[Foto de portada: Javier Serena (Pamplona, 1982)]
De Aliocha Coll supimos gracias a un relato y un artículo —Todo mal vuelve y La muerte de Aliocha Coll, respectivamente— en los que Javier Marías nos puso tras la pista de un escritor secreto y prácticamente invisible, entregado a la titánica tarea de construir una obra tan definitoria para él mismo como inédita para todos los demás. Su forma de comportarse y la naturaleza de sus rutinas lo convertían en un personaje tan pintoresco que habría pasado por un ente de ficción si no fuera porque el propio Marías tomaba la precaución de explicar a sus lectores que aquel autor había existido en realidad y dejó tras él a gente que le conoció y le trató y se mantuvo más o menos al tanto de sus vicisitudes. En efecto, Aliocha Coll fue el seudónimo que empleó Javier Coll Mata (Madrid, 1948-París, 1990), quien sólo publicó en vida la novela Vitam venturi saeculi, la obra teatral Títeres y una traducción de cuatro textos dramáticos de Marlowe. La que él consideraba su obra maestra, la novela cuya escritura le ocupó el tramo más decisivo y fatal de su corta biografía («terminado el papel, terminada la vida», escribía Marías), llevó por título Atila y vio la luz en la editorial Destino un año después de su muerte.

La tragedia íntima de Aliocha Coll, su rendición sin ambages a la literatura y la vocación suicida de supeditar su propia existencia a la escritura, ocupaban el meollo de Atila. Un escritor indescifrable, una novela que Javier Serena (Pamplona, 1982) publicó en el sello Tropo hará pronto cuatro años y cuyas páginas jugaban a mezclar la realidad y la ficción para trazar el perfil de un hombre derrotado por sus propios demonios que intuye, sin embargo, que la única salvación posible consiste en permanecer en pie, aunque maltrecho, sobre el campo de batalla. Viene al caso mencionar ese libro porque Serena acaba de sacar un nuevo título, Últimas palabras en la Tierra (Gadir), en el que vuelve a ocuparse de uno de esos ejemplos de escritores tan comprometidos con su causa que no dudan en acatar los padecimientos que conlleva el enfrentamiento con sus propias obsesiones. Si en su obra anterior Serena nos presentaba a Aliocha Coll con su propio nombre, por más que sus circunstancias no se correspondiesen exactamente con las que atravesó el Aliocha Coll real, en este caso nos coloca ante la peripecia vital de Ricardo Funes, en el que no es difícil identificar a Roberto Bolaño. Se trata de un autor peruano que, tras emigrar a España, se instala en Barcelona y en otras localidades del interior de Cataluña mientras da curso a una obra torrencial que pasa constantemente inadvertida y que sólo tras largos años, casi al mismo tiempo que un diagnóstico irreversible coloca al escritor ante la evidencia de su propio final, recibe las bendiciones del mundo editorial y de la crítica. Son dos voces las que glosan esta andadura, la de un amigo íntimo de Funes y la de su esposa, para colocar la soledad del creador ante el espejo de quienes se vieron acompañando su voluntario aislamiento existencial. No valen componendas: es la literatura o la vida. La narración, que en otras manos podría haber dado pie a un relato eminentemente tópico en torno a las veleidades del escritor maldito, se convierte en las de Serena en una trama hipnótica en cuyos logros tienen mucho que ver las cualidades estilísticas que el autor pamplonés ya había desplegado en Atila y que reaparecen ahora para consolidarse como pura marca de la casa. La prosa de Serena gusta de recrearse en el detalle para extraer de los casos concretos conclusiones generales, y emplea la divagación y el circunloquio con un talento que le permite no sólo conjurar el riesgo de extraviarse en sus propios merodeos sintácticos, sino convertir esas reflexiones que se desarrollan aparentemente al margen en el motor principal de una forma de contar que hacen de la suya unas voces que vale la pena seguir de cerca.
0 comments on “La literatura o la vida”