Narrativa

El disco duro de Roberto Bolaño

Alfaguara reedita "Putas asesinas", último volumen de cuentos de Roberto Bolaño publicado en vida, y presenta el inédito "Sepulcro de vaqueros", volumen integrado por tres novelas breves.

Curvado e inconsútil Roberto Bolaño

/ por José de María Romero Barea / Talsi, Letonia, 2017

 

Sepulcro de vaqueros

Algunas novelas se esfuerzan por diferenciar entre sus personajes haciéndolos hablar: sobre sí mismos, unos sobre otros, de formas distintas e individualizadas. En las tres narraciones que nos ocupan, sin embargo, hay una convergencia de acentos: todos hablan igual y dicen, en esencia, lo mismo. No relativizan, no hay argumento u oposición. En cierto sentido, esos puntos de vista son todo lo que tenemos. Suponen una suerte de gótico tentativo. Hay sueños siniestros, recitados en detalle, espejos que no muestran reflejo alguno, voces que vienen de todas y ninguna parte, zonas silenciadas que se establecen subrepticiamente en mitad de una habitación. Es obvio que los interlocutores son poco fiables, pero el autor se aparta de ellos para reafirmarlos en su locura. Las tres novelas son un único artilugio construido a partir de las interacciones de sus interlocutores. Cada una de ellas es un discurso curvado, inconsútil.

Las tres se agrupan en un solo volumen, cuyo neuroticismo y crueldad nos dejan sin aliento, totalmente absorbidos o, más exactamente, atrapados. El tema del encarcelamiento recorre Sepulcros de vaqueros (Alfaguara, 2017). Nos obliga el chileno Roberto Bolaño (1953 – 2003) a confrontar el sentido de confinamiento con vertiginosos y claustrofóbicos cambios sintácticos. En el primer relato, Patria, podemos sentir el insomnio inducido por la locura (una palabra hipnóticamente repetida a lo largo de la narrativa): “¡Qué triste!, dije con los ojos llenos de lágrimas, terminar en un manual de medicina. No lo creas, dijo la dulce voz. Es un poquito mejor que los museos”. El agitado estilo no descansa: el autor nos pone una pistola en la cabeza y dispara, pero ese es sólo uno de los muchos actos aparentemente irrecuperables: lo olvidamos cuando comienza la siguiente nouvelle.

Comprendemos el dolor de la deformidad al leer la composición que da título a la colección, donde un cóctel de secuencias de ensueño surrealistas cede a un sucio naturalismo: “¿Quieres que te cuente cómo viajan en México los vaqueros? Papá, pero si en México no hay vaqueros, dije. Claro que hay, dijo mi padre, una vez yo fui vaquero, y tu abuelo también fue vaquero (…) ¿Por qué crees que estoy aquí, tan lejos de todo?”. Diálogos de fuego arrasan (justificadamente) un lenguaje radicalmente moderno. El embate verbal llega a su culmen en el tercer relato, Comedia del horror de Francia, donde cualquier esfuerzo por eximir a la literatura de la necesidad de trama vulnera el resultado. La resistencia a la intemperie de la fantasía magnifica los efectos corrosivos de los elementos: “La luz que entraba por los cristales de la cabina telefónica tenía una palidez titubeante (…) me sentí como en el interior de un submarino transparente (…) temía abrir la puerta y alejarme de allí”.

La dependencia que muestran los protagonistas denuncia no sólo la fisicidad del juego, sino la permeabilidad de una narrativa que lanza dados para generar movimientos. Los personajes tienen en común no sólo su sabiduría, sino su furia. Jamás se enfrentan entre ellos. Por la misma razón, el discurso o el pensamiento se manosea o estiliza, por imputación autoral, de forma casi abstracta. Las historias denuncian una enfermedad (la nuestra) que es mental y sentimental. Un sentido de decepción las permea. La repugnancia que el autor de Los detectives salvajes (1998) siente por lo cotidiano es palpable. Su megalomanía encarcela físicamente a sus personajes mientras refleja sus estados de ánimo. Sepulcros proporciona así una breve introducción o un excelente colofón al trabajo del malogrado escritor chileno, una experiencia satisfactoria de lectura para aquellos que gustan de la angustia en pequeñas dosis.

Putas asesinas: imágenes, heridas

En el volumen recientemente reeditado Putas asesinas, el relato “Últimos atardeceres en la tierra” se parte en dos antes de enfrentarse a sí mismo: “[B] lee a los poetas surrealistas y no entiende nada. Un hombre pacífico y solitario, al borde la muerte. Imágenes, heridas. Eso es lo único que ve. Y de hecho las imágenes poco a poco se van diluyendo, como el sol de poniente y sólo quedan las heridas”. El destino del apólogo “Vagabundo en Francia y Bélgica” es dejar constancia de su fracaso como forma de expresión: “Al llegar a su hotel se mira en un espejo. Espera ver un perro apaleado, pero lo que ve es a un tipo de mediana edad, más bien flaco, un poco sudoroso por la caminata, que busca, encuentra y esquiva sus ojos en una fracción de segundo”.

