Poéticas

¿El ágora vacía? ‘Constitución española’, de Óscar Curieses

José Luis Gómez Toré entrevista a Óscar Curieses, autor de 'Constitución española', una propuesta tan atrevida como perturbadora: el vaciado de la Carta Magna, de la que desaparecen las palabras para quedar solo los signos de puntuación; así como a Virginia Trueba, una de las cuatro colaboradoras que firman otros tantos ensayos en torno al texto.

/ una entrevista de José Luis Gómez Toré /

Aunque tenga como punto de referencia la poesía (ahí están libros como Sonetos del útero o Dentro), la obra de Óscar Curieses (Madrid, 1972) se mueve como pez en el agua en terrenos de fronteras difusas, donde la misma cuestión de género literario queda en entredicho: un buen ejemplo de ello es su Hombre en azul, falso diario de artista del pintor Francis Bacon, donde se conjugan lo narrativo, lo aforístico, la ficción y el ensayo. Muestra de ese gusto por la experimentación y por traspasar barreras es uno de sus libros más recientes, Constitución española, donde Curieses nos hace una propuesta tan atrevida como perturbadora: el vaciado de la Carta Magna, de la que han desaparecido las palabras para quedar solo los signos de puntuación. Esa Constitución fantasma aparece acompañada de cuatro ensayos, firmados respectivamente por Dora García, Francisco Baena, Virginia Trueba Mira y Eduardo Gómez Cuadrado, en los que se plantean cuestiones que constituyen, en buena medida, el subsuelo (el subtexto de un texto que no existe) de la Constitución de Curieses: la relación entre el arte y la política, la experiencia del 15-M, la democracia y la memoria… Conversamos con Óscar Curieses y con una de las colaboradoras, Virginia Trueba, sobre estos y otros asuntos.

Óscar Curieses
Virginia Trueba

La propuesta visual que plantea un libro como Constitución española parte de un vaciado: el texto de la Constitución del setenta y ocho, del que han desaparecido las palabras para dejar solo los signos de puntuación. ¿Cómo entender esa ausencia? ¿Como una visualización de una serie de derechos (a la vivienda, al trabajo, a la libertad de expresión…) cuya realización parece, en muchos casos, haberse convertido en algo sumamente precario? ¿O como la constatación de la necesidad de reescribir ese texto, de darle nueva vida? ¿O ambas cosas a un tiempo?

Óscar Curieses.- Creo, como bien dices, que la propuesta es doble. Algunas personas han visto en la intervención una sugerencia para reescribir el texto constitucional, pero otras no consideraron la posibilidad de reescribirla; la interpretaron como un diagnóstico o una radiografía de lo que sucede. Para mí, no obstante, hay algo más; la posibilidad de que no se esté hablando de este momento concreto ni de esta constitución en particular ―o solo parcialmente―, sino de algo que puede llegar a suceder en el futuro a esta y a muchas otras constituciones si no se corrigen las taras presentes en nuestros sistemas democráticos. Así, esta Constitución española, al menos en la parte que a mí me concierne, también podría leerse como si se tratase de un material de ficción o de un aviso. Pienso en esos mundos de Orwell, Atwood en El cuento de la criada o Huxley. Aunque si he de ser sincero, mi perspectiva sobre el libro es variable, a veces yo mismo me he situado en alguna de las dos ópticas lectoras que he mencionado al principio.

Virginia Trueba.- La propuesta es abierta, puede leerse de muchos modos. En mi caso, pensé desde el principio en la idea de una caída, las palabras habían caído por su propio peso (muerto), por su impotencia para hacer lo que decían; y sí, la caída constituía a su vez la posibilidad de una re-escritura, de una renovación, no porque esas palabras ya no sirvieran en absoluto sino porque habían dejado de hablar.

Los signos de puntuación, que es lo único que ha quedado sobre la página (como huellas sobre la arena, como ruinas), tienen mucho de convencional, pero representan también una conexión, todo lo arbitraria que se quiera, con lo oral, y por tanto con el cuerpo, con la respiración. ¿Lo político es también una cuestión de ritmo, de respiración, de tempo y tiempo? ¿Qué políticas, qué leyes, qué palabras, qué discursos atraviesan nuestros cuerpos hoy, articulan nuestro deseo?

Curieses.- No soy capaz de enumerar todas las políticas, las leyes, las palabras y los discursos que nos atraviesan: son muchos, casi ilimitados, especialmente desde la aparición de Internet. Pero quizá por eso me parece necesario preguntarnos por las normas fundamentales para nuestra convivencia. Para mí ese cuerpo fundamental lo constituye la Declaración Universal de los Derechos Humanos, mucho más que nuestra Constitución de 1978 o ninguna otra. Ese es el cuerpo normativo más importante del que disponemos en este momento, pues ha inspirado la mayor parte de los textos jurídicos vigentes, todo ello a pesar de que no tenga un valor estrictamente jurídico ni vinculante.

