/ El norte / Eugenio Fuentes /
La identidad nacional y las identidades sexual y de género alimentan buena parte de los pocos debates políticos que han sobrevivido a la arrasadora irrupción de la pandemia. Nación, sexo y género no son, sin embargo, más que otros tantos nodos de una complejísima retícula: la identidad individual. Una red en continua formación y destrucción que es alimentada y atacada por un sinfín de procesos que no pueden ser sometidos a regulación legal y que, a la vez, están íntimamente vinculados al ordenamiento jurídico, tan protector como constrictor y, en todo caso, siempre sustentado en la violencia. La escritora húngara exiliada Agota Kristof, el protagonista adolescente de la novela Caballo negro carbón, ambientada en la guerra civil estadounidense; la judía austriaca Lore Segal, cuyo primer texto infantil salvó a sus padres del infierno nazi, y la novelista rusa de terror y fantasía Anna Starobinets, a la que un embarazo infeliz sumió en un universo de pesadilla, son ejemplos de la imprevisible volatilidad de esa frágil construcción que, con inocencia, llamamos identidad y, con inocencia aún mayor, resumimos en pronombres personales.

Los cuentos de una escritora analfabeta
«Cinco años después de haber llegado a Suiza, hablo francés, pero no lo leo. Me he convertido en una analfabeta. Yo, la que sabía leer cuando tenía cuatro años». Así relata Agota Kristof en La analfabeta (Alpha Decay, 2015) la metamorfosis que experimentó tras huir de Hungría en 1956. Kristof, poeta, novelista, dramaturga y ensayista, tenía 21 años y escapaba, en unión de su marido y una bebita de cuatro meses, de la invasión soviética que aplastó la primera revuelta anticomunista propiciada por el proceso de desestalinización. Tres décadas más tarde, Kristof publicaría en francés su primera novela, El gran cuaderno, un éxito mundial traducido atreinta idiomas que, en unión de La prueba (1988) y La tercera mentira, acabaría componiendo la trilogía editada en castellano como Claus y Lucas.
Para cuando llevaba siete años en Suiza, la húngara ya había aprendido a leer en francés y empezó a escribir en esa lengua. Era consciente de que nunca la dominaría como un nativo, por lo que sus dos primeras tentativas, breves y timoratas, quedaron encerradas en un cajón hasta principios de este siglo. Se trata de La analfabeta —apenas cincuenta páginas autobiográficas en las que el minimalismo refuerza la acuidad del recuerdo— y los 25 escuetos relatos recogidos en este Da igual que ahora se traduce al castellano. Veinticinco estampas «despiadadas», entre la sátira de lo cotidiano y la fantasmagoría, en cuyas líneas Kristof destila su percepción del mundo como un lugar cruel y absurdo. La percepción de alguien que, para sobrevivir a las convulsiones de una Europa enloquecida, tuvo que reinventar su identidad hasta el punto de enterrar su lengua materna.

Agota Kristof
Alpha Decay, 2021
80 páginas
14,50€

Despertar adolescente en la guerra de Secesión
Entre el uno y el tres de julio de 1863, más de 170.000 soldados libraron a las afueras del pueblo pensilvano de Gettysburg la mayor batalla de la guerra de Secesión. Murieron más de 8.000 hombres y más de 27.000 quedaron heridos o amputados. Al tercer día de la masacre, una jornada ensordecida por el duelo de cañones más intenso de todo el conflicto, la victoria cayó del lado de la Unión. Gettysburg dio a Lincoln la oportunidad de pronunciar un brevísimo discurso que ha quedado en los anales. También presagió, dos años antes de la rendición confederada, el declinar de la buena estrella del insurrecto general Lee. Sin embargo, para el protagonista de Caballo negro carbón, el hijo montuno de un soldado sudista, la masacre será un espacio más íntimo: la estación final del peregrinaje iniciático en busca de su padre. Un destino al que sólo llegará, junto a su caballo y entre gemidos de moribundos, cuando los cañones ya habían callado.
Robert Olmstead (1954) alcanzó el reconocimiento en 2007 con Caballo negro carbón, su tercera novela, ahora vertida al castellano. Hace un año, Hermida editores ya había traducido Tierra salvaje (2017), la epopeya sobre la caza masiva de bisontes que, al igual que Far Bright Star (2009), consagró a Olmstead como retratista de la guerra civil y la posguerra. Pero si algo confiere brillo especial a Caballo negro carbón, novela erizada de peligros y personajes estrafalarios,es cómo refleja el despuntar de una identidad adolescente confrontada a la muerte, la miseria y la locura esparcidas por la elucidación a cañonazos de una identidad nacional.

