El interés que la literatura y el arte manifiestan hoy por la ciencia no es una moda sino el síntoma de una exacerbación en el intercambio de información entre los dos sistemas que llamamos «las dos culturas». Si éstas estarán abocadas a auto-organizarse y a mutar o retrocederán a sus cerrados predios aún es cosa incierta. Pero en el entretanto parece posible observar el cómo y el cuánto de sus articulaciones, y revisar algunas capas en la arqueología de las mismas. Los artículos del presente dossier, que iremos secuenciando a lo largo de un mes con dos textos por semana, entran a esta observación desde la perspectiva de la literatura. Entre sus autores hay filólogos investigadores en literatura y ciencia, pero también matemáticos, neurólogos y químicos avezados en la lectura de poesía, teatro o narrativa. Reunidos por la convocatoria del grupo de investigación ILICIA. Inscripciones literarias de la ciencia —embarcado actualmente en un proyecto sobre lenguaje, ciencia y epistemología (FFI2014-53165-P)—, sus contribuciones engarzan matemáticas, metáforas, naturaleza animal, compuestos químicos, estrategias cognitivas, teatralidad, termodinámica, intriga novelesca, percepción o poesía. Pero que esta enunciación desordenada no lleve al lector a pensar en entropía. Pues al fin y al cabo todo ello se plegará aquí al orden narrativo de nuestra lengua natural, ese operador común para todo saber y del que mucho sabe la literatura.
En esta tercera entrega, Víctor Bermúdez plantea las mutuas modificaciones que se dan entre ciencia y literatura, desde la estructura de sus indagaciones, tomando como punto de partida las reticencias que provoca la ciencia cuando se inmiscuye en el ámbito literario, lo que ya no ocurre al revés.
Literatura y ciencias cognitivas en intersección
Ya casi nadie discute que la literatura pueda inmiscuirse en los blindados cuarteles de la ciencia. Al revés, sin embargo, todavía se levantan muchas cejas: que la ciencia incursione en las fortalezas de la creación artística no a todos hace gracia, ni se entiende para qué. Los argumentos son de todos los colores: que al método científico no le conviene meterse en las camisas de fuerza de la subjetividad, la polisemia o ambigüedad; que no es necesario para el porvenir literario abrazar el determinismo cientificista; o que simplemente no hay nada que decir. Pero va a ser que sí.
La epistemocrítica es la disciplina literaria que observa el impacto del conocimiento en la novela, el relato o el verso. Se trata de ponderar la inscripción de los saberes en el texto literario mediante diversas estrategias que van desde la historia de los conceptos, el rastreo de contagios de ideas, la documentación histórico-científica del quehacer literario, hasta la implementación de minuciosos análisis sobre la naturaleza epistémica de la escritura, lo que la literatura sabe y cómo lo aprende. El epistemocrítico indaga el valor de la literatura como discurso que articula y genera distintas formas de conocimiento. Así, el teórico literario hace gala de competencias de guerrero multifacético, pues lo mismo acude a manuales de fitología que a laboratorios de bioquímica, con la convicción de que la exégesis de un texto literario se enriquece al contrastarlo con materiales científicos, filosóficos o interartísticos. El epistemocrítico hace una radiografía de la literatura desde consideraciones científicas y, como bonus track, a veces acaba informando a la ciencia de sus actuaciones. Por eso, la epistemocrítica supone un estudio interdisciplinar de la literatura que pisa en algunos momentos el trabajo del historiador de la ciencia, del epistemólogo o del teórico del arte.
Se da la circunstancia de que algunas ramas de la ciencia han comenzado a inmiscuirse en terrenos artístico-literarios, y vienen para quedarse
Sucede que la ciencia y la literatura no solo se rozan ocasionalmente de acuerdo a coyunturas históricas de obstrucción o de fascinación, de contagio o resistencia; en ocasiones también se modifican mutuamente desde la estructura de sus indagaciones. Se da la circunstancia de que algunas ramas de la ciencia han comenzado a inmiscuirse en terrenos artístico-literarios, y vienen para quedarse. Así ocurre, por ejemplo, cuando algunas herramientas matemáticas impregnan y modifican los estudios literarios, como el uso del big data en las humanidades digitales, que está dando pruebas de ser fructífero en el análisis de la historia del arte y de corpus literarios conclusos. El uso de instrumentos, ideas y concepciones científicas constituye una auténtica conmoción en el modo de problematizar algunos asuntos que interesan a quienes se dedican a decodificar el arte y la literatura. Y ansiamos ver sus consecuencias teóricas.
Pero la cosa no es tan fácil, primero, porque, una vez eludidas las resistencias escépticas, se hace necesario averiguar con qué métodos se puede investigar y qué aportan a lo que cada disciplina ya sabía antes de entrelazarse con otras. Y es que, a la vez que se acercan, la ciencia y la literatura también se desafían. Los relatos de inspiración científica se han quedado en un mero relieve de contagios conceptuales y van dejando paso a formas más estructurales de navegación inter- y transdisciplinar. Una de ellas es el estudio del pensamiento literario desde planteamientos cognitivos de todos los sabores.
