Música y danza

Serge Gainsbourg, abril en París

Hoy se cumplen noventa años del nacimiento del cantante Serge Gainsbourg en París.

[Foto de portada© Belén Suárez Prieto. Casa de Serge Gainsbourg en París]

Serge Gainsbourg: hace 90 años

/ por Belén Suárez Prieto /

Hace 90 años nació en París Lucien Ginsburg; el 2 de abril de 1928, por tanto. Así, la dulce Francia dio a la música popular un hijo de enorme talento, complejo, escandaloso, procaz, alcohólico, solitario, depresivo, fumador de Gitanes sin parar, adicto, insoportable, repulsivo muchas veces, tantas como autor de canciones magistrales en muchos casos que, desde la cuna del jazz, fueron subiéndose a los estilos que llegaban desde el universo anglosajón a la Francia de mitad del siglo XX.

 

Serge Gainsbourg (París, 1928 – 1991)

Genial judío francés, discípulo de Boris Vian, hijo de su siglo, de padre y madre de Ucrania y de Crimea, que encontraron en París el amparo de todos los horrores que Europa proporcionaba sin piedad. Ejemplo infalible de vida extrema e incorrecta que engendra una obra creativa genial, imprescindible, influyente; sin dormir, oliendo ese olor de la noche canalla que está a un paso de convertirse en olor putrefacto, expulsando ese sudor lleno de sangre y de lágrimas.

Tan recurrente en las letras de Gainsbourg como recurrente lo es en su biografía, el vacío del gran provocador, del gran escandalizador, en la compañía de mujeres hermosísimas y nada vulgares; la indiferencia, el aburrimiento, la huida. La huida hacia una obra llena de letras innovadoras y decididas, llena de música que toca todas las formas populares del siglo XX, de la mano de un autor que supo no quedarse atrás y, a pesar de su apariencia, lleno de miedos, del miedo al vacío, lleno de miedos en su vida, y que artísticamente supo convertir el miedo en canciones que se subieron a las músicas que se iban popularizando durante su exuberante vida artística.

Corredor hacia delante para huir de la fealdad desde niño, otro perseguidor, como el Charlie Parker retratado por Julio Cortázar, usufructuario del idioma con toda la elasticidad que este permite. En el número 5 bis de la Rue de Verneuil, al lado de Saint-Germain-des-Prés, vivió y murió, cerca de donde había vivido Juliette Gréco, en el 33 de la misma calle, en cuya casa pasó una noche de verano y de ahí salió “La javanaise”, una de sus más conocidas y mejores canciones, canción de amor de quien elige vivir sin amor, que en condena por la decisión se le castiga a que el amor dure el tiempo de una canción.

Autor Gainsbourg de “La chanson de Prévert”, y de Kosma, metacanción, que iguala, de nuevo, el tiempo de una canción con lo que dura el amor o, más precisamente aquí, el olvido del amor.

Gainsbourg llenó a Gréco de canciones compartidas y llenó París de canciones compartidas, que se esparcieron por los escenarios, para llenar de música todas las noches, para llenar nuestras noches de canciones, de deseo, de desesperación.

Gainsbourg vivió historias de amor poco convencionales en París y compuso canciones hasta su muerte. Pobló París de la expresión del placer compartido con sus amantes, construyó la ciudad en el amor, en el deseo, en la desinhibición y en la provocación.

Canciones principales en su uso del francés, plagado de juegos de palabras y de anglicismos, cuando decidió pasar de la chanson, del jazz al yeyé, en la certidumbre de que, si quería triunfar, ganar dinero, tenía que salir de las caves del existencialismo parisino. Maestro lleno de vetas de las que seguir extrayendo material precioso.

Serge Gainsbourg acabó por morir el 2 de marzo de 1991, y así quedó parado para siempre el 5 bis de la Rue de Verneuil. Y en el cementerio de Montparnasse está su tumba.

Hace veintisiete años, visité París. Recuerdo visitar su tumba casual —iba persiguiendo a Cortázar— y asombradamente, a los pocos días de su muerte, y me tropecé con una sepultura rodeada de gente que lloraba y que cantaba y que fumaba Gitanes y que la llenaba de flores y de notas y de tantas otras cosas.

Juliette Gréco

Hace un año, visité París, en un mes de abril frío y lluvioso, y volví al cementerio de Montparnasse, pero no por casualidad llegué a la tumba de Gainsbourg, fui porque ese era mi destino, y ese día salió el sol, me senté en un banco enfrente de la tumba, y la tumba estaba sola, y me senté bajo el sol, exactamente, bajo el sol, con sus canciones y un cigarrillo. Y allí se me hizo la mañana un paseo, parada, bajo el sol, exactamente, enfrente de la tumba de Gainsbourg, como un sueño erótico, con los ojos abiertos, y, sin embargo, era real…

Saltemos, aunque solo sea una vez, a los brazos de alguien para hurgar en su pelo y buscar sus piojos. Celebremos los 90 años de Gainsbourg, que no llegó a cumplir, escuchando, aprendiendo, cantando, follando sus canciones.


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