/ una reseña de Álvaro Valverde /
Del autor sueco (1936-2016) hay abundante obra publicada en España, pero sólo en la vertiente narrativa. Su novela más reconocida es sin duda Muerte de un apicultor, que publicó El Aleph en 1986 y Nórdica en 2006 y 2016. Era una anomalía literaria que no tuviéramos en castellano una amplia muestra de su poesía, de la que apenas conocíamos poemas sueltos gracias a la extraordinaria labor divulgadora de Francisco J. Uriz, al que nunca se le podrá reconocer lo suficiente su trabajo a favor de la literatura escandinava. Es más, uno desconocía que en su país era considerado, ante todo, poeta. De ahí que celebre la aparición de Puentes: antología (1962-2016), en edición y traducción del profesor e hispanista Mikael Rydén, que añade a su exigente catálogo la palentina Cálamo con el acierto y el cuidado que acostumbra.
Sí: aunque el Nobel se lo llevó su amigo Tranströmer, bien podría haberlo conseguido Gustafsson. Pero no es eso lo que importa. Para este lector, lo sustancial ha sido encontrar una poesía excelente, de una altísima calidad, digna de un poeta y no, digamos, de un escritor que escribe poesía; y espero que no se malinterprete el matiz.

Gustafsson, que se formó como filósofo, ha cultivado todos los géneros literarios. «Su obra completa es voluminosa, de unos ochenta volúmenes», explica Rydén. Es, además, uno de «los numerosos escritores suecos exiliados durante parte de su vida». Vivió, por ejemplo, en Berlín y en Austin, Texas. Y un polemista de talla.
«Ya desde su primer poemario —comenta su editor y solvente traductor—, Gustafsson marca su distancia con la tendencia surrealista. [Hay que tener en cuenta que la renovación poética o modernismo fue muy tardía en Suecia.] Además, desaprueba el afán modernista de expresar lo inefable. Como filósofo, Gustafsson había sido educado dentro de la tradición analítica, lo que en parte podría explicar ese doble rechazo. Según Gustafsson, todo lenguaje sirve para la comunicación. De aquí la claridad y llaneza de su idioma, que ofrece pocos problemas de desciframiento. La poesía la ve como un instrumento cognitivo con el cual explorar la realidad y los límites del saber». La cita es larga, pero elocuente.
Un tema clave de su poesía, subraya Rydén, es «el de los dos (o varios) mundos cercanos aunque irremediablemente separados entre sí», apreciable en poemas como «El perro blanco», «Dataciones», «Ilusión», «Cristal de ventana», «El bosque» y «Llegué a una plaza».
Indica dos «aspectos importantes» de su poesía: que en sus poemas «pululan los sistemas tecnológicos y los conceptos científicos» (fue alguien «bastante versado en matemáticas y ciencias naturales») y «lo recurrente que es en su poesía el tema de la naturaleza». Precisa que «nació y creció en la provincia de Västmanland, en el centro de Suecia. Incluso después de haberse trasladado a los Estados Unidos, volvía todos los veranos a su provincia natal». A continuación agrega: «Se dice de muchos escritores suecos que son discípulos de Carlos Linneo, el gran científico y escritor dieciochesco. En mi opinión, Gustafsson lo es en mayor grado que la mayoría. Ambos son viajeros y exploradores del mundo tangible».
El traductor constata que su «actitud es racionalista, por lo que sus indagaciones muchas veces terminan en lo enigmático. El “estilo” de Gustafsson, por lo tanto, no hay que verlo como un efecto “literario” sino como la expresión personal de su vivencia del mundo». «La disposición de la antología es temática. Los cuarenta y tres poemas son seleccionados de dieciséis entre sus dieciocho poemarios», concluye.
Los poemas son, por usar una sola palabra, potentes. Escritos por un hombre lúcido. Están muy bien armados y remiten a un mundo donde cobran importancia los paisajes y los lugares («Los hermanos Wright buscan Kitty Hawk», «Un paisaje», el impresionante «Balada de los senderos de Västmanland», «Nostalgia por el bosque de Våla Occidental», «El bosque»), la exploración y descubrimientos («El Malacate de Polhem»), la aventura y los viajes («Balada de los perros», con Ibn Battuta, «Los puentes de Könisberg»), las casas («La vieja casa»), las matemáticas («Los números primos»), los libros («La salida de Robinson»)… No le deja a uno indiferente la lectura de «Liebre», «Somormujo», «Elegía a Sörby», «La esposa de Lot», «Sólo el río permanece», «A menudo sueño aquí» o, por no citar a este paso todos, «Monólogo», una suerte de autorretrato que deja ver a las claras la talla poética de Gustafsson.
