Veinte aforismos de Miguel Catalán

En homenaje al eminente filósofo valenciano recién fallecido, autor de una monumental 'Seudología', ofrecemos a los lectores de EL CUADERNO una pequeña selección de su obra aforística, género que practicó con maestría.

El pasado 22 de septiembre trajo consigo una noticia triste: el fallecimiento de Miguel Catalán González, cabeza privilegiada de la filosofía, autor de uno de esos monumentos literarios que la moderna sociedad de la prisa hace cada vez más insólitos; una Seudología de varios volúmenes que iban a ser veinte, pero que el deceso del filósofo dejará en nueve. En ellos, el escalpelo experto de Catalán quiso adentrarse en las vertientes innúmeras el engaño, la mentira, la ilusión y el error. Sobre el proyecto, Catalán decía que «el universo del engaño es casi infinito y al tiempo, conmovedor. Sea la ilusión del autoengaño, la mentira piadosa o la propaganda política, nunca te deja indiferente. Dedicar toda una vida de investigación a un tema en concreto, aunque sea tan transversal como el mío, es posible porque hay una fuerte corriente subterránea: el deseo de encontrar la verdad debajo de todas las alfombras».

No era mentira el talento inmenso de Catalán, cuya pluma fue capaz de lo grande y también de lo pequeño. Era este profesor universitario de pensamiento político y ética de la comunicación, también, un consumado cuentista y aforista, género este último que practicó con profusión y reunió en seis libros y una antología. En sus aforismos se agazapaba, dejó escrito José Montoya Sáenz, «no poco del carácter potencialmente subversivo de la paradoja»; y ofrecían ellos «una enorme variedad de registros: la agudeza marxista (de Groucho), el sarcasmo crítico, la sensibilidad finísima, la observación ácida de la guerra de los sexos…», representando «un naturalismo moral absolutamente recomendable en estos tiempos tan penetrados de retórica moralizadora». De ellos, recogemos seguidamente veinte con el ánimo de rendir modesto homenaje al filósofo, deseando para él, como los antiguos romanos, que la tierra le sea leve.


Veinte aforismos de Miguel Catalán

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Era un hombre tan pobre que no valía la pena falsificar su firma.

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Aquel sabio llegó a tener el mundo en su cabeza. Un día la cabeza estalló y el mundo siguió adelante como si nada.

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Hay un dolor de cuello específico de tanto mirar al cielo.

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Una cosa es no soportar y otra, odiar.

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Todos los animales que comen humanos son antropófagos.

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Las máquinas facilitan el trabajo y complican la vida.

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La severa ortodoxia de la realidad.

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Los nichos son pisos para muertos; los pisos, nichos para vivos.

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Hay escritores tan famosos que ya no escriben libros por falta de tiempo.

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Estrangular a alguien es asesinarlo a mano.

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El sábado visita el burdel. El domingo, el confesionario. El lunes vuelve al trabajo.

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Libros que hay que sacarse de encima como si fueran una muela.

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Al dictar aquella conferencia, la vista se me iba una y otra vez al único espectador distraído. Aunque los otros atendían con interés, siempre terminaba dirigiéndome a él. Quería ganármelo aun a costa de perder al resto.

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Los fantasmas, esos muertos inmaduros.

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La lenta violencia de los vegetales.

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Cuando los españoles de la Conquista vieron que habían llegado al paraíso, se apresuraron a convertirlo en un infierno.

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Normalmente, el adúltero es un hombre que engaña a dos mujeres.

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Un oficial ordenó disparar contra la guarnición enemiga cinco minutos después de que en la capital del país hubieran decretado el final de la guerra. El héroe se fue transformando en delincuente conforme iban llegando las noticias del tratado de paz a la línea de fuego.

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Dios, que empezó siendo la suma de todas las virtudes que los hombres nunca llegarían a poseer, terminó convirtiéndose en la coartada para todos los crímenes que sí cometían.

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No podrás hacer trampas si antes no aprendes a jugar.

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