Robert Olmstead
Trad. José Luis Piquero
Hermida, 2021
216 páginas
18 €

La niña judía que rescató a sus padres con la escritura
La noche de los cristales rotos confirmó que las amenazas nazis a los judíos iban muy en serio. Tras la orgía de destrucción perpetrada por las SA el 9 de noviembre de 1938 —cien muertos, 31.000 deportados a campos, mil sinagogas quemadas, 7.000 negocios destruidos—, el Gobierno británico autorizó un plan, financiado con fondos privados, para que al menos diez mil niños judíos fueran sacados de Alemania, Austria y Polonia. La iniciativa fue tolerada por el III Reich y muchos de esos pequeños serían los únicos miembros de sus familias en sobrevivir al Holocausto. En el grupo figuraba una niña vienesa de diez años, Lore Groszmann, a quien la evacuación a Inglaterra mareó de casa en casa. También la convirtió en escritora.
La niña, Lore Segal tras casarse, había recibido de su padre el encargo de sacar a sus familiares de Austria. Nada más llegar a Inglaterra, la diligente Lore escribió una carta al Comité de Refugiados que luego recordaría como «lacrimógena» y plagada de «amaneceres, puestas de sol y una rosa en la nieve tras la ventana». Apenas tres meses más tarde, en marzo de 1939, sus padres la visitaban en Liverpool. Fue, sin duda, el mayor éxito de su carrera literaria. Años después, matriculada en una escuela de escritura neoyorquina, buscaba sin éxito asunto para narrar. Y he aquí que, en una fiesta, mientras refería detalles de aquel transporte infantil, la envolvió un silencio expectante. Entendió que tenía una historia, En casas ajenas. Fue el primero de una larga serie de títulos que, acompañado de los mayores galardones literarios, llega hasta 2017.

Lore Segal
Trad. Eva Cosculluela
Xordica, 2021
264 páginas
21,65 €

Perder un bebé en Rusia: una traumática odisea
Anna Starobinets (Moscú, 1978) se dio a conocer en 2005 con Una edad difícil, colección de inquietantes relatos anclados en la vida cotidiana que, traducida a varias lenguas, le valió comparaciones con Stephen King y Philip K. Dick. Ese brillante estreno se vio seguido por sólidos títulos como Refugio 3/9, El vivo o La glándula de Ícaro, todos ellos vertidos al castellano. Por los días en que se editaba La glándula de Ícaro (2013), Starobinets protagonizó la dura historia que alimenta Tienes que mirar, relato del camino de espinas que transitó desde que le comunicaron esta pésima noticia: una malformación renal hacía inviable el bebé que esperaba y, aunque no lo exigía, aconsejaba abortar.
Semejante conmoción, en la que el duelo se agita en un mar de dudas y falsas esperanzas, puede hacer añicos la identidad de una mujer, pero Starobinets comprobó que la magnitud del impacto se multiplica en Rusia. La práctica del aborto se generalizó allí en la era soviética, aunque nunca dejó de ser juzgado un problema femenino que no debe «salpicar» al varón. De modo que se ventila en la sombra y con notable falta de delicadeza médica. La rudeza se agrava por el rechazo del sector privado, paraíso rosa de «futuras mamis», a hacer «esas cosas», una negativa que fuerza a recurrir a la decadente sanidad pública o a viajar al extranjero. Starobinets convierte este doble latigazo, personal y social, en una terrorífica pieza sobre la cenicienta pesadilla de culpa y dolor que se fragua cuando «el nene se convierte en un feto con malformaciones, en una calabaza podrida, y la futura mami, en rata».

Anna Starobinets
Trad. V. Lefterova / E. Maldonado
Impedimenta, 2021
188 páginas
17,95 €

Eugenio Fuentes nació en Londres, en el hospital de St. Mary Abbot’s, donde doce años después fallecería el legendario guitarrista Jimi Hendrix. Licenciado en historia y especializado en relaciones internacionales contemporáneas, ejerció la docencia y la investigación en la Universidad de Rennes 2 Alta Bretaña durante cuatro años. En 1988 se integró en la redacción del diario La Nueva España, del que durante casi tres décadas fue responsable de información internacional, analista político, columnista y crítico literario. Fruto de una insana pasión por los libros mantuvo durante 31 años en el suplemento Cultura la sección de novedades «La brújula», alimentada sobre todo por volúmenes huidizos publicados por pequeñas editoriales. Entre 2000 y 2004 quedó embrujado por el pintor Luis Fernández, a quien dedicó numerosos artículos y el documental Los mundos de Luis Fernández.
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