Diarios de cuarentena

Avelino Fierro desde su celda (1, 2 y 3)

Estrenamos una nueva columna de Avelino Fierro, «Desde mi celda»; una epístola diaria del escritor leonés durante el tiempo que dure la cuarentena del coronavirus, que EL CUADERNO irá publicando de tres en tres.

Desde mi celda /1, 2 y 3

/por Avelino Fierro/

Viernes, día 13. Querido Enrique, andamos todos un poco igual: yo he tomado decisiones en la oficina y he suspendido todo lo presencial hasta finales de mes (bueno, luego vinieron de lo alto al final de la mañana, instrucciones parecidas).

Ayer ya no traje papeles para trabajar en casa y me deprimí: pero me vino la inspiración y escribí tres o cuatro folios; que no sé bien para qué, porque están suspendiendo todos los bolos que tenía con el libro (hasta uno en Bembibre, y eso que yo pensaba que allí serían más bravos).

También ayer —cuando aún no se habían impuesto restricciones— salimos al mesón El Abuelo, en el barrio de Pinilla: ya ves, hasta el nombre de la tasca lleva al grupo de riesgo por montera.

Y hoy, por primera vez en años —salgo todas las noches—, estando asintomático, me he quedado en casa. Llevamos viendo un rato una serie de esas de Movistar; no vemos series, pero haciendo Mar zapping aparecieron unos romanos diciendo tonterías y lo estamos pasando bien; es una cosa de Nacho Vigalondo. También, como un anuncio de lo que iba a venir, he visto dos pelis en la tele casi de una sentada: Horizontes de grandeza y La taberna del irlandés. Las ponían en una cadena un poco integrista, en la que luego tienes que aguantar muchos anuncios de teletienda, como el de un peluche llamado Jesusito que puede transformarse en un artilugio de esos que te pones en el cuello cuando vas en el bus del Imserso. Es que son anuncios para mayores, mayores que van a misa a diario. Recordarás que en Horizontes actúa Gregory Peck: hace el papel de un marino del Este que acaba en aquellas tierras sin ley. Leí hace nada un librito editado en Siruela, La belleza, de un filósofo francés. En el segundo o tercer capítulo habla del cine y lo encabeza con una cita guapa de Godard: «La televisión fabrica olvido. El cine fabrica recuerdos». Y hace un par de días recibí el Jot Down, y viene el Gregory en portada sentado en las escaleras del porche de una casa americana leyendo un libro con una niña que le escucha. Es una imagen preciosa que he fotocopiado en grande y puesto en la oficina. Casi estaba obligado desde que estoy en el candelabro porque salí hace poco en la última página de El País como el fiscal que obliga a los pequeños delincuentes a leer.

Por cierto, en la serie de la tele hay una patricia romana que tiene un baño como el de tu señora o más. No sé qué puede faltarle a vuestro excusado para que lleven ahí los obreros desde noviembre. Pero lo imagino: están encontrándose bien y van a medio gas. A nosotros nos pasó, duraban y duraban hasta que les dije que esa segunda parte de la obra en el piso de arriba no se la pagaría por horas. Pero hicimos pandi, yo subía con ellos a fumar y tomar cervezas.

Tu hijo, bien. Me alegro. El mío ha volado hoy de Barcelona a Oviedo, tiene allí un piso alquilado porque es donde más tiempo pasa por contratos con la orquesta. Le han suspendido el Wagner del Liceo («La nova fase d’emergència anunciada per la Generalitat de Catalunya respecte el covid-19 obliga el Liceu a cancel·lar tota la producció de Lohengrin», reza el correo que nos envían); y suspenderán otra cosa de Tenerife (le hacía mucha ilusión porque nació en la isla) y otra más de Oviedo. Le mandaremos provisiones en breve.

Los Julios se han ido hoy a Los Almendros, una finca preciosa de la familia de C. en Cáceres. Me dicen que ahí, en vuestro pueblo, en Madrid, la circulación por las calles es como de mes de agosto.

La nieta, Libertad, no vino hoy a comer, estuvo en casa de una amiga y parece que se lavaban las manos entre bocao y bocao. Me hubiera gustado verla, pero así tuve doble de aguacate, y el bollo de crema que tenía para la merienda lo desayunaré yo mañana.