La obra de Roberto Bolaño sigue eludiendo definiciones: ¿realismo clásico, ciencia-ficción, parábola de la memoria o mera polémica? Todo eso y más: su estilo excede los límites mientras explora su propia paradoja: modelar una narrativa unificada que, de alguna manera, traicione la verdad de la existencia. La moraleja, si alguna hay en su última colección de cuentos publicada en vida, Putas asesinas (2001; Editorial Alfaguara, 2017), es tal vez ésta: todo artificio acaba por excluir la realidad que lo hizo posible.

La autoexploración es una empresa típicamente religiosa porque presupone que Dios nos vigila. El relato que da título a la selección explota y pone a prueba el potencial narrativo del monólogo: “Las mujeres son putas asesinas, Max, son monos ateridos de frío que contemplan el horizonte desde un árbol enfermo, son princesas que te buscan en la oscuridad, llorando, indagando las palabras que nunca podrán decir”. Lejos quedan los tiempos en los que los narradores apelaban al Altísimo. Lejos los pecadores arrepentidos Lázaro de Tormes o Moll Flanders, que cuentan sus historias porque su religión así lo decreta. La heroína del relato de Bolaño escribe su interminable apología sabiendo que El Creador la ignora, mientras inspecciona la veracidad de lo que dice de sí misma.

Las múltiples perspectivas reflejan su sospechosa libertad. La división del conjunto promulga la aparente incompatibilidad de las diferentes necesidades. La versatilidad de “Dentista” es liberadora y desesperada. Otorga a su autor una especie de desarraigo que le permite ser fiel a sus ideas sobre sí mismo: “Dos merolicos más bien canallas, una veinteañera drogadicta, un coche inútil abandonado en la carretera que servía de casa a un tipo que leía un libro de Sade. Y todo en un cuento, dijo mi amigo”. “Fotos” expresa su inherente frustración y sentido de la fragmentación: las tramas se eluden, las líneas de narración se detienen (“Ojalá estén vivas, piensa, la mirada fija no en las fotos del libro sino en la línea del horizonte en donde los pájaros se mantienen en un equilibrio inestable”).

Reflexiones personales desplazan, a su vez, transcripciones del horror: “¿Se puede morir de tristeza? Sí, se puede morir de tristeza, se puede morir de hambre (aunque es doloroso), se puede morir incluso de spleen”. El cuento “Carnet de baile” convierte al analista en monitor secular de una charla sobre sí mismo. “Y mirábamos y mirábamos y las fachadas eran sin lugar a dudas las fachadas de otro tiempo (…) un tiempo silencioso y sin embargo móvil (Lihn lo veía moverse), un tiempo atroz que pervivía sin ninguna razón, sólo por inercia”. A la inicial sorpresa que provoca la lectura de “Encuentro con Enrique Lihn” sigue una gran consternación. Cómo clamar que la literatura ha muerto, cuando aquí sigue viva. Para qué nuevos géneros si se encuentran en éste. “Enrique Lihn” ha dado trabajo, desde su publicación, a conspicuos revisores en mil y un departamentos universitarios. Su forma, su composición es en sí misma una declaración de intenciones.

En definitiva, el giro auto-reflexivo en Putas es un artefacto, pero también estructura la trama, que lleva a su autor más allá de la división de sí mismo en relatos. Bolaño escribe cuentos donde reconcilia las diferentes historias de sí mismo. En beneficio de la narratividad, éstas han sido entrelazadas, de forma ordenada. El volumen que nos ocupa las contiene, las retiene. Putas relata la búsqueda polifónica de la identidad personal y política. Supone un tour de force de narraciones caleidoscópicas, una gran casa de papel con muchos habitantes, desgarros y argumentos, una obra desafiante y ambiciosa que rehízo y rehace la idea de ficción y sus usos.

En 2001 la cultura se agrietaba: vivíamos (vivimos) en una cultura de rápida fragmentación. Las razones de la vitalidad continuada del autor de Los detectives salvajes, ganadora del Premio Herralde en 1998 y el Premio Rómulo Gallegos en 1999, o la póstuma 2666, no son, sin embargo, sólo literarias. Escribe el chileno mientras vive una explosión de posibilidades contradictorias. Lo que fue (lo que es) extraordinario en Putas es el uso de múltiples personalidades que, en cierto sentido, pertenecen al mismo personaje: la narración en tercera persona que expresa sus pensamientos, que transcribe sus percepciones, que podríamos identificar con el escritor, que encuentra difícil transmitir la atmósfera de un tiempo que se ha ido.


 

Sepulcro de vaqueros
Roberto Bolaños
Alfaguara, 2017
216 páginas; 18,90 €

Putas asesinas
Roberto Bolaño
Alfaguara, 2017 (2001; Editorial Alfaguara, 2017)
208 páginas; 17,90 €

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