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Mala hierba

En México han asesinado ya a seis periodistas desde que empezó este año. Si aumentamos el lapso temporal remontándonos a los inicios del siglo, la cifra sobrepasa los dos centenares. Por aquí no se habla de México porque nuestros poderes consideran la suya una democracia consolidada y exenta de grandes inconvenientes.

El lunes pasado asesinaron en Sinaloa al periodista Javier Valdez Cárdenas. Un hombre le cortó el paso con una furgoneta, se apeó del vehículo y disparó contra él a bocajarro hasta que le arrebató la vida. El suceso impacta porque Javier Valdez Cárdenas era periodista, es decir, un tipo que se limita a contar lo que pasa aunque lo que pasa no guste a quienes provocan que pase, y porque no es justo que nadie que se dedica a un oficio que tiene un poco de voluntariado inconsciente y un poco de servicio público termine así sus días. A mí me impactó aún más por una razón muy sencilla: tuve ocasión de conocer hace unos años a Javier Valdez Cárdenas. La casualidad le puso en mi camino y, aunque no llegamos a intimar mucho, sí le traté lo suficiente como para admirarme por el osado coraje de esa gente capaz de jugarse el cuello por unos pocos pesos a cambio de ejercer el deber moral de relatar la verdad a todos aquellos que quieran escucharla.

Durante media hora estuvimos conversando alrededor del libro que acababa publicar por aquel entonces, Malayerba (Jus), una recopilación de artículos adscritos a lo que en México se conoce como «nota roja» y que aquí llamamos periodismo de sucesos, en ese caso estrechamente ligados a las inmundicias del narcotráfico. En el transcurso de la conversación —y también un poco antes, y también un poco después—, él bromeó en al menos un par de ocasiones sobre el destino aciago que podía estar aguardándole en cualquier esquina. Lejos de lamentarse por sus rigores de su oficio, se lo tomaba con un humor con el que seguramente enmascaraba la procesión que iba por dentro. Es mi oficio y lo elegí, parecía querer decir sin llegarlo a decir nunca del todo, y cuando uno elige un oficio y además le gusta sólo cabe practicarlo hasta las últimas consecuencias.

En México han asesinado ya a seis periodistas desde que empezó este año. Si aumentamos el lapso temporal remontándonos a los inicios del siglo, la cifra sobrepasa los dos centenares. Por aquí no se habla de México porque nuestros poderes consideran la suya una democracia consolidada y exenta de grandes inconvenientes. Desconsuela constatar día tras día el desconocimiento hacia lo que ocurre con nuestros vecinos de la otra orilla, máxime cuando ha habido y hay periodistas estupendos que, como Sanjuana Martínez, llevan años derrochando talento y valentía para informarnos del asunto. Sería bueno que empezáramos a tomárnoslos en serio. A Javier Valdez Cárdenas ya le han quitado la vida, pero no le expropiarán del todo la voz. Ésa sigue viva en sus libros. Los mismos que busco ahora en el caos incontrolado de mi biblioteca, para ponerme a releerlos en silencioso y dolido homenaje, por ver si la mala hierba no alcanza a invadir todo el paisaje.

Javier_Valdez_Cárdenas
Javier Valdez Cárdenas

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