He aquí un puñado de versos entresacados de estos poemas que cito: «En el siglo XIX el mar a menudo huele a cerrado». «Hablamos y las palabras saben más que nosotros. // Pensamos, y lo que pensamos corre delante,/ como si lo que pensáramos supiera algo/ que no supiéramos nosotros». «“La naturaleza es buena”, se dice/ en ciertos productos./ La naturaleza es buena./ ¿Y cómo lo sabéis,/ mercachifles de margarina?». «Escribimos los senderos y los senderos perduran / porque son más sabios que nosotros/ y saben cuanto queríamos saber». «Qué mansas y ausentes se vuelven las cosas». «… y quedarse para siempre en esa patria chica/ que ya no existe». «La vida que fue no es mía./ La mía nunca la hallaré». «Dudo, y por tanto soy». «Amarme es difícil, según creo./ Es difícil decir quién soy y dónde me encuentro». «Me pides un consuelo, no son fáciles los últimos consuelos».
Los tres poemas finales son también espléndidos y se incluyen, explica Rydén, por sugerencia de la mujer de Gustaffson, la escritora Agneta Blomqvist. Ella está en ellos. En «Será un día», el poema que abrocha delicadamente esta preciosa antología, leemos: «Tú estarás allí,/ aunque no hablarás mucho:/ pasarás solo tu mano por mi pelo/ mirándome a la cara/ con esa leve sonrisa que trasluce el brillo de tus ojos».
Poemas de Lars Gustafsson
La lámpara
Antes de que se encendiera la lámpara
nos sentamos completamente quietos
La voz ronca de un cuervo
y un súbito olor a trébol
con una calidez dulzona
a través de esta creciente oscuridad.
Agua, completamente quieta.
La tierra, está demasiado tranquila.
El pájaro voló
tan cerca como pudo
sobre su propia sombra
Y el abejorro, fiel
amigo de tantos veranos,
se estrelló contra el vidrio de la ventana
como si fuese la pared del mundo
Y los patos buceadores
nadaron de lago a lago
Podía ser tarde
o temprano
en varias vidas en varias vidas
podía ser en la sombra de una mariposa
En la sombra de cualquier vida.
Poema sobre el revisionismo
Mosca incierta
encerrada en un exprés nocturno
trata sin embargo de volar
y descubre que puede seguir haciéndolo perfectamente
Cuando llega desde el extremo sur del vagón al norte
ya es una mosca mucho más inteligente
y el tren hundiéndose cada vez más veloz en la noche
Acerca de la riqueza de los mundos habitados
En algunos mundos uno ha confirmado
la conjetura de los números primos de Riemann
En algunos mundos uno extrae
argas confesiones de hongos antiguos
En cierto mundo la profunda oscuridad
es transiluminada por maravillosas piedras parlantes
En unos cuantos mundos el verano dura
un siglo, y aquellos tan desafortunados
como para nacer en el siglo de invierno
se pasan la existencia durmiendo
suspendidos de capullos gris claro
forrados en piel
En algunos mundos hasta este poema ya
ha sido escrito por varios poetas.
La calma en el mundo anterior de Bach
Tuvo que existir un mundo anterior
a la Sonata a trío en re menor, un mundo anterior a la Partita en la menor,
pero qué clase de mundo?
Una Europa de vastos espacios vacíos, sin sonido,
por todas partes instrumentos dormidos
a través de cuyas teclas la Ofrenda Musical, El clave bien temperado
jamás pasaron.
Iglesias aisladas
donde el verso de la soprano en la Pasión
nunca se entrelazó en desamparado amor
con los suaves movimientos de la flauta,
paisajes anchos y suaves
donde nada rompe la calma
sino las hachas de los viejos leñadores,
los sanos ladridos de fuertes perros en invierno
y, como una campana, los patines que muerden el hielo fresco;
las golondrinas que chillan en el aire estival,
la caracola que resuena en los oídos de un niño
y en ninguna parte Bach, en ninguna parte Bach,
el mundo en una calma de patinador antes de Bach.
Sobre el bueno gobierno
Las piedras del molino han de moler; cuando se acaba la molienda
comienzan a pulirse mutuamente, implacablemente,
con un chirriante sonido que es difícil de soportar.
Tiene que haber un enigma, siempre tiene que haber
algo que quepa entre las piedras. Y aún mejor
si está allí sin que se mencione su nombre.
En las ciudades cada vez más ocupadas, tarde por la noche,
resuenan entre superficies de azulejos o de metal ligero
gritos de rabia o desesperación, el ruido chirriante
de la piedra cuando roza desnuda contra otra piedra,
y alguien rompe con sus manos una puerta de cristal,
de manera que los trozos se ríen alegremente por el suelo
pero el suelo era igual, casillas blancas y negras, por el otro lado.
Uno de los lados es sólo la imagen del otro.
Cuando el molino se muele a sí mismo se oye claramente el ruido,
lejano estrépito, una tormenta de piedra se acerca,
ráfagas de aire podrido y polvo de piedra recorren las habitaciones
en un mundo subterráneo donde vuela un pájaro encerrado
por laberintos de túneles bajos, sin día ni noche.
