Arte

Sobreviviendo un año más a ARCO

Arturo Caballero visita la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid, fijándose en las obras de Antoni Tàpies (de quien se conmemora el centenario), Manolo Valdés, Sophie Calle o Concha Jerez.

/ por Arturo Caballero /

No dejo de preguntarme por qué sigo yendo año tras año a ARCO desde 1982. Si en las primeras ediciones se trataba de estar al tanto de lo que se había hecho y, especialmente, de lo que se hacía en el mundo artístico nacional e internacional, la aparición de nuevos centros artísticos en nuestro país fue relativizando esa necesidad. Herencia de mi propia formación, siempre subyacía a la hora de afrontar el contacto con una obra de arte —ese delicado y sutil equilibrio entre forma y contenido— un intento de estar al día de los modos en los que puede detectarse el espíritu de una época. En este caso, nuestra propia época.

Desde hace casi medio siglo, hemos asistido a eso que se denominó primero posmodernidad y, luego, transmodernidad o altermodernidad. En el primer caso asistimos, poco a poco, a la defensa del multiculturalismo, a la recuperación de las formas de las primeras vanguardias, a la mezcla de tendencias abstractas y figurativas, a la sacralización del hedonismo y al halago sistemático al espectador, al ninguneo a la imagen romántica de un artista que terminó por convertirse en una celebrity más. En el segundo, estamos asumiendo el concepto glocal, que combina lo local y lo global, el acrecentamiento hasta el infinito la diversidad o la instalación de una cultura de masas personalizada que prescinde de una intimidad cuya ubicuidad se ha vuelto obscena.

Podría decirse que hoy los acontecimientos que transmiten los datos de ese Zeitgeist nos llegan a través de los mass media y es cierto, pero no lo es menos que la reflexión que exige al artista una pintura, una escultura, una instalación depuran de inmediatez lo esencial del tiempo que vivimos.

Pero vayamos a lo concreto. De Antoni Tàpies, omnipresente en esta muestra debido a la conmemoración de su centenario, me topé en Leandro Navarro con Yo hablo con la mano, de 1999: una obra directa, un monumental bofetón, que, remitiendo a la mano creadora presente en numerosos frescos románicos, expresa visualmente detrás de lo que ando: el arte es una comunicación visual. Y Sandra Gamarra, de quien hablé el año pasado, insiste en ello cuando, caligráficamente y sobre una copia de un bodegón zurbaranesco, teoriza literaria y no visualmente: «El arte no es más que una técnica, un método, un tipo de comunicación o de relación; y, más precisamente, es una técnica de persuasión que debe tener en cuenta no solamente de [sic] las propias posibilidades y de los propios medios, sino también de las disposiciones del público al cual se dirige».

Antoni Tàpies

El arte no es un medio unívoco de expresión. Como si se tratase de un cuadro cubista, se presentan al espectador, tanto en lo que la obra quiere expresar como en su forma de hacerlo, múltiples facetas que, siendo todas y cada una de ellas auténticas, habrá que tener presentes para adquirir una visión completa del fenómeno por el que nos interesamos. Como los lectores de estas crónicas saben, estos párrafos no son exhaustivos, sino que, fruto de una revisión ordenada de las imágenes que suscitaron interés, se tratan de hilvanar unas pocas reflexiones que fijen criterios susceptibles de servir para un desarrollo posterior. Tanto propio como de quienes acceden a ellas.

Miramos las obras, nos interesamos por sus creadores y se nos olvida que ARCO es fruto de la intermediación de los galeristas. Son ellos los que se pelean porque su empresa esté presente en la muestra a 330 euros el m2 (mínimo a contratar 40) más 1600 euros de servicios al expositor, conexión eléctrica e IVA. A ello habrá que sumar personal y gastos variados, incluida la inversión en publicidad de todo tipo. Y muchas veces ni siquiera lo consiguen: es el caso de Opera Gallery, que cuenta con Manolo Valdés (uno de los más reputados artistas españoles a nivel internacional), que este año se ha quedado fuera. En el fondo, ARCO actúa como el viejo Salón oficial francés (precisamente ahora se cumplen 150 años de la primera exposición impresionista) que obligaba a los rechazados a buscarse la vida fuera de sus paredes. Entonces, los que determinaban quién estaba, y quién no, eran los propios artistas; hoy no son solo criterios estéticos o técnicos los que se imponen sino también los comerciales. La crítica de las galerías desplazadas es gratuita porque, en el caso de poder, ellas funcionarían del mismo modo. Conviven en los stands, juntas e incluso revueltas, obras de las vanguardias históricas y creaciones recién salidas de los talleres de los más jóvenes.

