Creación

Espero que tú

Un relato de Rodolfo Elías.

Espero que tú

/un relato de Rodolfo Elías/

Isabel casi se lleva la mano al pecho cuando escuchó los primeros acordes de Tristes recuerdos, en la cansada voz de Antonio Aguilar. Y sintió su propio rubor al notar que el chofer del camión monitoreaba su reacción en el espejo retrovisor. Esa era la canción que Rafa iba tocando en el estéreo de su pickup la primera vez que salió con él.

Tenía muy presente la vez que lo conoció y también como le llamó la atención su parecido con Ramiro, el de Bronco. Aunque Rafa se le hacía más apuesto, porque él era diferente a todos los demás muchachos que conocía; con más clase. Sus primos, los hijos de su tía Bertha, por ejemplo, vestían vaquero también, pero su origen humilde e inculto salía a flote. Ni los muchachos que conoció en la prepa abierta a la que asistía por las noches, y que no vivían en la periferia de la ciudad como ella, tenían ese algo que Rafa tenía: como una prestancia por ser alguien, por saber y tener algo muy especial.

Rafa sabía además escucharla con atención, cuando ella en sus arrebatos de emoción le platicaba situaciones o incidentes que la impresionaban. Aunque nunca pasó nada entre ellos, era quizá esto último lo que más extrañaba de él.

El tiempo pasa
Y no te puedo olvidar,
Te traigo en mi pensamiento constante mi amor (*)

No sabía si Rafa se acordaría de ella, porque él se fue como vino. Lo conoció una vez que pasó a comprar maskintape a la papelería donde ella trabajaba. Otra compañera lo estaba atendiendo, pero en cuanto él vio a Isabel se dirigió a ella y le empezó a sacar plática en forma bastante familiar. Después regresó varias veces a verla cuando salía del trabajo, para acompañarla a la parada del camión. Y así fue, hasta que ella accedió a irse a tomar una nieve con él en un lugar donde, por cierto, ella notó que lo conocían y lo trataban con deferencia. Estuvieron platicando y la turbación de Rafa fue notoria cuando ella le dijo que estaba a punto de terminar la preparatoria porque quería estudiar Sociología, en la UACJ. También le contó cómo estaba conociendo mucha gente en Ciudad Juárez desde su llegada de San Pedro de las Colonias, Coahuila, seis años atrás.

Cuando ella le preguntó si había algo de malo en todo eso, él contestó que no sabía qué decir, porque no dejaba de azorarlo su vida tan interesante, «llena de sueños y logros». Rafa no le platicó nada de sí, sólo le dijo que le gustaría tratarla más y que entonces le contaría más de su vida que, según él, era aburrida comparada con la de ella.

Después lo vio una vez más, y al despedirse le dijo que se iba a ausentar porque iba a viajar a Monterrey, con un tío suyo, y después a Estados Unidos. Fue la última vez que se vieron y de eso hacía ya un año. Isabel se arrepentía de no haberle preguntado más acerca de él y de su vida, que ahora se le antojaba bastante misteriosa.

Si vieras
Yo como te recuerdo
Y en mis noches sin sueño le pido a Dios que vuelvas (*)

En vez de bajarse donde acostumbraba, Isabel siguió en el camión, porque quería oír la canción completa y además la caminada le serviría de ejercicio. Al pasar por el Mercado Cuauhtémoc, un puesto de periódicos en la banqueta mostraba el encabezado de un diario local, que apenas alcanzó a leer: «Hallan otro cuerpo de mujer».

—¿Se va uno hasta la cocina con esa canción, verda’ oiga? —gritó el chofer, sacándola de sus pensamientos—. Si no la tiene, yo tengo el caset… Se lo puedo prestar.

Ella le sonrió tímida. Sin decir nada, solamente negó con la cabeza. El chofer encogió los hombros y se quedó callado.

Espero que tú escuches esta canción
Donde quiera que te encuentres, espero que tú
Al escucharla te acuerdes de mí como me acuerdo de ti (*)

Se apeó del camión en la calle Velarde, que a la una de la tarde estaba abarrotada de estudiantes, gente con bolsas de Milano y Coloso Vesticentro y de señores de sombrero o gorra de béisbol; entre el aroma de los elotes rancheros y la música que salía de grandes bocinas afuera de las tiendas de ropa.

Isabel volteó sin querer hacia la Avenida Juárez, y para su enorme sorpresa alcanzó a distinguir a su querida prima Sandra (de la cual decían se parecía a ella con sus rasgos ligeramente autóctonos), que cruzaba la calle acompañada de Rafa.

Se veía que acababan de salir de la zapatería donde Sandra trabajaba, a unos pasos de ahí. Juntos caminaron hacia una camioneta Suburban negra, de modelo reciente, que estaba estacionada junto a la banqueta. Isabel ya no los vio subirse al vehículo, porque un camión se detuvo frente a ella a bajar gente y le quitó la vista de la pareja.

Fue la última vez que vio a su prima.

 

* Canción Tristes recuerdos, del autor Catarino Lara.


Rodolfo Elías, escritor en ciernes nacido en Ciudad Juárez y criado en ambos lados de la frontera, colaboraba con la revista bilingüe digital, hoy extinta, El Diablito, del área de Seattle. Sus textos han sido publicados en la revista SLAM (una de las revistas literarias universitarias más prominentes de Estados Unidos), La Linterna Mágica Ombligo. En la actualidad trabaja en dos novelas, una en inglés y otra en español.

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Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

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