Valencia y el cómic. La historia de amor continúa en el museo
/ por Raquel Jimeno Revilla /
Al buen momento que está viviendo el cómic en España parece corresponderse, por fin, una visibilización de esta expresión artística no sólo en sus espacios habituales de librerías y convenciones, sino también en museos y salas de exposiciones que lo legitiman como una de las manifestaciones artísticas fundamentales del siglo XX, tras muchas décadas de injusta consideración como una forma literaria y artística menor. La exposición Superhéroes con Ñ, que tuvo lugar en el Museo ABC de Madrid entre marzo y junio del año pasado, la ya reseñada El arte en el cómic de la Fundación Telefónica, o la dedicada al Capitán Trueno en el Círculo de Bellas Artes entre el 10 de octubre del año pasado y el 29 de enero de 2017, son una buena prueba de cómo el noveno arte se va haciendo un merecido hueco, poco a poco, en las instituciones artísticas nacionales.
Esta presencia no queda únicamente restringida a Madrid. Una de las ciudades españolas donde más intensamente se está viviendo este proceso es Valencia, escenario durante los años 70 y 80 del pasado siglo de uno de los momentos de mayor explosión creativa gráfica, y que recientemente parece reencontrarse con el mismo tras muchos años de silencio y olvido. Los sobresalientes trabajos de autores como Miguel Calatayud, Daniel Torres, Sento Llobel, Mique Beltrán, Javier Mariscal o el recientemente desaparecido Micharmut, son nuevamente puestos en valor destacando su aportación impagable a la madurez del cómic nacional, y a una renovación temática y estilística que fue agrupada bajo el término genérico «línea clara valenciana», aunque muchas de estas obras y autores rebasaran los términos de esta denominación.

Hubo varios factores para que la llamada Escuela Valenciana diera lugar a este estallido creativo: por un lado, la mayoría de sus autores habían nacido a lo largo de los años 50 y habían sido, durante su infancia, lectores empedernidos de TBOS y otras historietas, en un momento de pujanza del cómic nacional relegado, todavía, al ámbito infantil. Tras llegar a la edad adulta, estos autores extendieron sus lecturas a otras vertientes del cómic que estaban surgiendo en el extranjero, como aquellos derivados del movimiento contracultural europeo a raíz de mayo del 68 y, sobre todo, el comix underground estadounidense, partícipe de este mismo clima contestatario y alternativo que se vivía en los Estados Unidos del movimiento hippie y la Guerra de Vietnam, y cuya antología más importante en España fue editada por Fundamentos en los años 70. Tampoco se puede olvidar el ambiente político y cultural que se vivía en la propia España desde finales de los años 60; con los últimos coletazos de la dictadura franquista arreciaron iniciativas artísticas de profunda reivindicación política, que se acercaron al arte pop estadounidense y la estética publicitaria para transmitir su mensaje de manera más amplia y contundente; colectivos como el Equipo Crónica o el Equipo Realidad son claro ejemplo de ello. Como afirma Álvaro Pons en su artículo sobre la Nueva Escuela Valenciana[1]: «El diseño gráfico y el diseño industrial se alzan como catalizadores de esta nueva forma de plantear el arte desde una perspectiva más urbana, enraizada en la sociedad de consumo, en un movimiento colectivo que afecta a casi todas las disciplinas artísticas que se desarrollan en Valencia» (2013:74).
La ciudad adoptó esta estética y la hizo suya aglutinándola bajo el término Nueva Escuela Valenciana, con un respaldo institucional materializado en la exposición «Valencia Copyright» del Festival International de la Bande Dessinée de Angoulême. Dicha exposición fue organizada por la Consellería de Cultura de la Generalitat, y fue el reflejo de cara al exterior de la presencia de los autores de cómic valencianos, muy presentes en la estética de la ciudad durante los años 80 con una intensa actividad de diseño de elementos urbanos de todo tipo: bares, fallas, carteles, etc. Esta efervescencia creativa coincidió con un momento de profundos cambios en el contexto político, social y cultural en España, iniciado con la transición hacia la democracia desde 1975, y consolidada con la victoria del Partido Socialista en 1982. La cultura alternativa fue vista entonces como síntoma de modernidad, lo que confirió al cómic «una importancia y una consideración que nunca antes ha tenido» (Pons, 2013: 74). A pesar de estas buenas expectativas, la repercusión inmediata fue efímera, ya que en pocos años, tras el cierre de la revista Cairo en 1984, desapareció la mayor parte del panorama de industria editorial del sector.
