Breviario de falsedades (3)
/por José Manuel Vilabella/
[ADÚLTERA] Cuando la mujer adúltera le dijo riendo que había huido con su amante y le mostró las monedas de plata que había robado a su marido, Jesús tomó un canto rodado del camino y lo arrojó al rostro a la desvergonzada, con tal violencia y desesperación, que la mujer huyó despavorida dejando un rastro de sangre tras de sí, rastro de sangre que todavía asola periódicamente la ciudad de Jerusalén llenando las calles de alaridos.
[LLUVIA] El bondadoso bicéfalo observaba con curiosidad el ir y venir de su ceñudo vecino de isla, mientras a su lado una manada de unicornios trotaba feliz porque había llegado la primavera. Aunque ellos le dijeron adiós con sus relinchos y el bicéfalo parlanchín le gritó: «Buen viaje, señor vecino», Noé embarcó en el arca sin volver la cabeza, justo un minuto antes de que empezasen a caer las primeras gotas de lluvia.
[REGRESO] La Magdalena lloraba con tal desconsuelo, se mesaba los cabellos con tal desesperación, que María empezó a sospechar que aquella mujer de dudosa reputación y rostro envejecido por los vaivenes de la vida era, como decían las malas lenguas, la viuda de su hijo y que el niño pequeño que la acompañaba, y que la miraba con estupor, era Jesús que regresaba otra vez a Galilea.
[DESPERTAR] Un momento antes de morir y cuando el accidentado que llevaba en coma sesenta años abrió los ojos, reconoció en los rasgos de la anciana que lo miraba con dulzura a la niña feroz que le había roto la cabeza con una botella de gaseosa.
[ASESINO] Le entregó el maletín con la cantidad habitual y el nombre de la víctima escrito en el folio de papel de hilo. El asesino no podía dar crédito a lo que estaba leyendo, tendría que hacer desaparecer a su mejor cliente, al magnate de la industria que a lo largo de su vida profesional le había encargado dos docenas largas de trabajos. En su nombre había asesinado sindicalistas, maridos, competidores, políticos, jueces. Interrogó al enviado con la mirada y señaló el nombre que figuraba escrito a máquina. «Es mi padre», dijo el visitante. «Sí, es mi padre y debe morir porque es incapaz de retirarse y dejar la presidencia del Consejo. Las acciones están bajando; la gestión no es buena». El asesino, que había sido hasta entonces discreto e impasible, miró al otro con tal estupor y una pizca de violencia, que el joven se vio obligado a darle una explicación más detallada. «Hace diez años mi padre me encomendó que llegado el momento se lo encargase a usted; dijo que era el mejor profesional del mercado y el que había solucionado, con exquisita delicadeza, el problema del abuelito que en paz descanse. Él mismo escribió su nombre en este papel y me dio el maletín con los dólares, porque no quería originarme problemas contables ni dificultades fiscales. Le considera a usted, si me permito decirlo, como un viejo y leal colaborador, como el asesino de la familia». Y el asesino depositó el dinero encima de la mesa, le acompañó hasta la puerta y le dio el pésame por anticipado con lágrimas en los ojos.
[ENMADRADO] Le dijo una vez más: «Tienes que cambiar y hacerte a la idea de que ya no soy un niño; tengo sesenta años y, aunque me hayas amamantado y cuidado, aquella época ya pasó; no puedes obligarme a comer si no tengo apetito porque ya soy, mujer, un adulto responsable y sé perfectamente lo que me conviene. Si quiero dejarme bigote y a ti no te gusta que lo lleve, te fastidias, pero te prohíbo que me lo afeites cuando estoy dormido. A todas las mujeres que he querido las has ido convenciendo de que soy un degenerado, y ninguna dama del condado me mira con buenos ojos y me voy a quedar para vestir santas por tu culpa. No quiero que me arropes ni que me cantes nanas; quiero ducharme solo, ¿te enteras?, y enjabonarme como me dé la gana. Te prohíbo que me abaniques y que digas de mí que soy un capullito de rosa, porque después en el casino algunos piensan que soy un afeminado y se ríen a mis espaldas. Eres absorbente hasta el agobio y tienes celos hasta de mis amigos. Tú no eres nadie para administrarme el dinero y como me vuelvas a falsificar la firma para comprar acciones de esa compañía de navegación me vas a obligar a tomar medidas muy serias. Tienes que enterarte de una vez del papel que el destino nos asignó a cada uno. Yo soy un señorito de Alabama sur y tú una negra de África; yo soy un terrateniente del sur y tú una esclava, y como me sigas fastidiando te voy a conceder la libertad y vas a terminar de mala manera, en un asilo, como una vieja blanca. Y no me llores, Marcelina, no me llores; anda cálmate, no me llores, que me rompes el corazón».
José Manuel Vilabella Guardiola (Lugo, 1938) ha publicado más de 2500 artículos en prestigiosos diarios y revistas: entre otros, La Voz de Asturias, La Nueva España, El Comercio, El Progreso, Dunia, El Extramundi, Gastronómika, Abc, La Voz de Galicia, Heraldo de Aragón, El Periódico, Lar (Buenos Aires) o Gourmand (Santiago de Chile). Mantiene desde hace más de 23 años la columna literaria «Hasta la cocina» en la revista Sobremesa y firmó durante dos décadas «Gastrónomos y caballeros» en la revista Restauradores. Entre sus libros destacan: La cocina de los excesos, Delirios gastronómicos, Gastromanía, Cocinadeasturias, Los humoristas, El crimen de don Benito, Cuerda de santos, infames y profetas, Teoría del insulto en Asturias y El día de matamos a Kennedy y otros relatos poco edificantes. Próximamente pubicará Memorias de un gastrónomo incompetente. Obtuvo, entre otros galardones, el Premio Juan Mari Arzak 1999 por el mejor artículo gastronómico del año; el Premio Nacional de Gastronomía 2002 por su libro La cocina extravagante o el arte de no saber comer y el Premio de Periodismo Gastronómico Álvaro Cunqueiro 2005. Pertenece a la Academia de Gastronomía de Asturias, a la Academia de Gastronomía de Aragón y al Colegio de Críticos Gastronómicos de Asturias.
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