/ por Adrián Salcedo Toca /
Introducción
En este artículo ensayístico trataremos de entender la fase en la que se encuentra actualmente la llamada democratización de la cultura, esto es, el acceso ordenado y libre a los elementos de conocimiento y de desarrollo de las ideas, las artes y las ciencias humanas, y asumiéndola también como la posibilidad, si existe, de que nuestras creaciones artísticas o intelectuales (si bien en determinadas ocasiones pueden ser el mismo) formen parte del ecosistema cultural disponible y accesible.
Desde hace algún tiempo hemos presenciado, tanto en un sentido tecnológico como de ideas, un gran cambio en la producción y el acceso a la cultura. El impulsor es, casi en su totalidad, Internet como concepto. Esta forma peculiar de nuevo tipo para la comunicación entre humanos, que es la que vivimos día a día irremediablemente, tiene como característica principal la inmediatez, tanto con respecto a la publicación del contenido cultural como en su consumo o recepción; cuestión que es primordial en el análisis que nos concierne, ya que se prevé (y así está sucediendo) que este fenómeno transforme completamente al sujeto que emite y recibe cultura, así como también cambie la cultura en sí misma, convirtiéndola a su vez en objeto mediato de los cambios.
Cualquiera podría pensar, en calidad de espectador, que Internet, tecnológicamente hablando, ha desplazado, está desplazando o acabará por desplazar todos los hasta ahora canales de comunicación culturales entendidos como clásicos (libros, cuadros de pintura, espectáculos, etcétera) a medida que avanza y se desarrolla cada vez más, pasa el tiempo y los ordenadores mutan y se amplían a sí mismos. Y, en cierto modo, esto podría ser cierto (Sassoon, 2006). Pero los cambios no sólo han llegado en forma física, sino que también se han producido en el campo de las ideas. Desde las ciencias sociales, se han categorizado y conceptualizado nuevos términos con la intención de extraer de la realidad la máxima información. Contrariamente, el estudio de Internet como fenómeno cultural todavía es, de alguna manera, superficial.
Como digo, los cambios se han articulado en varias dimensiones, afectando el sujeto, al objeto, y, por supuesto, a la relación mediata con la que estos dos factores interactúan. Asimismo, el debate sobre la cultura y su democratización rompe con la tendencia homogeneizadora de la opinión que se arrastra desde tiempo atrás. Por supuesto, este tiempo atrás se sitúa no muchos años antes de la caída del Muro de Berlín y de los regímenes del Este. Todos ellos, socialistas o populares, abogados defensores del materialismo dialéctico, cayeron por sus propias contradicciones internas, sin necesidad de que sus enemigos externos ejercieran una acción decisiva. Esto no quiere decir que, evidentemente, aquellos elementos y factores internos que provocaron el deceso de los Estados populares y socialistas no estuvieran, de alguna manera, ligados a los elementos y factores externos. Sencillamente, los regímenes comunistas se derrumbaron por su propio pie, con el protagonismo de agentes nacidos, crecidos y culturizados en sus países de origen.
Si hoy hablamos de lo que significó para las ciencias sociales la derrota del materialismo dialéctico, estaremos hablando realmente de la victoria sutil de aquellos autores, pensamientos y acciones que habían sido derrotados antaño por la teoría y la práctica socialistas. La caída del Muro de Berlín fue una victoria política del capitalismo, pero también una victoria teórica tácita; no le hizo falta justificarse, explicarse a sí mismo o autocriticarse. Para él, se dieron las circunstancias idóneas que le permitían ocupar todas las posiciones que había dejado vacías la derrota (más bien el hundimiento) total del comunismo.
De forma previa y también coetánea, sucedían por el mundo varias revoluciones que llamaban a cambios profundos en las sociedades. A los avances tecnológicos se les sumaban también tiempos convulsos (Fontana y Làzaro, 2013). De hecho, si hablamos de las revueltas que se dieron en los países capitalistas, figuras relacionadas con el comunismo acabaron, para mantener posiciones de reforma y de freno a la radicalidad, manteniendo a su vez posturas y opiniones de apertura de mercado en el caso de los países socialistas (Fontana y Làzaro, 2013). Todas estas revueltas, en la práctica, terminaron reforzando los regímenes de mercado y también la caída de los que hasta ese momento se decían revolucionarios. Todas, pues, fueron revoluciones fallidas.
