Crónica

Malleus maleficarum

Israel Llano Arnaldo aborda en su segunda crónica histórica el fenómeno de las cazas de brujas a lo largo de las edades Media y Moderna.

Malleus maleficarum: cazas de brujas en las edades Media y Moderna

/una crónica histórica de Israel Llano Arnaldo/

A finales de la Edad Media comenzaría un proceso que se extendería durante casi cuatro siglos, alcanzando prácticamente el final de la Edad Moderna, que conocemos como Caza de Brujas. Sus ecos nos han llegado hasta hoy en día de tal manera que es uno de los modelos históricos más evidentes de la capacidad que tiene el ser humano para buscar un chivo expiatorio sobre el que desviar la atención de los errores propios. El hecho de que miles de personas ardieran en la pira por un fenómeno que era prácticamente imposible de demostrar y de que, con total seguridad, muchísimos inocentes fueran ejecutados, no tiene fácil explicación. Para buscarla, seguramente haya que rastrear en los aspectos psicológicos que acaban en histeria colectiva o en la reacción natural de buscar un culpable ante las desgracias o acontecimientos a los que el ser humano no sabe dar explicación. A estos factores hay que unir un ambiente que mezclaba la superstición y la extrema religiosidad. Estamos, por tanto, ante uno de los acontecimientos más evidentes de las graves consecuencias que puede acarrear la combinación de miedo e ignorancia.

Fueron las propias autoridades las que iniciaron la persecución y las más decididas a hostigar la brujería, que identificaron con el delito de herejía. Éste se había legitimado a inicios del siglo XIII para perseguir dos credos críticos con la Iglesia católica: el catarismo y el la iglesia valdense. Dar forma al crimen de herejía, y con él al de brujería, supondría una reestructuración profunda en la Iglesia, ya que ésta se arrogó el derecho de combatirlos por los medios que fueran necesarios. Para ello se valieron de la legislación, la fuerza militar e incluso la cultura, mediante la pintura o la escultura o impulsando la escritura y promoción de libros que debían servir para combatir la brujería. El más famoso de ellos sería el Malleus malleficarum.

Malleus malleficarum: el martillo de las brujas

Inocencio VIII (1432-1492)

En 1484, el papa Inocencio VIII, mediante la bula Summis desiderantes affectibus, proclamaba la existencia real de la práctica de la brujería, que desde hacía siglos no estaba incluida oficialmente en la doctrina oficial de la Iglesia, dejando sin validez así la bula Canon Episcopi de Sergio III, del año 906, que negaba esta realidad. Hasta ese momento se tenía como un fenómeno abstracto y que enfrentaba a muchos eclesiásticos, a pesar de que ya se habían iniciado decenas de procesos por brujería o demonismo en muchos lugares. En la bula se incluía un permiso especial para que dos monjes dominicos persiguieran las prácticas de brujería, hechicería y demonismo en el sur de Alemania. Estos dominicos, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, incluirían la bula en el prefacio del volumen que publicaron ese mismo año, Malleus malleficarum, y que se convertiría en el libro de referencia para la caza de brujas.

Heinrich Kramer nació alrededor de 1430 en Alsacia, donde logró acceder a la Orden de los Predicadores, hasta llegar a prior. En 1474, anciano para los cánones de la época, y un tanto perturbado según algunos autores, fue nombrado inquisidor de Bohemia, Moravia, Salzburgo y Tirol. Por su parte Sprenger, que era profesor de teología en la Universidad de Colonia, fue asignado para el mismo puesto en Renania, en 1470. Ambos, antes de lograr convencer al Papa para la emisión de la bula, habían colaborado entre ellos para intentar iniciar varios juicios por brujería, pero la oposición de parte de las autoridades civiles y eclesiásticas del sur de Alemania, los llevó a elevar su petición a Inocencio VIII. Basándose, en muchos casos, en sus propias sentencias judiciales, publicarían conjuntamente el Malleus malleficarum en 1486, aunque el autor principal fue Kramer.

Fundamentalmente, se trata de un manual para que los inquisidores se guíen en el proceso de identificar los supuestos delitos y actos que podía cometer una bruja para después juzgarlos. Se compone, además de la mencionada inclusión de la bula papal, de tres partes: la primera intenta demostrar la existencia real de la brujería y el culto que rendían al diablo sus seguidoras, las brujas; la segunda explica las diversas formas de brujería y en qué consistían los pactos con el demonio, así como intentar evitar caer en su tentación y evitar sus maleficios; por último, muestra la manera de como se ha de desarrollar el juez, ya sea civil o eclesiástico, a lo largo del proceso judicial.

