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El movimiento #MeToo echó a andar, más bien a correr, el pasado mes de octubre, cuando surgieron los primeros titulares de prensa sobre el caso del gigante de Hollywood Harvey Weinstein, destituido tras la publicación, por parte de The New Yorker y The New York Times, de un cúmulo de acusaciones de acoso sexual supuestamente cometidos durante décadas y silenciados a golpe de talonario. El estruendo provocado por los testimonios de artistas famosas contra Weinstein —Ashley Judd, Mira Sorvino, Angelina Jolie o Gwyneth Paltrow— desencadenó un enorme terremoto mediático y social en Estados Unidos que se propagado por todo Occidente y que ha ido derribando, en cascada, a numerosos hombres con puestos de poder. Cientos de mujeres anónimas rompen el silencio y se lanzan a compartir sus propios casos de abuso.
El fenómeno ha alumbrado un potente movimiento contra el machismo y el acoso sexual, pero también han surgido voces discrepantes, como la de Haneke, que está preparando una serie de 10 capítulos titulada Kelvin’s Book. Sin embargo, la que más revuelo causó fue la de un colectivo francés, formado por un centenar de artistas e intelectuales, que creó un manifiesto opuesto al clima de “puritanismo” sexual que habría desatado el caso Weinstein. Fue publicado en el diario Le Monde y firmado por conocidas personalidades de la cultura francesa, como la actriz Catherine Deneuve, la escritora Catherine Millet, la cantanteIngrid Caven, la editora Joëlle Losfeld, la cineasta Brigitte Sy, la artistaGloria Friedmann o la ilustradora Stéphanie Blake.
El Cuaderno propone un cuestionario sobre los postulados, inercias y reacciones que provoca dicho movimiento a cuatro escritores que habitualmente reflexionan en público sobre temas de actualidad relacionados con el compromiso social: Edurne Portela, Enrique del Teso, Xandru Fernández y Mónica Ojeda.
Cuestionario sobre el movimiento #Me Too
1.- La actriz Alyssa Milano espoleó el movimiento #Me Too en las redes sociales a raíz del caso Weinstein en Hollywood. Su repercusión mediática ha generado una oleada de reivindicaciones y una agitación social no exenta de voces discordantes. Más allá de que sus demandas tengan una justificación social e histórica, ¿considera que el movimiento #MeToo quedará en una catarsis o le parece que está en condiciones de marcar un antes y un después, que tiene vocación de cambio sociológico?
2.- En relación a las voces discordantes mencionadas en la pregunta anterior, la actriz Catherine Denueve, la escritora Catherine Millet, la cantante Ingrid Caven, la editora Joëlle Losfeld, la cineasta Brigitte Sy, la artista Gloria Friedmann y la ilustradora Stéphanie Blake han elaborado un polémico manifiesto en el que tildan a este movimiento de “puritano” y de favorecer un regreso a “la moral victoriana”. El director de cine Michael Haneke se ha expresado en términos parecidos cuando afirma que esta “revolución femenina” está generando un nuevo puritanismo que daña la creación. ¿Qué valoración hace de esta reacciones?
3.- Albert Camus defendió con ahínco la necesidad del matiz: “El matiz es el lujo de las inteligencias libres”. ¿Se está dando en este debate una polarización sin cabida para el matiz? ¿Son necesarios los matices de uno y otro lado? ¿Aportaría usted alguno que considere oportuno?
4.- El actor Matt Damon pidió hace muy poco diferenciar “entre tocarle el culo a alguien y una violación o abusar de un niño”. Todo, dijo, debía erradicarse, pero, al mismo tiempo, sin “mezclarse”. Y remató: “Vivimos en esta cultura del escándalo, que tendremos que corregir para poder decir: ‘Espera un momento. Ninguno de nosotros es perfecto”. ¿Le parece que vivimos en una cultura del escándalo que todo lo amplifica e iguala?
Edurne Portela
(Santurce, Vizcaya, 1974)
1.-Es difícil saber cuál será la consecuencia a largo plazo. Es innegable que ha hecho visible algo que hasta ahora se conocía pero de lo que no se hablaba, o que se conocía pero estaba naturalizado y por tanto la mayoría aceptaba como normal. El hecho de que se haya dado visibilidad al acoso y al abuso, que se hayan nombrado las maneras en las que hombres poderosos se han aprovechado de su situación para satisfacer sus deseos sexuales y se hayan señalado prácticas aberrantes asumidas como normales creo que es ya un gran avance. Pero para que se produzca un cambio sociológico debe pasarse del escándalo que han provocado esta avalanchas de testimonios a la acción, que va desde la educación sexual y de igualdad en las escuelas hasta cambios políticos y jurídicos.
2.-Hago una valoración negativa. Ya nombrar a esto una “revolución femenina” destapa una mentalidad patriarcal. No es “femenina”, sino “feminista” porque lo que busca es revelar prácticas de poder que van en detrimento de la igualdad entre hombres y mujeres y que violentan no sólo a estas, sino a las sociedades que se pretenden igualitarias. Le recordaría a Haneke o le haría saber, por si no se ha enterado, que hay hombres que han apoyado este movimiento. Una pena que alguien tan susceptible a las perversiones del poder —como demostró en una de mis películas favoritas, “La cinta blanca”— no se dé cuenta de esto. Entiendo que le dé miedo esa corriente puritana que vemos tomar fuerza estos días, también por el tipo de cine que hace, pero no se puede echar la culpa de ello al “MeToo”, sino a los guardianes de la moral que se aprovechan del impulso para sacar los látigos y los cinturones de castidad. Algo parecido diría del manifiesto de las francesas. Una cosa es que impulsadas por el “MeToo” haya personas a la que se les vaya la pinza e intenten volver a prohibir Lolita, colgar de los huevos a Philip Roth o castrar a Weinstein. Pero buena parte del impulso del “MeToo” viene, precisamente, de querer liberar sexualmente a la mujer al denunciar que la agresión sexual, el abuso y el acoso nos coartan, nos hacen concebir las relaciones heterosexuales desde una desigualdad radical, instalan un rechazo al propio cuerpo, hacen concebir al hombre como un ser agresivo. Que escuchen el testimonio de Natalie Portman. Creo que ella lo ha expresado mejor que nadie. Además, el marco que proponen las francesas defendiendo una supuesta libertad me parece absurdo porque está inscrito en una concepción patriarcal y machista de las relaciones entre hombres y mujeres. Por ejemplo, cuando señalan que al hombre hay que darle la oportunidad de insistir: perpetúan ese marco en el que el hombre es quien propone, el que lleva las riendas de la seducción (lo cual tampoco me parece justo para el hombre) y en el que la mujer no sabe lo que quiere, hasta que el hombre se lo deja claro.
3.- Siempre que hay polémica se pierden los matices. Se tienen a simplificar los argumentos en aras de la vehemencia y la contundencia. Los “opinadores” profesionales quieren hablar tan inmediatamente del tema, dejar constancia de su opinión tan rápidamente, que hacen juicios rápidos, superficiales y sectarios. Y después es muy fácil repetir argumentos generales o superficiales —tomar partido por un bando— y mucho más difícil ahondar en la complejidad de las cosas, que es lo que nos nutre de matices. Yo creo que algo que a mucha gente se le ha olvidado en esta discusión es la diferencia entre la realidad y la representación, entre la vida y el arte. Hay cuestiones en la vida y en la realidad cotidiana que deben estar muy claras, siendo la más importante el respeto al otro. Y en el respeto se encuentra el límite entre la seducción y el acoso (y de ahí sus derivados en gravedad: abuso y violación). Otra cosa es la representación y el arte. Aquí yo defiendo la absoluta libertad, sin censuras. Lo de andar descolgando cuadros, prohibiendo libros o boicoteando películas me parece terrible. En el arte nada debería estar prohibido. Pero en torno a este tema se ha creado un espacio intermedio entre vida y arte, como en el caso de los directores de cine sobre los que se insinúa que maltrataban a sus actrices para conseguir sacar de ellas lo que ellos esperaban. ¿Podemos ver esas películas pensando en que la actriz está soberbia porque el director la maltrataba y que no se nos revuelvan las tripas?
4.- Sí, hace poco reflexionaba sobre este tema en un artículo que publiqué en El Correo. No es bonito citarse a uno mismo, pero como me preguntas por algo de lo que he escrito muy concretamente, lo reproduzco aquí: “El escándalo provoca ruido, aspaviento, indignación. Invita a contemplar, desde la comodidad del sofá, el horror o la injusticia como si todo eso no fuera responsabilidad propia, como si las acciones de “La Manada”, las denuncias de las actrices de Hollywood contra Harvey Weinstein, o el relato de abuso de Leticia Dolera, fueran sucesos ajenos a lo que pasa cada día en nuestros barrios, nuestros trabajos, nuestras escuelas, detrás de los muros de nuestros hogares. El escándalo es la coartada de los hipócritas. Porque, ¿cuántas veces, entre risas, se dice que una mujer ha llegado a un puesto de poder porque se ha arrodillado muchas veces, y no precisamente para rezar?, ¿cuántas eso de que “si no quieren que las violen, que no se vistan como putas”?, ¿cuántas el chiste zafio de “cuando dicen no, realmente están diciendo que sí”? Nos echamos las manos a la cabeza ante hechos que repetidos ad nauseam se han convertido en parte de nuestro “acervo popular”. Escandalizarse ya no cuela. Lo que mantiene a una mayoría pegada a las televisiones mientras destripan la vida de una víctima es puro morbo. Tal vez algunos se indignarán sinceramente, pero la indignación —lo hemos comprobado ya demasiadas veces— tiene poca mecha. Es el estallido necesario, pero los que se mantienen en la lucha son los que transforman su indignación en acción.”
Enrique del Teso
(Basauri, Vizcaya, 1960)
1.- Es difícil saber la trascendencia de algo que está ocurriendo. Decía Borges que la historia es pudorosa y esconde sus días importantes. Es cierto que algo singular se percibe en este movimiento #Me too, por su generalización y por la manera inesperada y rápida en que cruzó fronteras, líneas editoriales y sectores sociales. El efecto de catarsis es evidente. El acoso y abuso a las mujeres tiene muchos grados. La violación, la violencia y el crimen están en la parte más alta de la infamia, pero la escala que lleva a esas alturas empieza mucho más abajo. Empieza en gestos y actos que son leves por sí mismos y dramáticos por acumulación. Todas las manifestaciones del llamado bullying son difíciles de perseguir porque consisten en formas muy elevadas de violencia que se practican por acumulación de actos de poca monta que no son faltas tomados de uno en uno. En el caso del acoso a la mujer sucede que los actos de acoso están tradicionalmente amparados por una cultura según la cual algo así como la custodia y dignidad del cuerpo femenino es responsabilidad de la mujer y que no hay falta ni indignidad en que el varón ejerza su natural deseo con conductas de caza, persecución, tanteo o provocación. El arraigo de esta cultura y el convencimiento de los distintos roles ligados al sexo impide aceptar que ciertos comportamientos agresivos (piropos ostentosos, provocaciones soeces y ruidosas, coqueteos insistentes, trato infantil o condescendiente, …) sean en efecto comportamientos agresivos. Todo esto crea una bolsa de violencias extremas mal reprimidas (basta escuchar la El mio Xuan miróme) y de acosos de distintas intensidades, pero cotidianos y normalizados en nuestra sociedad (¿alguien toma como una estridencia que haya que acompañar a una chica joven que vuelva a casa a las tres de la mañana?). Esa bolsa, de tan normal y normalizada, parece dormida. Lo llamativo de #Me too es que haya inflamado esa bolsa de degradaciones, se estén revelando infamias calladas y hasta se apunten actitudes de resistencia a las formas de acoso mejor acomodadas en la cultura patriarcal. El efecto catártico, como decía, parece entonces evidente. Será difícil que no deje consecuencias en ciertos nichos especialmente sensibles a estas agresiones. Y será difícil también que no deje secuelas en las leyes, que es por donde empiezan siempre ciertos cambios. Las reacciones críticas improvisadas, desordenadas y casi nerviosas que provoca este movimiento son un índice de que estamos ante un verdadero desafío que puede llegar lejos.
2.- Últimamente aparecen neologismos sin novedad conceptual que circulan en ciertos ambientes como palabras de tribu, como todas estas que empiezan por post—. Dejémonos llevar perezosamente por esa moda y digamos que el manifiesto de las intelectuales francesas cae en el llamado post-machismo: la crítica a la crítica al machismo. Es un fenómeno que no se da sólo con el feminismo. En vez de atacar una injusticia, se da por superada intelectualmente esa injusticia y se ataca la manera de combatirla. En vez de combatir la injusticia evidente de la discriminación femenina se critica a la actitud feminista de protesta contra esa discriminación. En vez de atacar el racismo y sus estereotipos, se da por obvio que todos somos iguales, y se critica que Warner Bros retire o esconda a aquellos negritos bembones con todos los rasgos de su negritud caricaturizados de forma bufa o a Speedy González, que caricaturizada el estereotipo mejicano. Efectivamente, son cuestiones que en lo fundamental están superadas intelectualmente: ya no se piensa que los negros sean inferiores a los blancos o que las mujeres deban tener menos derechos que los hombres. Sólo en reservas zoológicas se puede leer o escuchar algo diferente. Sin embargo, la discriminación racial y de sexo sigue siendo un hecho. El discurso igualitario parece una matraca monjil de obviedades, porque ya se sabe que somos todos iguales. O parece una exageración de progre cargante posmoderno, porque cuando se pasa de lo obvio (que todos somos iguales) a los detalles más pequeños, estos parecen la histeria de un radical chillón.
La reacción post— lo-que-sea incluye, por un lado, la deformación del discurso que denuncia la injusticia y, por otro, la invención de situaciones inconvenientes a las que llevan la exageración y radicalismo progre. Se denuncian los presuntos excesos feministas contraponiendo a los casos reales de acoso y violencia situaciones imaginarias de puritanismos inexistentes y linchamientos imaginarios. Catherine Millet dice que su editor piensa que su famoso libro sobre su torrencial vida sexual ahora, «tal como están las cosas» sencillamente no se podría publicar. Ella se siente perturbada porque percibe que el activismo feminista acaba induciendo un nuevo puritanismo y que urge recuperar la compostura. El problema del razonamiento es que es mentira que ahora no se podría editar su libro. De hecho, se está reeditando sin dificultad y se sigue vendiendo sin problemas. Javier Marías deplora que la mera acusación de una mujer pueda significar la condena u ostracismo de un varón, por tanto desquiciar la idea de lo que es un abuso. De nuevo el mismo problema. Es falso: ningún varón es condenado sólo porque lo acuse una mujer. Señálese cuál es esa lista de linchados y descríbase en qué consiste ese linchamiento (y no llamen linchamiento a que algún incontinente llame a alguien polla vieja en un tuit). Lo real es que hay multitud de acosos impunes; lo inventado es que haya problema de víctimas inocentes (no hay más que en cualquier otro tipo de delito). También Sergio del Molino se dolió de que cierto puritanismo deje a personas de conducta sexual normal, como asegura que es su caso, en el terreno de la anormalidad, porque ya hasta hay publicaciones que dicen que la penetración es machista o burguesa. Todo ello, otra vez, como una exageración de la idea de acoso que hace fortuna al calor del movimiento #Me too. Y otra vez la situación excesiva que se contrapone a la situación injusta de partida es inventada. No importa que algún hipercrítico extravagante haya escrito no sé dónde que la penetración es burguesa. La realidad es que la gente sigue teniendo el sexo como Sergio del Molino, normal y corriente, con caricias y penetración, y no hay ninguna señal de que la gente esté retornando a ningún recelo ni rechazo al sexo.
Como se ve, no sólo se manejan situaciones irreales para desautorizar el discurso de #Me Too y similares, sino que se desfigura y tergiversa el discurso en sí. Contra lo que dicen Catherine Deneuve, Catherine Millet y las demás, no se está tratando como acoso el coqueteo y galanteo normales en el cortejo. En situaciones jerárquicas, el coqueteo no solicitado es una coacción, sin duda menor que una violación, pero coacción, que además, a base de reiterarse, puede llegar a ser violencia.
3.- Esta es una cuestión necesitada ella misma de matiz, o quizá de contexto. Sin duda alguna, las certezas limpias y simples son siempre intelectualmente débiles y, en la medida en que se interioricen, propician conductas dogmáticas, rígidas y refractarias al cambio y la adaptación. El exceso de certezas no suele traer nada de provecho. Pero no podemos hacer de esta evidencia un principio al que abrazarnos de manera ciega. Si un día descubrimos que la transparencia es buena y creemos tener un nuevo principio, otro día podemos levantarnos descubriendo que fuimos indiscretos, porque a veces la ocultación no es falta de transparencia sino algo que tiene que ver con la discreción. No hay inteligencia libre sin matiz, como se dice en la cita. Pero si abrazamos la observación como un principio ciego, no veremos cuándo el matiz multiplica la complejidad hasta llevarnos a la inoperancia. De hecho, los problemas que no se abordan, las cuestiones incómodas que los gobiernos siempre dejan para otro momento, se paralizan siempre multiplicando el matiz y la complejidad del primer paso hasta convertir el problema en inabordable. Podemos pensar, por ejemplo, en la eutanasia. Prácticamente ningún gobierno aborda esta cuestión en serio. Para muchos es enojoso negar su relevancia, porque la mayoría no encuentra argumentos para defender la obligación de cargar con una vida reducida al horror. Pero a la vez que resulta difícil negar su importancia, es comprometido y complejo abordar la regulación de una cosa como la eutanasia. La mejor manera de aparcar una cuestión sin negar su relevancia es multiplicar el matiz hasta que parezca un mundo dar el primer paso. ¿Cuánto tiempo tiene que manifestar una persona su deseo de morir para considerar que, efectivamente, es una decisión irreversible? ¿Es lo mismo si desea su muerte una persona de 85 años que una de 18? ¿Cuál sería la edad de corte? Podemos hacer muchas preguntas, matizar y matizar, hasta que el problema pierda forma y cualquier paso sea un extravío.
Por otra parte, no hay que olvidar el desfase que se tiene que dar siempre entre los hechos y la comunicación de los hechos. La comunicación pública siempre simplifica los hechos de partida. Sólo se puede suponer que caló en la audiencia aquello que la audiencia recuerda y es capaz de repetir en una conversación. Por eso, no suele haber matiz en lo que se recuerda y trasciende de un debate público.
Teniendo todo esto en cuenta, sí está habiendo en los medios una polarización basada en una interpretación simplona de la otra parte. Siempre que hay dos partes parece que la templanza y el buen juicio exige una mirada crítica a las dos partes, porque poniendo sólo reparos a una de ellas ya se corre el riesgo de parecer militante o prejuicioso. Xxx se hace eco de aquella fábula matemática en la que una señora hace una tarta para sus dos hijos (porque tal como se transmite la fábula, las tartas para los hijos las hace la señora; son fechas adecuadas para este tipo de observaciones). Uno de los dos hijos dice que la tarta debe ser entera para él, mientras el otro dice que cada uno debe tener la mitad de la tarta. La madre trata de dar algo de razón a las dos partes y le da las tres cuartas partes para el primero y sólo la cuarta parte al segundo, porque esa es la posición intermedia entre las dos posturas. Digo esto porque, evidentemente, en la ola de intervenciones que se producen sobre la cuestión que nos ocupa se echan de menos muchas veces matices y perspicacia, pero no de la misma manera en uno y otro lado. Ni en la fábula del matemático ni en muchos temas de debate el punto medio tiene por qué ser el punto de la justicia, ni es templanza repartir la crítica a partes iguales en debates sobre puntos de vista feministas. Pondré dos ejemplos en que la falta de matiz me resulta llamativa. Con frecuencia la crítica al discurso feminista
contrapone fenómenos que en la escala de valores más común no pueden compararse. Cualquiera puede opinar que es artificioso doblar el género siempre que una palabra se refiera a seres humanos y no hay nada de malo en esa opinión, siempre que el tono permita suponer que el opinante entiende la verdadera jerarquía del asunto. Álex Grijelmo, nada sospechoso de usos lingüísticos presuntamente feminazis, escribió hace poco lo siguiente: «Y realmente no se pueden equiparar la protesta ante el abuso del feminismo en tal o cual palabra y la lucha frente a los maltratos, las vejaciones, la discriminación, la ocultación o los salarios que sufren las mujeres.» Esta sensibilidad tan elemental se echa de menos en la crítica al activismo feminista. El otro ejemplo es la inclemencia con que se tratan los casos de violencia por acumulación de hostilidades menores. Una violación o un asesinato es un acto violento tan directo y brutal que nadie puede trivializarlo. Pero qué fácil es trivializar un tocamiento de culo en el autobús, un rozamiento baboso, una frase soez o una mirada pegajosa como un salivazo. Nadie se muere de eso, decía B. Bardot y tantos otros. Y es cierto. Salvo que cruzar una frontera dependa de la voluntad de quien te toca el culo y se arrima, o que eso de lo que no se muere nadie sea cotidiano y proceda del jefe de quien depende que puedas seguir trabajando. Algunas desfiguraciones de las protestas femeninas pueden llegar a ser muy toscas.
4.- En parte la respuesta está anticipada en el párrafo anterior. Es evidente que estamos en un momento en que la estridencia y mal gusto están instalados en el entretenimiento y la comunicación pública. Pero la apreciación de Matt Damon peca de buena parte de los vicios que venimos comentando. Nadie confunde tocar el culo a una chica con violar a un niño. Es la típica fantasía que se invoca para desautorizar la legítima protesta contra el acoso. El problema es que el acoso es real y la fantasía es eso, fantasía. Por otro lado, y como acabamos de decir, tocar el culo es una falta menor, salvo que sea una falta que haya que padecer a diario en un ambiente de coacción, que es lo que se critica. Y por último, en las faltas ocurre que, además de grados de gravedad, hay familias mejores y peores. Un insulto o escupitajo en los pies son faltas leves. Un tocamiento de culo es una falta leve, pero de mala familia. En su día no me pareció un asunto menor la ocupación del islote de Perejil, aunque la réplica de Federico Trillo fuera pintoresca. Se trataba de un problema menor por el interés nulo de ese pequeño islote. Pero también se trataba de un acto de mala familia: nada menos que meter un cuerpo armado en un territorio reconocido internacionalmente como perteneciente a otro país. Como digo, nadie confunde un tocamiento estúpido con una violación ni la ocupación de un territorio de mentira con el bombardeo de una capital. Pero las agresiones de mala familia deben ser contundentemente señaladas.
Xandru Fernández
(Turón, Asturias, 1970)
1.- Ha tocado fibras muy sensibles y solo eso ya garantiza su trascendencia.
2.-Son una estupidez. Por supuesto soy capaz de entender que alguien como Catherine Deneuve, cuya fama se lo debe todo a la industria del porno soft para hombres con barniz intelectual, se sienta desplazada en un mundo donde las mujeres cada vez son más dueñas de sí mismas, pero más allá de su drama personal no veo justificación alguna a ese miedo al puritanismo y a la moral victoriana. De las otras señoras no había oído hablar nunca y me temo que no me perdía nada. Me preocupa más que se condene a un vareador de aceitunas por ponerle su cara a un Cristo o que se encarcele a raperos por cantar cosas que ofenden a la familia real, mucho más que las opiniones de Haneke sobre el feminismo o sobre cualquier otra cosa.
3.- No tengo muy claro cuáles son los dos lados: ¿defender a los violadores es un lado? Si es así, no veo necesidad de matizar gran cosa.
4.–No, no me lo parece. Me parece que gente como Matt Damon vive en un mundo tan exclusivo que ignora lo que es el sentido común: eso que dice lo sabe cualquiera, empezando por las promotoras de #MeToo.
Mónica Ojeda
(Guayaquil, Ecuador, 1988)
1.- Creo que debe y tiene que marcar un antes y un después. Más allá del tema judicial, en el que a veces estas denuncias no se pueden probar, es un tema de sacar los trapos sucios respecto a lo que las mujeres vivimos a diario en distintos espacios y que se ha naturalizado. Se trata de crear una conciencia sobre el tema. Eso es lo que más me interesa del movimiento.
2.- Hay muchos feminismos, y los ha habido puritanos, como el movimiento antipornográfico de Dworkin en los ochenta, pero este no es el caso. No es puritano denunciar lo que pasa en muchos medios, que es que sin consentimiento se te acercan, te hablan de tu cuerpo o te tocan. Y es aquí cuando se trasluce que algunos hombres y mujeres parecen no ver la diferencia y en realidad es muy simple: con consentimiento, todo; sin consentimiento, nada. Pienso que muchas de estas artistas francesas, a las que respeto, también hablan desde un lugar de privilegio que hay que deconstruir.
3.- Sí, creo que los matices son fundamentales. Por ejemplo, las pruebas para cualquier acusación son importantes. Sin embargo, y aquí agrego un matiz al matiz, lo que podemos ver ahora más que nunca es lo difícil que es para las mujeres lograr justicia cuando son acosadas y abusadas: lo difícil que es presentar pruebas, incluso cuando la denuncia se hace de inmediato. Hay un vacío de protección allí que, ojalá, el debate actual logre incitar a resolver.
4.- A Matt Damon, seguro, no llevan tocándolo desde la pubertad sin su consentimiento. Cuando eres mujer, te han tocado varias veces en tu vida sin consentimiento, en situaciones a veces realmente humillantes. Si queremos hablar de niveles de abuso, hablemos, pues. Pero un abuso es un abuso, y violentar el cuerpo del otro, imponerte sobre el otro, es violencia y tiene que parar. No hay que tomarlo con naturalidad.
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