Mirar al retrovisor

El Imperio norteamericano y la profecía de Nahum

Joan Santacana cita a Eric Hobsbawm para afirmar con él que «hay razones internas por las que el imperio estadounidense no puede durar, y la más inmediata es que la mayoría de los estadounidenses no están interesados en el imperialismo ni en la dominación mundial en el sentido de gobernar el mundo. Lo que les interesa es lo que les ocurre a ellos en su propio país».

Mirar al retrovisor

El Imperio norteamericano y la profecía de Nahum

/por Joan Santacana Mestre/

Resulta inevitable reflexionar sobre los Estados Unidos de Trump. La situación mundial actual parece un tanto insólita, con un Estado imperial que toma decisiones al margen de cualquier convenio internacional, sin contar con ningún aval legal. El imperio que este personaje controla es muy distinto de todos los imperios anteriores. La razón de ello es que ningún imperio antes del actual Imperio norteamericano creía ser el único; ningún imperio anterior se creía invulnerable. Éste, sí.

El Imperio británico, que es el precedente inmediato del Imperio norteamericano de hoy, también operaba por todo el planeta; pero las diferencias son muchas entre el poderío británico y el norteamericano. La primera es territorial, ya que la Gran Bretaña es un pequeño archipiélago, mientras que los Estados Unidos son un subcontinente. Por otra parte, el Imperio británico llegó a controlar directamente, mediante un sistema de colonias y dominios, una cuarta parte del mundo, mientras que los yanquis han ejercido su hegemonía  mediante una amplia red de Estados dependientes y satelizados, especialmente en América.

Otra diferencia es que los Estados Unidos  han consolidado su dominación a base de intervenciones armadas continuas, mientras para los británicos las intervenciones armadas fueron mucho mas esporádicas. También hay que decir que el poder militar de Gran Bretaña estaba garantizado por su poderosa armada; el de los norteamericanos se basa en el control del sistema de comunicaciones mundiales y en su armamento atómico.

Pero hay también importantes diferencias entre la estructura y la ideología dominante en el Imperio británico y en el imperialismo norteamericano. El Imperio, para los dirigentes coloniales británicos, estaba al servicio de los británicos. Naturalmente, cuando interceptaban buques que practicaban el trafico de esclavos, parecía que el Imperio tenia fines humanitarios y altruistas, pero la realidad era otra. Por el contrario, el imperialismo norteamericano se ha autojustificado siempre en la creencia  de que ellos son los hijos auténticos de una revolución democrática, la cual el resto de naciones debería imitar y seguir; incluso ha habido gobernantes en la Casa Blanca que han dicho que querían liberar al mundo. Y es por esta causa que los británicos jamás quisieron ser, a diferencia de los yanquis, un imperio global. Siempre conocieron los británicos sus propias limitaciones, y desde luego eran conscientes, desde los años veinte del siglo pasado, de su propio declive.

Pero las diferencias no terminan aquí. Los británicos, que fueron el primer país que se industrializó en el mundo, impulsaron  un comercio global que exportaban productos industriales e importaban materias primas de forma que eran el primer mercado del mundo. Por esta razón el liberalismo económico, el suprimir las barreras proteccionistas, era la columna vertebral de su sistema comercial. Los norteamericanos hicieron lo mismo que ellos, pero hoy su economía ya no es tan dominante en el mundo como lo fue en el pasado. Tienen muchos competidores y por lo tanto, siempre tienen tentaciones proteccionistas, que hoy —con Trump a la cabeza— emergen con fuerza. ¿Cómo superar la contradicción de ser partidarios del comercio global y al mismo tiempo querer retroceder hasta una época proteccionista ya superada? ¿Cómo compaginar la libertad comercial con las aduanas y los bloqueos?

En el pasado inmediato, los norteamericanos superaron esta contradicción con el comercio de armas y ésta también es una diferencia con respecto a los británicos. Durante la guerra fría —desde 1945 hasta 1989—, Norteamérica lideró una alianza militar occidental y sus armas fueron las armas de sus aliados; pero cuando la Unión Soviética, el otro Imperio, se hundió, quedaron como potencia única. Desde este momento, se lanzaron a una escalada de ostentación de poder; ellos tienen «el ejército más poderoso del mundo», ha recordado su presidente a principios de este año 2020.

¿Cual es su propósito? ¿Qué pretenden? ¿Es posible que tengan éxito? Tienen superioridad militar hoy, pero su economía presenta una tendencia menguante. Hoy hay ya otras potencias económicas que les pisan los talones. Su supremacía económica  se basa en el control que ejerce el dólar sobre los mercados y el Bank of America es el banco emisor, pero ¿qué ocurriría si otros países decidieran facturar sus mercancías con otras monedas?

Naturalmente, Trump no pretende ocupar el mundo entero: lo que él pretende es hacer la guerra en donde quiera, instaurar unos gobiernos amigos y volver a casa. Es el modelo que ensayaron en Irak mediante dos guerras. Pretendieron instaurar, manu militari, la democracia, pero fallaron y hoy no saben si tienen que irse de Irak —y abandonar lo ganado— o enviar más soldados. Tampoco supieron gestionar el conflicto de Siria, y hoy otros ocupan su lugar. Estas guerras, como escribió Eric Hobsbawm, «fueron un ejemplo de la frivolidad con que se toman algunas decisiones en Estados Unidos […] Hay razones internas por las que el imperio estadounidense no puede durar, y la más inmediata es que la mayoría de los estadounidenses no están interesados en el imperialismo ni en la dominación mundial en el sentido de gobernar el mundo. Lo que les interesa es lo que les ocurre a ellos en su propio país».

Por todo ello, aun cuando resulta imposible saber por cuanto tiempo el imperio de Trump gozará de supremacía en el mundo, estamos de acuerdo con Hobsbawm de que «lo único que podemos estar seguros es que será un fenómeno temporal, como lo han sido todos los demás imperios» y es posible que este presidente acelere el fenómeno. Los seguidores de Trump harían bien en releer el relato del profeta bíblico Nahúm (3, 19) cuando narra la alegría que en el mundo antiguo se desencadenó entre los pueblos sometidos por los asirios ante la caída y saqueo de su capital, Nínive.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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