Cuentinos tristes
Acilina se acuerda del tío Sabiniano
/por Juana Mari San Millán/
El tío Sabiniano, recuerda, no respiraba para vivir: silbaba. El ruido de los pulmones le precedía, le anticipaba, avisaba de su proximidad desde el portalón de la casa. Después, al entreabrir la puerta de la cocina, penetraba, irrumpía su voz inconfundible por aquel sonoro acompañamiento de tacos y juramentos.
—Me cago en la luna puta, ¡qué frío hace!
Seguro que hacía un frío que pelaba porque te había obligado a meter los sabañones de los dedos de las manos en el orinal, a pesar de tus protestas y de tu asco. Recuerda los resquemores de tu agrietada piel empapada de orín.
Asomaba a continuación el traje de tío Sabiniano. Un traje de tonalidades grisáceas, minúsculo y arrebujado. Tan escaso como el traje de primera comunión de un niño pobre de los años sesenta. Tan encogido como recién salido de presidio o como si se lo acabara de enfundar una patrona desataviada, desastrada, andrajosa. El traje de los domingos de tío Sabiniano se componía de chaqueta disminuida, como queda dicho, con un pañuelo blanco escapándose del bolsillo de arriba, camisa también blanca y pantalones cuyas perneras pugnaban por rozarle los tobillos.
Ten por seguro que era domingo y que hacía un frío que pelaba porque te perfumé para acudir a la iglesia y te inserté unos guantes de lana.
Al sentarse finalmente en el escaño, agotado por el paseo matinal, cesaba toda bulla, conversación o murmullo. Carecían de importancia la temperatura, la indumentaria o la fecha. Tu indisimulable atención se fijaba en los silbidos de su respiración, en los agitados saltos de su pecho, en la amoratada hinchazón de los carrillos. Talmente como si el tío Sabiniano fuese un paquete de pipas vacío un tris antes de despachurrarse, un globo de agua camino de destriparse contra la pared.
Te recuerdo ahora que el tío Sabiniano silbaba para vivir, no respiraba por culpa de la puta silicosis. Y que no sabía hablar sin soltar palabrotas.
—Me cago en los cantitos del río, en el cabrón del sol y en la luna puta, ¡qué frío hace!
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