Me voy a la cama con Azorín.

Y no te preocupes, no seas tan hipocondríaco. No tienes nada. Pero igual deberías decirles a los obreros del baño y a esos otros de las ventanas que dejen de venir un par de semanas. Además, los poetas no interesáis ni a las funerarias.

Buenas noches.

Abrazos.

A.

P.D.- Dicen que se lee a Camus estos días y al Defoe del Diario del año de la peste; a ver si reparan en el título de mi último libro, que también va bien con el ambiente reinante.

 

Sábado, día 14. Enrique, ayer, antes de acostarme, abrí las ventanas del balcón. Olía a quemado, a un churruscado de parrilla, a materia orgánica. Recordé que cuando hace años vinieron a casa a hacernos la demostración de la Rainbow, después de pasar el aspirador por el colchón de la cama matrimonial, prendieron los restos aspirados con una cerilla y olió a carne quemada. «Son los ácaros», dijo el comercial. Aquello me impresionó, y no sé si allí había trampa. Pero también pensé que si uno hace repetidamente y con ímpetu el amor, puede que se desprendan pequeños trozos de piel, pellejitos y dermis que se van quedando incrustados en el catre. Eso sucedió hace muchos años.

Ayer, husmeando el aire de la noche, nada había que delatara la inminente primavera. Imaginaba que ya habría cuadrillas del Ejército o somatenes a la caza de estos bichos que se propagan rápidamente. Cuadrillas como las de la película de Truffaut, Farenheit 451, aunque los imaginaba ataviados con uniformes distintos a los de Oskar Werner y el resto de bomberos, que han envejecido mal, necesitarían un pase por el modisto. También vimos hace un par de días, yendo con el coche por esas revueltas del Corral de San Guisán, a eso de las diez y pico de la noche, a un tipo enfundado en plásticos pasando por el suelo una especie de detector de metales. «Está fumigando el verdín con ácido; eso está prohibido», dijo Sali. En esa zona la capa freática siempre discurre más alta y crecen unas hierbitas muy monas entre los adoquines. A alguien del ayuntamiento debe de molestarle esa nota de color. Ferlosio tiene algo sobre eso: «El tramo de carretera abandonado, con hilillos de hierba naciente en las rendijas del asfalto cuarteado, nos sonríe con toda la dicha de una quietud y una paz recuperadas para siempre, como una ráfaga de redención». En fin, tendremos que acostumbrarnos a ver a estos operarios con trajes en modo emburbujado.

Antes de acostarme fui al baño y miré casi con arrobo los rollos de papel higiénico. Me dicen que no quedan en el supermercado. Y pensé en aquel cuarto en Marruecos, una habitación enorme con un ventanuco y un grifo casi a ras del suelo y un pequeño cubo al lado. Nada parecido al cuarto de aseo de tu señora, claro. El problema era el secado. Pero en casa podemos poner una toallita de bidé y un cubo de playa de los niños si fuera necesario.

Y no me llevé a la cama a Azorín. Vino conmigo Nathalie Heinich, que ha escrito El paradigma del arte contemporáneo. En las primeras páginas, escribe sobre las cuatro obras que optaban al premio Marcel Duchamp en 2012. Resume las palabras de críticos o filósofos o escritores que habían elegido los artistas para que defendieran sus candidaturas. Algunas de las frases de esos discursos valen para esta crisis neosanitaria: «cambio de paradigma», «fin del fin de las utopías», «singular constelación», «grietas en lo visible», «intersticios en lo empírico». Además, uno de los candidatos era Valérie Favre, que pinta cucarachas de tamaño desproporcionado y de colores muy brillantes. «Porque el arte es inquietud, enfermedad o sacrilegio, pero no es cura». Ya verás qué poco tardan algunos en aprovechar estas cuarentenas para darle a la performance.

Oye, tengo que dejarte. Voy a bajar al quiosco a por los periódicos y a ver qué tenemos en el supermercado. Miguel le contaba ayer a Mar que en el Alimerka de Nocedo, dos señoras tiraban de una bolsa grande de magdalenas cada una por un lado y al final la bolsa se rompió y cayeron al suelo magdalenas y estirantas. Señor…

Un beso, digo, un abrazo.