Aunque el interés prioritario era otro, no podía por menos que fijarme en los maestros anteriores a la segunda guerra mundial (había algunos carísimos Miró —3,3 millones—, Calder —2,9— y Picasso —2,5—) y en las vanguardias inmediatamente posteriores (maravillosos Millares, reiterativos Saura, un característico Úrculo al lado de un delicado Tom Wesselmann). Las galerías ofrecen aquello que consideran pueden vender y, por ello, año tras año se repiten autores como Jaume Plensa o Miquel Barceló, de quien Thaddaeus Ropac presenta Larga cambiada (2016), irónico ejemplo de cómo uno de nuestros artistas señeros ha triunfado plásticamente en el mundo con temas considerados tan raciales por una parte, cada vez más escasa, de nuestra sociedad. Dejarse llevar por los nombres conduce a que se presenten obras muy secundarias de artistas famosos. De Ai Weiwei, concretamente, una versión de La ola (2015) infinitamente más pobre que la primera que yo vi en Kassel fechada en 2004.

Irma Álvarez-Laviada, Richard Serra, Will Cruickshank y Belén Rodríguez

Ser moderno a todas las horas resulta difícil y cansado. Y como decía Wölfflin (cada vez que puedo lo repito), en cuestiones formales, una obra debe más a otras obras que a la propia imaginación del creador. Por lo tanto, la pervivencia de las manifestaciones del pasado, convenientemente actualizas, es una evidencia en lo que podemos ver. Pongamos ejemplos. Las vanguardias históricas, neoplasticismo, constructivismo, subyacen —pienso yo— en la obra de Irma Álvarez-Laviada Hacia un solo color (2023) en la galería Luis Adelantado y el suprematismo en el aguafuerte minimalista Weight VII de Richard Serra en la Caja Negra. Colour Field Triangle, nº 1 (2021) de Will Cruickshank en maabG y Poinciana (2023) de Belén Rodríguez en la galería Juan Silió, me recordaban los modos, con otros materiales textiles (hilos en un caso, tiras de tela en otro), de la abstracción pospictórica; si me fijo en la primera, la tercera y la cuarta es porque me resultaron interesantes. Menos referencias podía encontrar en la delicada y frágil Hard feelings (cherries series so far, 2024) de Esther Merinero en Pradiauto o de las obras de Elena Alonso en Fernández Valverde, que han llamado bastante la atención de los medios.

Esther Merinero y Elena Alonso

Hay muchas obras abstractas que parecen tener una mera función ornamental, pero el arte ha sido mayoritariamente eso a lo largo del tiempo y más especialmente cuando dejó de estar en manos de la iglesia o la monarquía. Pero lo mismo podríamos decir del realismo. Para quienes valoren más esta práctica pueden disfrutar de los pequeños paisajes en óleo sobre tabla de Félix de la Concha, agrupados bajo el nombre de Alta tensión, en Fernández-Braso. Más difícil es la interpretación de los trabajos de Íñigo Navarro (El universo se parece al aeropuerto de Amberes de noche, 2023) en Ponce + Robles, que se pretende vender como «una herramienta para explorar los límites del conocimiento, la verdad y la percepción». El ultrarrealismo se hace materia en la impresionante imagen de Manuel Franquelo, Sin título #7, de la serie Cosas en una habitación (Marlborough) que rompe los conceptos tradicionales con los que solemos valorar la fotografía cuando la comparamos con la pintura. Hace diez años Franquelo había dicho que «el arte tal y como lo conocemos hoy, no tiene un potencial social eficaz. Me parece que hay una excesiva distancia, entre resolver un problema simbólicamente en el campo autónomo del arte y hacerlo efectivamente en la vida real».

Íñigo Navarro, Félix de la Concha y Manuel Franquelo

Los profesionales de la provocación como Elmgreen & Dragset presentan, en Helga de Alvear, Kev (2020) escultura en bronce y laca blanca de un niño yaciendo sobre un trozo de pista de tenis y Yann Leto dos caricaturescos lienzos protagonizados por mujeres (en The light, 2023 unas cuantas aparecen orinando de pie contra una pared mientras otras —parece— intentan abusar de un varón; en Charo’s dressing room, 2024, se recrean haciéndose fotos mientras se prueban ropa).

