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¿Hartos de ser humanos?

Un artículo de Vicent Yusá sobre las variedades del transhumanismo, reivindicación de la primacía de la ética en tales debates, pero también de no negarse a explorar caminos que signifiquen un avance claro para la humanidad.

/ por Vicent Yusá /

Determinadas élites tecnológicas consideran que la especie humana es demasiado humana. Es decir, vulnerable, frágil, poco inteligente, dependiente, con un cuerpo biológico bastante despreciable dadas sus limitaciones y debilidades. En realidad, señalan, hay bastantes razones para estar decepcionados con ser humanos. Este cansancio de lo humano es quizás una de las características en las que pueden sintetizarse las posiciones defendidas por el denominado transhumanismo. 

Naturalmente, el transhumanismo no se presenta como un pensamiento nihilista y propenso al retiro melancólico. Todo lo contrario: su confianza ciega en el progreso basado en la tecnociencia lo convierte en el abanderado del futuro de la humanidad (aunque sea sin humanos), en el paladín de la mejora sistemática y continuada del homo sapiens de modo que se facilite su florecimiento, aunque acabe convirtiéndose en un poshumano, en otra especie. El filósofo español Antonio Diéguez ha caracterizado el transhumanismo como «el intento de transformar sustancialmente a los seres humanos mediante la aplicación directa de la tecnología». La tecnología aplicable vendría a señalar dos variantes del transhumanismo: i) el cibernético o computacional, basado en la inteligencia artificial (IA) y la robótica, que se orienta hacia la hibridación o fusión del hombre con las máquinas (cíborg); ii) el biológico, que se plantea el biomejoramiento humano mediante la genética, la biológica sintética o la farmacología, y que incluiría la manipulación de los genes en la línea germinal (células que transmiten su material genético a la progenie).

Todo esto, naturalmente, una vez que estas ciencias y técnicas alcance un grado de desarrollo suficiente. En el caso del transhumanismo cibernético, se llevaría a cabo un proceso de creciente ciborgización que culminaría en el volcado de la mente en una máquina. Esto implica haber alcanzado un desarrollo muy potente de la modalidad de IA denominada superinteligencia (superior a la humana). Este crecimiento exponencial de la inteligencia de las máquinas, a la que se designa como singularidad, supondría la autonomía de la máquina, que acabará dominando al mundo y desplazando al ser humano. Uno de los máximos expertos en este campo, el estadounidense Raymond Kurzweil, ha pronosticado que la singularidad se alcanzará en 2045. Este será el momento de comenzar a dejar nuestro soporte biológico y pasar la inteligencia a las maquinas.

Claro que la posibilidad de que un ordenador alcance, no ya la inteligencia superior o superinteligencia, sino tan solo la inteligencia general (la humana), ha sido cuestionado en diversos ámbitos. Desde la filosofía de la mente, John R. Searle considera imposible que la máquina llegue a tener una inteligencia general (distinta de la inteligencia especial, que realiza tareas específicas, como cálculos, de forma muy superior al hombre), ya que la máquina no conoce el significado de los símbolos que utiliza. Al faltarle el cuerpo, no puede dar significado a los conceptos abstractos; carece de intencionalidad, es decir, no pueden mantener una relación directa con el mundo. No puede haber inteligencia general sin cuerpo, asegura.

La otra variante del transhumanismo, el biológico, cuenta actualmente con el respaldo de potentes herramientas biotecnológicas que pueden llegar a ser muy efectivas en el campo de las terapias para la cura de enfermedades, pero que podrían ir más lejos y dirigirse hacia el biomejoramiento de la especie humana. Nuevas técnicas como las tijeras genéticas de precisión (CRISP/cas9) o la biología sintética capaz de la generación artificial de nuevos genes posibilitarían actuar a nivel genético para reforzar y mejoras determinadas características, como aumentar la inteligencia, incrementar la fuerza o remediar la vejez. El biomejoramiento se ha definido por el filósofo moral Allen Buchanan como una «intervención deliberada, aplicando la ciencia biomédica, que pretende mejorar una capacidad existente, que tienen de forma típica la mayor parte de los seres humanos normales, o todos ellos, o crear una capacidad nueva, actuando directamente en el cuerpo o en el cerebro». Estaríamos, sobre todo si se actúa sobre la línea germinal, ante una modificación de la especie humana. Naturalmente los transhumanistas tratan de alejarse de la concepción tradicional de la eugenesia dictada por razones raciales (como la practicada, por ejemplo, por el nazismo), y hablan de una eugenesia democrática, sin intervención del Estado, basada en la libre elección de los padres.

Ciertamente el transhumanismo tiene sus críticos y sus oponentes, a los que se ha denominado bioconservadoresUna primera crítica se centra en el valor científico de sus propuestas. El transhumanismo se presenta como un pensamiento cientificista, que prioriza un progreso marcado por la ciencia y la tecnología. Sin embargo, muchas de sus propuestas más radicales se ven por muchos científicos y pensadores como utópicas, sin base científica. Se produce un salto ilegitimo desde, por ejemplo, la mejora de la tercera edad, el aplazamiento de la muerte por enfermedad o la inteligencia artificial, a la inmortalidad, la salud perpetua o la super inteligencia. En ese sentido, el transhumanismo se percibe como una ideología al servicio de intereses económicos espurios, como una herramienta de dominación de los poderosos. Seducir a la opinión pública con promesas imposibles con objeto de apoderarse del debate y la agenda pública solo tiene como finalidad captar ingentes cantidades de recursos en beneficio de determinadas élites.

