Lo mejor de Yllana repasa sobre el escenario los grandes momentos de la trayectoria de la compañía con una selección de los mejores “sketches” de sus espectáculos. Se trata de un hilarante show que hace realidad el deseo de los fans de Yllana de disfrutar en un mismo espectáculo de los gags más divertidos de la compañía en este cuarto de siglo. El espectáculo es la suma de muchas mentes creadoras que han aportado su creatividad desde los comienzos de la compañía. Actuaron el pasado 20 de octubre en el Centro Internacional Niemeyer de Avilés. José María Castrillón revisa en este artículo la importancia del gesto como elemento teatral y la trayectoria de esta compañía.
El traje del Emperador
/ por José María Castrillón /
Si aceptamos que la mecánica del devenir humano implica que toda herramienta obsoleta acaba por desaparecer, alguna virtud insuperada ha de tener la expresividad corporal que resulta inalcanzable para la naturaleza de otros signos, pues ni las palabras ni cualesquiera otros códigos comunicativos han podido acabar con la gestualidad. El gesto se impone a la palabra con la fuerza de lo presente, de la inmediatez, de lo originario, de lo instintivo. Frente a la tibieza con que el lenguaje verbal se anuda a las cosas (con excepción del lenguaje poético), el cuerpo materializa una comunicación cómplice. Esta complicidad proviene de reconocer que estamos atentos a la presencia y dinámica corporal de los otros, que ese silencio con que nos expresamos está continuamente siendo procesado por los que nos rodean, que compartimos códigos no escritos, que interpretamos movimientos y acciones de la misma manera, que somos incapaces de no comunicar, que nos reconocemos en los matices. Reconocer y disfrutar del teatro gestual nos revela (¿nos delata?) como seres silenciosos y observantes, como intérpretes de un ballet continuo y elocuente que nos dice y nos interroga. Más allá del interés con que se sigue una función sin palabras, del gozo de comunicar con los actores, el espectador se siente integrado en una comunidad semiológica aprendida aunque no explicada.
Desde la Antigüedad ha existido un teatro puramente inspirado en esa complicidad. El teatro físico del que se habla en la Modernidad había sido inventado por el mimo romano, por la pantomima en las plazas, por la necesidad itinerante de expresarse sin conocer el idioma de los espectadores, por el orgullo de un virtuosismo que es capaz de expresar con tan solo el cuerpo las cosas que lo rodean y las situaciones que protagoniza. No hay mayor humildad ni mayor esplendor. Aquí estoy ―parece decirnos el actor― desnudo y solo: no necesito más para hacer que aparezcan cosas, emociones, los otros incluso: soy el gran ilusionista. Hemos llegado a la figura del prestidigitador. La palabra, de origen francés, es un invento del ilusionismo también ella misma: al original prestigiateur los hablantes le añadieron la referencia al cuerpo, cómo no, a los dedos ágiles del ilusionista y de ahí prestidigitateur. Pero nada de manos rápidas, sino «fantasmagoría» y «fascinación con que se impresiona a alguien», que es lo que en origen significaba praestigium.
Prestigio, en su acepción moderna, es lo que ha venido acuñando en sus más de dos décadas de vida la compañía Yllana, desde hace tiempo ya convertida en una empresa que auspicia, dirige y produce espectáculos. Importa esto último en la medida en que tal empeño no termine por afectar a la creatividad que crece en el ínterin del éxito, en la pausada elaboración de los proyectos, en la necesidad de expresar y conmover, más que en la obligación de producir. Después de 25 años de trabajo no puede haber un deseo más honesto y rendido: ser fiel a sí mismo, incluso para cambiar de vía. Pero se verá. Ahora nos queda la retrospectiva de este puñado de sketches brillantes que la compañía viene ofreciendo desde que en 2016 cumplió un cuarto de siglo de labor teatral. Fidel Fernández (uno de los fundadores de Yllana), Luis Cao, Juan Fran Dorado y Jony Elías conforman un cuerpo de baile bien conjuntado, en el que cada uno aporta habilidades semejantes pero no idénticas que dotan al espectáculo de eficacia y virtuosismo. (Lástima algún desajuste con el sonido que quizá aconseje aumentar el plantel técnico.)
El humor gestual, el teatro del cuerpo, recurre a una serie de procedimientos cercanos al ilusionismo que más tienen que ver con la «aparición» de lo que no está que con escamotear la realidad. Así, en el primero de los gags, dos actores parapetados tras un pequeño muro de atrezzo pueden crear la ilusión de dos bañistas que se zambullen, bucean o están a punto de ahogarse. Los creadores saben qué resortes activar para que la mente del público recree lo que no ve: disponen unos cuantos hilos y el espectador «ve» el tapiz. Es la habilidad del ilusionista en un teatro del asombro. El espectador resulta sorprendido por efectos que, en realidad, provienen de dar por sentadas realidades ficticias. Si vemos la imagen de una virgen con el rostro envuelto en su tocado y en apariencia asentado sobre el cuerpo rígido de la escultura (de nuevo otra escena del espectáculo), no esperamos que el torero torpe y despistado que le va a rezar lo haga caer de un ligero golpe (el actor baja la cabeza hasta la peana de la imagen). Nuestra percepción dio por sentado que la escultura disponía de una estructura firme y sin vaciados, y de tal presuposición saca el actor provecho como el ilusionista sabe que el cerebro «nos engaña» porque está en la necesidad de procesar a la mayor velocidad posible y para ello en la mente se recompone lo observado atendiendo a rutinas y experiencias probables.
Está sagacidad para predisponer a la interpretación es capaz de escoger el rasgo físico o la actitud corporal que define a una categoría social o a una forma de ser o de pensar. En otro sketch, el tipo joven que forma parte de un exclusivo club social no se despega del teléfono móvil mientras pasea con movimientos exagerados y poco naturales cercanos a como un niño comienza a caminar. Y salta la significación: ya no solo se nos apunta la impostura del gilipollas sino igualmente el infantilismo y la inmadurez del caprichoso que lo ha tenido todo y muy pronto.
No hay duda de que Yllana sabe despojarnos de nuestras ínfulas; nos hace ver el traje del emperador, que va desnudo, mientras con sus gags nos desviste y nos pone en las manos los ropajes de la hipocresía; pero sobre todo nos hace conscientes de dos pulsiones que nos hacen vivir: el sexo y la muerte. Por ellas el ser humano siente el pálpito del tiempo: lo que da vida, lo que la arrebata. Yllana vive entre ambos latidos y las formas estúpidas y a veces crueles con que los seres humanos —no nos engañemos, siempre a solas— afrontamos sus sacudidas. Es frecuente que los gags se inicien con un solo personaje y se cierren con un personaje solo. La soledad entre los otros: «vivimos como soñamos, solos», escribió Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas. Nos han calado estos de Yllana. No saldremos indemnes. En este sentido, resulta significativo que el espectáculo avance hacia sketches tecnológicamente más complejos, apabullantes en sus formas, y, sin embargo, las dos horas de hilarante pantomima se cierren con la «sencillez» de unos pájaros posados en un cable. Ahí los tenemos: ingenuamente asentados en su vida estúpida y plácida. Los pájaros que escuchan una denotación, que no saben qué significa, que no advierten más peligro que el sobresalto, que ven tambalearse a uno de los compañeros de idiotez, que sospechan que hay una sombra menos sobre la carretera y un pico menos para comer, que vuelven a escuchar el disparo, que atisban a entender que no habrá más vuelo ni más apetito para alguno de los que quedan, que no saben qué hacer, que ven con alivio que es otro el que cae derribado, que esperan, pero esperan qué. Ahí nos tenemos a nosotros mismo: torpemente asentados en un cable que no es nada, advirtiendo sombras y sobresaltos, olfateando cadáveres y aun así erguidos y observando el horizonte. Es este golpe de genio existencialista el que pone cierre a un espectáculo hermoso y memorable, pero exigente en la medida en que el pasado impone el futuro. Yllana se compromete, de algún modo, a continuar a la altura de su propia historia.
• Lo mejor de Yllana
• Compañía Yllana
• Actores: Fidel Fernández, Luis Cao, Juan Fran Dorado, Jony Elías
• Centro Internacional Niemeyer, Avilés, Asturias
• 20 de octubre de 2017
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