Crónica

Neumonía bilateral SARS-CoV-2. Notas desde el confinamiento (abril 2020)

Recuperamos, por la vigencia de su interés, un texto de Jorge J. Rodríguez escrito durante los primeros compases de la pandemia de covid-19, convertido hoy en un vislumbre clarividente de la época que se abría entonces.

/ por Jorge J. Rodríguez /

Originalmente publicado en el blog del autor en abril de 2020

Suele pasar que, en casos de tormenta perfecta, tal y como la concibe «el último filósofo yugoslavo» en su recién artículo-estirado-opúsculo Pandemic! Covid-19 shakes the world (2020), ya poseemos un exceso de autoayuda bibliográfica casi desde el minuto inmediatamente posterior al evento zoonótico. La tendencia se mueve entre los géneros de la ucronía (¿qué hubiese ocurrido si se hubiese escuchado al doctor Li Wenliang/al PCCh/a la OMS/a los gobiernos iraní o italiano/a cualquier partido oportunista a tiempo?), las archicolumnitas de la turboopinión best-seller (como atestiguan las de Byung Chul-Han, Paul B. Preciado o Yuval Noah Harari publicadas en El País, o la de Naomi Klein sobre cómo enfrentarse al «coronavirus capitalism»), las conspiranoias para todos los gustos y públicos (The Hum, supuestos experimentos microbiológicos fallidos del Instituto Virológico de Wuhan, estrategias en la guerra comercial sino-estadounidense, etcétera) y, por supuesto, reflotes constantes de la olvidada disciplina de la futurología (la inminente disolución de la UE, la caída del PCCh tras un segundo Tiananmen por venir, el capitalismo en fase terminal dando paso a una nueva era de la telesolidaridad o a un estado de aún más volatilidad permanente). El culmen de esta sobreproducción de opiniones es la edición del compendio Sopa de Wuhan, el cual reúne artículos de opinión de un establishment filosófico que pareciera que sólo puede andar lo ya andado hace años.

Entre toda esta turbo-reflexión solipsista, Chul-Han se lleva la palma cuando parece defender la supremacía del modelo de gestión asiático en base a un supuesto «confucianismo cultural» que enfatiza una etología colectiva frente al individualismo de las sociedades de mercado, tendentes a las respuestas divisorias en una UE carcomida por las democracias iliberales y desacreditada por sus oscuros intereses fiscales y lazos imperialistas. A falta de un análisis de los riesgos que una epidemia descontrolada podría suponer para el propio funcionamiento del modelo chino, Chul-Han apuesta por esencialismos culturales ya desfasados en cualquier debate serio. Por otro lado, nuestro «último filósofo yugoslavo» no anda mucho mejor al comparar el SARS-CoV-2 con aquel volcán islandés que paralizó el espacio aéreo europeo en abril de 2010, llegando a afirmar que si éste hubiese ocurrido antes de las reformas de Deng Xiapoing, seguramente ni hubiésemos oído hablar de ello. Es evidente que una filosofía opinológica al uso, motivada por deadlines editoriales y completamente desconectada de los factores biológicos, epidemiológicos y otros datos históricos registrados (como el repopularizado precedente de la gripe española de 1918, muchísimo antes de las reformas de Deng Xiaoping) lleva a este tipo de literatura epifánica. La filosofía institucionalizada o editorial lleva muchísimo tiempo a la cola de discusiones mucho más interesantes en el entorno paraacadémico. Ejemplo de ello es uno de los últimos posts de Matt Colquhoun/@xenogothic titulado «The capitalist realism of «capitalist realism is ending»», recientemente traducido al castellano:

«Aquello que nos preguntábamos en 2017 sigue siendo pertinente en 2020: ¿cómo puede la obviedad del «realismo capitalista» —el hecho de que nuestro sistema está roto— transformar su afecto principal —la melancolía extendida— en una llamada a la acción? ¿Cómo podemos asegurar que este momento en el que las «lagunas» del realismo capitalista son más visibles que nunca sea sostenido el tiempo suficiente como para causar un impacto? ¿Cómo podemos dejar de ser algo más que conejillos a punto de ser atropellados por una profecía autocumplida? ¿Cómo podemos validarnos ante el proceso que se articula a nuestro alrededor y asegurar que esas lagunas, cada vez más amplias, puedan ser llenadas con más y más alternativas? Hágase estas preguntas en lugar de celebrar prematuramente los tambaleos del zombie, cuando ni siquiera estamos apuntando a la cabeza».

