Estudios literarios

Rilke, novena elegía

"La novena elegía" (Siruela, 2018) de J.M. Cuesta Abad y Amador Vega es una referencia inexcusable en la bibliografía de Rainer María Rilke.

Pues permanecer está en ningún lugar

 / por Ricardo Baixeras /

Martin Heidegger, Hannah Arendt, George Steiner, Maurice Blanchot, Robert Musil, Hans Urs von Balthasar, Massimo Cacciari, Michel de Certau, Hans-Georg Gadamer, Pierre Klossowski, Romano Guardini, Claudio Magris, Juan Rulfo, Gonzalo Torrente Ballester, Paul de Man, José Angel Valente, Otto Friedrich Bollnow, Peter Szondi, Mauricio Wiesenthal, Antonio Pau. La nómina de escritores, pensadores, críticos, poetas, teólogos y filósofos que se han ocupado de la obra de Rainer María Rilke, este “elegante signo de interrogación en el margen de la historia” tal y como el reciente Premio Princesa de Asturias de las Letras Adam Zagajewski lo llama en su Releer a Rilke, no tiene final. Rilke o el poeta de la finitud que interroga hasta la extenuación lo que asola al hombre. Rilke o el poeta en busca de la muerte propia como la única manera de ahondar en las correspondencias de una exigente existencia verdadera. La muerte será en su poesía el instante más vívido y el único capaz de transfigurar la actitud humana. En la célebre carta a Hulewicz, el propio Rilke afirmaba ya que en “las Elegías, la afirmación de la vida y la afirmación de la muerte se revelan como formando una sola.” Tal vez sea así porque la poesía de este hombre, que palpó en el corazón de Europa -como Lord Chandos-, la crisis del lenguaje, buscó la epifanía de un sentido mudo de las cosas en un intervalo de la historia especialmente quebradizo. Su lírica se convierte, de este modo, en una correspondencia hermenéutica secreta e imposible del más enigmático enunciado filosófico del siglo XX que aparece como cierre del Tractatus logico-philosophicus (1921) de Ludwig Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, mejor es callar.” Un cierre provocando lo abierto al que tantas veces se refiere el propio Rilke.

Jose Manuel Cuesta Abad, profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Madrid, y Amador Vega, catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Pompeu Fabra entregan un libro conjunto, que no escrito a dos manos, tratando de desentrañar los secretos del “texto maestro de la soledad ontológica”, según George Steiner, poniendo el énfasis en las “ideas sobre la vocación poética y el destino de lo humano” que Rilke erige en este poema. Poesía y espiritualidad entendidas como la “experiencia interior” de un poeta único donde se aúnan lo mítico, lo religioso y lo filosófico

Rainer María Rilke ( Praga, 1875 – Montreux, Suiza, 1925)

Lógica del silencio

En “Lógica del silencio”, Vega presenta un discurso teológico, filosófico y estético sobre lo decible y lo indecible en Rilke, un escritor que se sitúa en “un problema epocal: la crisis del lenguaje y de sus modelos de mediación, tal y como la analizaron, entre otros, Musil, Wittgenstein o Hofmannsthal.” La forma del ensayo del profesor Vega distingue la exigencia del mundo de la Novena Elegía y, por extensión, de la poética rilkeana, en una suerte de ars combinatoria entre el contenido verdadero de una vida transformada y que todo lo transforma  –dibujando un Rilke sin domicilio fijo y atrapado en la imposibilidad de quedarse inmóvil- y el discurrir de una escritura que busca su propia superación, es decir, un poesía que se sitúa en el transitar hacia lo indecible que sostiene el lenguaje: “La vocación poética de Rilke es la respuesta al silencio que el lenguaje alberga. Es la respuesta al ímpetu de la vida, que acelera aquel destino humano con capacidad para oír la voz que llama en la forma del silencio.”

