Poéticas

José Gutiérrez Román: Todo un temblor

El último libro del poeta burgalés es un vademécum de poesía sustentada en lo anecdótico. Aquí tienen cabida las circunstancias laborales, las relaciones personales, el fracaso amoroso, el erotismo, la critica social y, por supuesto, la poesía y la condición de poeta, a quien se baja de ese inestable pedestal en el que le colocan críticos y antólogos.

José Gutiérrez Román: Todo un temblor

/una reseña de Carlos Alcorta/

[Fotografía de portada: bloques de pisos de la época soviética, como aquéllos a los que Gutiérrez Román se refiere en uno de sus poemas, en Tbilisi (Georgia)]

José Gutiérrez Román

A tenor de la información que nos facilita la solapa del libro, José Gutiérrez Román (Burgos, 1977) ha publicado hasta ahora sólo un libro de poemas, Los pies del horizonte, que fue galardonado con el Premio Adonáis de 2010  y una plaquette de cuentos, La vida en inglés. Ha escrito además otro libro de poemas que permanece inédito. Todo un temblor es, por tanto, su tercer libro de poemas y ha visto la luz siete años después del primero. Contrastamos, sin embargo, la información precedente y comprobamos que, sin ser falsa, es claramente exigua. Dos libros de poemas preceden al premiado con el premio Adonáis: Horarios de ausencia (2001) y Alguien dijo tu nombre (2005). Ha escrito también otro libro de cuentos, El equilibrio de los flamencos (2006). José Gutiérrez Román ha sido incluido además en varias antologías poéticas y ha recibido el Premio Letras Jóvenes de Castilla y León en varias ocasiones. Creo que son datos que merece la peña señalar para proporcionar al lector una información no sesgada.

¿Cuál ha sido el motivo para que después de ganar el Premio Adonáis, un premio de relieve que suele ser un gran espaldarazo para quien lo obtiene, un espaldarazo que se traduce, generalmente, en cierta predisposición editorial para publicar el siguiente libro, José Gutiérrez Román haya demorado tanto su nueva entrega? No conocemos su caso en concreto, pero existe la posibilidad de que se deba a un alto nivel de exigencia estética o puede que la propia escritura se haya mostrado esquiva con el autor. En cualquier caso, no resulta extraño que dicho periodo de silencio sea el tema del primer poema del libro, «Me preguntan si sigo escribiendo», a lo que el autor, después de dar largas, opta por decir la verdad: «Entonces me sincero,/ les digo que no, que no escribo nada/ desde hace ni se sabe,/ son racha, bueno, surge cuando surge,/ y así mil frases hechas/ que acaban sepultando el asunto». Cuánto hay de falsa modestia en estos versos resulta muy difícil discernirlo. A medio camino entre la meditación y la ironía, la poesía de Gutiérrez Román, como la de sus maestros más o menos implícitos (Luis Alberto de Cuenca, Javier Salvago, Jon Juaristi o Ramón Irigoyen, por ejemplo) combina con soltura ambos aspectos y con ellos logra desmitificar asuntos que en otra voz adquieren categoría de inefables, como el del oficio de poeta (el poema «Realismo Limpio» es uno de los más lúcidos en este sentido: «No me hables de realismo sucio,/ de la literatura cruda y dura de no sé quién/ y de la sordidez de no sé cuál.// Me dedico a limpiar culos de gente adulta/ que no es capaz de hacerlo por sí misma»), el llamado problema de España («El problema de España/ quizá sea un trastorno del lenguaje.// A este país le hace falta un logopeda») o el alto destino vital que algunos persiguen sin descanso («Desperdicia tu vida,/ haz todo lo que esté en tu mano/ para echarte a perder»).

El tono trivial y jocoso que percibimos en estos versos no oculta, sin embargo, el desencanto fraguado en el conocimiento de las prosaicas ambiciones que gobiernan la conducta del ser humano, conducta a la que el poeta tampoco puede ser ajeno, aunque gracias a las enseñanzas que propicia la experiencia personal relativice los éxitos y los fracasos, estos últimos tan demonizados en la actualidad: «Me comprometo a no mezclar deshechos:/ en este cubo dejaré mis cuitas,/ este otro será para las metáforas,/ y aquí, en este rincón, la materia vanidosa/ —altamente contaminante—».

Todo un temblor es un vademécum de poesía sustentada en lo anecdótico. Aquí tienen cabida las circunstancias laborales, las relaciones personales, el fracaso amoroso, el erotismo (la asociación simbólica que subyace en el poema titulado «Eros» me recuerda a algunos poemas de Antonio Praena o de Juan Antonio González Iglesias), la critica social y, por supuesto, la poesía y la condición de poeta, a quien se baja de ese inestable pedestal en el que le colocan críticos y antólogos. Un lenguaje claro, al servicio de la anécdota, de estructura narrativa y carácter descriptivo no debe privarnos de leer entre líneas para descubrir que más allá de lo subsidiario se encuentra lo esencial, esto es, la visión de un poeta que, desde la superficie de las palabras, hurga en las zonas profundas de su conciencia para reconocerse en sus contradicciones. El último poema del libro, «Anotaciones», resume perfectamente esta hipótesis: «Justo en ese momento/ en el que la poesía/ te comience a cansar y descreas de ella,/ abre tu vida/ por una página cualquiera del pasado/ y lee las anotaciones/ que hiciste al margen./ Tendrás ante tus ojos/ algo más relevante que cualquier poema./ Podrás decir entonces/ que tienes argumentos». Lo más evidente encierra también grandes misterios.