Cognitive poetics es otro de los términos clave, con el que se hace referencia a una integración de disciplinas que estudian la cognición de la(s) poética(s). Bajo el paraguas de la poética cognitiva, fenomenología, semiótica, lingüística, psicología, neurobiología (y sumando) integran actualmente sus herramientas, enfoques y actitudes frente al suceso literario. En un sentido amplio, el «acontecimiento literario» involucra tanto al lector como al autor de una determinada obra, por lo que la metodología de investigación en términos de operaciones cognitivas varía radicalmente en función de su objeto de estudio (lector, autor, texto). Sus métodos de investigación se hallan en una espiral de reformulaciones provisionales, ya que se encuentra aún en plena efervescencia, yuxtaponiendo estrategias según lo demandan los sonetos de Shakespeare o los lectores del marqués de Sade. Así, cuando se acerca a los procesos cognitivos de lectura, ensaya toda clase de experimentos en laboratorios, en cámaras de Gesell o en el aula de clase. Cuando la poética cognitiva se acerca a la escritura, se interesa por cuestiones de narratología, versificación, retórica, fonética, estética, etcétera.
Desde consideraciones cognitivas es posible observar, por ejemplo, el contenido y la cualidad emocional, perceptiva o mnemotécnica de un texto literario. La poética cognitiva aborda asuntos de interés para la teoría de la literatura incorporando razonamientos, conceptos e ideas de las ciencias cognitivas entendidas, también estas, en un sentido muy amplio. Tanto en su hermenéutica textual como en sus efectos de lectura, las emociones, la percepción o la memoria son operaciones de la cognición humana susceptibles de ser estudiadas tanto por el neurobiólogo como por el teórico literario. Aunque antes han de abrirse camino para ello.
La poética cognitiva aborda asuntos de interés para la teoría de la literatura incorporando razonamientos, conceptos e ideas de las ciencias cognitivas entendidas, también estas, en un sentido muy amplio.
Así, la poética cognitiva se interesa por cómo la literatura representa la conciencia humana. Una conciencia que circula plenamente en lo literario, cuando se describe, por ejemplo, cómo un personaje se configura no solo mediante las descripciones de un narrador externo, sino a partir del diálogo subjetivo que establece con su «yo interno». Ese sujeto lírico proyecta un pensamiento genuino y complejo que es susceptible de ser estudiado desde la perspectiva cognitivo-literaria, ya que cuanto más nos adentramos en cómo un personaje «ve», «siente», «recuerda» o se desplaza, más profundizamos en la progresión de su conciencia, que no es otra que la humana y que por lo tanto es de interés científico. El neurobiólogo que investiga los mecanismos de la percepción, la acción o la memoria se sirve de la complejidad de la conciencia que un poema condensa, por ejemplo, en una metáfora que describe el espacio como proyección de un recuerdo emocionalmente activo. El lenguaje poético se convierte así en un corpus goloso de información (también) para quienes estudian el cerebro.
Total, que la ciencia lleva unos años curioseando entre las bambalinas de la literatura y del arte. La letra pequeña del cómo, sin embargo, está aún por escribirse. Y es que los retos que representan todas estas (des/re)articulaciones epistemológicas son para ser digeridas despacio. El principal desafío es que el tipo de conocimiento resultante de estas investigaciones es de naturaleza muy diversa.
Por su lado, las ciencias cognitivas encuentran en la literatura un registro enormemente rico de la conciencia, y el interés para ellas reside en la observación de fenómenos a microescala, estudiados como subprocesos de operaciones cognitivas más complejas. Al quehacer científico (aún) no le resulta funcional estudiar la progresión del tiempo a lo largo de novecientas páginas. Por ello el científico pone la lupa en la metáfora, el oxímoron o los functional switches de un verso en un soneto, mientras que el teórico literario necesita avanzar hacia consideraciones sobre lo que ocurre en un poema entero, una obra, una poética o una época.
El teórico literario tiene que conseguir que las conclusiones de estudiar los procesos mentales de la creación artística a una microescala posean realmente un interés crítico-literario, poético. Y en eso está por el momento.
La teoría literaria, por su parte, intenta dar el salto desde esa carrera maratónica que es la novela o el relato extenso hasta los microfenómenos cognitivamente observables en la obra que tienen relevancia científica y literaria, pero, al incorporar conceptos cognitivos en el análisis literario, el teórico se ve en la situación de amplificar los alcances de los razonamientos que subyacen, para no quedarse en la anécdota inventiva. El teórico literario tiene que conseguir que las conclusiones de estudiar los procesos mentales de la creación artística a una microescala posean realmente un interés crítico-literario, poético. Y en eso está por el momento.