La intención de este artículo es la de averiguar hasta qué punto el novedoso canal de cultura y comunicación llamado Internet, junto con las teorías sociales aparejadas y sus resultados, han desembocado en otra revolución fallida más.
Cultura es Internet
Internet es la fase cualitativamente superior de la cultura, en primera instancia, porque emula su misma estructura (Sassoon, 2006). Basada en redes a escala cibernética con interacción inmediata entre los actores que agitan y accionan sus propios mecanismos, es el proceso de asimilación del conocimiento no adquirido por la propia práctica individual a un nivel de sistematización muy superior a la que aspiraba el ser humano en el momento histórico previo a la aparición de este fenómeno tecnológico.
Es por eso por lo que la red conocida como Internet pretende llenar el vacío que la antigua forma de cultura dejaba siempre vacío, es decir, que es posible que acabe por destruir al individuo como agente pasivo receptor del conocimiento general, estando con ello llamado a ser el Prometeo que convierta al ser humano en un elemento activo dentro de la producción y el consumo de cultura. Las redes tienen el potencial para generalizar la cultura a toda la humanidad, dando libre acceso y sin restricciones a las personas, al tiempo que la convierte en un ejercicio colectivo en el que toman parte activa todos los individuos pertenecientes a la sociedad.
Hasta ahora, sólo en los momentos en que tal cosa ha sucedido o se ha visto en conato de suceder es cuando lo que ha cambiado, en términos artísticos, ha sido el contenido y no simplemente la forma. Los pueblos, participando plenamente en la producción literaria, estética o científica, han hecho suya esta actividad y la han dotado de contenidos novísimos, retroalimentándola al tiempo que se han creado obras hasta ahora no vistas desembocando en la culturización total del pueblo. En momentos así parecería que ya no sólo los medios de producción material, sino también los espirituales, podrían ser de propiedad universal.
Los artistas más avanzados en el terreno artístico y literario han empeñado sus fuerzas en un intento constante por transformar las costuras de la vida cultural, pensando que ésta sería la auténtica vía que nos acercaría a la riqueza estética de las cosas (Molas, 1995). Así pues, el futurismo, que fue italiano, pero también fue catalán (véase Salvat-Papasseit), y luego sus sucesores (dadaísmo, cubismo, surrealismo, situacionismo, etcétera), dieron pasos agigantados en la tarea de resituar el foco, llevándolo así a los lugares más profundos para poder continuar la labor creadora de forma original y sin repeticiones vulgares o copias de otras obras. El collage, por muy ejemplo tonto que sea, es una muestra más de las técnicas estéticas que antes existían como blasfemia y ahora sólo son una más y de las más usadas.
Pues bien, Internet es, únicamente, un grado más en la misma dirección tomada por el vanguardismo. No es un epifenómeno o un mero escenario donde pasan cosas. Internet es, en sí mismo, un elemento cualitativo diferenciado. Las artes, las ciencias y el resto de los elementos culturales ven posible, tal vez como irreversible, formar parte verdaderamente integradora del ser humano. Para conseguirlo, se han superado las limitaciones de otras reacciones vanguardistas en materia de escala de producción y consumo. Éste es, pues, el mayor experimento vanguardista desde el futurismo de Marinetti, Maiakovski o Salvat-Papasseit, cubriendo mucho más de lo que aquél pudo teorizar (Molas, 1995).
El límite de las corrientes vanguardistas en la cultura no era sólo la imposibilidad de ser creativo bajo términos originales en los tiempos en que estamos, sino, sencillamente, que esta tarea, para lograr su objetivo, pertenecía a una maquinaria social de mucha mayor magnitud, más que a una corriente o un movimiento social. Ahora bien, es cierto que internet emergió dentro del desarrollo intrínseco de las fuerzas productivas del capitalismo internacional y no por voluntad concreta de un grupo de personas, lo cual es un hecho diferencial de importancia. Como sabemos, el capitalismo, en su seno, lleva gérmenes muertos de sistemas pasados, pero también organismos vivos de organizaciones sociales del futuro.
