Música y danza

Kurt Cobain vino como era

De la misma manera que John Lennon es los años setenta y Michael Jackson los ochenta, el líder de Nirvana es los años noventa. Un artículo de Rodolfo Elías en el trigésimo aniversario de la muerte de Cobain.

/ por Rodolfo Elías /

Hace treinta años ya que dejó este atribulado mundo Kurt Cobain, de una forma tan aparatosa que aun nos tiene pasmados. Y todavía sentimos su música entrañablemente. No solo por su sonido distintivo, sino también por el hecho que, aunque bandas han ido y venido, después de Nirvana no ha sucedido nada sobresaliente en el rock. Todo ha sido incidental —y sin verdaderos incidentes— en el mundo de la música durante las últimas tres décadas.

Fue hace treinta y tres años —en el verano de 1991— que yo iba de puerta en puerta vendiendo aspiradoras Kirby, en los polvorientos barrios de El Paso (Texas). El hombre que nos movía en una camioneta van nos bajaba para que camináramos y tocáramos puertas, para luego levantarnos unas cuadras calle abajo. En el radio tocaba la Q (KLAQ), estación de rock contemporáneo de El Paso. Y nunca olvidaré cómo, después de una plácida caminata bajo el calcinante sol fronterizo, los primeros acordes de Lithium (todavía no la lanzaban oficialmente) me sobrecogieron como ninguna otra música lo había hecho en tanto tiempo.

Comienza con un riff de guitarra, que proyecta tal vigor y talante que te hace dejar lo que estás haciendo para darle toda tu atención. La febril calma en la voz de Kurt Cobain te comparte lo que está pasando dentro de su cabeza. Y después de algunas aseveraciones sobre su condición óptima, empieza a gritar «Yeah, yeah», frenéticamente, como un poseído. Lo primero que viene a la mente es, «¡sálvese quien pueda!». Entonces Cobain vuelve a su estado de calma inicial y te atrae de vuelta a su mundo color de rosa, antes de deshilvanarse otra vez. En ese momento supe que el rock ya no sería lo mismo.

El litio es un fármaco utilizado para tratar pacientes con trastorno bipolar, una condición de salud mental en la categoría de trastornos de estado de ánimo. A grandes rasgos, se caracteriza por cambios de humor que fluctúan entre altos (manía) y bajos (depresión) emocionales. Y aparte del título, en su contenido la canción también alude —inconscientemente, tal vez— al estado mental de las personas bipolares. El cantante anuncia que está feliz. Luego, sin previo aviso, se desparrama en una especie de arrebato maníaco-depresivo.

Eso me recuerda La náusea, novela de Jean-Paul Sartre. El protagonista, Antoine Roquentin, se la pasa despotricando en su diario acerca del asco que siente por la vida y por sí mismo. Pero luego, cuando uno menos lo espera, se encuentra en tal estado jubiloso que cierra un día con la declaración: «Soy feliz».

Luego vendría Smells like teen spirit, del mismo álbum, Nevermind. La canción con la que Nirvana despidió los ochentas para siempre y el heavy metal. La música ya no habla de ser un chavo bullanguero y tirarse a todas las chicas, sino que es el soundtrack de una nueva era de nihilismo, perturbación y desesperación juvenil que habían nacido con las nuevas generaciones. Y esta vez no fue la «desesperación silenciosa» de Pink Floyd, sino una desesperación estridente e histérica.

Tampoco era la actitud morrisoniana, cuando el Lizard King declara: «queremos el mundo y lo queremos ahora», sino, más que nada, la actitud alienada y apática de «como sea, hombre. Puedes tomar tu mundo y metértelo donde te quepa».

Cuándo iba a pensar que nueve años después terminaría yo viviendo en el estado de Washington —Tacoma— y que algún día visitaría el pueblo natal de Kurt Cobain tres o cuatro veces a la semana, en encomiendas de trabajo. Como intérprete de inglés-español, estuve asistiendo a Aberdeen durante dos años. De hecho, tuve algunas citas en Grays Harbor, el viejo hospital donde nació Cobain.

También visité la casa donde creció y el puente (que inmortalizó en la canción Something in the way) bajo el cual solía pasar el rato y donde supuestamente llegó a dormir antes de ser famoso. Toda una experiencia caminar por las calles del centro de este pueblo maderero. Y en Seattle también pasé por la casa donde Cobain vivió los últimos dos o tres años de su vida y donde encontraron su cuerpo inerte, después del supuesto suicidio.