Los artistas actuales han profundizado en algunas de las tendencias que podían apreciarse a partir del último tercio del XX y que han sido definidas por la masiva incorporación de la mujer al mundo del arte, las nuevas formas de relación personal con el reconocimiento de la diversidad de tendencias sexuales, una honda preocupación por los problemas de desigualdad social a nivel interno y externo y por el agravamiento de los problemas medioambientales, el impacto de las nuevas tecnologías y la aparición de nuevos medios expresivos. Que todos estos aspectos estén presentes en ARCO, es más complicado.

Hablábamos, cuando comentábamos la edición anterior, sobre la presencia de mujeres en prácticamente todas las galerías. Esa tendencia sigue (han sido el 43% del total de los artistas presentes) y posiblemente se acreciente, aunque solo sea por su proporción como creadoras. Algunas manifestaciones: la instalación Mil ataduras (2018) de Beth Moysés en la galería Fernando Pradilla, que reproduce bordadas las iniciales de las mujeres asesinadas en los últimos años en España y la irónica, y seguramente trivial en comparación con la anterior, Corrida: La muerte de la mujer torero (2022) de Sophie Calle en Perrotin. En el momento que tocaba, defendía ante mis alumnas que cuando no sea necesario indicar si una obra está realizada por un hombre o por una mujer habremos logrado la igualdad; mientras tanto, entiendo que sean ellas quienes mantengan la memoria de su postergación, pero me quedo con las desesperanzadas instalaciones de Concha Jerez (Caminando por utopías rotas) o de Susana Solano (Escena 1, primer cuadro), aunque sean de los noventa.

Beth Moysés, Sophie Calle y Concha Jerez

Quizá enlazando con la última observación, no deja de tener su ironía que una de las obras más jaleadas de esta muestra sea Manuel (galería José de la Mano) de Rodrigo Muñoz Ballester —relacionado con el cómic homónimo objeto de culto, y no solo en el contexto homosexual—, que estuvo presente en la segunda edición de ARCO en 1983 y que ha retornado a su autor por cesión del heredero de su anterior propietario. Y es irónico porque parece que esta guerra, que parece casi ganada hoy, tiene batallas que se lucharon hace cuarenta años coincidiendo con plena Transición. En este contexto, también se exponen originales de Nazario (Abecedario para mariquitas e Historia de Turandot en Bombon Projects) y de Costus (Chico de Sanlúcar, 1987), presentada en José de la Mano, galería que también ha editado Un acercamiento al arte homosexual en la Transición española, que se repartía gratuitamente.

Rodrigo Muñoz Ballester

Respecto a obras de intencionalidad política también las hay. Están, entre otros, Eugenio Merino, Santiago Sierra, de quien Helga de Alvear expone sus Escudo Nacional de España estampado con sangre (2021), cuyo título nos indica de qué va el asunto, aunque no que esta sangre es la de ciudadanos de excolonias españolas, con lo que ya unimos crítica al poder y al colonialismo configurando un explosivo perfecto y Kepa Garraza y sus manifestantes apaleados en impresión digital 3D en arena de Modelo para estatua 6 en Álvaro Alcázar. Puesto a elegir, me parecen más ricos conceptualmente los bronces realizados a partir de toallas mojadas y anudadas (esas que no dejan marcas) de Fernando Sánchez Castillo, que bajo el título Conta-información (2024) se exponían en Albarrán Bourdais.

Santiago Sierra, Kepa Garraza y Fernando Sánchez Castillo

A pesar de ello, no son muchas las obras que se hagan eco de los conflictos que padece el mundo. Será porque resulta complicada su venta, será porque el medio no es el adecuado para que el alegato contra esta situación pueda tener éxito. Respecto a esto y a otros conflictos permanentes y más silenciosos, como las migraciones y sus consecuencias, es ilustrativo el caso de Teresa Margolles, quien ha traído en ocasiones anteriores obras emocionantes pero que ahora en La entrega (The Delivery) de 2019, expuesta en la Galerie Peter Kilchmann, resulta confusa en su formulación plástica: no es fácilmente interpretable lo que vemos (la fotografía de un joven que se quita la camiseta y un pequeño cubo de hormigón con unas iniciales) con ese intento de reflexionar sobre la explotación de jóvenes carretilleros en la frontera de Colombia y Venezuela.

