/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /
En estos tiempos víricos que vivimos, circulan por las redes innumerables documentos que cabría inscribir como teorías de la conspiración. Los hay para todos los gustos, desde los que atribuyen a China un plan maléfico hasta lo que involucran a la industria farmacéutica yanqui e incluso a Rusia. Como en las pestes medievales, todos quisiéramos tener un chivo expiatorio en el que esconder la falta de previsión de mandatarios incompetentes, que despreciaron los serios avisos que algunas instituciones científicas venían lanzando desde hace tiempo.
Todos cuantos plantean algunas de las teorías conspiratorias en boga parten ciertamente de una rivalidad geopolítica, económica, ideológica e incluso militar entre la China actual y los Estados Unidos. Europa ya cuenta poco y, además, está desunida; y Rusia es una pieza importante en este tablero de juego, pero se trata tan sólo de una pieza más.
La rivalidad chino-yanqui se equipara por quienes defienden las tesis de la conspiración a la antigua rivalidad entre Gran Bretaña y Alemania antes de la primera guerra mundial: Estados Unidos representa lo que fue Gran Bretaña a principios del siglo XX mientras que China representaría la potencia emergente de entonces, es decir, Alemania. Entonces como ahora, todos los cálculos geoestratégicos se hallaban influenciados por el potente crecimiento económico de Alemania, como ahora lo están por el crecimiento imparable de China. Cierto que ninguna de las dos potencias muestra deseos de enfrentamiento, pero los estrategas difícilmente toman en serio las intenciones manifestadas por el otro, ya que sabemos que las intenciones están siempre sujetas a cambios. Esta situación de confrontación que suponemos entre los dos países no se da desde hace muchas décadas entre los países que bordean el Atlántico; pero esto no es lo mismo en los de Asia, que ciertamente no planifican la guerra, pero tampoco la excluyen. A principios del siglo XX, lo que desequilibró al mundo fue precisamente que un territorio que hasta entonces estaba formado por unos treinta estados creara un imperio unificado, es decir, una única entidad política capaz de incrementar de forma notable su economía. Hoy, una república de campesinos hambrientos se ha transformado en pocas décadas en la fábrica del mundo. Las tácticas utilizadas en el pasado por los diplomáticos alemanes y británicos eran las conferencias internacionales, en las cuales cada imperio quería imponer su criterio sobre el otro, arrastrando a los países pequeños de su entorno. En esta etapa, las garantías formales de un Estado no tenían ninguna validez, porque el otro no las creía.
En aquel entonces, las altas esferas de la política y de los negocios ya contemplaban todo esto que analizamos; lo analizaban y lo sabían. El Gobierno británico incluso tenía sobre la mesa un informe, el llamado informe Crowe, que ponía sobre el tablero todos los aspectos de la rivalidad anglo-alemana. Eyre Crowe, un diplomático al servicio del Ministerio de Asuntos Exteriores británico, lo había redactado en 1907, y en su memorando planteaba todos los aspectos de la rivalidad antes mencionada. En aquel documento, Crowe estaba convencido de que Alemania deseaba ser la potencia hegemónica de Europa, lo cual desafiaba el equilibrio mundial, y de que, por lo tanto, tarde o temprano chocaría con Gran Bretaña. No había margen para la diplomacia.
Este informe, que se filtró abundantemente, generó muchísima más desconfianza entre unos y otros y acabó haciendo inevitable el choque. Si Crowe hiciera hoy otro informe sobre las relaciones chino-norteamericanas, probablemente diría cosas parecidas a las teorías de la conspiración. Nos diría que China ha planeado un ataque global con las armas de la nueva guerra futura, la guerra biológica. La rivalidad por el control del 5G, alimentada por la imposición de tasas arancelarias recíprocas entre los dos grandes territorios, generaría su desconfianza y recelos mutuos, mientras los demás, impotentes, observaríamos cómo nos convertimos en juguetes de dos titanes preparados para la lucha.
Lo más peligroso del informe Crowe fue que se lo creyeron. en realidad, cuando se estudia dicho documento, resulta claro que los problemas que generaban las rivalidades eran nimios; hoy diríamos que tonterías. Mucho peor fue la guerra: el choque frontal los destruyó a los dos y nunca más volvieron a ser potencias. Alemania perdió y fue desmembrada en gran parte (perdió entre otras cosas Prusia Oriental y la Alsacia), mientras que el Imperio Británico, aun cuando aparentemente ganó, en el fondo quedó seriamente resquebrajado. Y no digamos sus sendos acólitos: el Imperio austrohúngaro implosionó, y el de los zares se hundió en una lucha terrible. ¿Quién ganó?
A diferencia de entonces, hoy el capital, el dinero, ha dejado ya de ser nacional. ¿Quiénes son los que controlan el mundo? ¿Son los Estados? El capital no tiene bandera y la historia no se repite nunca de la misma forma. Las relaciones entre Estados Unidos y China no están en la situación de que, si uno gana, el otro pierde. Sin embargo, hay algo que enturbia este análisis: si realmente nos creemos las teorías conspiratorias y les añadimos una buena dosis de nacionalismos violentos, si inculcamos a nuestros jóvenes tesis racistas, entonces puede que la tragedia del siglo XX se repita en el siglo XXI y las tesis de la conspiración habrán triúnfen.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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