Mirar al retrovisor
Una reflexión sobre el Brexit
/por Joan Santacana/
Cuando contemplo el destino del conjunto de los mortales, he de reconocer que he sido afortunado en la lotería de la vida. La mayor parte del planeta está plagada de barbarie y esclavitud; en el mundo civilizado, la clase más numerosa está condenada a la ignorancia y a la pobreza., de modo que la doble fortuna de haber nacido en un país libre e ilustrado, en una familia respetable y acaudalada, es precisamente la posibilidad más remota, de uno entre millones. La probabilidad general de que un recién nacido llegue a cumplir los cincuenta años es de aproximadamente uno de cada tres. Yo ya he sobrepasado esa edad y puedo estimar , de un modo justo, el valor actual de mi existencia en una división tripartita de cuerpo, mente y hacienda.
Las frases anteriores no son mías, sino de Edward Gibbon, el famoso historiador británico que se adentró en la evolución histórica del Imperio romano, obra que todavia hoy se lee con interés. Y es que un súbdito británico en el siglo XVIII, tal como él se describe a si mismo, podía considerarse afortunado. Hoy, haber nacido en el seno de una familia de clase media en Gran Bretaña o en un país de la Unión Europea implica también ser una persona afortunada, habida cuenta del estado del mundo. Pero esta situación no es eterna. Gran Bretaña ha salido de la Unión Europea, sin ninguna prórroga, con el convencimiento de que ahora podrán legislar a su manera, sin depender de los demás, sin seguir los dictámenes de Bruselas. También están seguros de que, a partir de ahora, ya no tendrán que aceptar tanto inmigrante indeseable, piojoso, que sólo roba el trabajo al pobre obrero británico. Además, muchos están convencidos de que ahora habrá más trabajo para todo el mundo y esperando que cualquier continental, usted o yo, goce en Gran Bretaña del mismo estatus que un chino, un colombiano o un indostánico. ¡Se terminó esto de ir a Londres sin pasaporte! Volverán las fronteras y controlaran a todos cuantos entren en el país.
Los europeos continentales que hoy trabajan en las islas británicas —entre ellos, ciento setenta mil españoles— ya no gozarán de los derechos de que hasta ayer habían tenido. También variará la condición de los doscientos cincuenta mil británicos que residen hoy en España. Pero una mayoría de ciudadanos del Reino Unido cree que el Reino Unido, libre de ataduras, sin tener que cumplir reglamentos y regulaciones financieras, podrá convertirse en una edición corregida y aumentada de Hong Kong; que su papel en Europa se asemejará al que cumple Singapur en Asia. Este es, al parecer, el sueño de un ciudadano británico de clase media-baja a finales del 2019. Sin Europa, creen que todo les irá mejor.
Claro está que puede que no sea exactamente así. ¿Qué pasará con los servicios financieros entre la Unión Europea y la Gran Bretaña? ¿Qué con los derechos de propiedad intelectual? ¿Qué con las titulaciones universitarias en un lado y otro del canal? ¿Cómo se regularán las relaciones comerciales entre las islas y el continente?
Lo cierto es que estamos asistiendo a una nueva reordenación del mundo. Nada es lo que era: ni la China de Mao es la de hoy, ni los Estados Unidos de Kennedy se asemejan al país de Trump. Ahora nos podemos preguntar si Escocia e Irlanda no iniciarán una nueva etapa de relaciones con Inglaterra que llegue a desestabilizar lo que hasta hoy se ha denominado el Reino Unido. También cabe preguntarnos si esta Unión Europea, sin política exterior, con un aumento amenazador de la xenofobia y el racismo, podrá mantener su unidad. ¿Avanzaremos hacia una Europa Unida de verdad o renacerán las viejas fracturas que emponzoñaron las relaciones inter europeas durante siglos? ¿Cuál será el papel de Rusia en esta nueva situación? ¿Cuándo tardará China en hacer valer su peso económico, tecnológico y militar en el concierto mundial? ¿Hasta cuándo territorios como China o India aceptarán que el dólar sea la moneda de referencia mundial? ¿Qué hay detrás de la gran polémica sobre el cambio climático? ¿Es este fenómeno una especie de trágala para obligar a aceptar impuestos y cambios en las formas de vida de la gente o bien es realmente el fin inevitable de toda una era?
Demasiados interrogantes se ciernes sobre esta generación. Y yo, al igual que Edward Gibbon, al que he evocado al principio, me remito a las últimas frases de sus Memorias de mi vida, cuando escribía:
El presente es un momento fugaz, el pasado ya no cuenta y nuestras perspectivas de futuro son obscuras y dudosas. Es posible que hoy sea mi último día, pero las leyes de la probabilidad, tan verdaderas en general, tan falaces en particular, todavía me permiten vivir cerca de quince años (86) y pronto entraré en la etapa que el juicio y la experiencia del sabio Fontenelle —el escritor que tuvo una vida reposada y tranquila hasta morir poco antes de cumplir los cien años— escogieron como la más agradable de su vida.
Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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