El Malleus no suponía ninguna novedad en el concepto que se tenía de las brujas hasta ese momento, ni contribuyó a ampliar las ideas que se tenía sobre ellas. Una característica destacada fue la de relacionar casi exclusivamente la brujería con la mujer:

La mayoría de quienes practican la brujería son mujeres, ello se debe a que (formadas de una costilla de Adán) son inferiores a los hombres […], les falta inteligencia […], tienen pasiones desordenadas, son débiles en las fuerzas del cuerpo y el alma, son más carnales que el varón […], poseen el defecto de no querer ser gobernadas […] Fémina proviene de «fe» y de «minus», por lo que la mujer siempre ha tenido menos fe que el hombre.

Encarnaría de esta manera la tradicional misoginia de la Iglesia, proyectándola hacia la acción herética que representaba la magia, la hechicería y el culto al demonio.

Uno de sus éxitos fue el de reagrupar muchas suposiciones que ya se tenían sobre las brujas en un solo volumen, transmitiendo una serie de creencias heterogéneas a un público mucho mayor. Pero, por encima de todo, declaraba de forma definitiva que la brujería era una forma de herejía, algo que aún se debatía hasta ese momento en muchos ámbitos eclesiásticos, haciendo más conscientes del delito de brujería a jueces civiles e inquisidores, que aplicaron sus contenidos durante los juicios. Todas estas consideraciones hicieron que esta obra contribuyera de una forma decisiva en el proceso de la caza de brujas.

El Malleus no fue el único manual de la época que teorizaba sobre la brujería y su persecución, ni siquiera el primero, pero sí sería el más popular de todos ellos y una de las obras que ha trascendido en el imaginario popular, llegando su fama hasta nuestros días.

‘El aquelarre’, de Francisco de Goya.

La bruja: realidad y pervivencia de un mito

En primer lugar, es importante recalcar que fueron acusadas y condenadas por brujería todo tipo de personas de diversa condición social y económica. Aclarado este punto, se puede hablar de que las condenadas, porque fueron inmensa mayoría de mujeres, respondían a cierto perfil que se cumple en una proporción muy elevada de casos. Los hombres también podían ser acusados y condenados, pero tan sólo resultaban serlo en un porcentaje inferior al 20% En consecuencia, se solía sospechar instintivamente de las mujeres, a lo que se unía el hecho de que el arquetipo de hechicera heredado del mundo antiguo y medieval solía ser el de una mujer.

Las brujas se encontraban casi siempre en el ámbito rural, en pequeñas localidades agrícolas donde la superstición tenía su lugar bien definido junto a las creencias religiosas, entre un campesinado donde el analfabetismo y la incultura eran norma. Un conflicto entre dos personas podía suponer el inicio de un proceso de brujería por la acusación de una de ellas. Al mismo tiempo, la situación económica de estas mujeres era rayana con la pobreza, cuando no miserable. En la ciudad también hubo apresamientos, pero se cumplían casi siempre los factores mencionados, ya que solían darse en ciudades pequeñas donde la conflictividad entre ciudadanos podía reflejarse en acusaciones de brujería si se daban las situaciones idóneas.

Las mujeres acaparaban los oficios de cocineras, comadronas o curanderas, lo que les exponía a ser acusadas de brujería. Por ejemplo, una cocinera recogía hierbas, por lo que se le podía acusar de preparar hechizos mágicos destinados a dañar a otros. Al igual que una curandera, el recipiente donde preparaban sus recetas y ungüentos era el caldero, de ahí que quedara asociado a la brujería. Las comadronas, por su parte, podían exponerse a su incriminación cuando se daba una circunstancia tan cotidiana para la época como la de que el niño o la madre murieran en el parto, hecho que podía llevar a la familia a acusar a la partera de haberlos hechizado o aojado en el alumbramiento, llevándolos a la muerte.

‘El círculo mágico’, de John William Waterhouse.

La mayoría de brujas condenadas eran de avanzada edad, lo que responde a varios factores. El primero responde a que normalmente no eran acusadas rápidamente, sino que ocurría tras años de sospechas de actividades brujeriles, muchas de ellas tras haber ejercido habitualmente los mencionados oficios de comadronas o curanderas para el resto de la comunidad. Además, las pocas personas que llegaban a cierta edad entre los siglos XV y XVIII podían presentar rasgos de senilidad que los jueces podían presentar como un indicio de posesión demoniaca.

Aunque hubo muchas mujeres casadas que fueron acusadas, en muchos casos siguiendo el patrón de las riñas, por sus propios maridos o hijos, llama la atención que la mayoría eran solteras o viudas. Esto podría responder a las costumbres de la sociedad patriarcal del momento, que veía con malos ojos que una mujer no estuviese sometida a la autoridad de un hombre.

Normalmente eran acusadas de pactar con el diablo y de tener relaciones sexuales con este, idea central del Malleus maleficarum. Con ello, supuestamente, perseguían que el maligno les revelase secretos, ritos y maleficios con los que perjudicar a la comunidad. Una de las secuelas que podían dejar estos encuentros en el cuerpo de la bruja, y que servía en muchos juicios para condenarlas, era la marca del diablo, una pequeña señal, en muchas ocasiones identificada como un tercer pezón, que bien podría relacionarse con la verruga que encontramos en el estereotipo actual de la bruja.

Jueces e inquisidores también tenían el convencimiento de que se reunían alrededor del diablo en el denominado sabbat (que en España conocemos por el término euskera aquelarre, que significa aproximadamente «prado del macho cabrío», ya que las más importantes cazas de brujas en territorio español se realizaron en el País Vasco). No obstante, no hay pruebas que sostengan la existencia de una secta que marcase un canon de cómo debía ser el culto al demonio o cómo debían hacerse los maleficios. De hecho, no hay constancia documental de que ni un solo juez, funcionario o uno de tantos cazadores de brujas que tanto abundaron haya logrado presentarse en un aquelarre nunca. La creencia en estas reuniones secretas donde hipotéticamente se rendían cultos obscenos y blasfemias responde al miedo que las autoridades tenían a una subversión de las normas morales y religiosas. Por tanto, sin la convicción de la existencia de ese tipo de ritos, las cazas de brujas, probablemente, hubieran sido mucho más moderadas.

Según estas creencias, a los sabbat las brujas acudían volando. Con la certeza de que las brujas podían volar, los jueces suponían que estas reuniones eran muy numerosas (a veces de hasta 100.000 asistentes) y que volar era una condición necesaria para poder acudir, ya que tenían que recorrer enormes distancias para hacerlo. A veces se las representaba surcando los cielos en animales fantásticos, pero era la escoba la más común de las herramientas que —se argumentaba— usaban las brujas para poder surcar los cielos. La escoba se tenía por entonces como un emblema de lo femenino y su forma fálica ayudaba a la hora de argumentar la voracidad sexual que se atribuía a las brujas.

Como hemos visto, aunque verdaderamente cualquiera podía ser acusado de brujería, los estereotipos que manejamos hoy en día en nuestro imaginario popular responden al más habitual de los modelos de brujas. Esto probablemente se deba a que este estereotipo que hemos creado provenga de los cuentos populares que se han ido reproduciendo de generación en generación, pero que casi siempre esconden una realidad entre sus moralejas.

‘Asamblea de brujas’, de Frans Francken el Joven.

Una persecución irracional

A partir de 1375, aproximadamente, se va configurando el arquetipo de la bruja, la Inquisición empieza a tener cada vez mayor poder, comienzan a aparecer volúmenes que tratan sobre la brujería y, en consecuencia, los juicios comienzan a ser más abundantes.

El fenómeno no fue gradual ni continuo, sino que tuvo dos grandes etapas donde las causas judiciales fueron mucho más numerosas. Coincidiendo con las mayores oleadas de cazas de brujas, el Malleus malleficarum fue muy popular entre 1486 y 1520, y lo volvería a ser entre 1580 y 1650, que fue el periodo culminante de las grandes cazas de brujas, pero no se reimprimió ni una sola vez entre 1521 y 1576. Estos vaivenes se explican por varios factores: durante el primer periodo álgido aparecen manuales de brujería que estimularon la persecución, mientras que la gran crisis económica y de subsistencia en los años finales del siglo XVI y principios del XVII explicaría el aumento de juicios del segundo gran periodo. Por su parte, la etapa de estancamiento entre ambas fases se achaca a la gran conmoción que supuso para Europa la Reforma luterana, en 1518.

