Creación

El hoyo

«En Rumanía vivió un agrimensor que tenía una guitarra de seis cuerdas y detrás de las cuerdas, como casi todas las guitarras, esta tenía un agujero negro». Un cuento de Josemanuel Ferrández Verdú.

/ por Josemanuel Ferrández Verdú /

En Rumanía vivió un agrimensor que tenía una guitarra de seis cuerdas y detrás de las cuerdas, como casi todas las guitarras, esta tenía un agujero negro. No lejos de aquel lugar estaba el castillo del conde don Francisco Jiménez de Drácula, situado en un campo conocido como el campo del conde. Cuando los dedos del agrimensor pulsaban las cuerdas de su guitarra, del agujero negro salía una música espléndida, llamada música de las cuerdas del agujero negro, que al ser escuchada en medio del campo del conde producía un efecto como de torsión espaciotemporal, y todo el mundo se quedaba escuchándola como si fuera magia. Esto llegó a oídos del conde, que quiso escucharla también. Envió un emisario para que anunciara al agrimensor los deseos del conde.

Cuando el agrimensor llegó al castillo, la puerta estaba cerrada. Hizo sonar la enorme aldaba y apareció un sujeto que iba sujeto a un palo muy grueso y que tenía pinta de vendedor de seguros, de esos que lo sujetan a uno hasta no dejarlo ni vivir.

—¿Qué desea? —le dijo.

—He sido llamado por el señor Jiménez de Drácula, quien desea escucharme tocar la guitarra.

El vendedor de seguros se puso a revolver entre un montón de revólveres que había en un arcón. Luego buscó entre infinidad de papeles que llevaba en una carpeta y extrajo un formulario y se lo presentó al agrimensor

—Firme aquí y aquí.

—Todo este lío de papeles, ¿para qué sirve? —dijo el agrimensor.

—Es por si no le gustara al señor conde la música. Es un seguro que lo resarciría por la falta de piaccere musicale.

—Pero, en caso de no gustarle, la compañía de seguros, antes de pagar la suma de la póliza, enviaría un agente pericial musical.

—Así es —dijo el guardián del castillo.

El conde estaba terminando de guardar cama.

—Y dígame, ¿cómo un hombre que es agrimensor se dedica a tocar la guitarra? —dijo el conde al verlo.

—No lo sé —dijo Sergio— yo era muy aficionado a la agrimensura hasta que me caí dentro de un hoyo tierno, donde varios escarabajos tenían su hogar. Al intentar salir del hoyo, me agarré a un pedrusco y una joven que pasaba por allí quiso ayudarme a salir. Como la joven solo llevaba una guitarra, pensó que, si me proporcionaba un buen guitarrazo en plena olla, tal vez así me facilitaría la salida del hoyo. Esto fue una equivocación. La guitarra quedó hecha trizas y la joven se largó de allí rápidamente. Yo me vi otra vez dentro del hoyo en compañía de los pedazos de la guitarra esparcidos por el suelo ,de manera que me sentí empujado a escribir una obra teatral.

—¿Y tuvo éxito?

—No. En absoluto. La obra no llegó a estrenarse. Por más que intenté hacerla llegar a varios empresarios teatrales, no conseguí siquiera que alguna de las cuartillas donde estaba escrita llegara a aproximarse lo más mínimo a ninguna agencia teatral. Ni siquiera conseguí salir del hoyo. Pero la joven que me había dado el guitarrazo formó una pequeña compañía y pronto comenzamos los ensayos dentro del hoyo, ya que nadie quería ayudarme a salir. Los actores venían todas las mañanas y tratábamos de representar la obra de la mejor manera posible. Algunos incluso descendían hasta donde yo me encontraba para preguntarme sus dudas sobre algunos detalles del diálogo. Al final se largaron con las más estrafalarias excusas.

—¿Y qué hizo usted? —dijo Drácula.

—Sufrí un atasco vital. Este se inició cuando me invitaron a una fiesta. Al principio deseaba asistir, pero luego la idea no me pareció buena del todo. Se habían enterado de que yo estaba dentro del hoyo y me arrojaron un sobre con la invitación a la fiesta. Cuando salí del agujero fui a hablar con una persona muy querida llamada Soraya. Al llegar a su casa la vi sentada en un gran sofá modernista.

—¿Y qué pasó después? —dijo Drácula.

