Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) se ha convertido en una de las voces imprescindibles de la poesía escrita en castellano. Ahora llega con El cuarto del siroco, un libro donde el entusiasmo y la quietud de su dicción poética conviven en una laboriosa armonía creativa. Valverde, un artesano de la palabra pensante, ha encontrado en esas stanze reservadas en algunas casas sicilianas como guaridas para soportar el enloquecido y cálido siroco la metáfora justa para explicar cómo un ser humano debe y puede afrontar los vendavales que nos asuelan en este tercer milenio. EL CUADERNO ha querido explorar la obra de Álvaro Valverde y para ello ha contado con la colaboración del también poeta extremeño Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), que en un ejercicio de escritura poética conduce al lector por la poesía valverdiana, elaborada con los mimbres más sencillos, pero generadora de la meditación necesaria en estos tiempos de malos vientos.
Una luz tamizada
/por Basilio Sánchez/

Poesía transparente como el agua: metáfora y verdad.
Como descubrió Marguerite Yourcenar, el reino más bello es el de las cosas que no poseemos.
Este es el testimonio del solitario que comparte la aridez de su alejamiento voluntario del mundo con otros solitarios como él, con las voces otoñales y en sombra de los grandes poetas de la verdad, como Leopardi.
La poesía es un claro en el bosque en el paisaje oscuro y luminoso de María Zambrano. Un claro al que se llega por un sendero que es a la vez frontera entre la luz y la oscuridad.
Poesía de la nostalgia de lo que se desea: de habitaciones amplias en penumbra, de belleza sencilla, de silencio; nostalgia de otra época, precedente o futura, capaz de dar noticias de un mundo más humano.
Poemas que en su brevedad adquieren la ligereza intensa del aforismo: el pájaro en la rama del jardín japonés.
Poeta de interiores flamencos, de luces tamizadas, de objetos suspendidos en el polvo de una existencia plena, felizmente acordada con la vida.
El hombre solitario que imagina su vida en otro lado. Que se piensa a sí mismo, como un viejo maestro machadiano, por la senda de un espacio rural acompañado por los olmos y la lectura de los libros, las personas y los paisajes.
El molino de agua es la rueda de la vida, el curso inevitable de las cosas que existen, la voluntad de permanencia de lo íntimo y de lo cercano, de lo que está más cerca del corazón.

La casa, como la biblioteca de Borges, representa el laberinto del mundo, el lugar de confluencia de todas las aceras y plazas, de todos los jardines. Ese mismo lugar donde convergen, con sus voces distintas, las ciudades lejanas de todos los países de la tierra. La casa con sus sótanos, sus bosques. Con su azotea alta que es un desierto bíblico en el que se ha encarnado la aridez de la vida, la errancia sin destino hacia el conocimiento, hacia el ser y la muerte. Sí, todos los poetas son judíos. En nuestra cultura no puede entenderse la vida sin el exilio, sin la búsqueda de un país que no nos pertenece.
El destino del que ha elegido ser un hombre y no un dios.
Interiores donde habita la sombra y la penumbra. Donde los pintores holandeses dibujaron sus mal llamadas naturalezas muertas. Lo que los alemanes, con una palabra más precisa, llaman Stilleben: vida del silencio.
A ti, como a mí, nos gustaría vivir leyendo un libro en cualquiera de las habitaciones de Vermeer, porque ambos, con la experiencia de la vida, hemos llegado al convencimiento de que lo más humilde es siempre lo más humano.
Poemas como Aquí condensan la noción de lugar que impregna la totalidad de tu poesía. Tu renuncia a otros lugares posibles, el aprecio por lo que el destino ha depositado en tus manos convirtiéndote en garante de su protección. Ese vivir al margen que es el único modo que conozco de vivir en el centro.
Poesía que está más cerca del sosiego de las frutas que de la desazón y el ímpetu, de las promesas incumplidas de las flores de primavera.
Es la naturaleza pensativa de los poemas la que los mantiene en movimiento constante entre las sombras y la luz.
Esa vida interior que es tan diferente de nuestra vida con nosotros. Esa vida que bulle entre los libros, en la penumbra dorada de las habitaciones silenciosas, ese espacio de vida suspendida que parece más viva que la vida misma.
Poesía concreta capaz de envejecer con las realidades, y no con el humo.
Goethe hablaba de ciudadela para referirse a tu cuarto del siroco, ese espacio interior en el que uno debe cobijarse, a modo de refugio, frente al violento viento de la existencia.