La sensibilidad ecologista aparece de forma atractiva en las propuestas de Avelino Sala Sueño de nadie (2024), en la galería ADN, donde se presentan pirograbados sobre secciones de un tronco en las que se reflejan eslóganes que invitan a la acción contra el deterioro medioambiental, apoyándose en imágenes icónicas de Géricault, Friedrich o Millet, entre otros, y no creo que sea necesario decir nada respecto a la relación estética entre el romanticismo y la naturaleza: de la obra se dice «que más que dendrocronología es arqueología de la actualidad». Igual de directa es la instalación de Françoise Vanneraud La espuma de los picos (2024) en Ponce+Robles, en la que se nos anuncia la inminente catástrofe de una manera cargada de poesía visual. También otra obra de Sandra Gamarra que, vuelta a la caligrafía, teoriza sobre nuestra relación conceptual con una naturaleza que hemos fagocitado.

Avelino Sala, Françoise Vanneraud y Sandra Gamarra

Respecto al uso de nuevas tecnologías, siguen desarrollando sus programas, con mejor o peor fortuna visual, Rafael Lozano-Hemmer, Marina Núñez, Daniel Canogar o Eugenio Ampudia, entre otros.

Aunque personalmente me haya parecido una de las ediciones menos provocadoras (como rareza, indicar que llegué a probar el Helado de Agua del Mar Caribe, hecho por Quisqueya Henríquez), ARCO 2024, en la que han participado 205 galerías de 36 países y ha convocado a cerca de 400 coleccionistas internacionales y 200 profesionales invitados de 40 países, ha cerrado con un éxito de público, casi cien mil visitantes, que la afirman como una feria de referencia. El día 8, Ifema publicaba las compras de instituciones en los días no abiertos al público general. Destacaba el más de medio millón de euros destinados para ampliar los fondos del Reina Sofía.

Los criterios políticos de oportunidad, más bien de oportunismo, también alcanzan su momento de gloria en estos eventos culturales. El señor ministro del ramo, sin contar con aquel del que dependen los asuntos económicos, se compromete en público a promover una bajada del IVA para las galerías de arte justo cuando sube el de la electricidad. Bien haría en explicar convincentemente al público las razones que le mueven a ello, que las hay y especialmente las que tienen que ver con el desigual trato que experimenta este comercio en los países de nuestro entorno. Quizá más de uno podrá creer que hablar de estas cosas está fuera de lugar. Lo dejo a vuestro criterio.


Arturo Caballero Bastardo (Villanueva de los Caballeros, Valladolid, 1955) es historiador y crítico de arte, facetas que ha compatibilizado con la docencia y otras actividades relacionadas con la organización escolar, entre ellas la coordinación del Bachillerato de Investigación/excelencia en Artes del IES Delicias de Valladolid. Autor de diversos artículos científicos (Un itinerario místico por el Cosmos, 1988), estudios sobre pueblos palentinos (especialmente Dueñas, 1987 y 1992), sobre la pintura del siglo XIX en esa provincia, organizador de exposiciones (Eugenio Oliva, 1985; Casado del Alisal y los pintores palentinos del siglo XIX, 1986; Asterio Mañanós, 1988; Ecos de un reinado. Isabel la Católica, los Acuña y la villa de Dueñas, 2004), ha publicado manuales escolares para las editoriales Edelvives y Epígono. Sobre todo, se ha interesado por las más diversas perspectivas del arte contemporáneo: organizador de ciclos y conferenciante (Fundación Díaz Caneja de Palencia, Museo Patio Herreriano de Valladolid), cursos de formación y actualización didáctica para profesores, comisario de exposiciones de jóvenes artistas. Como culminación de toda esta actividad, en 2007 se publicó Arte contemporáneo. Castilla y León, manual que se distribuyó a todos los centros educativos de dicha comunidad y que es posible visitar en versión web en el portal educativo de la Junta de Castilla y León. En 2021 ha publicado en Trea Arte y perversión: apuntes para una poética de la sociedad satisfecha.

0 comments on “Sobreviviendo un año más a ARCO

Deja un comentario

Descubre más desde El Cuaderno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo