En torno a los bables, el asturiano y la ideología política

Un artículo de Pedro Luis Menéndez.

De rerum natura

En torno a los bables, el asturiano y la ideología política

/por Pedro Luis Menéndez/

Tal como está el patio, parece que no queda más remedio que repetir una y otra vez las mismas ideas, aunque la triste comprobación del día a día nos haga observar que los seres humanos somos especialistas en enquistarnos en prejuicios y en conceptos falsos. En el mundo existen unos 7000 idiomas o lenguas. Como tales, todas tienen las mismas características y todas tienen la misma utilidad para sus hablantes de referencia. Entre idiomas no existen categorías similares a las propias de las competiciones deportivas. No existen lenguas de primera o segunda división y, entre las siete mil, algunas tienen desarrollo escrito y otras no.

En Asturias tenemos la suerte de contar con dos lenguas nativas: el castellano y el asturiano, hermanas e hijas de la misma lengua madre, el latín. En las últimas décadas, a partir del reconocimiento oficial y constitucional de casi todas las lenguas de España, ha crecido el interés por la pervivencia de asturiano y la reivindicación de su oficialidad. Pero como suele ocurrir con cada dedo que mueve un español, los defensores y los detractores de la idea polemizan entre sí hasta llegar a enfrentamientos que repiten las más de las veces prejuicios adquiridos a partir de la ignorancia lingüística y de la asimilación de lemas o patrones ideológicos que nada tienen que ver con el uso del idioma.

La primera polémica estéril que encontramos con respecto a esta lengua gira en torno a su denominación, pues, a pesar de que los términos bable y asturiano funcionaron como sinónimos durante mucho tiempo, el término bable ha adquirido en la actualidad un matiz despectivo, de tal modo que los detractores de la oficialidad utilizan el término casi como un insulto («los bablistas»), y los defensores rechazan en su mayoría el uso del término para usar sólo el de asturiano. Más allá del debate histórico o filológico, la verdad es que dan la impresión de discutir sobre el sexo de los ángeles.

La segunda polémica, tan estéril como la anterior y que revela mucho más la ignorancia lingüística —sobrevenida no sé de dónde— de quienes hacen referencia al asunto, se apoya en la idea de que no existe un asturiano unificado sino múltiples variantes, de modo que intentar imponer un modelo único supondría construir un idioma artificial. Esta actitud es de tema 0 de cualquier curso de lengua. Todas las lenguas con desarrollo académico y literario han pasado por lo que se denomina técnicamente proceso de normalización lingüística. También el castellano, por supuesto.

Lo que ocurre es que el proceso de normalización del castellano arrancó en el siglo XIII con Alfonso X el Sabio. Hasta tal punto está normalizado y artificializado el castellano que, gracias a eso, pueden entenderse un hablante de la Patagonia y un hablante de Asturias en esa lengua estándar que compartimos. Así que los procesos de normalización son los que permiten la pervivencia de los idiomas. De no producirse o de deteriorarse por causas históricas, como ocurrió con el latín o con tantos otros idiomas, las lenguas acaban divididas en multitud de hablas diversas.

Otra cuestión que se está convirtiendo en polémica —y no lo era— es la ideología política de defensores y detractores de la oficialidad. Los idiomas no tienen ideología política, pero a veces la política los utiliza, como ocurre con los nacionalismos excluyentes o los imperialismos avasalladores, que suelen ser dos caras de una misma moneda. En el caso del asturiano no tiene sentido ideologizar la cuestión, salvo por el rendimiento que pueda obtener de ello la propia clase política. Que a la derecha asturiana le haya dado por oponerse, cuando una de nuestras comunidades vecinas es Galicia, no tiene demasiado sentido. Y que la izquierda, por el hecho de ser izquierda, apoye la oficialidad, tampoco lo tiene.

Una cuestión más —y esta sí debería ser objeto de debate— es qué tipo de oficialidad queremos los asturianos para un idioma que sí existe, y cómo podemos gestionar esa oficialidad: si, como en el caso catalán, como un enfrentamiento entre lenguas hermanas o, como en los casos vasco y gallego, sin enfrentamientos de importancia. En mi opinión, este debería ser el único debate serio en el que merece la pena que nos situemos. Todo lo demás es marear la perdiz o generar enfrentamientos absurdos.

Por último, un argumento que abunda entre quienes se oponen a que el asturiano se convierta en lengua cooficial es la poca utilidad de su aprendizaje frente a otros idiomas más poderosos. No sé si se dan cuenta quienes lo esgrimen, pero por ese mismo criterio han desaparecido de la enseñanza obligatoria las artes y las humanidades (supongo que tampoco les resulta importante). Un pueblo que no defiende su propia cultura —o que llega a avergonzarse de ella— está condenado a desaparecer. En Asturias, las diferencias entre el mundo urbano y el rural están generando urbanitas sin raíces, y si eso es preocupante para cualquiera, más lo es aún para una región pequeña que no se entiende sin sus raíces aldeanas (y sin el mar, pero ese sí que no interesa a nadie). Así estamos.


Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).

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