Almacén de ambigüedades

Solos ante el peligro

«La salud intelectual del planeta corre serio peligro. Una brutal pandemia de intolerantiavirus amenaza con mutar en peste negra de las mentes». Un artículo de Antonio Monterrubio.

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La salud intelectual del planeta corre serio peligro. Una brutal pandemia de intolerantiavirus amenaza con mutar en peste negra de las mentes. Bulle una conjura de los necios que persigue devolver a la humanidad a sus edades más sombrías. El paletismo local, ahíto de ruido y de furia y vacío de seso, colabora con entusiasmo en esas labores de devastación cultural y sabotaje de la inteligencia. Una horda de sujetos con vocación de trasladar a los demás la mala nueva del ocaso del pensamiento que ellos viven trabaja sin cesar en y por la oscuridad. Se proponen, por ejemplo, anular mediante la censura patriarcal el derecho inalienable de sus vástagos —y del resto— a saber. Se autoproclaman sus dueños absolutos invocando a la vez su inexistente potestad para convertirlos en fotocopias de sí mismos. El llamado pin parental busca recubrir con una palabra moderneta —y extranjera— la tentación totalitaria que anima a sus defensores. Por supuesto, todos conocemos las ideas y actividades que tiene entre ceja y ceja esta flamante hornada de inquisidores 2.0.

El objetivo primordial es la erradicación de la educación sexual en las aulas. Se trata, sin embargo, de una enseñanza que sería fundamental para que sus descendientes no lleguen en pelotas a sus primeras experiencias sexuales. ¿Sarcasmo? No, qué va. Nadie mejor que ellos, tan católicos, apostólicos y romanos, sabe que la carne es débil y el estar en la inopia no impide, sino todo lo contrario, las prácticas de riesgo. Las consecuencias son bien sabidas: sida, enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados y sus secuelas, terribles en cualquier caso. A tal punto que a veces su propia cerrazón mental termina por ponerlos en la tesitura de eso que ellos ven con ojos condenatorios cuando afecta a otras y otros. Y desde luego, nada como la ausencia de las más elementales nociones sobre sexo seguro e higiene erótica para permitir a gonococos, treponemas o virus variados vivir una etapa floreciente en su larga historia. Mientras tanto, esos niños y adolescentes a los que pretenden proteger con su muro de hormigón ideológico se atiborran de la pornografía más sucia, burda y machista a través de Internet. Para muchos, esa es toda su iniciación a los misterios de Eros. La catástrofe está servida. Y la bandada de buitres seguirá elevando el listón hasta exigir que del programa de matemáticas o física se eliminen el cálculo matricial o la dinámica del sólido rígido. Con esos nombres, vaya usted a saber lo que ocultan, pero fijo que todo es adoctrinamiento, pecado y perdición.

En otro orden de cosas, una aproximación adecuada a la violencia de género, su génesis, pródromos, síntomas y efectos podría ayudar a evitar posteriores caminos del Calvario. Pues no hay que olvidar que verdugos y víctimas son producto de la educación, o mejor dicho de su carencia. En su día armó gran revuelo en las redes un suceso acaecido en Brasil. En pleno juicio por la salvaje paliza que estuvo a punto de acabar con ella, una mujer se abalanzaba para besar a su maltratador al grito de que le perdonaba porque lo amaba. Y a continuación recitaba ante la prensa una balada delirante donde se veía en un futuro casada con él, en un confortable hogar y rodeada de una familia feliz. O sea, la fábula de la princesita algo corta de luces y el caballero azul fosforito disfrutando de la vida sin nubes en el horizonte. Excusamos decir que fueron miles los internautas que vieron en eso la confirmación empírica de que a las mujeres les va la marcha y todas anhelan toparse con un varón que las someta.

Recordemos que estamos ante uno de los lugares comunes más asentados de la cultura heteropatriarcal, capaz de colarse en los rincones más insospechados. El alegato de la comadre de Bath en Los cuentos de Canterbury de Chaucer es, pese a estar escrito por un hombre, un documento acerca de la reivindicación femenina del derecho al placer y la autonomía. La indómita dama, que ha despachado ya a cinco consortes al otro barrio, no renuncia ala búsqueda de un sexto. Y «como no me ando en dengues, seré, cuando sea esposa, generosa en usar mi instrumento […]. Y así mi marido dispondrá de la noche y el día y podrá pagarme su deuda cuando le plazca». Relata con detenimiento el modo en que fue afirmando sus prerrogativas frente a los cuatro primeros y cómo los manipuló a su gusto en la cama y fuera de ella. Pero con el quinto cambiaron las tornas. «Fue para mí el peor de todos mis esposos, lo cual experimenté muchas veces en mis costillas […]. Sin embargo, era en la cama retozón y alegre y sabía acariciarme tan bien que siempre conseguía mi belle chose, y así, aunque me molía a palos, lograba pronto reconquistar mi amor». Estamos en suma ante un eterno estereotipo creado a mayor gloria del macho y repetido aquí y allá por ellos y ellas a lo largo de los siglos. Su versión medieval se encarnó en los fabliaux, los apólogos y los cuentecillos, y su influencia se prolongó hasta más allá de la primeriza pieza shakespeariana La fierecilla domada.

Este era pues el percal también en los círculos liberales en el otoño de la Edad Media, el Renacimiento y aún más tarde. Y no puede extrañarnos ya que, en nuestro tiempo, donde las mujeres tienen acceso a toda clase de estudios y trabajos y por ende a la independencia económica, la ideología imperante siga manteniendo los mismos prejuicios. Muchos y, lo que es peor, muchas las siguen viendo necesitadas y ardientemente deseosas de estar bajo la férula de un protector, en el sentido mafioso del término. En la otra orilla del río, no pocos se lanzaron a vituperar sin medias tintas a la agredida. Vociferaban que todo lo que le ocurriera a partir de ese momento sería de su entera responsabilidad y lo tendría bien merecido, incluso si, como era probable, acaba engrosando alguna lista macabra. No obstante, sería bueno pararse a pensar un poco en lugar de dejar que sea la amígdala la que redacte el discurso. El proceso que lleva a un individuo a un grado tal de despersonalización y pérdida de la autoestima no puede deberse a un accidente genético. Es la mala educación familiar y escolar, la presión social y mediática lo que termina produciendo unos resultados tan nocivos. Y en ese mecanismo están implicados elementos aparentemente inocentes.

Como en su día escribió un católico tradicionalista, quien «quiera encontrar […] la sumisión más absoluta ante la violencia y el orgullo varoniles, lo encontrará siempre en las novelas rosa» (Chesterton: Ortodoxia). Y es que el creador del padre Brown tenía un exquisito olfato para detectar el origen del mal. Hoy vemos en la cresta de la ola de una boyante popularidad culebrones descaradamente patriarcales y machistas. Sin embargo, sobre esa lacra social que contribuye a la perpetuación de estereotipos aberrantes no recae la censura que está pidiendo a gritos. Eso por no hablar de los inenarrables realities y talk-shows que pululan a todas horas en la caja tonta, inoculando su veneno ideológico en desprevenidas mentes juveniles y en otras que ya no lo son tanto.


Antonio Monterrubio Prada nació en una aldea de las montañas de Sanabria y ha residido casi siempre en Zamora. Formado en la Universidad de Salamanca, ha dedicado varias décadas a la enseñanza.

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