A propósito, hay sospechas —que parecen bien fundadas— de que el llamado suicidio fue, de hecho, un asesinato fraguado por su esposa Courtney Love. Existen por lo menos tres libros que tratan el tema y uno de esos libros está escrito por el propio padre de Courtney, el autor Hank Harrison. Un personaje apasionante, ese Hank, que estuvo en el epicentro de la contracultura americana de San Francisco, durante el mítico Summer of Love de 1967. Y fue Hank Harrison el primer representante de la banda Greatful Dead, cuando se llamaban The Warlocks.

En su libro, Harrison da claves —de una forma vehemente—  de los posibles motivos que Courtney tuvo para deshacerse del rockero. Y pone otra vez en tela de juicio la supuesta nota suicida (que recuerda el caso de Jimi Hendrix, al que también le quisieron adjudicar una nota suicida muy discrepante), a razón de otra nota que encontraron —y que dieron a conocer en 2014— en la billetera de Cobain, cuyo contenido contradice parte de lo que dice la apócrifa nota suicida.

También el investigador privado Tom Grants, que fuera contratado por Courtney para que encontrara a Cobain unos días antes de su muerte, ha mantenido sus propias sospechas de que al rockero lo mandó asesinar ella y ofrece varias pistas. Incluso se baraja el nombre de un músico apodado El Duce, que tenía fama de ejecutor y que iba a ser el verdugo de Cobain, pero el asunto no se concretó. Se dice que después de la muerte de Cobain, El Duce quiso hablar y de repente lo encontraron muerto en circunstancias sospechosas, porque se quedó dormido en las vías del tren. Y así pasó con dos o tres testigos más, que resultaron muertos misteriosamente.

Pero una de las pruebas más contundentes pudiera estar en el peritaje mismo y en el trabajo de los forenses, que dejaron mucho que desear. Cobain no pudo haber seguido el proceso (acomodar meticulosamente los utensilios usados para la preparación de la dosis administrada) que supuestamente siguió después de haberse despachado él solo (vía intravenosa) la cantidad de heroína que tenía en su sistema. Ni tampoco pudo tener la capacidad —después de todo lo demás— de empuñar una escopeta y pegarse un tiro con tan buen tino. Ese proceso, así como se dio, no es humanamente posible; por fuerza, requirió la asistencia de alguien.

Cuando te vas acercando al pueblo de Aberdeen, un cartel te da la bienvenida. El cartel dice: «Bienvenido a Aberdeen. Ven como eres», en alusión a la canción de Nirvana Come as you are. Los aberdeenianos, por cierto, son unas de las personas más afables y sencillas en su trato que he conocido.

Hay canciones de rock cuyos acordes iniciales dicen todo sobre ellas desde el comienzo. Como American woman, por ejemplo. O Layla, Smoke on the water y Sweet child o’mine, por nombrar algunas más. Y yo pondría Smells like teen spirit en la misma categoría; y la misma Come as you are. Una vez que escuchas las primeras notas, te atrapa y no te suelta hasta que empiezas a vomitar verde.

La música de Nirvana no solo trata de un estado mental, sino que también fue una nueva expresión musical. Y aunque los nirvanos usaron los tres elementos básicos de la música (melodía, ritmo y armonía —acaso de una manera sincopada y disonante—), lo que puso a Nirvana aparte de sus predecesores y contemporáneos era su habilidad para mezclar un hipnótico sonido pop con sus sucias raíces punk. Y un uso de la melodía —a la manera de Kurt Cobain— que es pródiga en medio de la angustia y caos existencial.

La técnica rudimentaria de Cobain al tocar la guitarra aparentemente no tenía mucho que ofrecer, especialmente si lo comparamos con virtuosos como Joe Satriani, Steve Vai y otros gigantes de la guitarra como Eric Clapton, Eddie Van Halen Jimi Hendrix. Pero, al igual que John Lennon, su forma de sentir la música le daba los suficientes recursos, gracias a su talento natural y a su autentica inspiración. Y tuvo, además, toda la inventiva para hacer lo que hizo y crear joyas musicales, que muchos virtuosos no soñarían siquiera con hacer. Así es la música y el arte.

Por lo tanto, yo diría que, de la misma manera que John Lennon es los años sesenta y Michael Jackson los ochenta, Kurt Cobain es los noventa. Y eso es algo.


Rodolfo Elías, escritor en ciernes nacido en Ciudad Juárez y criado en ambos lados de la frontera, colaboraba con la revista bilingüe digital, hoy extinta, El Diablito, del área de Seattle. Sus textos han sido publicados en la revista SLAM (una de las revistas literarias universitarias más prominentes de Estados Unidos), La Linterna Mágica Ombligo. En la actualidad trabaja en dos novelas, una en inglés y otra en español.

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