Si, como se ha afirmado varias veces, la alta edad neoliberal comienza con Thatcher proclamando su «there’s no such thing as society» y ha terminado fulminantemente con el PM británico Boris Johnson admitiendo que, si algo ha demostrado esta crisis, es que lo mismo existe «such a thing as society», parecería que la población desarrollaría cierta conciencia del estado terminal de nuestras formaciones económicas. Es decir, que las grietas del totalizante realismo capitalista se habrían vuelto cada vez más pronunciadas y difíciles de cubrir a nivel macropolítico. Aquí comienzan mis discrepancias con la mayoría de analistas oficiales de la pandemia: *la* COVID-19 es, ante todo, una contingencia natural, si bien socioeconómicamente determinada en las respuestas ofrecidas, que ha canalizado y acelerado notablemente tendencias ya activas en nuestras formaciones sociales: la erosión de la frontera entre tiempo laboral y tiempo de ocio a través del estiramiento de la jornada laboral 24/7 (algunos sectores solo han conocido el teletrabajo, ahora transformado en un reducto de privilegio económico entre masas expuestas a la incertidumbre de los servicios esenciales), la monitorización absoluta de nuestros hábitos mediante esa siniestra alianza entre la psicología cognitivo-conductual y la publicidad geolocalizada, la preeminencia de plataformas verticalmente integradas dentro de la industria cultural, la absoluta hegemonía del capitalismo de plataformas, el panoptismo y la silenciosa inversión de términos entre el estado de excepción y la «libertad para contagiar».

Esto no ha de leerse como un determinismo grosero, donde el virus parecería dotar de sentido a esta serie de líneas de fuga o donde sabemos leer el código de antemano, sino todo lo contrario: ante la perplejidad de los gobiernos, solo se sabe actuar en el marco de lo que se llevaba haciendo desde hace décadas. Apenas recordamos ya los tiempos en los que una población aterrada por una cadena interminable de atentados fundamentalistas parecía desear toques de queda. Entre esta miríada de procesos, lo que es seguro es que el realismo capitalista desarrollará nuevas cepas y mutaciones aún más violentas. Todas estas tendencias ya se encontraban magistralmente analizadas por Franco Berardi en Futurability: the age of impotence and the horizon of possibility (2017), una llamada desde la posición de sujeto precarizado global a aprovechar la volatilidad, esa non-stop inertia anulante, para rediseñar una sociedad más igualitaria:

«No identifico la impotencia como incapacidad. A menudo, cuando no se posee el poder, las personas han sido capaces de actuar de forma autónoma, crear formas de auto-organización y subvertir el poder establecido. En esta era de precariedad, los desposeídos han sido incapaces de crear formas efectivas de autonomía social, incapaces de implementar cambios voluntarios o buscarlos en canales democráticos, pues la democracia está acabada» (68).

La creatividad parece una apelación bastante frívola a la hora de pensar salidas al estado actual, en tanto que no partimos de planificación alguna (o condiciones de posibilidad efectivas para planificar de forma «creativa»). Las economías de mercado solo vienen planificando en base a los efectos inmediatos, es decir, a los efectos derivados de tiempos desiguales de respuesta, siempre que beneficien procesos de acumulación ahora latentes. Se habla de la lenta exportación de un sinocapitalismo con elementos de blindaje estatal, como si, en efecto, esto fuese algo radicalmente distinto de las medidas de austeridad impuestas por el eje noreuropeo a los griegos durante la recesión posterior a 2008. Alba Sidera, por el contrario, analiza cómo las presiones de la patronal para mantener activo el polo industrial de Lombardía y el modelo imperante de un sistema sanitario privatizado en la región han supuesto una correlación inmediata con la desastrosa gestión de la emergencia sanitaria, a día de hoy uno de los mejores artículos para entender la expansión de la epidemia en Italia y un espejo de lo que seguramente ocurra en ciertas áreas industriales tras el parón de la actividad no-esencial decretada el 30 de marzo en España. Sidera comenta cómo ante la oleada de nuevos contagios, Cofindustria Bergamo lanza una campaña para inversores extranjeros con el hashtag #Bergamoisrunning; soluciones clásicas empujadas hasta los límites de lo posible. Cuando Bérgamo (como medio mundo semanas después) no tuvo más remedio que detenerse, solo entonces, podían parchearse formas experimentales y tentativas de aún más capitalismo 2.0 en la nube.

En todo campo se ha venido operando a ciegas, a veces más motivados por la incertidumbre del momento que por los ritmos del mercado de la opinión, como en el caso de Yago Álvarez/@EconoCabreado. La pandemia, así como las revueltas de este último 2019 en Chile y Francia (pues todas ellas en última instancia apuntan a la creciente escasez y reparto desigual de los recursos fruto de décadas de violentas acumulaciones por desposesión), tal como afirma Emilio Santiago/@E_Santiago_Muin, son tan solo el trailer de la disaster movie ecosocial a la que vamos a asistir en años venideros, y que, como ya apuntó Franzen en un sonado artículo, será gradual, a base de planos sostenidos, interacciones entre diversos frentes con momentos puntuales de aceleración. Cualquier explicación podrá mantenerse hasta que nuestra propia cotidianidad encuentre el punto de no retorno o, como dice el blogger 闯 [chuang] en uno de los mejores artículos no-orientalizantes sobre la situación en China (y en general sobre el asunto de *la* COVID-19) que he leido, «Social contagion: microbiological class war in China»:

«La totalidad de la discusión se mantiene al nivel del retrato o, como mucho, al de las políticas de confinamiento o de las consecuencias económicas de la epidemia sin entrar en cuestiones de cómo estas enfermedades son producidas en primer lugar, mucho menos distribuidas. Esto incluso no es suficiente. No es momento para ejercicios simplones de marxismo Scooby-Doo, es decir, destaparle la cara al villano y revelar que, sí, en efecto, ¡el capitalismo fue el causante del coronavirus todo este tiempo! Esto no sería mucho más sutil que todos aquellos comentaristas extranjeros anticipando un cambio de regimen. Por supuesto que el capitalismo es culpable —pero, ¿cómo exactamente interfiere la esfera socioeconómica con la biológica y qué tipo de lecciones pueden sacarse de la experiencia al completo?»