Las redes, en su desarrollo, han partido de estas limitaciones que ya emergieron durante la práctica vanguardista, desarrollada siempre por grupos minoritarios y sin posibilidad de masificación. Internet, como hecho cualitativo especial y como base de posibilidad para la verdadera integración de la cultura en la vida humana, no fue, lógicamente, concebido como vía de expresión estética o científica. De hecho, ni siquiera se pensó para tal cosa (Sassoon, 2006), aunque haya acabado por ser el elemento que englobaba (y así sigue siendo) todas las formas de expresión del comportamiento y el pensamiento social.
Hoy por hoy, Internet es sólo entendido como un canal de comunicación, pero aún están por explotar sus potencialidades, a la vez como código, dependiendo del uso a que sea sometido. En este sentido, Internet cumple la máxima cubista de la aceleración de la realidad en el espíritu (Molas, 1995). Es más, esta definición se avendría a ella con más estrechez que con el propio cubismo.
El desarrollo de Internet se ve afectado actualmente por dos factores de importancia: primero, por la nueva forma de comunicar que empieza a imperar en nuestros días, con la metodología storytelling por delante; segundo, por el esfuerzo de Internet para expresarse en términos reales, para buscar la realidad allí donde ésta se encuentra, en vez de transformar su contenido. Toda la obsesión de los agentes activos en Internet, hasta ahora, ha sido la de llenar de información todas las plataformas y expresar la realidad a través de los múltiples canales transmedia que se van creando, con productos audiovisuales, portales de noticias, redes sociales, etcétera. Es, de nuevo, una forma más de contar algo, que supera con mucho al resto, pero que sigue siendo simplemente y sólo una forma.
La avenencia clara entre Internet y la cultura acaba cristalizando. Todo lo que ha sentido y sufrido la cultura desde que existe lo ha sentido y sufrido Internet en un lapso de tiempo mucho más corto y con mucha más intensidad. Además, Internet es hoy un almacén de cultura mucho más eficiente y ordenado que la existencia per se de millones de libros, películas, estudios, catalogados y descatalogados, vagando por el mundo sin posibilidad de ser alcanzados ni por azar ni por búsqueda intencionada.

Sociedad del conocimiento
Internet es como un gran conjunto de almacenes. Sin embargo, estos han generado además una forma física real. Como decía, están los muchos paquetes de información que se cruzan a cada milisegundo transportando datos en la red y, más allá de eso, existen también almacenes como los de Amazon en los que hace tiempo que ocurren particularidades dignas de mención.
En el caso de la producción de libros, por ejemplo, ya no existe la necesidad de hacer tiradas y luego venderlas sin conocer cuál será su recepción en el mercado (Sassoon, 2006). Ahora, el hecho de producir libros por pedido, a gran escala, abarata costes. Con las facilidades a tiempo real que reporta Internet es mucho más eficiente hacer realidad los sueños toyotistas (Sassoon, 2006).
Por lo pronto, esto es algo a lo que las pequeñas empresas, en el mismo caso de los libros, no pueden aspirar. A ellas, que producen a pequeña escala, la curva de costes y beneficios no les funciona tan bien. Este sistema de stock usado para Amazon sirve estrictamente bajo demanda, ofreciendo al productor la posibilidad de usar este mecanismo sin que se produzcan pérdidas; mecanismo que, dicho sea de paso, no estaba presente desde un buen inicio con la instauración de Internet, pero que sí que ha ido desarrollándose por los mismos factores intrínsecos que se dan de la misma manera que ya habíamos mencionado y que tienen que ver con la inmediatez.
Respecto a las teorías surgidas a la luz del advenimiento de las redes, es imposible no ponerse a analizar aquella famosa consigna de la sociedad del conocimiento. Este concepto es descriptivo de la noción de que, en los tiempos que corren, el conocimiento y su transmisión mediante la tecnología ha adquirido una posición tan relevante en las sociedades que es incluso superior a la que puedan tener los diferentes niveles de la industria (primaria, secundaria, etcétera). Esta teoría transforma el significado del conocimiento reduciéndolo a información, es decir, a un acto pasivo de recepción de datos (Vega Cantor, 2012). La denominada sociedad del conocimiento enviaría al traste aquellos avances más importantes y esenciales de Internet desde Internet mismo, devolviendo al productor y al consumidor a su estado más primitivo.