Este interés por el cómic valenciano y su repercusión en la ciudad se ha visto renovado en los últimos años también con la inauguración de sendas exposiciones en el IVAM y el Museo de Prehistoria dedicadas, respectivamente, a la línea clara valenciana y a las diversas confluencias entre Prehistoria y Cómic. Ya pudo verse en el IVAM el año pasado, tras el cambio en la directiva del museo, una muestra dedicada al cómic: Les Esses, de Francesc Ruiz, a modo de reflexión en torno al cómic como transmisor de ideas y formas, e instrumento de subcultura y política. Tanto València Linia Clara como Prehistoria y Cómic han sido comisariadas por Álvaro Pons, uno de los mayores estudiosos del cómic a nivel nacional, quien transmite unas sensaciones muy positivas ante el éxito de acogida de las dos exposiciones, tanto a nivel de público como de participantes en los talleres y actividades paralelas que han tenido lugar a lo largo de estos meses.
La exposición València Linia Clara, que pudo verse en el IVAM entre junio y octubre del año pasado, planteaba un recorrido por la gestación, desarrollo, vertientes y principales autores de la llamada Escuela Valenciana. A través de los materiales expuestos puede comprobarse que el cómic tuvo un profundo arraigo en la ciudad desde los años 40 y 50 del siglo XX, con las publicaciones de Editorial Valenciana y Mago, que se convirtieron en referente de los lectores infantiles, varios de ellos futuros autores. Como ya se ha mencionado anteriormente, a este sustrato se le añadió el ambiente creativo que se vivía en la ciudad a finales de los años 60 y la influencia del cómic como manifestación contracultural proveniente de Francia y Estados Unidos. Partiendo de esta base, un conjunto de autores con la figura de Miguel Calatayud como aglutinante, desarrollarían el cómic como forma de expresión adulta, contestataria y vanguardista en España. En la exposición se destacan nombres como los de Sento Llobel, Micharmut, Daniel Torres, Manel Gimeno, Mique Beltrán o Javier Mariscal, como los autores que hicieron posible esta evolución y posicionamiento del cómic nacional en una etapa de madurez. Estas nuevas vías de experimentación e innovación, tan numerosas como enriquecedoras, se reflejaron en revistas como Bésame Mucho, El Víbora, Cairo o Complot que, según el texto inicial de la exposición, «se convirtieron en el altavoz de una generación que pronto se apartó de las corrientes imperantes para reivindicar una forma nueva de hacer historieta (…) desde una aproximación de constante experimentación estética y formal que reescribía los géneros clásicos proyectándolos hacia una nueva modernidad».

Además de mostrar la evolución y principales autores de la Línea Clara Valenciana, Álvaro Pons ha introducido con buen criterio una serie de materiales que reconstruyen el proceso de producción del cómic. Si bien la visibilización de los procesos creativos es, a mi juicio, fundamental para la comprensión de cualquier muestra de arte, especialmente el contemporáneo, la naturaleza transversal del cómic hace el entendimiento de este proceso imprescindible. Ello se debe a que se trata de una forma artística con unas características especiales: por un lado, está marcada por la narratividad, de modo que adquiere su sentido completo sólo en el momento de ser leída; por otro lado, se trata de una manifestación concebida como reproducible, lo cual marca las diferentes etapas de su producción y estrategias para llevar a buen fin un proceso colectivo.
Así comprobamos que, ya desde las primeras muestras, los autores de cómic valenciano cultivaron un estilo y personalidad propios dentro de los que pueden observarse variantes. Por una parte, el tono de denuncia y reivindicación sociopolítica con altas dosis de sexo y violencia, con el underground americano y autores como Crumb o Shelton como influencias principales, se materializaría en el fanzine El rrollo enmascarado, iniciado en 1973 y considerado como la primera publicación de cómic underground en España, así como primera muestra de la llamada «línea chunga». Este término fue creado a comienzos de los ochenta por una serie de autores que colaboraban en revistas como El Víbora, Bésame mucho y Makoki, con el fin de contraponerse a la llamada«línea clara» de la revista Cairo. Rasgos relevantes de esta tendencia son los contextos contraculturales, los personajes marginales, el lenguaje coloquial, las situaciones absurdas y un humor negro y políticamente incorrecto.
Frente a esta línea, dibujantes como Javier Mariscal se decantan por una opción estilística más cercana al cómic francobelga, con autores como Hergé, y por unos contenidos más ligeros, con preferencia en el género de misterio y aventuras. El fanzine A Valenciaa, en el que Mariscal y el escritor Joseph Vicent Marqués hacían de los monumentos de Valencia personajes reivindicativos de la ciudad fue el primer precedente de esta tendencia, y sería seguido por iniciativas como El gat pelat, El polvorón polvoriento o Els tebeus del Cingle.
Tras las primeras tentativas en forma de fanzine, fue la revista Star, surgida en 1974, la referencia del underground no sólo valenciano, sino también nacional, al convertirse en el trampolín de autores como Max, Nazario, Ceesepe, el propio Mariscal o Manuel Gimeno, y servir, asimismo, para conocer las últimas tendencias del panorama internacional. Evidentemente la censura franquista se hizo sentir, con frecuentes secuestros a las ediciones de la revista. Tras su cierre, Producciones Editoriales continuó esta línea con Bésame mucho, convirtiéndose en el medio de lanzamiento de los autores valencianos de la generación de los 70 como Sento Llobel, Micharmut o Manel Gimeno. Por su parte, y aunque de origen catalán, la revista El Víbora, aparecida en 1979 una vez desaparecida la censura franquista, consiguió un catálogo de autores tanto nacionales (con Mariscal y Daniel Torres como principal representación valenciana) como internacionales de primer orden «que actuaría como un revulsivo sin precedentes para el mundo de la historieta», en palabras de Álvaro Pons (2013: 75).
