Música y danza

La mujer y la música enclaustrada

El Ayuntamiento de Gijón, a través de su Fundación Municipal de Cultura, celebró del 9 al 16 de julio la XX edición del festival de Música Antigua con un cuidado programa que propuso un tono diferente al verano de la ciudad.

El Ayuntamiento de Gijón, a través de su Fundación Municipal de Cultura, celebró del 9 al 16 de julio la XX edición del festival de Música Antigua con un cuidado programa que propuso un tono diferente al verano de la ciudad.




El Festival de Música Antigua de Gijón demostró el pasado diez de julio que hubo sonoras excepciones a ese silencio creativo. Bajo el luminoso título de O clarissima mater, que también lo es del primer disco del grupo coral femenino DeMusica Ensemble, se celebró la preterida contribución de las monjas compositoras: Desde Kassia de Constantinopla hasta Isabella Leonarda, la musa de Novara, pasando por Sulpitia Celsis o Bianca Maria Meda. Ninguno de esos nombres pertenece hoy al canon de la música culta. Su ocultación no es justa, a juzgar por lo oído, y no parece ni deliberada ni inocente. Al fin y al cabo todas compusieron desde el ostracismo conventual, pero su música no es en ningún caso inferior a la de sus contemporáneos. Las razones fueron expuestas por la musicóloga María Ángeles Zapata, fundadora y directora del coro DeMusica Ensemble, en la conferencia titulada «Voces de mujeres. Compositoras entre muros». Tras ella, el espléndido concierto, que terminó con la intervención de sor Covadonga, citarista del convento de las Pelayas de Oviedo, como encarnación contemporánea de ese calmo y perseverante espíritu creativo.

En el borroso mapa de la Historia, el reino medieval aún esconde tesoros bajo la X de secretos talentos que pusieron lo mejor de sí mismos, excepto su propio nombre, a recaudo del olvido. Zapata cerraba la conferencia haciendo alusión a una frase de Virginia Woolf . Si la autora de Una habitación propia estaba en lo cierto con su famosa especulación, podremos no llegar a conocer la identidad de Anónimo, per sí el género: femenino.

Menos que hombre —como hembra—, o poco menos que diosa —como virgen—, la estrategia machista, anuladora de la mujer sin más, consistió en llevarla a dos extremos igualmente estériles, con esta imagen divergente de la mujer medieval comenzaba la ponencia. O era hija de Eva o como la madre de Dios, o culpable del primer pecado y el destierro de la Humanidad o abogada virtuosa y redentora universal. En cualquier caso, el ejercicio del pensamiento y la inspiración del ser humano —hecho a imagen y semejanza del Creador— estaban reservados al hombre propiamente dicho.

Leer correctamente la historia nos lleva primero a la historia de la lectura. María Ángeles Zapata mencionó una célebre «chanson de toile» —piezas líricas donde la mujer aparecía en el ámbito de su intimidad—, donde aparece la bella Doette no bordando ni acicalándose, sino en otra tarea menos previsible: «lee un libro, pero su corazón no lo sigue». El hecho de que esa lectura solo sea el contexto de la historia de amor nos hace pensar que se trataba de una actividad habitual. De hecho, la mujer acomodada leía en la Edad Media más que el hombre, entregado a los asuntos del poder, como la guerra o la administración del feudo.

.Leer correctamente la historia nos lleva primero a la historia de la lectura. María Ángeles Zapata mencionó una célebre «chanson de toile» —piezas líricas donde la mujer aparecía en el ámbito de su intimidad—, donde aparece la bella Doette no bordando ni acicalándose, sino en otra tarea menos previsible: «lee un libro, pero su corazón no lo sigue». El hecho de que esa lectura solo sea el contexto de la historia de amor nos hace pensar que se trataba de una actividad habitual. De hecho, la mujer acomodada leía en la Edad Media más que el hombre, entregado a los asuntos del poder, como la guerra o la administración del feudo.

Y si leía, estaba en condiciones de escribir, pero ¿dónde? En las cortes, donde se debía hacer como divertimento palaciego, y en los monasterios, donde se podía hacer como ejercicio espiritual. De la afición cortesana da cuenta la tumba de Leonor de Aquitania y Enrique II: Él sostiene un cetro real y ella un libro abierto. Otro personaje fundamental de esta conferencia, Christine de Pizan, apareció dos centurias después y se convirtió en la primera escritora profesional de la historia. Contra la demonización de la mujer, suya es una curiosa recreación de la ciudad de Dios erigida con las virtudes de las grandes damas del pasado: Justicia, rectitud y sabiduría.