La importancia de la participación activa de los individuos en la vida cultural radica en el hecho de que no parece que el tipo pasivo implique poder de gestión o de decisión, sino únicamente de influencia, reduciendo la capacidad humana a la animal (Vega Cantor, 2012). Además, el conocimiento es una actividad consciente de transformación de la realidad. Sólo modificando las cosas se conocen sus atributos, sus propiedades y la forma en que estos factores interactúan con el resto de fenómenos y objetos (Politzer, 2004). La cultura no está conformada únicamente por datos, sino que también parte de la creación. Sólo con el intercambio de información esta cultura queda coja, ya que le falta un motor. La pregunta es: ¿quién crea, ahora, la información? Aquellos elementos carentes de estructura y sometidos a la pasividad serán dominados por los que tengan hoy iniciativa.
Nuevos comportamientos y control de emociones
Por supuesto, la sociedad es totalmente permeable a todo tipo de comportamientos y actitudes surgidas de los nuevos cambios producidos con el advenimiento, desarrollo y establecimiento de Internet. Esto no es únicamente debido a que gran parte del contacto entre personas transcurre en el mundo virtual, sino también por lo que ocurre fuera de este ámbito, es decir, en lo que llamamos vida real. La inmediatez y el consumo pasivo de relaciones personales sin necesidad de que los sujetos involucrados produzcan interacciones activas está extendiendo algo que, previamente a Internet, parecía ser un fenómeno casi exclusivo de la relación entre las personas y las cosas, o si me lo permiten, entre patrones y trabajadores.
La gestión individual y activa de las emociones es algo que empieza a estar también en entredicho. Fenómenos como la progresiva instagramización de la vida virtual suponen que, casi sin prestarle atención, nuestras emociones sean moldeadas a base de narrativas impactantes hechas para que nos identifiquemos inconscientemente con el personaje de la historia contada. Lo que antes sucedía en el cine, los libros y los teatros ahora pasa constantemente bajo el consumo diario de Internet, gracias a la aparición de los móviles inteligentes. Por otra parte, el exceso y la sobreexposición a la dopamina que padecemos diariamente bajo la inmediatez a la que nos tiene acostumbrados Internet es otra forma antidemocrática de control de los estados de ánimo (Rodríguez-Gaona, 2019). Además, la existencia de redes sociales donde compartir circunstancias emocionales, recibiendo feedback y atención instantáneamente, retroalimenta las necesidades y los vicios desarrollados a lo largo de nuestra vida virtual a corto y largo plazo.
El uso de la dramática aristotélica para el control de los estados de ánimo es una extensión general de las tácticas de los empresarios para fomentar el aumento de la productividad de los trabajadores en las empresas, así como su alineación a los intereses de los patrones a través de la identificación emocional (VVAA, 1999). Era cuestión de tiempo que la situación diera un salto a un estadio generalizado. Así pues, el advenimiento de Internet puso las bases para, efectivamente, utilizando las redes como transportadoras de información y recepción pasiva, difundir narrativas masivamente, logrando dos resultados complementarios: el primero, relacionado con la inducción de trastornos mentales derivados del exceso de dopamina prolongado y los cambios emocionales constantes, sumado a la incapacidad para soportar una vida social común; el segundo, la homogeneización y simplificación de las emociones y los comportamientos, viciados según la estructura descrita de la vida virtual, que no aplica de la misma forma a la vida real.
La base material de ello es la homogeneización y simplificación de los productos culturales, que tiene como resultado el desplazamiento de la originalidad y la calidad por la afinidad emocional (Rodríguez-Gaona, 2019). Este suceso es grave, ya que suprime la pluralidad de obra cultural e instaura de forma tácita un canon poderoso, y no reglado de forma explícita, que se sustenta en todo tipo de interacciones llevadas a cabo de forma inconsciente. Con ello, aquel movimiento fundado por Bertolt Brecht (1973) con el objetivo de combatir el drama aristotélico en los teatros podría ahora verse extendido al conjunto de las acciones humanas, dada la invasión de la intimidad a la que las sociedades se están viendo sometidas.
Lejos quedan las luchas culturales, hoy tan de moda entre el progresismo kitsch, que arrojan a los movimientos sociales a la esterilidad mientras dejan entrever que todo aquel pensamiento que sea soportado por el sistema en realidad lo refuerza. El combate contra la identificación emocional involuntaria, que sucede bajo unos intereses muy concretos, se torna en una lucha contra una forma de organización social concreta (la capitalista), que es la que determina los problemas que someten hoy en día los individuos (Brecht, 1973).
