/ La jaula / Javier Sánchez Menéndez /
Hay un tiempo en nuestra vida donde se paran los relojes. Mantienen una hora y dejan de funcionar sin energía. Hay un tiempo en nuestra vida capaz de destruir todo cuanto hemos creado. Es el tiempo del empequeñecimiento.
Todo aquello que nos incite al odio acaba doblegándonos, nos hace pequeños y abultados, nos encoge las manos, nos convertimos en enfrentamiento, en seres sin consciencia que dejan de luchar, que dejan de ser, pierden la identidad de su persona.
Mostrar y enseñar. Enseñar y mostrar. Debemos enfrentarnos a nosotros mismos para demostrar que estamos vivos, que mantenemos la luz que siempre nos acompaña, que somos lo que somos gracias a aquello que hemos dejado de hacer. Y debemos dejar de hacer. Mostrar y enseñar solo nos empequeñece, nos enfrenta, nos retrata.
¿Qué queremos mostrar si no nos conocemos? ¿Qué deseamos enseñar si no hemos aprendido? La mentira de nuestra naturaleza no debe mostrarse, no debe enseñarse.
Sobre las seis y media de la mañana salgo a la terraza a fumar los primeros cigarros de día. Contemplo las calles vacías, un coche circula de vez en cuando y las farolas agotan su tiempo entre penumbras. En esa visión casi apocalíptica un señor anda muy rápido por el carril bici. Lo hace con la disciplina de la marcha, pero sin ninguna técnica. El corredor es muy puntual, siempre a la misma hora. Intento no perdérmelo porque el recorrido visible desde la terraza apenas son unos cincuenta metros. Sé que él sigue corriendo, o marchando, pero ya no lo diviso. Y lo imagino con su ritmo y con su tono. No se muestra, ejercita. No enseña, marcha.
La poesía es la esencia del lenguaje que nunca deja de ser esencia, incluso cuando ha dejado de ser en realidad. Si seguimos buscando un lema de sabiduría de nuestra vida, este podría ser: solo la poesía salvará al mundo. Aunque claro, llegaron los de siempre y acabaron con la poesía. Enseñaron nada, mostraron el enfrentamiento.
En un cercano lugar existía un jardín muy bello y cuidado. El jardín se encontraba en medio de un campo repleto de árboles: encinas, acebuches, pinos… El vergel desprendía una radiante luminosidad que incluso era visible en los días de lluvia. Su color sorprendía a todos los animales que por allí pasaban, sobre todo a los pájaros que viajaban desde una ruta a otra y, con el paso del tiempo, lo habían escogido como corredor obligatorio en su itinerario.
El dueño del jardín había colgado en sus árboles casas de madera para pájaros. Ninguna era igual, tenían tamaños y colores diferentes. Una de ellas estaba situada en la rama más alta de una encina, y había perdido el frontal delantero por la lluvia y por el viento, por el tiempo.
Un enorme rabilargo se apropió de ella. Comenzó a recoger pequeñas ramas y hojas y las fue introduciendo dentro de la casita. Le gustaba mostrarse visible y, en ausencia del frontal, todos los animales que por allí pasaban lo contemplaban. El rabilargo se complacía asomándose y moviendo la cabeza. Ni siquiera la altura ni las ramas de la encina eran capaces de ocultarlo.
El rabilargo nunca tuvo un sueño, jamás recordó, de ningún modo fue capaz de atraer un solo pensamiento. Pero seguía visible y erguido en la casita de madera, visible a todos y a todo. Pero solo era un rabilargo.
[EN PORTADA: Rabilargo ibérico, fotografía de Stefan Hirsch]

Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) es poeta y ensayista, su último poemario publicado es El baile del diablo (Renacimiento, 2017). De su poesía se han publicado tres antologías en España y una en Colombia. Autor de varios ensayos, destacamos El libro de los indolentes (Plaza y Valdés, 2016). Ha publicado cuatro libros de aforismos: Artilugios (2017), La alegría de lo imperfecto (Trea, 2017), Concepto (2019) y Ética para mediocres (2020), y la obra Para una teoría del aforismo (Trea, 2020).
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