A partir de la mitad del siglo XVII, los juicios van disminuyendo por varias causas. En primer lugar, los procedimientos judiciales se vuelven más exigentes para condenar, sobre todo con la restricción a una práctica que llevó a sentenciar a la mayoría de brujas: la tortura. Otro factor importante fueron las nuevas ideas filosóficas y científicas que caracterizaron a la Edad Moderna y que supusieron que los procesos por brujería empezaran a ser vistos con malos ojos por las élites intelectuales. Además, las condiciones de vida comenzaron a mejorar en el siglo XVIII, con una expansión demográfica y económica notable. Por último, el nuevo talante surgido en la propia Iglesia católica como respuesta al protestantismo, que se concretó en la llamada Contrarreforma, ayudó de manera decisiva en la disminución de las persecuciones de brujas.

Uno de los grandes mitos que orbitan alrededor de la caza de brujas es el de que los juicios eran realizados por la Inquisición, pero esto no era así siempre: más bien al contrario. Como ha demostrado Brian P. Levack, si bien la Inquisición entabló numerosos juicios y dictó muchas condenas por brujería, fueron los tribunales locales, que casi siempre eran civiles, los que más condenas ejecutaron. De hecho, cuanto más arriba en la jerarquía judicial, civil o eclesiástica se encontrase el juez, más reacio se solía mostrar éste a condenar. No obstante, como en prácticamente todo lo expuesto con anterioridad, hay casos de toda índole y distinguidos inquisidores, y hasta reyes, persiguieron con saña y vehemencia la brujería.

Otra tradición relacionada con el fenómeno es el de las brujas ardiendo en la pira. Efectivamente, al tratarse de una herejía, el destino de las que eran condenadas a muerte era la hoguera. Las quemas, que podían ser individuales o colectivas, se realizaban en vistas públicas donde las condenadas recibían todo tipo de humillaciones. Normalmente se las ejecutaba antes a garrote y después se procedía a quemar el cuerpo a la vista de todos, aunque esto no era así en España e Italia, donde eran quemadas vivas para expiación de sus pecados.

El ámbito geográfico presenta numerosas variaciones respecto al número de condenas dictadas. Sin duda, el lugar de Europa donde las brujas fueron más perseguidas fue el sur de Alemania, Francia, Suiza y Holanda, que era la zona más poblada de Europa, donde algunos estudiosos estiman que se ejecutaron casi las tres cuartas partes del total del continente. En contraposición, debido a la jurisdicción casi exclusiva que tenía la Inquisición en España sobre la herejía y, por tanto, la brujería, en sus reinos fue donde menos condenadas hubo, y las ejecuciones no llegaron al medio millar. La explicación pasa por el hecho ya mencionado de que solían ser los tribunales locales los que más condenas dictaban, y que eran los más comunes en Centroeuropa debido a la ausencia de la Inquisición, que no tenía jurisdicción en los países protestantes.

Por último, el alcance real de víctimas totales es revelador de las dimensiones que llegó a adquirir la Caza de Brujas. Aunque los contemporáneos al fenómeno hablaban de cifras millonarias, estas se fueron atenuando con el paso de los años y la llegada del método científico. Durante gran parte del siglo XX, se estimaban en alrededor de medio millón las brujas ajusticiadas, pero los estudios más recientes suelen coincidir en moderar estos guarismos. Estoas investigaciones señalan que el número total de juicios fue de poco más de 110.000, alrededor de la mitad desarrollados en el Sacro Imperio Romano, aunque fue un fenómeno extendido por toda Europa y que se dio también, de forma muy moderada, en la América británica, aunque no en la española. De todas ellas, se cree que fueron condenadas algo más de la mitad, elevándose por encima de las 60.000 las personas castigadas a arder en la pira.


Israel Llano Arnaldo (Oviedo, 1979) estudió la diplomatura de relaciones laborales en la Universidad de Oviedo y ha desarrollado su carrera profesional vinculado casi siempre a la logística comercial. Su gran pasión son sin embargo la geografía y la historia, disciplinas de las que está a punto de graduarse por la UNED. En relación con este campo, ha escrito varios estudios y artículos de divulgación histórica para diversas publicaciones digitales. Es autor de un blog titulado Esto no es una chapa, donde intenta hacer llegar de forma amena al gran público los grandes acontecimientos de la historia del hombre.

3 comments on “Malleus maleficarum

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