Siguiendo este hilo, y como es lógico, la problemática descrita se reproduce con total normalidad y coherencia interna en los movimientos sociales. Los individuos principalmente afectados son las mujeres, que se convierten en blanco, bajo presupuestos ideológicos pretendidamente alternativos, del papel absolutista que impone la emotividad por encima de la racionalidad, atribuida históricamente a los hombres, desplazando cada vez más el estudio de su realidad especifica hacia los márgenes y situando la práctica de la emocionalidad en el centro de su actividad política. Así, instituyen al género femenino como hiperbólicamente emocional, traumático y falto de toda racionalidad.
En la misma dirección, la vía de la identificación emocional como forma única a través de la cual sentir emociones es problemática, ya que puede inducir al individuo a un estado de confusión mental en el que ya no tenga claro qué es lo que está sintiendo él, por él mismo, y que está sintiendo por mera suplantación de personajes dentro de su mente, ya sea por recuerdos, por consumo de productos musicales o audiovisuales, por situaciones de interacción virtual y social, etcétera.
La fusión de la vida en sus dos ámbitos (real y virtual) en la red provoca la deformación de los comportamientos sociales, ya que se trasladan fácilmente cuestiones funcionalmente incompatibles de la una a la otra. No todas las acciones de un individuo deben estar únicamente motivadas emocionalmente, de hecho, también pueden ser activadas a través del raciocinio propio o ajeno. Separar y dar supremacía a la emotividad por encima de la razón es otra forma de suprimir capacidades para con el ser humano; capacidades como la de la asimilación o la sumisión.

Artistas, intelectuales o agentes publicitarios
Aquellos autores que se encargan de elaborar productos culturales del tipo descrito en anteriores párrafos lo hacen también bajo una desconexión casi total con el medio social al que, de alguna manera u otra, pertenecen (Plejanov, 1975). Algunos no son capaces de realizar una obra literaria que tenga por calidad principal, aunque sea de forma sutil, la crítica de la vida social, es decir, de la realidad que todos vivimos con mayor o menor presencia, con todas las vicisitudes, propiedades y atributos. La esencia de su trayectoria se compone de un abuso del yo y de las tensiones estéticas que esto produce en la vida del autor. Y aunque en ocasiones puedan mostrar cierta retórica antisistema, lo cierto es que no consiguen abandonar este vicio esteticista tan suyo ni, por supuesto, dejar de aprovecharse de los problemas emocionales de la población para la venta de sus obras. Lo cual plantea que no se puede eliminar un problema si al mismo tiempo se fomenta este mismo problema.
Con la cuestión del inmediatismo y la pasividad se vuelve al individuo a su posición clásica de consumo de la información y la cultura. No es casual que los que habían logrado éxitos durante los años joviales de Internet ahora quieran recuperar todo lo que había quedado desplazado hacia los márgenes. La homogeneización y simplificación del producto ha llegado a tal nivel que estos autores no sólo requieren de la monopolización de más nichos de mercado (los pasados, los presentes y los futuros), sino que necesitan del uso de lo que queda del régimen de comunicación cultural antiguo para que finalmente no se produzcan los cambios completos que Internet debería llevar; cambios que tienen que ver, en realidad, con la totalidad de la organización de una sociedad.
La simplificación emocional que recae encima de los individuos viene de la posibilidad que tienen estos autores de no realizar ningún tipo de ejercicio creativo cuando elaboran sus obras y sus pensamientos, sino que simplemente trasladan a una cuenta de alguna red social en formato de verso lo que antes sucedía en las revistas del corazón.
Por lo que sabemos, en otros países, el fenómeno de los autores publicitarios también está en ascenso de una manera similar a como ocurre en España (Rodríguez-Gaona, 2019). Esto no es de extrañar, ya que el capitalismo es un fenómeno económico internacional. Todos los Estados caracterizados por este modo de producción comparten unas generalidades y luego expresan su propio carácter a través de particularidades diversas. Así, hay algunos, como apunta Sassoon (2006), donde la provisión de Internet aún no se ha extendido en la mayoría de capas de la población ni, por ende, ninguno de los fenómenos derivados que hoy vemos en otras sociedades.