Selección de poemas

Temblor esencial

Acudo con mi madre a una consulta de neurología.
Desde hace algún tiempo
le tiemblan más las manos. Las levanta:
sus dedos tintinean en el aire
tocando alguna música incierta
que yo imagino llena de recuerdos.
¿Cuánto creo saber sobre su vida?
Quizá no sepa nada, o quizá sí,
y por eso me llena de ternura
ver cómo intenta controlar el pulso.

Me fijo en la doctora, aún es joven.
Sus manos son bonitas y sus gestos pausados.
Tras llevar a cabo unas cuantas pruebas,
emite su diagnóstico: temblor esencial.
Así se llama, y con lenguaje claro
nos explica sus síntomas.
Por un momento dejo de escuchar.
Me acuerdo de las veces que sentí
que todo era intemperie, y de repente
el temblor esencial me invade:
ahora sé que siempre estuvo ahí,
en mis padres, en mí, como una herencia
que nadie quiere reclamar
por miedo a que la deuda sea inmensa.
Nos viene de muy lejos.

Al salir de la clínica,
le repito a mi madre lo que ha dicho la médica,
que no debe preocuparse.
Añado que no hay nada en esta vida tan esencial
como el temblor.
Y ella me mira con curiosidad,
como si sospechara que esa frase
va a formar parte de un poema.

España, aparta de mí este trauma

Los hay que te pronuncian con ardor.
Esconden tras de ti un orgullo vano y pueril,
pues sienten que tu sola voz
da sentido a sus vidas.

Otros, en cambio, tratan de evitar tu nombre.
Te llaman «el Estado», o cualquier otro eufemismo.
Temen que su santísima y pura identidad
se desintegre por el simple hecho de nombrarte.

No sois capaces de llamar a España
sin dar arcadas o sin tener una erección.

Son solo eso, seis letras.
Un nombre propio. Punto.

El problema de España
quizá sea un trastorno del lenguaje.

A este país le hace falta un logopeda.

Días soviéticos

Días soviéticos,
grises y espesos como nieve sucia,
con edificios de hormigón sin vistas,
con trabajos patéticos y trabajadores
que sellan el futuro con desgana.

Días leyendo a Chéjov
mientras desfila el frío por las calles
con su fiel regimiento de penurias y miedo.
Aquí, en plena meseta castellana,
viven amaneceres siberianos
y atardeceres rojos.
Aquí, bajo este viejo corazón reaccionario,
late el espíritu soviético.

Días y noches de ventisca,
y estudiantes febriles
que se desnudan bajo una bandera
sin dejar de reír.
En cada beso aún recuerdan
el beso de Brezhnev.

Días entre vecinos maldicientes
que jamás te saludan
y que sospechan ya de tu vida solitaria.

Días de guerra fría
contra uno mismo
mientras esperas que llegue el verano
o tal vez un misil nuclear.

Eros

No tiene alas, ni arco, pero vuela entre los vehículos
con la curiosidad de un dios que observa a los mortales.
Medio cuerpo metido en el capó
y los brazos tatuados por la grasa.
Tres veces he ido a verlo en quince días:
la transmisión, las ruedas y el asiento.

El duro corazón de los motores turbo diésel
no escapa a sus designios.
No hay secreto que puedan esconder unas bujías
ni deseo que con sus herramientas no cumpla.

Eros es mi mecánico. Es muy joven,
tiene el nombre de un dios primordial
y vive para, por y de los coches.

Su deidad es sencilla y eficiente:
hace brotar de nuevo el amor
hacia esa máquina que días antes nos disgustaba.

Para no desvelar su condición
ha llamado al negocio solo con su apellido.
No hay, sin embargo, quien desaproveche
la ocasión de poder decir:
«He estado en el taller de Eros».

Poesía didáctica

Lo primero que enseña la poesía
de niño, en el colegio, es a odiar a los poetas
porque no puedes comprender su idioma
pedante y enigmático.
Luego vas aprendiendo poco a poco a quererlos,
casi sin darte cuenta, como a un perro
que viene a saludarte cada día
y no te pide nada, solo estar
cerca de ti y lamer tu pena.
Eres ya adolescente cuando intuyes
que ellos son tus aliados,
esa voz que parece hablar de ti
y que solo tú crees entender.
Llegas incluso a verlos como amigos,
confidentes del verbo y de la luz
que no te dejarán caer jamás.
Al final, como suele suceder
con todo lo que amas demasiado,
te desengañas. Vuelves a pensarlo y te dices:
lo único que te enseña la poesía es a odiar
a los poetas
y a ti mismo.

Parque de los poetas

Es joven.
Está tumbado sobre el césped.
La humedad es como un idioma que le palpa,
delimitando el pequeño espacio que puede
acaparar con sus palabras.
Sabe que no podrá llegar allí
donde ha llegado la ebriedad.
Con su corazón golpea la tierra
que lo sostiene, como si estuviera llamando
a una puerta de tiempo maciza.
Cómo es posible, se pregunta,
sentir ahora esta traición de la tristeza.
Sonríe, los ojos se empequeñecen.
Y un rumor de hierba comienza a crecer
entre sus sienes.


Todo un temblor
José Gutiérrez Román
Siltolá Poesía, 2018
56 páginas
12€


Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

2 comments on “José Gutiérrez Román: Todo un temblor

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