Escuchar y no callar

Despiste de la izquierda parlamentaria

Un artículo de Miguel de la Guardia

/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /

Corren malos tiempos para la política en general y para la izquierda en particular. El populismo, al igual que antaño la corrupción, han anidado en todos los partidos del arco parlamentario y cada vez se habla menos de lo que interesa a los ciudadanos y se inventan nuevas historias con las que, volviendo al pasado o haciendo peripecias futuristas, dejar sin contestación los temas del quehacer diario: ¿podré conservar mi trabajo o acceder a alguno? ¿Recibiré algún apoyo para mantener mi negocio a pesar de la crisis sanitaria y la crisis bélica? ¿Alguien va a proteger mi derecho a conseguir una vivienda digna y asequible o a conservar la vivienda en la que tanto esfuerzo invertí y ponerme a salvo de ocupaciones ilegales? ¿Hasta cuándo tendré que soportar la degradación de la escuela pública y la impunidad del acoso escolar? ¿Son necesarios tantos representantes públicos y altos cargos? ¿Por qué los sueldos de los políticos no se rigen por la misma escala que los de los funcionarios sobre la base de su titulación? ¿Es razonable que se paguen dietas por no desplazarse del lugar de residencia habitual para asistir a un pleno o una comisión? ¿Se pueden conceder subvenciones de fondos públicos a organizaciones que tienen como único fin servir a los intereses del partido que promueve su financiación?

La respuesta a los problemas apuntados debería marcar las diferencias entre alternativas reaccionarias y progresistas, entre los partidarios de que cada palo aguante su vela y los defensores de la igualdad de oportunidades por encima de los privilegios, pero no es ese el espectáculo que transmiten los medios respecto de la vida parlamentaria y todos los partidos coinciden en buscar prebendas para sus formaciones, asegurar sus privilegios más allá de su periodo de elección y, en definitiva, emplean la información privilegiada para beneficiar a sus correligionarios. Lo peor es que ya ni los nombres de los partidos se refieren de lejos a su ideología y su conducta.

A pesar de los esfuerzos de algunos políticos por cacarear su afiliación a la izquierda, nada hace pensar en que se diferencien de aquellos a quienes critican y, así, se propaga la especie de que el nacionalismo pudiera ser una propuesta de izquierdas, cuando la izquierda siempre fue internacionalista y opuesta al juego de patrias y banderas, es más, gobiernos integrados por partidos como el autodenominado ERC demostraron su racismo negando la vacunación a policías nacionales y guardias civiles, mientras quienes se autoproclamaban herederos del 15-M aplaudían los atentados de los violentos contra los funcionarios públicos de los Mossos d’Esquadra tildándolos de ejercicio de la libertad de expresión o trataban de anular la separación de los poderes del estado en beneficio de su causa. Todo lo suficientemente confuso como para desanimar al electorado socialista y desmovilizar a los comunistas, cansados de purgas y vaivenes, de izquierdismo de salón y posibilismo aprovechado de sus líderes. No hacen tampoco los autodenominados progresistas propuestas realistas para eliminar las desigualdades fiscales, mejorar la enseñanza pública, dinamizar la atención sanitaria ni crear un parque de viviendas públicas de alquiler a precios razonables. Sobran soflamas y falta un trabajo serio que ponga los cimientos de un Estado de bienestar sustentado sobre una amplia clase media con acceso al trabajo, a un salario y una vivienda dignos, unas pensiones garantizadas y unos servicios públicos de calidad, soportados por políticas fiscales justas y distributivas, con un control exquisito del gasto público corriente y la eliminación de subvenciones a colectivos a los que se trata de apesebrar con ayudas económicas sin contrapartidas, privilegios y  duplicidades en la administración.

La indefinición de la autodenominada izquierda parlamentaria española ha estallado junto con las bombas del señor Putin en su agresión a Ucrania, al escudarse en la defensa de la paz (¿?) o en la maldad intrínseca de la OTAN para dejar desamparado a ese país martirizado por una Rusia que había sido previamente secuestrada por su presidente. No es el momento de discursos vacíos sino de trabajar en favor de los oprimidos. Lo que ocurre es que muchos parlamentarios españoles tienen fuertes dependencias de sus sponsors y no pueden criticar la administración de Rusia, de Cuba, de Venezuela o Nicaragua, olvidando que la solidaridad debe aplicarse a los pueblos y no a sus gobernantes, aunque los últimos se pongan pegatinas en la solapa.

Definitivamente, corren malos tiempos para la izquierda y eso nos duele más a los que llevamos el corazón en ese lado, creemos en la igualdad entre hombres y mujeres, en la no discriminación (ni supuestamente positiva ni negativa) por razones de sexo, nivel económico, opción sexual, raza, religión o ideología política. Si amamos la libertad de las personas y los pueblos, no podemos contemporizar con las agresiones de los gobernantes que sojuzgan a sus ciudadanos o que, en una huida hacia adelante, invaden la casa ajena. Hace falta más honestidad en las propuestas y los comportamientos y menos postureo izquierdista.


Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.

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1 comment on “Despiste de la izquierda parlamentaria

  1. Suscribo sus palabras, que considero muy acertadas, una por una. Un artículo para guardar y repasar.
    Lastima que quienes deberían leerlo casi seguro que no lo hacen y si así fuera ni se sonrojarán, pues ya han perdido esa capacidad.

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