De este modo, a lo largo de su ensayo, Vega presenta “lo que en el silencio no calla” ayudándose, en el inicio de su argumentación, del decisivo “Discurso en el homenaje a Rilke” pronunciado en Berlín por Robert Musil el 16 de enero de 1927. El “desplazamiento de sentido en el verso rilkeano”, que el autor de El hombre sin atributos entendió como clave de lectura rilkeana, se significa en la medida en que el lector comprenda que Rilke en Las Elegías de Duino está deslizando los sentidos hacia una suerte de desplazamiento, transformación e inestabilidad que despliega una palabra “indecible”. Categoría esta que el profesor Vega entiende “como síntoma de lo imposible” y que lleva al lenguaje a un límite, sinónimo de un modo distinto de percibir la realidad, arrasando “todos los sentidos” y que en Los apuntes de Malte Laurids Brigge Rilke había expresado así: “Aprendo a ver.” No se trata de comprender algo, no hay destino que cumplir en Las Elegías, sino solo percibir que la “transformación”, el movimiento, la metamorfosis, el vaivén del decir que no calla es uno de “las más firmes constantes temáticas de la poesía de Rilke”. El ensayo de Vega desarrolla una hermenéutica dinámica que es capaz de hacer que el lector se asome a un mundo poético que incesantemente toma conciencia de que lo decible y lo indecible, lo visible y lo invisible remite a “esta conciencia de devenir, de paso, de transcurso y despedida que sostiene y se soporta solo desde una concepción del mundo como transformación.”

La palabra más efímera

En el segundo ensayo, “La palabra más efímera”, Cuesta Abad sitúa las cuestiones iniciales de su análisis en dar cuenta de cómo la Novena Elegía principia como un mandato, misión o envío: “un estar siempre “en vía” o “de camino”, remisión verbal de una misión, transmisión del mandato en forma de misiva sin destinatario conocido, emisión de palabras lanzadas al aire como semillas que han de caer algún día en tierra.” Esta primera parte de su ensayo tiene mucho que ver con un acto de donación del lenguaje a las cosas mudas que Rilke acomete como asedio a la realidad. Las Elegías ofrecen al lector el envío sagrado de la palabra hacia el mundo consagrándose al largo proceso de una vocación poética no consumada porque tiene como horizonte la condición mortal del poeta, “la conciencia de la caducidad.” También aquí se vislumbra una lectura que Cuesta Abad sostiene desde “la transformación de lo visible en lo invisible”. Un acto elocutivo en movimiento perpetuo que ofrece un enigmático “hablar sin ser escuchado” que, según Cuesta Abad, constituye “la experiencia fundamental que atraviesa de principio a fin la poética de Rilke.” Todo ello para decir que las palabras que están en juego expresan una misión que para Rilke remite a un constante sin porqué, que tanto recuerda al dístico del Cherubinischer Wandersmann de Angelus Silesius:

La rosa es sin por qué; florece porque florece,
No se inquieta por ella misma, no desea ser vista.

Hacia una vita nuova se dirige Rilke en el discurso de Cuesta Abad cuando éste nos presenta las afinidades electivas entre Dante y el autor de las Elegías. Porque la ausencia se torna entonces en la palabra clave del discurrir poetológico que la tradición literaria en Occidente había visto nacer en el momento justo en que Beatriz quedaba señalada como la ausencia primera, el sentido último de una pérdida que se tornará, en el interior de la secretissima camera de lo cuore, en la más perfecta de las figuras fantasmales, léase angelicales, que serán rememoradas en el espacio interior de una “existencia liberada a lo abierto.” Y esa abertura es descrita como “exclamación, interrogación, meditación, narración, interpelación…” que se escenifica, siguiendo a Michel de Certau, en “una operación del espíritu que sale de la noche, sometida al principio de contradicción, y apunta al gran día solar de la coincidencia de contrarios.” En la última parte del discurso de Cuesta Abad resurge con fuerza la pregunta clave de la Novena Elegía: “¿Por qué ha de ser lo humano?” La radicalidad rilkeana pregunta, en última instancia, por el decir poético. Esa abertura es el descenso a lo informe y solo en la medida en que lo no dicho puede pronunciarse se cumple la misión humana. La respuesta a la pregunta estriba en “decir (poéticamente) las cosas.” Y es, de este modo, que Cuesta Abad puede dibujar en el tapiz la figura del que tal vez sea “el último gran poeta hímnico de la tradición occidental.” Y lo es porque en Rilke el decir hímnico de la Novena Elegía apunta hacia una nueva manera de ver y oir: “Decir hímnicamente las cosas supone salvarlas en la mirada (y el oído) interior del poema.”

Estas dos lecturas de la Novena Elegía y, por extensión, del orbe poetológico de Rilke quedarán como referentes inexcusables de la bibliografía sobre el poeta de los Sonetos a Orfeo porque dialogan con Rilke y la tradición cultural occidental de un modo riguroso, original y con un cuidado por el decir más que notable.


La novena elegía. Lo decible y lo indecible en Rilke
José Manuel Cuesta Abad y Amador Vega
Siruela, 2018; 218 páginas; 18,95€

 

 

 

 

 

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