Narrativa

‘Federico Sánchez se despide de Ustedes’: despedirse de la violencia de la única memoria

Juan Calvin reflexiona sobre el totalitarismo, la violencia o el neopuritanismo a partir de la lectura del famoso libro de Jorge Semprún.

/ por Juan Calvin Palomares /

El escritor y político Jorge Semprún, uno de los rostros emblemáticos de la Transición, se presenta como una voz que apela al sentido común de la necesidad de las dos memorias que en nuestro presente se encuentra en un momento delicadísimo. La situación, una vez terminado el régimen franquista, no era fácil en absoluto, pues España, después de varias décadas sin democracia, se encontraba ante el reto de constituir un sistema parlamentario. Semprún destila en cada párrafo un profundo conocimiento filosófico, disciplina que estudió en La Soborna de París, y desde donde desarrolló lo literario: desde su brillantez nos interroga sobre la memoria. Hijo de una familia burguesa, exiliado, y cautivo en un campo de concentración, su vida tiene trazas para una novela, su propia memoria nos suscita. Como miembro del Partido Comunista Español (PCE) se llamó clandestinamente Federico Sánchez, de quien se despide por la nefasta realidad del totalitarismo violento de las políticas soviéticas que nos narra en esta reflexión de la que vamos a tomar sobre todo el asunto de la memoria.

Semprún rompió su exilio para volver a España en los años cincuenta y de forma clandestina formó parte del PCE, donde medró hasta un alto cargo. Más tarde, una vez abandonado el PCE, fue ministro del gobierno de Felipe González. En uno de sus libros, Federico Sánchez se despide de ustedes, Jorge Semprún narra su propia experiencia en el PCE. Denuncia la lujuria de manjares, la vida de noble napoleónico, a cambio de la clandestinidad en España: vacaciones pagadas a los dirigentes del partido donde el sentido del placer devoraba cualquier sentido de la realidad. Y no solo eso: denuncia la propuesta de los altos funcionarios de la Rusia soviética cuyo retrógrado y opresivo dogma proponía el uso de las armas en tiempos de paz. En líneas que recuerdan a la crítica de los totalitarismos de Camus, y que se alejaría de la defensa de lo indefendible de Sartre, Semprún narra el impensable derrumbe, en época, del Imperio soviético.

Uno de los giros, quizá uno de los nudos gordianos, del texto de Semprún es la sutil equiparación del totalitarismo soviético, tan productor de burguesía como cualquier otro régimen obsesionado con el poder, con el franquismo. Lejos de solucionar esta problemática con el sobado tópico de que los extremos se tocan, aun teniendo algo de realidad esta expresión, lo cierto es que debemos preguntarnos a qué nos referimos con totalitarismo. La idea de totalidad recuerda al orden, y, sin embargo, los totalitarismos suelen acabar en políticas de una extrema violencia que solo aparentemente mantienen un cosmos, pero que se mantienen por la arbitrariedad de los tiranos de turno. El cajón de sastre del totalitarismo permite una enorme variedad de sentidos en los que podríamos equiparar fácilmente lo soviético con lo franquista. En el más rabioso presente, con las recientes medidas sanitarias, hemos visto como han ido entrando en conflicto diferentes poderes y cómo el fantasma de los totalitarismos se ha pasado por nuestras calles de ciudades y de pueblos completamente vacías en pleno día. ¿En los próximos años nos vamos a ver en una batalla jurídica para que el espacio ganado al poder, con unas medidas en nombre de la salud que hubiesen sido el sueño hecho realidad de cualquier régimen totalitario, sea revertido para así poder recuperar un marco de libertades en la tendencia de la que veníamos desde la Transición?

Volvamos a la narración de Semprún, muy duro, y con razón, con el secretario de la PCUS, Mijaíl Súslov. La ideología que representa la voz de este alto cargo soviético evidencia la realidad del totalitarismo del comunismo en Rusia, pues detrás de fraseologías leninistas, a base de convertir las revoluciones sociales en tópicos, sólo hay psiques monstruosas sedientas de más conquistas, de más lujos, distorsionadas por una adicción a la erótica del poder cuyo deseo obnubila todo atisbo de realidad. Semprún hace con su texto una defensa de los valores democráticos, del valor del consenso, dentro de la responsabilidad de asumir los conflictos que en cualquier democracia han de venir, renunciando a esa violencia por la violencia de la dureza del funcionario convertido en una especie de expendedor de violentos planes. En la narración de Semprún, Súslov arremete contra los planes, imagino que bobamente blandos para el secretario, de Santiago Carrillo, y lo insta, a él y a sus acompañantes, entre los que estaba Semprún, a que no se limiten a líneas pacíficas, sino que se preparen, incluido materialmente, para la acción violenta.

