Estudios literarios

La tiranía de la Idea: ‘Crimen y castigo’

Alberto Wagner traza un análisis sucinto de la más famosa novela de Fiódor Dostoyevski, enfocado al mensaje del literato ruso sobre lo que sucede cuando los hombres son súbditos completos de las ideas.

/ un artículo de Alberto Wagner Moll /

Una de las palabras que más veces emplea Fiódor Dostoyevski para expresar la sensación que le producen al protagonista de Crimen y castigo las personas que le rodean es repugnancia. Efectivamente, ya desde el principio de la obra, este joven «se había replegado hasta tal punto sobre sí mismo y se había aislado tanto de los demás, que le producía aprensión la idea de cruzarse, no ya con la dueña de la casa, sino con cualquiera otra persona». Así pues, el protagonista se ha aislado completamente del resto de la humanidad; odia a sus semejantes. Alejado de la vida, únicamente tiene su propio monólogo, sus solitarios pensamientos. En estas circunstancias nos encontramos con Rodión Romanóvich (Raskólnikov), estudiante de derecho en San Petersburgo: se halla en medio de un proceso de ideologización de su ser. Acosado por el hambre, encerrado en un cuchitril nauseabundo, el joven comienza a verse hundido en ideas que ya había construido anteriormente. Afirma de sí mismo lo siguiente: «Divago precisamente porque no hago nada. Ha sido durante este último mes cuando he aprendido a divagar de este modo, pasándome días enteros tumbado en un rincón y pensando…». Pero podemos afirmar que, realmente, ha sido al contrario. Raskólnikov pensó, escribió sus pensamientos en un artículo de La Revista Periódica y, más tarde, estos pensamientos se le abalanzaron al cuello en un momento de inactividad, y le obligaron a obrar criminalmente.

¿Qué ideas son estas que acaban tornando al protagonista en asesino y monomaníaco? Básicamente, el núcleo principal es «que el hombre extraordinario tiene derecho (entiéndase que no se trata de un derecho oficial) a decidir según su conciencia si debe salvar… ciertos obstáculos, únicamente en el caso exclusivo de que la ejecución de su idea (a veces puede resultar salvadora para la humanidad) lo exija». Es decir, básicamente, Raskólnikov tiene la idea de que hay ciertos hombres que no pueden cometer crímenes al llevar a cabo sus ideas de justicia. Esta idea, según la cual ciertas ideas valen más que ciertos hombres, conquista de modo completo a Rodión Romanóvich en sus momentos de flaqueza vital.

Así pues, el hombre se convierte en siervo de la idea. Sin embargo, el ser humano siempre guarda resistencias frente a aquellas ideas que se le quieren imponer. El propio joven se debate: «¿Por qué hago esto? ¿Por ventura he dudado hasta este momento? Si ayer, al salir de la escalera, me dije que era vil, repugnante, bajo, muy bajo; si, estando despierto, la mera idea me dio náuseas y me llenó de horror…». Aunque haya conflicto, y el malestar físico y mental del protagonista no sea sino muestra de su resistencia a dejarse dominar por una idea inhumana, el hombre cae y peca. Peca en la medida en que piensa sus ideas como pilares absolutos de la realidad: peca cuando cree tener la Idea, cuando cree que Dios es la Idea.

Por lo tanto, nos encontramos con Raskólnikov en el momento en que cree vitalmente que hay ideas más valiosas que los hombres, y que deben llevarse a cabo, sea cual sea el costo. La Rusia de Dostoyevski es una Rusia en que las ideas han provocado que los hombres se arrasen entre sí. A principios del siglo XX, el sistema feudal zarista se tambaleaba, agitado por los jóvenes de múltiples corrientes socialistas. Los atentados eran algo habitual; es decir, en su contexto, morir y matar en nombre de una idea era un pecado gravemente extendido.  Por ello escribe el autor esta novela: busca responder tajantemente a los servidores de las ideas, les quiere mostrar su crimen y su castigo. La obra de Dostoyevski no es sino una gran refutación de las teorías filosóficas dogmáticas, encarnadas en su momento en el nihilismo ruso, que se apoderan de los hombres y les hacen cometer actos de barbarie. Por lo tanto, Crimen y castigo no es la historia de una persona vil, sino la exposición de un caso que encuentra su correlato en multitud de jóvenes de su época.

Como lo describe su compañero de clase Razumijin, Rodión Romanovich «es taciturno, sombrío, altivo y orgulloso; en los últimos tiempos (y quizá bastante antes) se ha vuelto desconfiado e hipocondríaco. Es magnánimo y bueno». Es decir, es un ser humano ambivalente, como todos los que existen. Sin embargo, no son sino las ideas fijas, elitistas y crueles, las que le hacen conducirse por el camino del mal. Dostoyevski no defiende, sin embargo, que el hombre sea inocente cuando se ve conducido por las ideas. Eso sería, justamente, darles preeminencia a las ideas sobre los hombres. No, más bien, lo que se da no es sino un conflicto entre los pensamientos del ser humano y su propia vida; el ser humano debe conducir sus ideas y cercarlas al ámbito de su existencia particular, desligarlas de un absolutismo trascendente a la finitud de su pensador.

