Licencia de apertura, de Alejandro Garmón Izquierdo
/una reseña de Carlos Alcorta/

Por la fecha de publicación de su primer libro, podemos considerar a Alejandro Garmón Izquierdo (Bilbao, 1981) un poeta tardío, aunque su inquietud literaria se remonta a algunos años atrás, como lo confirman sendos premios de relatos obtenidos en el pasado. Poéticamente, sin embargo, ha ganado notoriedad al recibir el Premio Internacional de Poesía Jovellanos, subtitulado «El mejor poema del mundo» de 2018. Estos sobrios antecedentes, es obvio, nada añaden ni restan a las virtudes de un libro como Licencia de apertura, libro dividido en cinco secciones ciertamente desiguales en la formulación de la experiencia del poeta, una desigualdad fruto, seguramente, de las distintas épocas en las que los poemas, intuyo, están escritos. Predomina en muchos ellos una visión de la poesía casi, podríamos decir, arcádica y cauterizadora, incluso a pesar de los reparos hacia el lenguaje que deja entrever desde el segundo poema: «Es la palabra/ una suerte de engaño,/ marcado territorio/ felino, el sendero que surca/ su mirada una y otra vez./ Un exiguo horizonte/ abarca nuestra sombras/ y, mientras ella busca/ el alimento, la palabra/ transforma individuo en especie,/ la muerte en extinción». «El territorio del lince», título de esta primera sección, abunda en esta idea y nos remite al espacio del poema, un lugar agreste en el que la lucha por la supervivencia es una constante en el animal, como lo son las tensiones entre idea y significado que sufre el lenguaje en la página, el lugar donde el poema toma forma.
En la segunda sección, «Mundos de mimbre», la dicción abandona el inicial simbolismo y se apega más a la expresión directa la cotidianidad. La memoria enlaza el pasado con el presente y tiñe de nostalgia los paisajes y los acontecimientos fugitivos, irrecuperables, esos mundos construidos con mimbre que, como la memoria, se escapan por los intersticios de la materia con la que están construidos. Mientras que en esta sección los paisajes conservan un aureola mítica, producto quizá de una mirada condescendiente sobre la infancia, en la tercera sección, «Suelo industrial», el poeta se enfrenta a la realidad, representada con toda crudeza por un paisaje degradado: «Lo que antes era bosque,/ un campo de cereales/ y después una zanja,/ ahora, por fin, es/ suelo industrial urbanizado». El cambio es rotundo. En ese escenario de corruptelas políticas y capitalismo sin escrúpulos, sin embargo, también hay lugar para pensar la vida, para encontrar la belleza, aunque esta reduzca sus límites al laberinto del cuerpo anhelado, como ocurre en el poema «Tatuaje», y un espacio para revisitar la memoria familiar y buscar en ella —sin menospreciar el amor— un asidero para el presente («La palabra del padre y el hogar en los brazos,/ la plegaria y el beso de una madre./ Los hermanos que ensueñan….»), como queda de manifiesto en el poema «(In memoriam)», dedicado a su abuela. La poesía de Alejandro Garmón Izquierdo está construida, a pesar de esos reiterados déjà vu melancólicos, con materiales heterogéneos, algunos de los cuales podríamos tachar de poco poéticos, al estar más relacionados con la física o la mecánica («Partos de versos bastardos,/ olvidados a su suerte, deambulan/ entre grises corrientes de sinapsis/ eléctricas, sin final ni destino») que con lo lírico y, sin embargo, las analogías consiguen su propósito: objetivar la incertidumbre sin que el autor caiga preso de la retórica.
La penúltima sección, «Mimbres de otro mundo», puede inducir a engaño. El otro mundo no proviene de un metaforizado campo onírico sino de unos territorios lejanos que suscitan disfunciones en una conciencia crítica, enfocada con cierta ironía, sobre el estado de las cosas. El poema que da título a la sección nos ofrece algunas claves de lectura, sobre todo en los versos finales: «… ausente/ espero haber aprendido/ a prender letras en lienzos de silencio,/ hogares del rescoldo de otros hombres,/ gélidas cenizas de otros nombres». Esa incertidumbre de la que hablamos procede, sin duda, de la desubicación que padece el sujeto contemporáneo, desubicación que tiene que ver con la pérdida de referentes ideológicos y morales, a lo que debemos añadir la persistente sensación de ser un desconocido, no solo para los otros, sino para sí mismo: «Eres dueño del absurdo y de nada sirven tus armas en pruebas si sufres por el sino reunido de los egos, pero con un gran aumento en las gafas, y las herramientas precisas, pules un diamante que arrojaras al fuego».