A.

 

 

Domingo, día 15. Hola Cristina, gracias por enviarme estas preguntas por escrito; me parece que esa entrevista para el periódico tomando un café —o dando un paseo por la ciudad, como hicimos la vez anterior— la tendremos que aplazar. La primera pregunta creo que está contestada en la entrevista que me hizo Juan Cruz para El País. Ahí cuento cosas sobre mi trabajo y la importancia de la lectura. Vamos con la segunda.

Pregunta.— Hablas del olor de los que se suben al tren. Dependiendo de donde vengan huelen o no a rancio. Lo has escrito antes de ver Parásitos, supongo. ¿A qué estamos predestinados los de León? Aunque, bien pensado, tengo que decirte que, si sigo el rastro que has dejado, lo correcto sería decir: dime dónde te has nacido literariamente y te diré dónde estás predestinado.

Respuesta.— Otra pregunta genérica, enrevesada, transversal… Es imposible contestar corto. ¿Te hablo de viajes en tren, de la provincia, del Grenouille de El perfume, de mi forja de plumífero, como decía Ferlosio?

Yo escribo mucho en los trenes; allí se desata la escritura, saco las cuartillas y no paro; el pretexto puede ser una luz, una viajera con vaqueros rotos, un olor. Los trenes y estaciones, el humo de las locomotoras, el silbato bajo la bóveda de cristal y hierro de las estaciones siempre ha sido muy sugerente, muy plástico. La pintura moderna nace con aquel cuadro, El ferrocarril¸ de Manet. Azorín tiene páginas muy hermosas acerca de esto. Hace poco he leído el Viaje a Rusia de Pla y habla del bosque y del tren. Y en dos de los poemas que más me gustan de Larkin, aparece el tren directa o indirectamente. Y está ese libro de Pablo Andrés Escapa, Voces de humo…

Todos los que escribimos nos resistimos a abandonar la infancia. Y en la mía, la imagen desde el balcón de casa era la de unos prados con ropa tendida a veces, un reguero grande y las vías del tren. Casi me pongo nervioso todavía hoy al recordar las barbaridades e imprudencias que cometíamos a su paso, o cómo poníamos el oído en los raíles como veíamos que hacían los exploradores indios en las películas del Oeste.

Ortega habla de la afinidad entre lo más íntimo del escritor y una porción de universo, de la «razón topográfica». La mía anda por esos parajes y luego se traslada más hacia el centro, a las calles de la ciudad. Pero da igual qué ciudad sea (esto lo dije ya en una entrevista para un periódico asturleonés): lo importante es crear un espacio simbólico que sirva para trascender lo concreto o lo temporal. Ahí están Macondo, Santa María o Celama. Aunque ya sé que eso sirve para la ficción: escribiendo diarios estás más obligado por la verosimilitud y te tienes que sujetar más al terreno.

Yo amo a esta ciudad, porque amo a alguno de sus habitantes (esa es una frase a la manera de Durrell), pero no tengo el gen del localismo. Si lo cuentas bien da igual el territorio, ¿no? El maestro Pereira hablaba del Noroeste, de la literatura de las ciudades de Poniente, una región con fronteras modeladas por la escritura. Abarcaba una de parte de Portugal, la Galicia de Cunqueiro, la Vetusta de La Regenta de Clarín, la Sanabria de San Manuel Bueno, El Bierzo y Astorga. En León lindaba con el Torío para que quedase dentro la catedral. En todo el Poniente —decía—, las tardes tienen una lumbre que les falta a las mañanas; lo decía mientras veía a un pastor y su rebaño en un atardecer en la planicie de Camposagrado.

A.


Avelino Fierro (Chozas de Arriba [León], 1956), licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo y fiscal de Menores de León, es escritor de diarios, poemas, dibujante y coleccionista de libros. Sus textos diarísticos han visto la luz en cuatro volúmenes: Una habitación en Europa (2010-2012)Ciudad de sombra (2013-2014), La vida a medias (2015-2016)Contra tiempo (2017-2018) todos ellos publicados por la editorial Eolas.

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