La homogeneización del producto es también y sobre todo un fenómeno mercantil, es decir, hace que la distribución de la mercancía sea relativamente amplia ya que se torna reconocible, de fácil publicidad y generalizable a segmentos de población diferentes entre sí. De este modo, el acceso a estos productos es fruto no de sus propiedades racionales, sino, de nuevo, de la capacidad de identificación emocional que tenga cada uno con lo que lee, ve o siente (Rodríguez-Gaona, 2019). Este tipo de cultura, pues, en vez de enriquecer, empobrece. Además, resta en contenido e inclusividad porque padece de déficit democrático dado el ámbito en el que se desarrolla. Seguidamente lo veremos.
Monopolios e instituciones clásicas
Con estos hechos resultantes de la vida mercantil, tenemos como consecuencia directa la monopolización del capital que introduce y gestiona la mercancía cultural dentro del mercado. Y, pues, lo que parecía ser una descentralización de la cultura (acceso libre y general, oportunidad de participación activa, etcétera), en realidad se convierte en recentralización (Rodríguez-Gaona, 2019) en pocas manos debido a que las instituciones clásicas de la producción cultural acaban volviendo a ser, finalmente, las mejores herramientas para controlar el mercado, esta vez, a través y en provecho de Internet, donde se divisa el choque entre lo que aporta en sentido positivo y lo que no puede impedir, por ahora, que suceda precisamente por sustentarse en régimen de propiedad privada. Es esta la última clave de la vuelta al antiguo régimen cultural, que nunca dejó de ser régimen cultural a secas.
La información que nos llega y que asimilamos de forma pasiva a través de internet como forma de cultura de nuevo tipo es una muy concreta, perfilada y controlada, sin oportunidad, al menos, de cambiarlo por vías democráticas, ya que formalmente las instituciones culturales no están sujetas a protocolos de este tipo. Son corporaciones privadas o asociaciones del mismo carácter. El acceso a la información es dudoso, ya que no accedemos a nada en concreto, sino que recibimos involuntariamente y de forma masiva todo tipo de contenidos.
Así pues, vemos como Internet penetra cada vez más en todo tipo de capas individuales y sociales (Sassoon, 2006), pero no así la participación, la cultura, la producción cultural y el acceso a la cultura. Los mecanismos para influir en estas categorías escapan a todo tipo de vida democrática y un autor queda relegado a las oportunidades que le llegan a través de la convocatoria de premios culturales de cualquier género, donde los jurados están conformados por miembros de editoriales y otras instituciones clásicas centralizadoras o autores que se han beneficiado de toda esta deriva comentada (Rodríguez-Gaona, 2019).
En este sentido, no parece que los premios sean una vía suficiente para agitar culturalmente una sociedad. La oportunidad del stock barato bajo demanda de Amazon se vuelve un mero espejismo, ya que el autor novel que se edita a sí mismo no goza de la distribución y la publicidad que ofrecen las instituciones clásicas. Su obra se convierte en otro paquete de información vagando por Internet aspirando a que alguien lo encuentre, fortuitamente y al azar, fruto de este círculo perverso en el que lo que no valía nada sigue sin valer nada.
El ascenso de los que pudieron aprovechar los primeros pasos dados por la red anima a miles de autores a seguir la misma estela sin obtener los mismos resultados (Rodríguez-Gaona, 2019). La puerta a nuevos productores no parece cerrada, pero sí mantiene cierta dificultad a ser abierta al colectivo general. Como he expresado más arriba, la defensa de las parcelas de mercado encarna mucha más importancia en esta situación.
La práctica de los autores publicitarios y también los negocios que influyen emocionalmente e invaden la intimidad de la sociedad está basada en los desarrollos teóricos más recientes y ulteriores en teoría social, en la mayor parte de los casos. Luego, el fenómeno se extiende por inercia, mediante la influencia consecuencial de los impulsores iniciales.
Las últimas sacudidas en doctrina histórica vienen del lado de aquellos teóricos que han restado importancia a los grandes relatos, en un primer momento, y para aquellos que, además, han dado preeminencia a las microhistorias, con énfasis no en cómo éstas provocan cambios sino en cómo viven los procesos los individuos que las evocan. Es decir, la mayor parte de la relevancia empírica se lo ha llevado la experiencia de cada persona en el devenir de su vida. (Claret Miranda et. Al., 2017).
