Crónicas ausetanas

¿Quién rompió las rejas de Montelupo?

En 1977, el historiador italiano Carlo M. Cipolla publicó un alabado ensayo sobre las tensiones que la peste de 1630-1631 generó en la pequeña localidad toscana de Montelupo; ensayo cuya relectura nos demuestra hoy qué poco hemos cambiado. Un artículo de Xavier Tornafoch.

/ Crónicas ausetanas / Xavier Tornafoch /

Una epidemia es un acontecimiento sanitario, con implicaciones demográficas, pero es también un suceso social, político, económico e incluso moral. El mundo occidental, que no había sufrido una pandemia desde la gripe española de 1918, había olvidado esto, y ahora, ante la catástrofe del COVID-19, se sorprende al comprobar lo problemático que es hacer frente a un virus sin tener ni los medios sanitarios ni la información científica adecuados para combatirlo. Además, observa atónito el reguero de consecuencias de todo tipo que acompañan al fenómeno. Sin embargo, muchas generaciones vivieron con la certeza de que en algún momento de su existencia deberían enfrentar una epidemia catastrófica, que se verían obligados a resistirla con los pocos medios que tuvieran a su alcance y que sus consecuencias sociales serían gravísimas. En 1977, el historiador italiano Carlo M. Cipolla publicó un ensayo que evidenció las tensiones que una profunda crisis sanitaria podía generar en una pequeña comunidad rural. El título del libro era ¿Quién rompió las rejas de Montelupo? Esta obra fue lectura obligatoria para legiones de estudiantes en las facultades de historia europeas. Después, como muchas otras cosas a partir del fin de la historia decretado por Francis Fukuyama en 1992, cayó en el olvido.

La originalidad de Cipolla no está sólo en la explicación articulada de los conflictos provocados por la peste en un pueblo cualquiera de la Italia del Antiguo Régimen, sino el hecho de utilizar la microhistoria, la historia local, al fin y al cabo, para explicar un fenómeno de índole global. En España, la historia local, y esto hay que subrayarlo, ha sido tradicionalmente menospreciada, hasta el punto de que se vería como una excentricidad que un historiador del calibre de Cipolla dedicara una investigación a un diminuto pueblo sin ninguna trascendencia especial. En otros países europeos, la microhistoria y la historia local gozan de cierto prestigio académico, cosa que en nuestro país no es muy frecuente.

En cualquier caso, el pueblo toscano de Montelupo sufrió las consecuencias de una terrible epidemia de peste negra, que vino acompañada de enfrentamientos sanitarios, sociales, políticos y morales. En estas controversias, igual que estamos viendo hoy en día en España, una de las facciones del lugar aprovechó la epidemia para erosionar el poder institucional de sus enemigos, una estrategia muy parecida a la que la derecha y la ultraderecha españolas llevan a cabo en nuestros días contra el gobierno central. El libro de Cipolla narra los hechos que sucedieron en esta población entre 1630 y 1631, durante el período álgido de una epidemia de peste que afectó con distinta intensidad a toda la península itálica, cobrándose la vida de más de un millón de personas. La ciudad de Milán perdió 65.000 de sus 130.000 habitantes, mientras que Venecia, que en aquella época tenía 140.000 habitantes tuvo 45.000 muertos.

Los efectos de la pandemia se abalanzaron sobre los seiscientos habitantes de Montelupo, la gran mayoría de ellos campesinos pobres y recelosos de las instituciones locales. Lo que hoy en España son madrileños y barceloneses saliendo de sus ciudades en dirección a segundas residencias en pleno confinamiento, en Montelupo son lugareños que rompen las rejas que protegen las puertas de las murallas, cerradas a cal y canto para impedir la entrada y salida del pueblo. Será precisamente la investigación para descubrir a los culpables de haber roto las rejas el hilo conductor de este texto trepidante de sólo ciento sesenta páginas. Pero el peor conflicto es el que enfrenta a la Iglesia local, que atribuye la epidemia a la ira de Dios, con los representantes de las instituciones, que intentan explicar el contagio desde un punto de vista científico. Los primeros incitan a la población a rebelarse contra las normas sanitarias que imponen las autoridades locales.  El partido religioso combate abiertamente al partido institucional. En la época no existían Facebook ni Twitter, pero la Iglesia animaba a los feligreses a desobedecer a las instituciones a través de sermones y procesiones que no se dejaron de hacer, a pesar de las prohibiciones. Estos actos se presentan como un claro desafío a la autoridad. Por su parte, los funcionarios sanitarios, encargados de tomar las decisiones en tiempo de epidemia, deben enfrentarse a la gente que se opone a sus medidas, manipulada por el partido religioso.