La línea contracultural de rebeldía social que representaban estas revistas fue, sin embargo, modificada con el surgimiento de la revista Cairo, en 1981, editada por Norma y dirigida por Joan Navarro. Centrada en una renovación ante todo formal y estilística de la línea clara que, como ya se ha mencionado, reivindicaba la tradición francobelga de Hergé, esta revista reunió a los componentes de lo que acabaría conociéndose como «Escuela Valenciana»: Daniel Torres, Mique Beltrán, Sento, Mariscal, Micharmut y Miguel Calatayud (aunque ellos mismos renegarían del término «escuela»). Este grupo también se aglutinaría en torno a la editorial valenciana Arrebato, dirigida por Pedro Porcel y Juanjo Almendral, y que ejerció la función de manifiesto creativo del grupo, según el texto de la exposición.
«Valencia Linia Clara» finaliza con un breve monográfico de sus autores más relevantes: desde la labor pionera ejercida por Miguel Calatayud, inspirador de toda la generación a través de series como Peter Petrake o Los doce trabajos de Hércules y sus trabajos para las revistas Trinca y Turia, a la línea más pop y festiva de Javier Mariscal, con sus Garriris y su aportación al fanzine Ademuz Km. 6 (1975). Se destacan también los trabajos de Daniel Torres y su querencia al género policíaco (Opium, Tritón) y de ciencia ficción (Las aventuras siderales de Roco Vargas), las incursiones en el género romántico de Sento Llobel, el cultivo del género negro por parte de Manel Gimeno, la habilidad de Mique Beltrán para aplicar recursos cinematográficos y un humor muy basado en el slapstick, o la originalidad creativa de Micharmut, con series tan vanguardistas y delirantes como Migrañas Infernales.
Aunque menor en tamaño, la exposición Prehistoria y Cómic, en el cercano Museo de Prehistoria y comisariada conjuntamente por Helena Bonet, directora del mismo, nos muestra un interesantísimo enfoque de las diferentes visiones y usos de los inicios de la humanidad por parte del noveno arte. A través de diversos ejes temáticos (los homínidos prehistóricos, la búsqueda del fuego, la evolución de los utensilios, la paleofauna, los rituales, el arte o el megalitismo), y sin olvidar una importante perspectiva de género, viñetas y piezas arqueológicas se unen en las vitrinas para transmitirnos con rigor y amenidad cómo han sido vistos estos elementos en la historia del cómic en función de la época, el país o la intencionalidad narrativa de cada obra.
Personajes que forman parte del imaginario popular como Purk el Hombre de Piedra, Altamiro de la Cueva, Roquita, Alley Oop, Rahan o los propios Picapiedra se nos muestran como las materializaciones de un mundo que se ha abordado desde muy diversos grados de ficción y rigor histórico, desde las primeras novelas con algún tipo de ambientación prehistórica, como el Viaje al centro de la Tierra de Verne, hasta obras actuales como Lucy, l’espoir (T. Liberatore), Mezolith (B. Haggarty) o las series del francés Roudier (Neanderthal, En busca del fuego), que plantean un acercamiento, si bien desde la ficción, mucho más documentado arqueológicamente. Tampoco faltan incursiones prehistóricas de superhéroes como Batman ni la impagable Historia de aquí de Forges, que contribuyó a la formación histórica de tantos españoles sin renunciar al humor. La exposición finaliza acertadamente con un taller que reflexiona sobre los tópicos asociados a la prehistoria (el primitivismo, las traslaciones anacrónicas, la convivencia errónea de especies, etc.), y que pueden «redibujarse» una vez conocemos más sobre este mundo y sus infinitas posibilidades de conexión con la ficción literaria y gráfica.
Como se comentaba al inicio del artículo, la acogida de estas exposiciones por parte del público ha sido, según Álvaro Pons, excelente —de hecho, Prehistoria y cómic ha decidido prorrogarse hasta el 8 de enero para dar cabida al volumen de talleres y visitas guiadas demandados. Estas buenas sensaciones y la previsión de futuros proyectos expositivos que continúen teniendo el cómic como eje en el futuro nos hacen mantener unas perspectivas optimistas en el panorama nacional, que esperemos se materialicen también en la mejora laboral de dibujantes y guionistas locales, quienes día a día siguen demostrando a través de sus trabajos que al cómic español le queda mucho talento con que deleitarnos y sorprendernos.
[1] PONS, Álvaro: «La Nueva Escuela Valenciana. Un ejemplo de renovación formal desde la tradición de la historieta», en Eme nº 1, 2013. pp. 72-79.
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