Estos ideólogos dogmáticos no se presentan únicamente de modo particular, sino que confabulan ideas sobre la sociedad humana. Como expone el autor críticamente en palabras de Razumijin, «según ellos, no es la humanidad la que, desarrollándose históricamente, siguiendo un camino vivo, se transforma, al fin, en una sociedad normal, sino, al contrario, es el sistema social el que, saliendo de la cabeza de algún matemático, organiza la humanidad y, en un abrir y cerrar de ojos, la hace justa y limpia de pecado, antes que ningún proceso histórico». Así pues, la lucha entre las ideas y la vida llega al punto de involucrar a la humanidad en su conjunto. Dotoyevski llega a postular, mediante los sueños de Raskólnikov, un futuro en que

«habían aparecido unas triquinas de tipo nuevo, seres microscópicos que se introducían en el cuerpo de las personas. Pero tales seres eran espíritus dotados de inteligencia y voluntad. Las personas en cuyos cuerpos se infiltraban se volvían en seguida endemoniadas y locas. Pero nunca, nunca, los hombres se habían considerado tan lúcidos y tan seguros de que estaban en posesión de la verdad como los infectados».

Es decir, un futuro en que los hombres fueran súbditos completos de las ideas.

Tras cometer el crimen, Raskólnikov pasa la eternidad de una semana convaleciente. La enfermedad se apodera completamente de su ser y le hace psicótico y agresivo. El propio protagonista explica a Sonia, una joven que se ha visto obligada a prostituirse por la situación económica de su familia, que «entonces, como una araña, me oculté en mi rincón. Tú ya has estado en mi perrera […] Me pasaba días enteros sin salir, tumbado en el sofá, sin querer trabajar, sin comer siquiera». Desprecia a todos los que se le acercan, incluidas su madre y su hermana, que llegan a ese momento a Petersburgo. Sin embargo, aún quedan en él rastros de la antigua humanidad: se enfrenta a Luzhin, pretendiente de su susodicha hermana, porque solo la quiere por su pobreza, para estar en situación de superioridad. También da todo su dinero a la familia de Sonia en el momento en que su padre, un borracho indolente y repulsivo, se suicida. Sin embargo, la mayoría de su energía se escapa en los remordimientos y las paranoias producidas por su crimen.

Finalmente, llevado al extremo de sus fuerzas mentales, Rodia se confiesa frente a Sonia y le cuenta lo siguiente: «Entonces se me ocurrió una idea que antes nunca se había ocurrido a nadie. ¡A nadie! Entonces vi claro, como la luz del sol, que nadie se había atrevido, ni se atrevía, al pasar por delante de tantas cosas absurdas, a agarrarlo todo por la cola y mandarlo al diablo. Yo… yo quise atreverme y maté…». El motivo por el que Raskólnikov se confiesa justamente a Sonia es que esta muchacha representa en Crimen y castigo una relación con las ideas, con el pensamiento, radicalmente distinto al sostenido por el protagonista: frente al absolutismo de las ideas, Sonia tiene posee una sabiduría del corazón; su alma experimenta qué es lo justo y lo injusto, y así conduce su vida. Del propio Rodia afirma que «¡no comprende nada! ¡Nada!». Ante la confesión de Románovich, que va unida a insultos e improperios a su persona, Sonia no se aleja de él, sino que lo acoge, como Cristo hizo con los pecadores. «¡Cuánto sufrimiento! —gimió dolorosamente Sonia».

Para Dostoyevski, pues, queda claro que el hombre, aunque esté embebido de ideas, conservará siempre un reducto de vida; vida que puede florecer de nuevo con la ayuda de personas como Sonia; de sabios del dolor. El sueño que comentábamos anteriormente de Raskólnikov acaba en los días de su penitencia en Siberia, cuando concluye que «solo podían salvarse contadas personas en el mundo; eran personas puras y elegidas, predestinadas a iniciar un nuevo género humano y una nueva vida, a renovar y purificar la tierra». Es decir, únicamente aquellos que no se dejen someter ante verdades supuestamente totales podrán salvarse. Son personas como Sonia, personas del Evangelio.

IMAGEN DE PORTADA: El asesino, de Ernst Ludwig Kirchner (1914)


Alberto Wagner Moll es estudiante de filosofía en la Universidad Pontificia de Comillas. Publicó el poemario titulado Jaima en la editorial Ars Poética en el año 2018 y fue segundo premiado en el certamen Florencio Segura del mismo año.

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1 comment on “La tiranía de la Idea: ‘Crimen y castigo’

  1. juan calvin palomares

    Muy bueno

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