Lo único que demuestra con un nivel de exactitud milimétrico esta sobreabundancia de anticipaciones ante una situación tan desbordante es precisamente nuestra contingencia dentro de la cadena de eventos, no solo a nivel geológico-climatológico, sino también a escala microbiológica, un nuevo vector no humano para observar las respuestas adaptativas capitalistas a las crisis ecosociales. Quizá, como afirmaba Stephen Jay Gould en «The evolution of life on Earth» (1994), nunca hayamos superado realmente la era bacteriológica. Es una forzosa epifanía sustentada sobre estadísticas reales de fallecidos la que nos obliga necesariamente a transitar por caminos que desafían nuestro propio protagonismo, especialmente violento en la búsqueda de significaciones para un trauma colectivo. Si bien la tendencia opuesta, es decir, virar al otro polo y tratar al sujeto humano como una criatura desamparada ante un revoltijo de fuerzas imposibles de comprender (entre ellas nuestras propias formaciones socioeconómicas), tampoco se ajustan del todo a la necesidad. Las interacciones entre el tecnocapital y los sustratos microbiológicos del mundo no-humano son especialmente resistentes a este tipo de discursos.

La globalización y la industrialización agricultural masiva con objeto de suplir la demanda de ciertos productos no solo supone un vector importante de transmisión, sino que, en primera instancia, fuerza a los patógenos a buscar posibles vías evolutivas más competentes. Esto es, si bien poseemos agencia y responsabilidad, estas no están acompañadas de un control real sobre sus efectos. Es en ese sentido donde la noción de hiperobjeto del ecologista Timothy Morton (2013) viene a resolver esta paradoja dentro de esas mismas coordenadas. El hiperobjeto constituye una entidad inaprehensible a priori: el cambio climático o la noción de pandemia; con consecuencias que sin embargo son perfectamente tangibles en cuanto a que nos engloban en ellos.

«El hiperobjeto me impide objetificarlo como real de esta forma — sin embargo es perfectamente real, sin duda alguna; […] Este nunca está ahí [vorhanden], sino que desaparece constantemente detrás de una nube lluviosa, de una quemadura solar o una pila de basura. La sensación de estar dentro de un hiperobjeto contiene un elemento necesario de irrealidad —¡pero eso es precisamente un síntoma de su realidad!» (145–146)

Desde esa sensación de irrealidad, podemos volver a la conclusión principal del artículo de chuang, que apunta a la necesidad de repensar nuestra pulsión a articular sentidos sin proyectos que los sustenten (o al contrario):

«Mientras la crisis secular del capitalismo tome un carácter aparentemente no-económico, nuevas epidemias, hambrunas, inundaciones y otros desastres «naturales» serán utilizados como justificaciones para la extensión del control estatal, y la respuesta a dichas crisis funcionará como una oportunidad de ejercer nuevas formas experimentales de contrainsurgencia. Una política comunista coherente ha de comprender estos dos factores de forma conjunta. A un nivel teórico, esto implica entender que la crítica al capitalismo se empobrece cada vez que es separada de las ciencias más sólidas, pero, en la práctica, también implica que el único proyecto político posible hoy es aquel capaz de orientarse en un terreno definido por un desastre ecológico y microbiológico a gran escala, y operar así en este estado perpetuo de crisis y atomización».

En última instancia, la neumonía bilateral causada por el virus SARS-CoV-2 afecta tanto al funcionamiento técnico del pulmón tecnocapitalista global como a su gemelo discursivo, que gira en torno a la idea de la centralidad humana, es decir, que asegura nuestra capacidad de racionalizar el entorno a través de una organización social más eficiente, pone en marcha mecanismos para buscar responsables jurídicos por difusos que sean, etcétera. Quizá haya que repensar nuestra posición en esta crisis en términos de hiperobjetos, es decir, siendo conscientes de la futilidad de toda solución basada únicamente en la pretensión de monitorizar la vida humana al completo. Esto no supone un rechazo a la ciencia, sino una mayor apertura a la contingencia desde ella misma. Tenemos aún que entrenarnos en respuestas rápidas, más que confiarnos siempre a diseños anticipatorios que difícilmente pueden ponerse en práctica entre inercias imperantes.


Jorge J. Rodríguez (Sevilla, 1991), filólogo e investigador. Desarrolla su tesis doctoral sobre poética e historia de las ideas en el contexto del siglo XVII inglés.

0 comments on “Neumonía bilateral SARS-CoV-2. Notas desde el confinamiento (abril 2020)

Deja un comentario

Descubre más desde El Cuaderno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo