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Una conjetura sobre la guerra

José Manuel Ferrández Verdú escribe una reflexión sobre la guerra en curso en Gaza.

/ por José Manuel Ferrández Verdú /

Todos nos llevamos una gran sorpresa cuando Hamás lanzó sin previo aviso varios miles de cohetes sobre Israel. A pesar de que llevan toda la vida enfrentados, de que ha habido varias guerras importantes y llean años de constantes escaramuzas y tiroteos con muertos, etcétera, o quizá por esto último precisamente, el caso es que fue una sorpresa desagradable la intensidad y envergadura de un ataque sin previo aviso.

Según la prensa, la cosa parece que estuvo motivada porque había conversaciones entre Israel y Arabia Saudí para acercar posiciones políticas, lo cual molestó a Irán hasta el punto de hacer estallar un odio súbito —sumado al ya existente desde prácticamente el génesis— entre los ayatolás. Un odio repentino y descontrolado ante un posible acuerdo entre los israelíes y los árabes que colocaría a Irán en una posición más expuesta geopolíticamente.

Como se ve, es un argumento de peso para explicar por qué de la noche a la mañana un enemigo de muchos años y muchas pequeñas batallas entabla una mucho mayor sabiendo que la respuesta de Israel no iba a ser precisamente la de preguntar, sino que desataría a su vez todos los demonios que se han ido amontonando con el tiempo entre ambos bandos. El odio es un sentimiento que se acumula, pero que también resulta sumamente fatigoso y agotador, de manera que sostenerlo en unos niveles altos es un gran esfuerzo físico y espiritual y termina por cansar.

¿Es realmente, me pregunto, el asunto de Arabia Saudí lo suficientemente importante como para desatar una guerra tan violenta y con tanta gente por en medio; tanto niño, mujer, anciano, familia, etcétera, muertos o partidos por la mitad, y sin que medie ninguna otra advertencia ni nada, simplemente así por las buenas, cuando el  motivo es esgrimido como un poco definido asunto geoestratégico?

La verdad es que el carácter volcánico del inicio de la contienda es un tanto extraño como poco, y el hecho de que ni el propio Mosad, experto en calcular la cantidad de odio de sus enemigos, haya podido preverlo lo convierte aún en más raro. ¿Quién sale beneficiado con esta guerra de manera más directa e indiscutible? Es una pregunta que no está de más hacerse. No sé qué ganará Irán, además de un notable esfuerzo, unido a los que ya viene haciendo para hacer frente a todas las sanciones y una situación nada cómoda, imagino dentro de mi ignorancia de las estrategias internacionales.

Que el odio de Hamás haya crecido exponencialmente en este último año debido a alguna circunstancia que a todo el mundo le ha pasado inadvertida no me parece imposible, pero es tan conjetural como cualquier otra explicación. Pero está claro que, desde que empezó, esta nueva contienda ha pasado a ser el centro de todas las miradas y discusiones, eclipsando casi absolutamente a la guerra rusoucraniana, de la misma manera que esta ya casi fosilizada refriega eclipsó a otras muchas que tenían lugar en sitios apartados de las rutas habituales de la información e incluso eclipsó otras situaciones que, sin ser bélicas, son tan calamitosas humanamente como aquellas y que están teniendo lugar todos los días en muchos lugares del planeta.

Como vemos la novedad es la novedad y sus reglas se imponen por encima de los hechos objetivos, sino que en el mapa de los desastres los que importan son los últimos, como las novelas y las novedades del mercado de móviles o de cepillos de dientes. Y esta nueva guerra no sólo ha desplazado a la otra a nivel publicitario, sino también desde el punto de vista de las ayudas de todas clases otorgadas por parte de Estados Unidos, que es quien lleva casi todo el peso económico. Son muchos los miles de millones que ha dejado de suministrar para desviarlos hacia Oriente, amén del despliegue demostrativo del poder inmenso con que cuenta el ejército de Estados Unidos y del que esos enormes portaviones y submarinos nucleares y barcos de toda índole son una pequeña muestra.

Si a esto le sumamos que Corea ha vendido todo su arsenal de bombas, misiles y munición acumulado durante años a Rusia para reavivar la contienda con Ucrania, resulta que existe un beneficiario claro del ataque durísimo y súbito de Hamás. Con esto no quiero decir que las cosas sean de este modo, sino que expongo una conjetura como posible explicación de algo completamente injustificado  moral y estratégicamente.

El pobre Zelenski va ahora como alma en pena desde que comenzó la guerra de Israel, mendigando un micrófono,  una bala, un mísero misil, porque ahora nadie le hace el menor caso, y el mandatario ucraniano ya no puede ir por ahí como si fuera el rey del mundo atrayendo hacia su  persona y su guerra las miradas de todos los políticos y gente importante, dando conferencias en la ONU y poniendo a caldo a todo aquel que no quiera acudir en su ayuda y la del pueblo ucraniano. Creo sinceramente que si se le hubiera consultado a él antes de empezar a tirar cohetes, la guerra no habría tenido lugar.


José Manuel Ferrández Verdú (Orihuela, 1953) es escritor y dibujante. Ha trabajado como escribiente durante treinta años y ha ganado un premio de cuentos  cortísimos acerca de las costumbres secretas de los irlandeses, titulado O’Connor y publicado en esta misma revista. Así mismo, ha publicado relatos en las revistas La Lucerna y Empireuma, es colaborador habitual de la revista El Murmullo, que dirige Manuel Susarte, y ha escrito la novela La Torre de los Músicos, publicada en formato digital en Scribd, así como el libro Doce novelas imposibles, inédito, siguiendo el modelo de las novelas ejemplares de Cervantes,  admirable poeta español de los siglos XVI-XVII.

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