El libro finaliza con la sección que da título al libro, «Licencia de apertura», y no es, como podría pensarse, un colofón o un resumen argumental del resto del libro, porque la componen una serie de poemas que no parecen tener mucho en común entre ellos, aunque es posible que el autor los haya reunido bajo un común propósito que no hemos detectado. Poemas cargados de lirismo, como el titulado «(Figuras en el viento)», conviven con otros que dan la impresión de ser poco más que un juego lingüístico, como el titulado «Zeta» y con unos terceros que remiten a esa analogía de la que hablábamos anteriormente, la de la ciencia con el sentimentalismo. No es un recurso baladí, aunque ni siquiera la ciencia puede aportar certezas inmutables. Cada nuevo descubrimiento plantea inquietantes interrogantes que no hacen más que confirmar la insignificancia del individuo en un mundo regido por poderes invisibles. De ahí que el poeta escriba: «Hay una parte, en el fondo/ de mí, que desea soledad,/ será porque en la superficie/ hay un hombre, que sabe/ de esa otra parte de mí,/ que ene l fondo no sabe/ lo que desea». Alejandro Garmón Izquierdo ha buscado imprimir a sus poemas un ritmo sustentando en la métrica tradicional, en heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos preferentemente, pero su particular fuerza expresiva le ha impulsado a tomarse algunas licencias en detrimento de la sintaxis. Lo ideal es que musicalidad y significado compartan a partes iguales la responsabilidad del verso, pero, en última instancia, cada poeta puede dar prioridad a cualquiera de los dos factores. Dicha legitimidad debe, sin embargo, convencernos para «elevar la conciencia en la mirada» y plasmar las impresiones de lo visto en la página, y eso es lo que ha hecho nuestro poeta.
Selección de poemas
Personaje sin nombre
Quien pudo vencer el miedo
se hizo valiente para siempre.
Roberto Bolaño
Pertenezco a un poema
que aún no ha terminado de escribirse.
Ni siquiera me viste
una mayúscula inicial
como en otro relato de Bolaño.
Cada día que pasa escribo más
y duermo menos.
Planeando escapar de las novelas tristes
llegué por accidente a este rincón
donde la palabra mansa despierta
y se alza
contra cielos hundidos de injusticia.
Cuánto echaba de menos
la luz de tu escritorio.
Ya no quiero caer en la trampa de las páginas
en blanco, de tus ojos heridos y cansados.
Cada día que pasa duermo más
y escribo menos.
Sí, todo el mundo tiene
derecho a equivocarse,
una madre, un alma, un destino incierto,
una vida
que no admite lecturas sucesivas.
Figuras en el viento
Quiero pensar en nuestro tiempo
como en una ventana
abierta, sólo el lapso necesario
para que se ventile la atmósfera del cuarto,
que, fiel a su costumbre, de una corriente nueva
llena e invade todos los rincones
mientras busco tu cuerpo entre unas sábanas
cubiertas de papel en origami.
Cuántas veces cerrada, cuántas veces
amada, cuántas veces repetido
el mismo hábito.
Asomado en el vano, con el cantar suave
del viento, veo partir figuras a lo lejos.
Universo 217
Nunca olvides cantar
a las estrellas del alba
Joaquín Pérez Azaústre
He bautizado un agujero
negro, con la luz de tu nombre.
No era más que una estrella muerta,
pero irá creciendo, absorbiendo
materia de los sistemas cercanos.
Desfilará el tiempo con sus sabores
y seré más entusiasta del tuyo
que los astrónomos que observan
las verdes constelaciones aladas.
Pero un día se lo tragará todo
y habrá un nuevo Big Bang
y nacerá un nuevo Universo
con tu nombre.
Neonatología
Serás, aunque quisiste nacer antes de tiempo,
bienvenido a la vida que aguardaba tu llanto.
¿Quién esperaba respiro en hogares de agua?
Una madre que grita con sus ojos radiantes,
un parpadeo
y ya tomas el sol en madrigueras de flores
mientras dices adiós con el rostro inflamado
trepando por mi pecho desconcertado. Vuela
entre eventos perdidos como bits en las nubes.
Cada vez que tropiezas me hurtas horas de vida
y beso aquel cristal cada noche que te arropo
(y sigo admirándote en el marco que se aleja)
sin llegar a dormir solo en la costumbre.
Licencia de apertura
Alejandro Garmón Izquierdo
Bajamar, 2019
93 páginas
10€
Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas(2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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