Trueba.- Nuestros cuerpos son precisamente los únicos que están respondiendo a un estado de cosas que resulta insoportable hace ya mucho tiempo. Su cansancio, su ansiedad, su depresión…, son síntomas que, a modo de escrituras, advierten o avisan de los límites que se están tocando. El daño individual es político. Falta tiempo y también espacio para casi todo, para el placer y para el duelo, para el sueño y para el estudio, para hablar y para callar. Sin tiempo y sin espacio, la vida ya no se vive, sino que se programa: de ahí la sensación de funcionamiento maquínico que tenemos todos. Salir de ahí es con probabilidad el deseo de muchos. A veces se consigue contra lo que se pretende que creamos, al estilo de la noche de los proletarios de Rancière.

Ese vacío del que antes hablábamos resalta el blanco de la página, que, al menos desde Mallarmé, es también un espacio de reverberación de la palabra. Me parece también que se convoca una mirada casi mallarmeana en esas páginas del libro punteadas de negro, como una imagen invertida del cielo estrellado. ¿No insinúa eso también una articulación de lo político como constelación, como líneas entre puntos que pueden trazar dibujos muy diversos y no solo las líneas imaginadas en un principio?

Curieses.- Desde luego que podría entenderse de ese modo. No obstante, tengo que reconocer aquí ―al igual que hago en el libro― mi deuda con ese poema que Hemingway publicó en 1916 titulado «Blank Verse». Al encontrarlo me di cuenta de que se podía construir un poema sin palabras, un poema que subrayase únicamente el vacío a través de los puntos, las comas, etcétera. Inmediatamente se produjo entonces una asociación con lo que sucedía en nuestro país en relación a nuestros derechos. Esto me abocó a un sentimiento ambivalente. Me sentía fascinado por la plasticidad de la página en blanco en la que aparecían signos que sugerían una especie de constelación, pero al mismo tiempo me sentía aterrado porque ese universo podía estar expresando la merma absoluta de nuestros derechos.

Trueba.- Sí, esa es una idea muy sugerente: en ella pensaba en relación a la re-escritura, en la conciencia sobre todo de que las cosas pueden ser de otra manera, algo en lo que no hace tanto se podía creer, pero que ahora parece del orden de lo absurdo, ingenuo o sentimental. Y esa otra manera pasaría, en efecto, por pensar en términos de movimiento, como en Mallarmé, sí, que asoció la poesía a la música, al ritmo en particular, lejos de todo relato. O como en Benjamin, que nos hizo sospechar de tantas cosas, y cuya escritura dibuja también una especie de escultura móvil fascinante.

Un libro como Constitución española supone una apuesta estética de cierto riesgo, al tiempo que abre preguntas sobre una realidad (la Constitución) que, a priori, no parece apuntar a un planteamiento político radical. Sin embargo, parece que la sola idea de revisar (¡o incluso de leer con ojo atento!) el texto constitucional se percibe hoy como algo intolerable por parte de no pocos periodistas, políticos, intelectuales más o menos orgánicos… ¿Puede seguir siendo el arte político? ¿Qué sería lo político del arte hoy, en 2022?

Curieses.- El arte, como todo lo demás, siempre es político o al menos contiene ideología. Lo que sucede es que esa ideología unas veces se encuentra explicitada y otras no. Personalmente siempre he preferido el calor al fuego, es decir, que los contenidos se desprendan de las formas escritas (o de las intervenciones en el texto) sin tener que explicitarlos demasiado. Yo siempre he sido un ferviente defensor del trabajo de Orwell. Su obra, siendo una de las más políticas de todos los tiempos, no resulta explícita, pero posibilita una crítica contundente y una denuncia clara de los totalitarismos.

Trueba.- Rechazar revisar el texto constitucional me parece que es tener miedo a la democracia, cuya grandeza precisamente pasa por el disenso o la discrepancia. La democracia es esa forma de gobierno que coincide con un contenido que se da cada vez, pues no está nunca dado de antemano. Me resulta difícil responder a la cuestión de un arte político en la actualidad. La politización del arte se ha generalizado de tal modo que ha acabado simplificándose. Un arte político es para mí aquel capaz de formular preguntas, pues el mundo en que vivimos está lleno de respuestas, como si hubiéramos regresado a la minoría de edad kantiana, y esto es lo insufrible. Beckett sigue siendo para mí el gran referente en este terreno. Un arte político es aquel que hace ruido, o sea, un arte de fracturas, de tensiones, capaz de asumir a su vez ciertos riesgos, y ciertas consecuencias, entre ellas por ejemplo, no ser mainstream. Un arte político, por último, creo que no debería esconder sus propias condiciones de producción: esto también es importante.

Los textos que cierran el libro parecen girar en torno a dos momentos de nuestra historia más o menos reciente, uno es el de la Transición y otro el del 15-M. ¿Qué queda de ambos? ¿En qué sentido son o han dejado de ser nuestro presente?

Curieses.- Yo no sé si han dejado de ser nuestro presente puesto que esos dos momentos siguen teniendo consecuencias sobre el tiempo en que vivimos. La Transición posibilitó un cuerpo normativo distinto al del franquismo, pero, a mi juicio, no pudo llevar la democracia hasta sus últimas consecuencias porque estaba limitada por unas circunstancias históricas concretas. El movimiento 15-M puso de manifiesto que el texto del setenta y ocho resultaba cada vez más disfuncional y no garantizaba muchos de los derechos que propugnaba, especialmente para la ciudadanía más desfavorecida. Y, sin embargo, ese mismo texto constitucional se instrumentalizaba por parte de las clases e instituciones más poderosas para conservar sus privilegios ―incluso para aumentarlos― en mitad de una terrible crisis.

Trueba.- No creo que ninguno de los dos haya desparecido de nuestro presente. La Transición tal vez quede lejos de las nuevas generaciones, pero no la puesta en cuestión de algunos de sus presupuestos como se manifestó precisamente, entre otras cosas, en el movimiento de las plazas de 2011. Y en relación a este último, constituye el último referente de una protesta global que nos recordó que la totalización capitalista es una fantasía del mismo capitalismo, es lo que Mark Fisher denomina realismo capitalista. No importa tanto que no triunfara (y habría que pensar qué quiere decir esto exactamente) como que existiera, porque también el pasado (nos) habla desde sus fracasos, quizás es desde donde habla mayormente, desde donde sigue interpelándonos.

¿Qué os parece que, en nuestro país, entre los partidos que se denominan constitucionalistas se incluyan no pocos nostálgicos del régimen de Franco o, al menos, poco dispuestos a asumir ese pasado para definitivamente superarlo?

Curieses.- Creo que precisamente eso es lo que señala el libro: que existen aspectos de nuestra Constitución muy disfuncionales que convendría revisar a fondo.

Trueba.- Lamentable, pero no creo que pueda hacerse mucho. Esta sigue siendo la grandeza de la democracia, también su riesgo por supuesto.

Virginia, te pregunto como especialista que eres en María Zambrano: ¿qué crees que puede aportar la visión zambraniana de la democracia al momento actual? ¿Sería posible poner a dialogar, por ejemplo, Persona y democracia con un libro como este?

Trueba.- Para María Zambrano la democracia debe partir de la igualdad, no se trata tanto de alcanzarla (y por tanto esperarla o condicionarla), sino de partir de ella: solo desde este supuesto se puede después aceptar la diversidad. Me parece importante esta idea, lo mismo que su insistencia en que la política debe dejarse atravesar por la potencia de la vida (que es en su caso la potencia de los cuerpos) en lugar de imponerse a ella. Zambrano, que viene de dos guerras terribles, la civil española y la segunda guerra mundial, manifestó también su disconformidad para con ciertas dinámicas de las llamadas democracias representativas. En este aspecto, creo que la propuesta de esta Constitución le hubiera interesado. Su pensamiento y su escritura tuvieron mucho también de constelación, de cuerpo en movimiento, acompasándose todo el rato con los acontecimientos, lejos de cualquier verdad absoluta e intocable. El orden democrático lo pensó, por cierto, en términos de un orden musical.

Óscar, acaba de salir tu libro sobre el cine de Auster, que sé que es el resultado del trabajo de muchos años. ¿Podrías hablarnos brevemente sobre este otro trabajo?

Curieses.- Hay muchas diferencias entre un libro y otro, por supuesto. En el cine de Auster es un ensayo sobre la filmografía del escritor y cineasta estadounidense. Ese trabajo se ocupa de cuestiones estéticas, técnicas, y, en menor medida, históricas. No es un libro como Constitución española, aunque se escape por momentos a las formas prototípicas del ensayo. Para mí es un homenaje al cine en general, y una reflexión sobre el cine y la literatura de Paul Auster en particular.


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José Luis Gómez Toré (Madrid, 1973) es poeta, dramaturgo y ensayista. Su obra crítica y ensayística está integrada por varios títulos, entre los que destacan La mirada elegíaca: el espacio y la memoria en la poesía de Francisco Brines (2002), Pedro Salinas (2009), El roble de Goethe en Buchenwald (2015), Extramuros (2018) y María Zambrano: el centro oscuro de la llama (2020). Ha publicado los poemarios Se oyen pájaros (2003), He heredado la noche (2003), Fragmentos de un cantar de gesta (2007), Claroscuro del bosque (2011, en colaboración con la artista Marta Azparren), Un corte que no sangra (2015), Hotel Europa (2017) y la antología Llamarse nadie (2019). 

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