Coincidiendo con lo que expresaba al principio, este rumbo ideológico, parte esencial del pensamiento posmoderno (descriptivamente, posterior a la modernidad) coincide con la caída del Muro de Berlín y la conclusión general de que los grandes sistemas han fallado, extendiéndose a las respectivas teorías que los sustentan o sustentaban (Claret Miranda et. al. 2017a). Sin embargo, en la actualidad, la connivencia con la que la mayor parte de estas corrientes se han mostrado a favor del modo de producción capitalista induce a pensar que se referían a que lo que realmente ha terminado no son los grandes relatos, sino en concreto el marxista. Y, de alguna manera, tenían razón.
La revolución posmoderna es otra revolución frustrada que podríamos añadir a la larga lista enumerada por Fontana (2013). El foco en las experiencias individuales como modelo empírico para el estudio de la historia, hecho a través del contenido de los significantes y del lenguaje en sí mismo (Claret Miranda, 2017), ha dado paso a reflexiones que entienden que, si podemos estudiar las experiencias de los individuos, es que también las podemos —y las debemos— transformar.
Siendo gerente de una empresa, uno se asegura que pueden matarse dos pájaros de un tiro: por un lado, se puede anular toda capacidad racional mediante un bombardeo emocional constante en el tiempo, despertando (cuando sea necesario) la actividad del empleado únicamente por medios emocionales y con intenciones productivas; por otra parte, con esta narrativa emocional uno puede conseguir alinear el trabajador con los intereses de la corporación.
Con el uso general de esta metodología, se extiende algo puramente académico a la práctica de las empresas privadas y públicas. Se consigue precisamente abrumar, excitar y dirigir a las personas partiendo de una cultura creada con la misma estructura y fondos que una campaña de marketing. Internet ha mostrado, como elemento cultural superior, que todo lo que tiene de antidemocrático puede aplicarse dentro de la empresa privada y, por extensión y reproducción, también fuera. Cada uno de los negocios desarrolla una cultura propia y diferenciada del resto que hace sentir al empleado parte de un todo, con estímulos inmediatos de pertenencia expresados a través de infografías colgadas en las paredes del lugar de trabajo, correos electrónicos con una narrativa concreta, vídeos, fiestas de fin de año, etcétera.
Las consultoras, como organizaciones para la transformación y adaptación de los negocios privados a los cambios externos, se están convirtiendo en las editoriales (si se me permite la metáfora) del mundo de las grandes empresas, y éstas, en las editoriales de la sociedad. Las consultorías han convertido la institución clásica que hasta ahora no eran. Se encargan de crear sociedades de la información en cada corporación. No son casuales, de hecho, las nuevas narrativas y transformaciones culturales que las grandes empresas están llevando a cabo en su seno, sino que parten, también, del ascenso del mundo de la consultoría. Esto convierte el negocio del consultor en el monopolio del monopolio.
Así pues, todo este movimiento y esta complejidad que ha ganado Internet como nueva cultura no ha sido nada sencillo ni puede considerarse flor de una sola noche. Ha sido necesario que todas las contradicciones que contiene como nuevo sistema cultural humano se desarrollen hasta el extremo y muestren el más mínimo detalle de su condición, impregnando, como no podía ser de otra manera, el resto de aspectos materiales e inmateriales que rigen una sociedad. Del mismo modo, por ejemplo, que lo haría otra institución social como podría ser la familia.
Referencias bibliográficas
Brecht, B. (1973): El compromiso en literatura y arte, Barcelona: Península, 1973.
Claret Miranda, J.; López Esteve, M.; Fuster Sobrepere, J. (2017): «Introducción a la historia de la cultura contemporánea» [en línea].
DDAA. Internacional Situacionista. Volumen 1, Madrid: Literatura gris, 1999.
Fontana y Làzaro, J. (2013): Por el bien del imperio, Barcelona: Pasado & Presente.
Molas, J. (1995): Manifiestos de vanguardia, Barcelona: Ediciones 62.
Politzer, G. (2004): Principios elementales y fundamentales de filosofía, Madrid: Akal.
Rodríguez-Gaona, M. (2019): La lira de las masas, Madrid: Páginas de Espuma.
Sassoon, D. (2006): Cultura: el patrimonio de los europeos, Crítica, 2006.
Vega Cantor, R. (2012): «La “sociedad del conocimiento”: una falacia comercial del capitalismo contemporáneo», Herramienta, 2012.

Adrián Salcedo (Barcelona, 1994) es graduado en ciencias políticas y ciencias de la administración y poeta novel.
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