Hay un pequeño mirlo en un poema. Es un mirlo que viene de un texto de Leopardi y que, sin ser hermoso, es capaz de cantar antes del alba detrás de tu ventana.
Poesía elemental, sin elucubraciones. Poesía que —como he escrito en un poema— «no explica ni argumenta, sólo llama a las cosas». Un cántaro de agua para alguien segregado de la tribu, extraviado en un desierto implacable.
El cuarto del siroco es también la biblioteca oculta, el espacio rodeado de libros, de lienzos de maderas envejecidas que suben hasta el techo. Desiertos de armonía y mansedumbre en el que alguien lee sentado ante la mesa, de espaldas a la luz. Sólo le falta el movimiento oscilatorio, hacia adelante y hacia atrás, que hacen los judíos cuando rezan. El mismo que hacía Mendel, el hombre de los libros, en un viejo relato de Stefan Zweig.
El maravilloso Romiosyne, de Ritsos. Ese paisaje desértico tan próximo a mi Esperando las noticias del agua. Las lecturas afines que nos buscan y al final nos encuentran.
Posiblemente, detenerse ante los aromas de un jardín oculto en el interior de tu ciudad se ha convertido ya en un gesto impropio de un poeta de nuestro tiempo. Pero tú no eres un poeta de nuestro tiempo, Dios nos libre.
Y qué escalofrío, ¿verdad, Álvaro?, cuando uno se ha dado cuenta de que la mayor parte de nuestra vida ya ha pasado y que eso no es lo más grave, sino que ha sido la parte más amable de nuestra existencia la que se ha ido: la más feliz, la de nuestra infancia y nuestra juventud, la de nuestra primera madurez. Ahora que nuestros viejos cuerpos empiezan a manifestar abiertamente su desgaste, la expresión despeñarse hacia el final deja de ser profética para convertirse en una evidencia.
La torre de la higuera, erguida, sonriente, frente a la adversidad. Como levantada por las manos de Lanza del Vasto en medio de su comunidad de El Arca, que tanto tiene que ver con nuestros principios y que tanto valor le damos ahora en nuestros finales.
Biblioteca de Évora, las mesas donde los estudiantes leen o escriben. Montaigne se recluyó a sí mismo para leer. Permaneció diez años en un torreón aislado del mundo levantado en su propia casa. Rodeado de libros, sin acceso a nadie. Sin ruidos. Sin otra compañía.
Lo leí en algún sitio: a diferencia de quien convierte todo el mundo presente y pasado en su coto de caza, el artista limitado que cultiva el suyo con la paciencia, la tenacidad, el conocimiento objetivo y la fuerza obstinada de un campesino, gana en intensidad lo que pierden extensión.
Convertir lo simple en sublime y lo sublime en simple.
Esta es la mirada demiúrgica del poeta que sabe re-crear el mundo.
El cuarto del siroco
Álvaro Valverde
Tusquets, 2018
176 páginas
15€
Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) es poeta. Con su primer libro, A este lado del alba, consiguió un accésit del premio Adonáis de Poesía en 1983. El resto de su obra poética está compuesta por los siguientes títulos: Los bosques interiores (1993; 2.ª ed. en Amarú, 2002), La mirada apacible (Pre-Textos, 1996), Al final de la tarde (Calambur, 1998), El cielo de las cosas (Editora Regional de Extremadura, 2000), Para guardar el sueño (Visor, 2003), Entre una sombra y otra (Visor, 2006), Las estaciones lentas (Visor, 2008), Cristalizaciones (Hiperión, 2013) y Esperando las noticias del agua (Pre-Textos, 2018). También ha publicado el libro de prosa autobiográfica La creación del sentido (Pre-Textos, 2015). Gran parte de su obra poética está recogida en el volumen Los bosques de la mirada: poesía reunida (1984-2009) (Calambur, 2010). Ha recibido, además del Adonáis, el accésit del Premio Jaime Gil de Biedma, el Premio Internacional de Poesía Unicaja, el Premio Internacional de poesía Tiflos, el Premio Ciudad de Córdoba Ricardo Molina y el Premio Extremadura a la Creación a la Mejor Obra Literaria de Autor Extremeño. Es licenciado en medicina y cirugía por la Universidad de Extremadura. Y acaba de ganar la XXXI edicion del Premio Internacional Loewe de poesía con su libro He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes.
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