María Ángeles Zapata recordó también uno de los puntos ciegos en la difusión del saber antiguo. Si hay un espacio proclive al anonimato cultural es el del copista. Explicó que la voz del copista. Su voz propia solo se alzaba en el colofón de la obra, orgullosa de la oscura tarea bien hecha. En ocasiones, el género era decididamente masculino: «den al copista, por su esfuerzo, una hermosa muchacha», pero en muchas otras, reservadamente femenino: «rezad por ella». Del lado de la pura creación tampoco estuvo ausente la mujer, aunque siempre resultara más tardía su publicidad. En el siglo XVI, Maddalena Casulana fue la primera en tener monográficamente impresa su obra musical, una colección de madrigales. Poco antes, cierta olvidada monja española, de nombre Gracia Baptista, veía publicadas unas diferencias a tres voces sobre melodía de canto llano. Esos treinta y tres compases son su única obra conocida.

Parece lógico que todas ellas fueran monjas, siendo la Iglesia depositaria y gestora de la cultura que venía de la antigüedad y había que preservar para el porvenir. Los conventos eran las mejores bibliotecas y centros de producción libresca. Quien quisiera retirarse a pensar no habría tenido mejor idea que encerrarse en un cenobio; sobre todo si no existía otro espacio público reconocido para el ejercicio de las facultades intelectuales. La reclusión conventual era una paradójica libertad concedida a quien la vida civil condenaba al ostracismo. Para la mujer, al margen de los sacrificios del celibato, podía ser el espacio menos proclive a la soledad, un ámbito de hermanamiento femenino protegido de los abusos y desórdenes masculinos de todo orden.

También en la conferencia y en el concierto figuró Kassia de Constantinopla, que en el siglo IX pudo ser una emperatriz cualquiera y prefirió convertirse en compositora única manteniendo su independencia dentro del modesto espacio reservado a la creatividad y concibiendo una música que aún hoy se utiliza en los rituales de la iglesia ortodoxa. Sus cincuenta himnos y más de doscientos cincuenta epigramas gnómicos testimonian el acierto de aquella renuncia.

El canto zigzagueantemente melismático de Hildegard von Bingen (1098-1179) es un trasunto del tortuoso camino que, en busca de la voz propia, debía recorrer quien estaba recluida en el silencio de su condición. La Sibila del Rin, como fue conocida por sus profecías, era una adelantada a su tiempo que se permitió pensar por sí misma —bajo el auspicio divino— a través de unas supuestas visiones lúcidas que la llevaban a transcribir el mensaje celestial en pleno uso de conciencia. Santa Teresa escribía a petición de los confesores y enfatizaba de continuo su humildad para hacerse perdonar los libros. La mujer dispuesta a no ser menos que ningún hombre debía empezar por ponerse al servicio de lo que había dispuesto el hombre. Tal vez sea esta la razón de un juego aparentemente inocuo pero de clara trascendencia sicológica en la obra de Hildegard von Bingen, pues llegó a idear un alfabeto propio —que terminó convirtiéndola en patrona de los esperantistas—, como si el sistema heredado no fuera válido para incorporar una voz desoída hasta entonces.

Otra de las mujeres presentes en la velada fue la monja benedictina Chiara Margarita Cozzolani (1602-ca. 1678), quien publicó abundante música religiosa coral, y aunque abandonó la composición cuando fue nombrada abadesa, mantuvo una briosa polémica con cierto obispo, renuente a la sensualidad sonora, que pretendía prohibir la música en los oficios litúrgicos. Las últimas noticias sobre ella se corresponden con ese enfrentamiento, lo que nos hace suponer el resultado. Un vergonzoso corolario de aquella damnatio memoriae es que su obra no será reeditada en tiempos modernos hasta 1998.

La música de todas estas compositoras, pensada para un espacio religioso, mantiene, oída hoy, su conmovedora belleza más allá del contexto utilitario. El concierto gijonés terminó con un himno de Kassia de Constantinopla, para cuya interpretación las integrantes del coro se dispusieron en un círculo cerrado. Sobre sus cabezas pareció alzarse la cúpula de una armonía exótica y cautivadora que, con su intemporal vocación de altura, le confería al patio del Antiguo Instituto nuevas dimensiones. Allegarse a una música que viene de tan lejos y dejarse tocar por su insólita vitalidad es una experiencia abrumadora. Contra el tacaño tópico, la Edad Media alcanzó más cimas perdurables que las agujas del gótico, y muchas de ellas fueron obra de ellas. No dejemos que la pereza mental nos haga más pobres de espíritu.

1 comment on “La mujer y la música enclaustrada

  1. Mil gracias, Javier Almuzara

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