—Sinceramente, no sabía qué decirle. Contarle la historia del hoyo habría sido una tontería. Ella estaba sentada en una posición tan natural, con un estilo tan alegre y despreocupado que me asaltaron serias dudas sobre lo inoportuno de mi llegada. Tal vez la estuviese molestando. Intenté contarle un chiste pero no recordaba ninguno. Sufrí un atasco vital.

—¿Y qué hizo ella? —preguntó el conde.

—Me preguntó que a qué había ido. Yo estaba de pié. Intenté reflexionar acerca de mis propósitos. Mi principal obsesión era presentarme ante ella como un vanguardista.

—Soy un vanguardista —le dije.

—Eso es increíble —dijo ella.

—Puedo demostrártelo —dije.

Pero ella se negaba a aceptar mis demostraciones.

—¿Acaso no crees en las demostraciones? —le pregunté en un alarde de ironía.

—No, nunca —me dijo—. Soy irracionalista, estoy en contra de la razón y de la lógica, como Unamuno.

—¿Qué te hace decir eso? —dije yo.

—¿Acaso no me ves? ¿Es que no se me nota que soy irracionalista? —dijo ella.

—No —dije yo—. No se te nota en nada. ¿Cómo quieres que lo sepa? No soy adivino ¿qué significa que eres irracionalista?

Ella se levantó entonces del sofá y adoptó una postura mucho más irracional que antes. Ahora estaba de pie delante de mí. Yo también lo estaba, de manera que mis ideas se formulaban a la misma altura, o parecida, que las de ella. Dio unos pasos por la habitación, como si deseara pensar en la inutilidad del racionalismo extremo.

—¿Y para qué iba a hacerlo? —dijo Jiménez de Drácula.

Eso mismo me preguntaba yo. Pero ella, siempre con un concepto claro de lo que no quería hacer, permaneció indecisa.

—¿Qué tonterías está diciendo usted? —dijo Drácula.

—Mire, señor Jiménez, en ese momento me arrepentí de no haber aprendido a tocar la guitarra mientras estaba en el hoyo.

—Tonterías —dijo Jiménez.

Después de escuchar a aquel sujeto, el conde tenía que marcharse a solucionar ciertos asuntos. El agrimensor se quedó solo en el castillo y bajó al salón principal. Allí estaba el mayordomo mirándolo fijamente. Esto lo obligó a marcharse con su guitarra.

Cuando iba por el camino de regreso a su hogar, escuchó una voz quejumbrosa y una fuerte discusión. Entonces se acercó a un hoyo que había practicado en el suelo y vio a Jiménez de Drácula y a la joven que le había proporcionado el guitarrazo cuando estaba en ese mismo hoyo y gracias a lo cual había logrado convencerse a sí mismo para iniciar sus estudios musicales.

—¿Qué hacen ahí los dos? —dijo Sergio el agrimensor.

Drácula estaba apoyado en un lateral del hoyo y la joven, de nombre Eustaquia, se apoyaba justo enfrente del señor Jiménez, de manera que la línea imaginaria que los unía a ambos era un diámetro del hoyo y no tendría más de dos metros ni tampoco menos.

—Esta mujer es intratable —dijo el conde—, y además está en un plan que es casi imposible sostener con ella un diálogo inteligible.

Ella miró a Sergio con rencor, como si no comprendiera su interés súbito por la música guitarrera a raíz del guitarrazo que ella misma le había proporcionado con anterioridad en ese mismo hoyo.

—Quiero que comprendas una cosa —dijo Sergio dirigiéndose a Eustaquia— ahora me interesa la música más que nada en el mundo.

—No te entiendo —dijo ella.

—Ya me entenderás algún día ¿de qué estabas hablando con Drácula?

—De nada —dijo ella—. Él estaba asegurándome que es un ser irracional.

—Eso es absurdo —dijo Sergio—. Además es imposible.

—Soy un vampiro y niego a Aristóteles y el problema de los universales —dijo Jiménez.

—¿Acaso piensa negar todo el corpus aristotelicum, con el Organon incluido o los mismísimos comentarios de Porfirio, o incluso los Tópicos?

—Así es, incluidos los Tópicos —dijo Jiménez con elocuencia filosófica.

—Nada de todo eso hay —dijo Sergio desde lo alto del agujero—. Las cosan son racionales y exquisitas ¿niega acaso las inferencias?

—Sí.

—¿Y el deseo de inferir?

—Tanto —dijo el conde.

