/ por Sara Pardo Prado /

El año pasado el primer tuit de la red social (publicado en 2006) fue vendido en la plataforma de subastas Valuables by Cent por 2,9 millones de dólares. Ese mismo año el artista digital Mike Winkelmann, conocido por su nombre artístico Beeple vendía su obra «Everydays – The First 5000 Days» por la friolera de 69.346.250 dólares, posicionándose como la obra digital más cara vendida hasta ahora y la tercera más cara subastada en Christie’s, una de las casas de subastas más antiguas de Londres. La obra, puramente digital, es un collage elaborado por las fotografías que el artista ha ido sacando de forma consecutiva durante 5000 días.

Al igual que acontece con el arte digital, el arte conceptual busca fijarse más en el concepto o la idea que quiere representar que en el objeto físico o el medio con el que se expresa. Vamos a ilustrar la situación con un ejemplo práctico acontecido en 2019, cuando el artista Maurizio Cattelan expone su obra Comedian en el Art Basel Miami Beach, que consistía, básicamente, en un plátano pegado con cinta americana a la pared. Dicha obra de arte se vendió en tres ediciones por 120.000 dólares, a excepción de la última, que fueron 150.000, causando una gran conmoción, tanto en el público a nivel general como en las galerías y mercados del arte de todo el mundo. Lo que no todo el mundo sabe, pero al menos sí intuye, es que quienes compraron esa obra de arte no se llevaron a casa ni el plátano ni la cinta de embalar, sino que en su lugar les fue expedido un certificado de autenticidad junto a una detallada lista de 14 instrucciones que dictan cómo montar la obra en tu propia casa, describiendo elementos como la altura a la que debe estar situada y cada cuánto tiempo se debe cambiar el plátano. Es significativo y debatible el hecho de que si estas personas decidieran exponer la obra en su casa no sería aquella que vieron por primera vez en esa feria del arte de Miami Beach, sino que sería una obra construida por ellos mismos con un certificado que deja constancia de quién es el verdadero poseedor de la idea (que no de la obra artística). Nos pueden asaltar diversas dudas: ¿es la primera obra de arte elaborada por Cattelan, la original, igual que la construida a posteriori por los poseedores? ¿Podrían considerarse todas las obras construidas a partir de estas instrucciones las originales? ¿O simplemente creemos que lo son porque tienen un certificado que lo demuestra?

Algo parecido está pasando con el mercado del arte digital y la nueva ola de furor que está causando la tecnología NFT. NFT son las siglas de Non Fungible Token. Entendemos por token en el mundo de las criptomonedas la representación de un cierto tipo de valor, como es el caso de criptomonedas como el bitcoin o EHT (token de Ethereum). De esta forma, podríamos decir que todas las criptomonedas son tokens, pero no todos los tokens son criptomonedas, pues token también se emplea cuando hablamos de adquirir bienes o activos digitales, como está ocurriendo en el mercado del arte al subastar y vender objetos que no existen en el mundo real, sino que son productos visualizados a través de Internet y creados mediante tecnologías digitales, como es el caso de la obra de Beeple o del primer tuit de la plataforma. Los NFTs están causando expectación a nivel general por diversas causas. Una de ellas es que se sustenta en la tecnología conocida como blockchain: una tecnología que permite transacciones e intercambios de bienes sin depender de órganos o instituciones externas como los bancos centrales. Por ello se habla de descentralización: el poder de mover activos digitales de unas carteras virtuales a otras es controlado y almacenado por los propios usuarios de dicha red en tiempo real. Cada usuario es parte de esa cadena y almacena en sus dispositivos una copia de seguridad con todos los registros de las transacciones que se llevan a cabo, actualizadas al momento. Aquí es donde se pone interesante para el mercado del arte, ya que esta tecnología permite acceder de forma fácil, segura y detallada a los registros que confirman la compra de cualquier bien virtual y que sirven para autentificar qué persona ha adquirido los derechos de tal o cual archivo, activo u obra digital, lo cual puede ser de utilidad para el seguimiento y la autenticación de los derechos de autor, propiedad intelectual y registro de obras de arte en el metaverso de Internet. A diferencia de los bienes tangibles, como el dinero o los metales preciosos, que se consumen con su uso y que son intercambiables manteniendo su valor íntegro, los bienes no fungibles (tokens) son bienes o activos que no se pueden intercambiar, son únicos y su valor va cambiando según la cantidad de personas que intervengan en su demanda y adquisición.

Siguiendo las leyes de mercado, cuando un gran número de individuos compra en masa un producto en concreto, la demanda sube y el precio asciende y esta es una situación que todo el mundo ha presenciado en los últimos años, cuando productos de primera necesidad ascendían a precios desorbitados en un fenómeno comúnmente conocido como inflación. El NFT sigue una mecánica parecida, es decir: se sacan a la venta una serie de activos coleccionables, con características únicas y se espera a que genere un impacto entre los posibles compradores. Es importante destacar que el NFT no es la obra digital en sí misma, sino la vinculación a un archivo digital donde constan los datos que autentifican su valor, su propiedad intelectual y su nuevo poseedor.
Al igual que lleva pasando en el mercado del arte desde hace décadas, este tipo de transacciones crea un campo de cultivo muy fértil para la especulación y la transacción comercial de obras de arte que, en muchas ocasiones, acaban en manos privadas y cuyo comercio está moviendo cantidades desorbitadas de dinero a nivel internacional. Desde la época postindustrial, el arte se ha ido convirtiendo poco a poco en un mercado global, pendiente de una oferta y una demanda llevada a cabo por agentes e instituciones que, de forma general, invierten en productos o activos artísticos no con el objetivo del disfrute personal o de donarlos posteriormente a entidades públicas, sino como previsión económica a largo plazo, sabiendo que se revalorizará con el paso del tiempo. Estos agentes e instituciones están al corriente de lo que ocurre en la esfera mediática y de las nuevas modas que corren como pólvora por las redes sociales, del furor que causa en el público la puesta en venta de cualquier bien o activo que sea innovador y que se venda presentándose como un elemento único e insustituible. Sin embargo, conviene saber la mecánica que opera tras su funcionamiento y no dejarse engañar por una tecnología novedosa que promete ser la panacea, en especial, para las nuevas generaciones y la juventud que se exponen diariamente a este tipo de contenido, muchas veces animado por el o la creadora de contenido de tal red social, que no tiene un conocimiento real de este funcionamiento y que busca lucrarse económicamente.
Este tipo de tecnología blockchain o incluso los propios NFTs no son los culpables de la especulación dentro del mercado del arte, sino que aprovechan esta tendencia para crear y vender activos únicos, haciendo creer a quien posea esos activos que tienen un bien intangible e insustituible que alcanzará cifras desorbitadas en unos meses. Que la población compre o no este tipo de activos viene determinado por la variabilidad en la demanda de tales productos, que se ve altamente influenciada por las tendencias que dominan las redes sociales, caracterizadas por su volatibilidad y su carácter pasajero, lo que lleva a pensar en ellas como una simple moda que acabará pasando al cabo de varios días o semanas.
Más allá de una transformación económica a gran escala o de la dudosa procedencia de esta tecnología, no se puede negar que está abriendo el mercado de arte digital a nuevos caminos, transformando la forma de consumir y experimentar las obras de arte y también de almacenarlas y poseerlas en este universo virtual que es Internet. Este tipo de tecnología puede suponer una auténtica revolución en la forma de pensar y experimentar el arte, pero también de lucrarse con él a través de una pomposa y brillante presentación de sus productos, que se venden como únicos, exclusivos e inimitables, sin llegar a considerar que existen cientos de miles de copias libres y gratuitas circulando por la red, con la única diferencia de no contar con el certificado de posesión y titularidad. Fuera del mercado del arte, las criptomonedas representan un sistema económico nuevo, relativamente en auge y con posibilidades enriquecedoras para la población, las empresas e incluso los gobiernos. Sería un pensamiento muy ingenuo el considerar que esta tecnología no se vaya a relacionar directa o indirectamente con la economía interna de los diferentes Estados, que no vaya a competir con la moneda y el dinero en sentido tradicional, básicamente, porque eso ya está sucediendo en la actualidad, dando como resultado una convivencia aparentemente pacífica entre ambos sistemas, ya que uno no cuenta con poder suficiente para desbancar al otro. La creación de obras de arte en formato NFT es una consecuencia directa de la creación y el auge de las criptomonedas, de su funcionamiento y de la aplicación de sus mecánicas a diferentes ámbitos, en este caso, el arte. Sus dinámicas pueden ayudar a repensar conceptos abstractos y complejos de tipo económico como el dinero, la demanda o la inflación estudiando su evolución en este terreno, una evolución que no parece muy favorable para sus inversores debido a las pérdidas que está sufriendo este sector desde hace meses. Sin embargo, no todas sus consecuencias están encaminadas al fracaso, ya que sus aplicaciones en el mundo del arte pueden llevar a la creación de obras digitales interesantes y espacios virtuales fascinantes donde verlas y compartirlas, creando así un punto de encuentro para la comunicación y la interacción entre personas de diferentes ámbitos, ayudando con ello a la difusión de un sinfín de artistas incipientes. Aunque su valor económico decrezca y fluctúe con el tiempo, existen iniciativas de gran valor para el mundo del arte en general, como exposiciones virtuales de obras artísticas o creación de foros y comunidades para compartir experiencias y consejos. Las incipientes posibilidades de esta tecnología están más enfocadas hacia las transacciones económicas, pero sus posibilidades podrían trascender esta línea y plantear debates muy interesantes en torno a la mercadotecnia del arte, la autoría o el propio proceso de creación artística, cuestiones que se han ido haciendo eco en el ámbito del arte digital desde hace décadas.
Fotografía de portada de Scott Beale

Sara Pardo Prado es graduada en lenguas y literaturas modernas, mención en alemán, por la Universidad de Santiago de Compostela. Su trabajo de final de máster aborda las diferentes perspectivas feministas y ecocríticas actuales y su aplicación a la novela de ciencia-ficción Dune (1965) de Frank Herbert. Ha sido ponente en la primera edición del Congreso Malum Liberatum en la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente cursa el máster de estudios de la literatura y la cultura en Santiago, a la vez que realiza sus prácticas en el grupo de investigación LitLin@, concretamente en el proyecto ExFemLiOn, centrado en el ámbito de los nuevos medios y las humanidades digitales, la literatura elaborada por mujeres germanohablantes en el siglo XX y la recuperación de la memoria histórica.
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