En Montelupo, el aislamiento de las familias por el confinamiento provoca un rápido aumento de la miseria, lo cual solivianta a las familias más necesitadas, que no tardarán en retar a las autoridades. Éstas, por otra parte, promueven una reforma fiscal para aliviar la pobreza de esta gente, encontrando una fortísima oposición de las familias ricas de la población, que se niegan a contribuir con su dinero a sufragar los gastos ocasionados por la pandemia. Como consecuencia de esta situación, el tejido social se deteriora, los pobres se ven obligados a abandonar sus casas y se suceden saqueos y robos. Las autoridades se ven incapaces de afrontar esta realidad y piden auxilio a la vecina y potente Florencia, que ofrece ayuda a condición de imponer medidas draconianas para contener el contagio que son rechazadas de plano por el partido religioso, lo cual no hace otra cosa que agravar el conflicto, mientras la peste continúa diezmando a la población.

Muchos montelupinos, aun a riesgo de perder la vida, ante la catástrofe económica que se cierne sobre ellos, se rebelan contra la prohibición de salir de las casas y se enfrentan al fraile Dragoni, partidario de llevar a cabo las medidas de protección que se daban por efectivas en el siglo XVII, entre las que el confinamiento de toda la población era una de ellas, pero también los entierros fuera de las iglesias, la limpieza y desinfección, la alimentación saludable y las cuarentenas. Como explica Cipolla, contra Dragoni y las instituciones locales se alza el fanatismo de una Iglesia contrarreformista y las supersticiones de una cultura popular irracional que convive con la muerte de forma cotidiana. Al final, lo que se da en Montelupo es el debate entre el poder civil y el poder de la Iglesia, entre la razón y la fe, entre la modernidad y la tradición. La Iglesia esgrime la ira de Dios ante el pecado, mientras que el Estado promueve la razón sanitaria.

Han pasado más de tres siglos desde la peste del 1630, el hombre ha pisado la luna y la globalización ha empequeñecido el planeta. Parecería que ante una amenaza similar las sociedades modernas, teóricamente mucho mejor dotadas desde un punto de vista técnico y social, deberían encontrar respuestas diferentes, pero sorprende comprobar como los debates de hace tres siglos vuelven con extraordinario vigor, eso sí a través de Internet. Las pandemias continúan siendo acontecimientos políticos y económicos, además de sanitarios. El egoísmo y la lucha entre la razón y la fe continúan estando en la agenda. Todo lo cual indica que la pedantería respecto del pasado es una pura hipótesis.

[EN PORTADA: Representación de la peste en la piazza S. Babila de Milán, por Melchiorre Gherardini (1630)]


Xavier Tornafoch i Yuste (Gironella [Cataluña], 1965) es historiador y profesor de la Universidad de Vic. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2003 con una tesis dirigida por el doctor Jordi Figuerola: Política, eleccions i caciquisme a Vic (1900-1931) Es autor de diversos trabajos sobre historia política e historia de la educacción y biografías, así como de diversos artículos publicados en revistas de ámbito internacional, nacional y comarcal como History of Education and Children’s LiteratureRevista de Historia ActualHistoria Actual On LineL’AvençAusaDovellaL’Erol o El Vilatà. También ha publicado novelas y libros de cuentos. Además, milita en Iniciativa de Catalunya-Verds desde 1989 y fue edil del Ayuntamiento de Vic entre 2003 y 2015.

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