No es ninguna broma afirmar que el diseño de estrategias para bien rentabilizar el estudio a microescala de los procesos cognitivos de la creación es un desafío que se abre a quienes caminan en estas arenas movedizas pero transitables. En un primer momento, adentrarse en la actividad neuronal que produce la lectura de un oxímoron o de una metáfora implica relegar a un segundo plano el resto de fenómenos que ocurren en un poema. Para ello conviene atender a las funciones de una figura retórica específica y aproximarse a ella desde perspectivas propias de la semiótica, la lingüística o la filosofía del lenguaje, determinando su contexto y favoreciendo un acercamiento que privilegia la especificidad de esa figura literaria. Pero no todo está perdido. Más tarde vuelve la oportunidad de reinsertar esa especificidad en la escala de la novela, del poema o de la exposición, ampliando la mirada del corpus. Procurar incursionar en todos estos mundos es la voluntad de los extraños bichos literarios y científicos que se dotan de instrumentos metodológicos de tránsito interdisciplinar. Paso a paso.
No son pocas las iniciativas con credibilidad epistemológica que han introducido ya la literatura y el arte en los laboratorios científicos. Es preciso excusar sin condescendencia las ingenuidades en las que a veces incurren los científicos cuando se acercan al material artístico-literario, pues el coraje que muestran merece un gran aplauso. Lo merece porque no se trata de una curiosidad turística; a partir del contacto con manifestaciones artísticas y literarias, muchos centros científicos comienzan a disponer recursos, infraestructuras, publicaciones y, sobre todo, nuevas concepciones epistemológicas acerca de lo que el conocimiento es y de cómo se produce. Todo ello ocurre, en ocasiones, con menos resistencia de la que ofrecen aún muchos humanistas. Basta una excursión.

En Alemania, la Berlin School of Mind and Brain no tiene el más mínimo pudor en colocar a neurobiólogos en las mismas aulas que los filósofos, integrándolos en programas de máster, doctorado y posdoctorado que aspiran a formar investigadores con una marcada voluntad de cooperación interdisciplinar. Así, desde 2013, su programa Mind and Brain forma investigadores inter- y transdisciplinares en temas como procesos de toma de decisiones, percepción, atención, conciencia, lenguaje, plasticidad neuronal, disfunciones mentales o cognición social. La institución germana se jacta de que su programa busca demostrar sistemáticamente cómo el conocimiento interdisciplinar puede ser utilizado para abordar cuestiones relacionadas con ámbitos específicos de estudio.
En Ginebra, el Swiss Center for Affective Sciences reúne a psicólogos, lingüistas, economistas, ingenieros, sociólogos, neurocientíficos y teóricos literarios en torno a la investigación sobre las emociones. Desde su fundación en 2003, el centro coordina la actividad de investigadores de diversas facultades que trabajan en «ciencias afectivas», lo cual favorece indagaciones más sofisticadas. Tener un eje central que articula todos los esfuerzos epistemológicos permite a investigadores avanzados en su ámbito establecer contacto con otros ámbitos y nutrirlos, por lo que la visibilidad de sus resultados es más ágil que en la investigación básica. Entre sus publicaciones, el Oxford Companion to Emotion and the Affective Sciences es un diccionario concebido interdisciplinarmente en el cual los conceptos responden a la investigación tanto en affective computing como en estética de las emociones.
En España aún todo está por verse. ¿Para cuándo un centro de estudios cognitivos que abra la puerta al arte y a la literatura?
Las relaciones entre literatura y ciencia son un asunto que ocupa a investigadores, publicaciones e instituciones de primer orden —aunque todavía a la búsqueda de fórmulas—, entre las que se encuentran el MIT Media Lab o el Myrifield Institute for Cognition and the Arts. Las posibilidades son verdaderamente infinitas: existen grupos de investigación con objetivos muy específicos, como Algomus, un proyecto de musicología algorítmica en el que se desarrollan softwares para leer partituras musicales y, a partir de sus patrones, deducir las características del espacio para el cual fueron escritas. Pero también hay espacios de investigación elemental, como el Neurohumanities Research Group del Duke Institute for Brain Sciences, donde las ciencias biológicas y las humanistas se imponen el reto de investigar asuntos de interés común, abordados con tecnologías y métodos que favorezcan el diseño de lenguajes y objetivos compartidos.
En España aún todo está por verse. ¿Para cuándo un centro de estudios cognitivos que abra la puerta al arte y a la literatura? Quizás las sendas de la subjetividad artística acaben por edificarse desde el subsuelo de la curiosidad científica, pero hay que convencer a muchos de que invertir esfuerzo en crear vías de circulación inter- y transdisciplinar no es una desviación, sino un futuro. En ello estamos.
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