Allí donde no hay gobierno, no tiene salida el pájaro,
allí donde no hay Enigma, existe en su lugar el Poder.
Y refleja todos los sonidos en paredes demasiado brillantes.
El buen gobierno nos da buenas carreteras, burros y camellos
arrastran con paciencia y sin cansarse, al mediodía
también, carruajes pesados con ruedas revestidas de hierro
sobre el amarillo cereal de los caminos, colocado, a la sombra,
justo donde pasan los carros, para que lo trillen las ruedas.
El buen gobierno proporciona buenos regadíos, canales,
por donde el agua fluye rápida y transparente,
sobre piedras unidas artísticamente, sin algas,
pozos profundos donde las grandes carpas blancas
que ya no ven, se esconden en las tinieblas
y de nuevo se ven lanzadas a su sensatez
cuando alguna vez son izadas en el cubo. El buen gobierno
deja que las carpas sigan viviendo en los pozos, las golondrinas
bajo los aleros, los campesinos junto a sus campos,
los viejos leñadores en sus bosques, los libros
siguen impunemente en las estanterías, y en el bosque
nadie castiga a las setas, un buen gobierno
muestra su buena voluntad también con esas plantas diferentes,
esas que surgen del subsuelo, tanteando
con dedos blancos o marrones, sombreros arrugados,
cubiertas de viscosidades o secas y con aromático perfume,
con cabezas que son blandas membranas fetales
y sin embargo lo bastante duras para perforar la corteza de la tierra.
El filósofo Mo Ti veía el gobierno como una geometría,
un dibujo de campos en torno a cada pozo,
tierra común, la tierra privada, la tierra de los gobernantes
los campos de los soldados y de los jueces, la totalidad
organizada en un conjunto en equilibrio natural,
bajo los largos y flameantes estandartes de seda,
adornados de dragones que mueven sus alas
cuando llega el viento. Mo Ti era un bufón, ¡olvídenlo!
Allí donde hay un modelo hay sólo vacío.
Lo sabemos ahora. Sabemos que el Enigma crece en nosotros
y surge rompiendo lentamente la corteza de la tierra,
como las blandas y extrañas setas en el bosque.
Todas las puertas se construyen para poder cerrarse.
Todas las puertas se construyen para poder abrirse.
¿Quién cierra? ¿Quién abre? ¿Quién pregunta?
Todo buen gobierno empieza en el yo, en las tinieblas,
en el enigma que hay en cada ser humano.
Se extiende desde la oscuridad del pozo,
donde no puede ver ni oír nada,
hasta el horizonte, y sabe que sigue a los navios.
Sabe que no sabe nada. Así gobierna el Enigma:
Aquellos que no estén dispuestos a todo respecto a sí mismos
no pueden tener tolerancia para con los demás.
Bodino vio el sangriento caos de las guerras de religión europeas,
y eligió, volviendo la cara para no ver, el absolutismo:
Mejor, decía, un verdugo, un hacha, una sentencia
que un horizonte por donde vague el humo de los incendios,
como quiere el viento, pero olvidó lo más importante:
Que nunca podremos regalar lo que nunca ha sido nuestro.
No somos nosotros los que queremos la libertad. Hay algo,
oscuro y sorprendente, en nosotros, que la quiere,
y la quiere más cuando menos lo esperamos. Llega
siempre inoportunamente. Algo oscuro e impreciso
que hay en nosotros quiere ser siempre otra cosa.
El ser humano. La pieza que no encaja
en ningún rompecabezas. Sobre todo no en el propio.
Y en ello consiste la libertad:
que algo en nosotros siempre quiere otra cosa.
El buen gobierno es el que nos ha olvidado.
Encerrados en este dulce olvido
crecemos como crecen las setas;
con humildad y sin límites, hondamente
bajo las calladas sombras de los árboles.
[EN PORTADA: Paisaje de la región sueca de Västmanland]

Lars Guftansson
Edición y traducción de Mikael Rydén
Cálamo Poesía, 2019
112 páginas
16 €

Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) es autor de libros de poesía como Las aguas detenidas, Una oculta razón (Premio Loewe), A debida distancia, Ensayando círculos, Mecánica terrestre, Desde fuera, Más allá, Tánger y El cuarto del siroco (los cinco últimos en la colección Nuevos Textos Sagrados, de Tusquets) o Plasencias (De la Luna Libros). Sus poemas están incluidos en numerosas antologías y han sido traducidos a distintos idiomas. También es autor de dos novelas: Las murallas del mundo y Alguien que no existe; un libro de artículos, El lector invisible, y otro de viajes, Lejos de aquí. La editorial La Isla de Siltolá publicó, en edición de Jordi Doce, la antología Un centro fugitivo; y la Editora Regional de Extremadura, Álvaro Valverde. Poemas (1985-2015), con dibujos de Esteban Navarro.
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