/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /
Hay quienes, emulando a los profetas del Antiguo Testamento, auguran que después de esta pandemia actual vendrá el fin del mundo o el fin de nuestro mundo. Afirman que no habrá teatros, ni cines, ni festivales musicales. Incluso hay algunos que sostienen que estamos ante los últimos estertores del Homo sapiens. Escriben que los restaurantes dejarán de existir; los museos y centros culturales quedarán cerrados o deberán reinventarse; la escuela presencial y los centros educativos serán sustituidos por enseñanzas on line y, en fin, que nuestro mundo, tal como lo hemos conocido, desaparecerá.
Esta sensación de fin del mundo ha ocurrido siempre después de las grandes calamidades. Sin embargo, las personas reaccionamos siempre de formas muy parecidas ante fenómenos similares y cuando hubo epidemias mucho más mortíferas que ésta, con tasas de letalidad que hoy ni imaginamos, la gente que sobrevivió continuó viviendo la vida, las viudas se casaron con los viudos y la actividad renació en los puertos, que siguieron infectados de ratas. Hace pocos días, EL CUADERNO publicó un interesante artículo de Xavier Tornafoch sobre cómo un pueblecito del norte de Italia afrontó una mortífera peste negra en 1630. El trabajo al que alude el autor mencionado, escrito por uno de los grandes historiadores contemporáneos, Carlo M. Cipolla, se titulaba ¿Quien rompió la reja en Montelupo? Sí: la pequeña población de Montelupo, en Toscana, reaccionó igual que muchos de nuestros conciudadanos, queriendo romper el cerco del confinamiento, culpándose unos a otros, propagando bulos extraños e infectándose. Pero lo importante es darse cuenta de lo que pasó después, cuando la peste amainó: nada. El episodio vivió en la mente de la gente un tiempo, pero se olvidó y Cipolla nos lo resucitó para la historia. ¿Cambió el mundo? No, no cambió mucho; pero sí que aprendieron a enfrentarse a las epidemias, hasta que finalmente, después de siglos, aparecieron las vacunas. No lo dudemos: todo esto pasará y nosotros habremos aprendido muchas cosas que no sabíamos. Las crisis precedentes, y me refiero ahora tan sólo a las económicas, nos enseñaron algo que los historiadores ya sabían pero, por lo visto, los rectores del mundo olvidaron. La gente ha aprendido de la crisis anterior que las políticas de austeridad producen el efecto contrario al que se anuncia. El producto interior bruto de los países que siguen estas recetas suele caer mucho cuando más austeros nos ponemos: en Italia, entre 2008 y 2013, el PIB cayó un 8,3%; en Portugal un 7,8%; en España un 6,1%, y la deuda pública de países como Grecia pasó de un 105 al 175% mientras que en Francia pasó del 64% al 103%. La reducción de prestaciones sociales, la disminución de los sueldos, la congelación de contratos de funcionarios, dio como resultado un aumento del paro, del desempleo. Los recortes en sanidad provocaron un recrudecimiento de enfermedades y el incremento del número de muertes evitables.
Todo esto hemos aprendido de aquella crisis. Lo importante es saber que aprenderemos de esta pandemia. Olviden las profecías: volverá a salir el sol, y nosotros a abrazarnos y a ocupar las terrazas de las ciudades.
Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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