—La joven Eustaquia estaba llorando al oír aquellas idioteces draculáceas. Sergio le alargó con una cuerda un botijo con sangre fresca a Drácula para que saciara su sed. Aquel bebió del botijo como lo suelen hacer en al-Ándalus, desde lo alto, elevándolo con sus larguísimos y esqueléticos brazos hasta una altura de dos metros y medio, y desde el pitorro cayó un hilo de sangre que Jiménez tragó como si fuera agua o vino o la sangre de Cristo.

—Soy sanguinario e irracional —dijo el conde Drácula.

Sergio los ayudó a salir y fueron paseando por la ladera de una colina muy suave, campo a través, entre matorrales y retama y azebuche y cintáras. Llegaron a un camino y lo siguieron en dirección al pueblo. Al llegar fueron directamente a la taberna donde unos músicos tocaban April in Paris. Pidieron unos vasos de vino y tomaron asiento alrededor de una mesa.

—A ver, explíqueme qué clase de irracionalismo es el suyo.

Entonces entró Sócrates en persona a la taberna y se acercó a saludar al vampiro

—¡Pero hombre! ¿qué haces tú por aquí? —dijo Jiménez.

—Nada, que yo sepa —dijo Sócrates—. Solo estaba dando una vuelta por el pueblo.

—Venga, siéntate y pide lo que quieras.

—Un plato de callos y un vino tinto —dijo Sócrates—. ¿De qué se habla, que me opongo?

—El señor Drácula dice que es irracional —dijo Sergio.

La joven comenzó a llorar de nuevo.

—¿Y por qué llora una joven tan hermosa? —dijo Sócrates.

—Nadie lo sabe —dijo Eustaquia—, pero estoy llorando por pura tristeza emocional.

—Creo que nadie es racional ni lógico. Fíjese en mí mismo. Soy eterno, ¿tiene eso sentido? —dijo don Francisco Jiménez de Drácula.

—Entonces es usted vampiro por parte de madre —dijo Sócrates.

—¿Y para qué quiere usted vivir tanto tiempo? —le preguntó Eustaquia.

—Eso mismo me pregunto yo —dijo el conde.

—Hay cosas que son eternas —dijo Sócrates—, como el teorema de Pappus, o las leyes de las cónicas, o el mismísimo teorema de Poncelet. Son las únicas que hay. Los demás vamos y venimos.

Entonces se acercó el tabernero. Los músicos habían dejado de tocar April in Paris y ahora charlaban. Ellos pidieron unas cañas, y Jiménez un cóctel de sangre con martini y una aceituna.

—¿Por qué ha pedido sangre para beber? —dijo Sócrates.

—Esa pregunta carece de sentido para mí. Soy irracional y hago lo que quiero.

—Intenta ser consecuente con su irracionalismo —dijo el ateniense.

—Eso sería absurdo —dijo Drácula.

—Por eso mismo.

—Por eso mismo ¿qué?

—Intentar ser consecuente con su irracionalismo sería absurdo, y por tanto irracional, o sea consecuente y…

—Yo no trato de ser consecuente con mi irracionalismo —dijo Drácula con la boca enrojecida de sangre de pollo australiano.

—Eso es ser consecuente y por tanto estúpido.

Sócrates se marchó con viento fresco porque había empezado la primavera. Ellos acabaron sus bebidas y pagaron la cuenta con intención de largarse. El agente de seguros, que era el mayordomo de Drácula, acababa de llegar y estaba tomando unas copas con los amigos cuando los vio levantarse de la mesa. Les rogó que lo acompañaran hasta su oficina para firmar unas pólizas de seguros.

En un rincón de la oficina había una jaula con dos o tres pollos suecos. A Sergio no le hizo gracia lo de los pollos. Drácula se negó en redondo a firmar un seguro de vida. En cambio Eustaquia estaba entusiasmada con la idea de echar de comer a los pollos unos granos de maíz.

Varios años después de estos acontecimientos, Sergio acabó arruinándose. Tuvo que trasladarse a vivir a un almacén de las afueras hasta donde iba algunos días una profesora particular de física que intentaba hacerle comprender qué es la materia y cuáles son sus principales ecuaciones, todo ello por un precio ridículo. Por la última lección que le impartió le había pedido la irrisoria cantidad de quince céntimos, lo cual provocó en Sergio una risa tan aguda que fue necesario trasladarlo hasta un sanatorio próximo, donde fue ejecutado.

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

0 comments on “El hoyo

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: