola, Kleenex), proceden de una marca registrada ante la dificultad de nombrar un nuevo artilugio: güinche (de la marca registrada inglesa Winch), dulfer (de la empresa Duro Felguera), gremba (trole inglés), trariasa (nombre del fabricante)… Otras veces hacen referencia a la procedencia nacional de la máquina: la belga (máquina tractora), la rusa (rozadora)…

Hay palabras formadas a partir del léxico general con un cambio semántico que las convierte en exclusivamente mineras: cabecear, camineru, enganchador, entibador, cangreju, carrilera, carrucha…

También hay palabras con diferentes variantes fónicas. Vocálicas: chipitel/ chupitel, postear/postiar, rabilar/rebilar. Consonánticas: esporiar/espoliar. Con diptongación: comporta/compuerta, longarina/luengarina. Con prefijo: cuñar/acuñar, tarranchar/atarranchar. Con sufijo: picu/picachu/picachón. Con una variante de género que significa cambio de significado: barrenu/barrena. Con metátesis (cambio de vocal): riostra/rostria. Con epéntesis (adición de un sonido en el interior de la palabra) rampa > rampla, escombrar > escombriar.

Otro grupo de palabras se convierten en mineras por un sufijo, como ocurre con algunas profesiones: caballista, barrenista, tuberu, listeru, posteador, rampleru.

Si comparamos el léxico minero (para el que hemos tenido en cuenta el Vocabulariu de la minería [L.laciana y Degaña], de Armando Murias) con el académico del DRAE, vemos que un 8,11% de las palabras mineras tienen un significado idéntico o similar al académico: hulla, carbón, mina, etcétera. Un 15,87% coinciden con un significado genérico en el DRAE y otro muy específico en el ámbito minero: refugio, «lugar adecuado para refugiarse»; vigilante, «que vigila», etcétera. El grueso, un 40,91%, tienen un significado totalmente diferente: así, la minera ramplón se define en el DRAE como «vulgar, chabacano». Y un 35,09% de las palabras mineras están ausentes del diccionario académico. Por ello, se puede concluir que el vocabulario minero tiene unos rasgos propios que lo diferencian del léxico general, tanto en la forma como en el significado. 

[EN PORTADA: Castillete del emblemático Pozo María Luisa, en Asturias]


Armando Murias Ibias (Caboalles, 1955) es doctor en filología hispánica y autor de varios trabajos sobre lexicografía minera: Vocabulariu de la minería (L.laciana y Degaña) (2000), «Anglicismos nel vocabulariu mineru. Unes notes» (Lletres Asturianes, núm. 93, 2006, pp. 51-57), «Orixe mineru de guah.e al traviés de la lliteratura» (Lletres Asturianes, núm. 114, pp. 91-99, 2016). También de una novela con temática minera: Nómadas (2005).

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