La jaula

La puerta

«Siempre hay una luz al final del túnel, hay que repetirlo como si se tratara de un viaje, de un abrumador viaje». Una nueva entrega de la serie «La jaula», de Javier Sánchez Menéndez.

/ La jaula / Javier Sánchez Menéndez /

Siempre hay una luz al final del túnel, hay que repetirlo como si se tratara de un viaje, de un abrumador viaje. Una luz blanca que se traslada de un sitio a otro, una luz que ensombrece, una luz que nos ama.

Desde el pozo avanzamos por el camino de la derecha, hay unos treinta pasos hasta la puerta. Los contamos, andamos sigilosamente. Cuidamos cada pisada para no tropezarnos con nada ni con nadie.

En cambio, si tomas el camino de la izquierda, hasta la entrada se han podido contar sesenta y seis pasos. En este trayecto hay más luz, más espacio, el aire viene y va como pidiendo calma, otorgando silencio.

El pozo es la salida de aquí. Junto a él se agolpan todos aquellos que se dejan morir.

El trayecto entre el pozo y la puerta de ahí es muy bello. Verde, con abundantes animales, los pájaros no dejan de cantar, de hablar, de expresarse.

La puerta de ahí rebosa agua. La muchedumbre que se acumula intenta comprender, intenta contemplar, intenta observar. Ahí aparece el silencio. Los pájaros entran y sale sin ruidos.

Tenemos esa idea de enseñar y, como si ya fuera nuestra, es mostrar todo aquello que no debemos mostrar. Porque no es nuestro, no nos corresponde. Mostrar no es contemplar, ni es atender, ni es entender. Mostrar es el vacío.

En la misma esencia del alma se encuentran las cuatro fuentes constituyentes: la erótica, la poética, la profética y la mística. Es, en sí, la variedad del alma, y todas se radican en la misma potestad, aunque no todos pueden llegar a ellas. Son las sedes del alma donde se ubican las esencias.

Escuché una vez a alguien decir que todas las personas que se enamoran se ponen en contacto con el arte en algún momento. Es la parte del alma que es conmovida por el arte, o susceptible de ser conmovido.

La melancolía, la música, el arte (un primer arte), jóvenes y adolescentes desarrollan esa esencia erótica no artesanal. La esencia poética sí es artística, precisa de elaboración.

La esencia profética es un vehículo, nos convertimos en transmisores, somos capaces de encauzar la propia esencia.

La esencia mistérica no está al alcance de casi nadie (Pitágoras sí lo estuvo).

En la sede del alma, toda persona que no sepa amar, que no ejercite el amor, nunca podrá llegar a las esencias.

Estamos en la puerta de ahí, una entrada, un vano sin puertas, como una insinuación hacia el destino.

[EN PORTADA: Luz al final del túnel, de Sahani Madihage]


Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) es poeta y ensayista, su último poemario publicado es El baile del diablo (Renacimiento, 2017). De su poesía se han publicado tres antologías en España y una en Colombia. Autor de varios ensayos, destacamos El libro de los indolentes (Plaza y Valdés, 2016). Ha publicado cuatro libros de aforismos: Artilugios (2017), La alegría de lo imperfecto (Trea, 2017), Concepto (2019) y Ética para mediocres (2020), y la obra Para una teoría del aforismo (Trea, 2020).

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