Un segundo grupo de críticas apuntan en la dirección del desafío ético del transhumanismo. Sus pretensiones de manipulación genética en la línea germinal socavarían la esencia de la naturaleza humana. La UNESCO, en su Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos considera que «el genoma humano es la base de la unidad fundamental de todos los miembros de la familia humana y el reconocimiento de su dignidad intrínseca y su diversidad. En sentido simbólico, el genoma humano es el patrimonio de la humanidad». Para muchos filósofos morales, la base de la moralidad está en la dignidad de los humanos, que a su vez está vinculada con el genoma. Por lo tanto, su modificación minaría los fundamentos de los derechos humanos.

Sin embargo, la naturaleza humana es actualmente un concepto muy debatido. Como señala Antonio Diéguez, las fronteras ontológicas y axiológicas entre humanos y animales, que en la tradición cultural de Occidente eran límites muy precisos e infranqueables (los animales carecen de razón, o de alma, o de consciencia), «si bien no han caído por completo, empiezan a ser cuestionadas». Y este cuestionamiento deriva del desarrollo de las ciencias como la primatología, la etología cognitiva o las neurociencias, que hoy comprenden con mayor profundidad el comportamiento animal (grandes primates). «Por grande que sean las diferencias con los seres humanos […] se trata de diferencias de grado que no sustentan el abismo ontológico trazado con tanta seguridad en el pasado». Por otro lado, los transhumanistas, basándose en la noción de especie derivada de la biología evolucionista, señalan que una especie difícilmente puede ser definida por un conjunto esencial de propiedades inmutables. El ser humano desciende de otras especies, y éstas evolucionan, sus características y rasgos cambian a lo largo de la historia evolutiva, no son atemporales. No hay propiedades necesarias y suficientes para pertenecer a una especie. Se ha llegado a asegurar que «la naturaleza humana es una superstición». En realidad, se asegura, solo hay un requisito para ser humano: haber nacido de otro humano. Nada más.

¿No parece lógico y deseable que los humanos persigamos nuestra mejora? ¿no es incluso un imperativo moral tratar de mejorar en todos los aspectos? De hecho, la humanidad ha perseguido históricamente su mejora a través de técnicas como la escritura o la educación, o mediante avances sociales a través de distintos sistemas políticos, como la democracia. Consecuentemente, el uso moderado y gradual de tecnologías que mejoren nuestra inteligencia o nuestra felicidad no parece ajeno a los deseos profundos de los seres humanos por incrementar sus capacidades y posibilidades.

Los avances de la biotecnología y las ciencias cibernéticas permitirán, en un futuro no muy lejano, incorporar tratamientos eficaces contra enfermedades y disfunciones actualmente inabordables. Y también posibilitarán el mejoramiento de algunas capacidades humanas. Este segundo aspecto no parece que deba descartarse necesariamente por razones morales basadas en el concepto de naturaleza humana, si esas técnicas pueden aplicarse con total seguridad y eficacia, si persiguen objetivos debatidos y aceptados socialmente, si no introducen discriminación entre los humanos, y si de su evaluación técnica y social se deriva que suponen un claro avance para la humanidad. Pero en ningún caso parecen aceptables los discursos ideologizados y acientíficos de un transhumanismo radical, protagonizado por unas elites tecnológicas refractarias al debate transparente y al control social, dominadas por la avaricia y que han renunciado, como señala el filósofo francés Bruno Latour, a que todos los hombres puedan progresar de igual manera. Y en ningún caso, esos debates sobre el transhumanismo o la creación de seres posthumanos pueden servir para desviar el foco de las actuales desigualdades humanas globales y de la necesidad de mejor la calidad de vida de gran parte de los humanos realmente existentes.


Vicent Yusá es doctor en química, investigador en las áreas de seguridad alimentaria y ambiental, y profesor asociado en la Facultad de Química de la Universidad de Valencia. Ha dirigido los laboratorios de salud publica de la Generalitat Valenciana y ha participado en diferentes proyectos nacionales e internacionales. Tiene un gran número de publicaciones científicas en revistas de alto impacto. Actualmente realiza estudios de filosofía.

1 comments on “¿Hartos de ser humanos?

  1. Miguel de la Guardia

    Interesantísimo tema y peligroso a la vez. El transhumanismo podría ser una etapa más en ñla evolución humana marcada por la mejora de la especie en general o la base de una discriminación brutal que generara unos pocos super seres que dominarían al resto o que, en el peor de los casos, los exterminarían.
    El debate es obviamente ético y la solución democrática, para todos los seres humanos sin excepción, o no será aceptable.
    En resumen, interesantísimo artículo que nos enfrenta a los problemas filosóficos del «black mirror»

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