Hoy nos encontramos en un momento muy delicado, cuestionada la Transición, y radicalizada (hasta el punto de pretender convertirse en norma moral) una de las dos memorias (cuando son necesarias ambas para la convivencia), ante una pandemia que ha puesto el mundo patas arriba y atenta contra nuestras libertades (hay quien piensa que se nos van a devolver las libertades como si nada, quizá sea cierto, pero creo que no va a ser tan sencillo), pues los fantasmas de los totalitarismos sobrevuelan el panorama. El asunto de las dos memorias es traído por Semprún con enorme claridad, aunque creo que es necesario, no para la narración de este escritor, si no para la problemática actual, cierta vindicación de las virtudes del epigonismo. A veces lo más saludable, para el descanso y la salud de las naciones, es el olvido, la desmemoria como dulce alivio redentor. Sin querer sonar tendencioso, creo que nos vamos a enfrentar a totalitarismos que van a abanderar los supuestos valores incuestionables hoy, como es el caso del ecologismo o del feminismo, e inflándolos con esa única memoria, huérfana de su otra parte en la otra memoria, y negada de su necesidad de descanso, ejerzan una violencia mediática (sufrida por ejemplo en los Estados Unidos desde hace unos años e in crescendo), y al son del victimismo, al ritmo del neopuritanismo, resuciten, como un Frankenstein posmoderno, el cuerpo del totalitarismo.

Tanto el régimen franquista como el soviético son tan duros en sus dogmas, como vagos en el contenido de estos, pues el totalitarismo, en el fondo, busca una misma meta para quienes gobiernan en él: mantenerse en el poder. Hacer lo que sea para mantenerse en el poder, mantener las ficciones y relatos que hagan falta para que este perdure. Seguramente la violencia de los regímenes de Stalin y de Franco sean distintos en algo más que el grado, y por respeto a una de esas dos memorias de nuestra España, tampoco conviene exagerar en la comparativa, pero lo cierto es que la violencia es un elemento fundamental para mantener el poder en los totalitarismos, una violencia arbitraria, que puede llegar a ser caprichosa, una violencia que es valiosa para estos regímenes por sí misma, pues mantiene las heridas abiertas, las mentes cerradas, y los corazones en un puño llenos del terror de un orden cuyo interior está lleno del caos de la falta de libertad. La Transición es un magnífico hito, pero la necesidad de reconocimiento mutuo, y de olvido sanador, pasa también por plantear nuevos retos por venir, ojalá lejos de los neopuritanismos que recuerdan los fantasmas de la violencia totalitaria, aunque de momento se limite a lo mediático, a pesar de que ya amenace seriamente con lo jurídico.

Si hay algo que canta en los totalitarismos son sus rasgos estilísticos, cuyos desarrollos suelen caer en artificiosos y ridículos lenguajes, y en este marco hay mucho que analizar y comparar de algunas de las propuestas absurdas y abusivas contra el lenguaje, que estamos viviendo en nuestro presente, y que parece que materializan una supuesta moral superior. Recientemente parece que quieren controlar nuestras vidas hasta el 2050, cuando no saben si van a poder vacunar a todos los que han prometido pasado mañana. Un signo del totalitarismo es la ridiculez, y por esa razón se me llena el corazón de miedo. Las fuerzas del setenta y ocho están amenazadas por todo tipo de ridículas propuestas que amenazan con estos fantasmas que Jorge Semprún exorciza: de la misma manera que él se despide de Javier Fernández, ojalá nosotros pronto podamos despedirnos de tanta ridiculez y violencia, de tanto recorte de libertades en el nombre de no sé qué bondades.

¿Volveremos a ese punto al que nos trajo la Transición, en esa tendencia hacia una democratización paulatina de España? Quizá en un momento como este, de plena crisis sanitaria, no sea el mejor momento para hacer balances, pues estos corren el riesgo de tornarse oscuros como los tiempos, pero habremos de estar atentos y saber decir adiós a nuestros Javier Fernández. La violencia de nuestros políticos, cuyos insultos han ido creciendo hasta llegar a lo intolerable, y el auge de los populismos de izquierdas y de derechas, nos sitúa en un marco muy delicado que acrecienta el riesgo del totalitarismo. ¿Seremos capaces de escapar de los errores del pasado? Difícilmente si usamos la memoria como arma arrojadiza en vez de como lugar para el abrazo y el olvido. Y no es pura poesía barata: es abrazo y olvido lo que necesitamos para construir algo más allá de la violencia presente. 

Pienso que lo religioso, aunque hoy parezca algo insospechado, tiene un papel en todo esto. La violencia de la fórmula, para Semprún sacrílega, de «caudillo por la gracia de Dios», es un signo del totalitarismo del que venimos. No solo es importante que la memoria de las dos Españas se valore, no solo es necesario que se olvide lo que sea liberador olvidar: también es importante que recuperemos la riqueza insondable de nuestros valores cristianos. El valor del catolicismo está en su apertura, en su universalidad, y este tipo de expresión, nacida para legitimar manipulando lo más sagrado del corazón del español, solo ha sembrado ateísmo, en algunos, pero pocos casos, y un absoluto olvido de lo religioso en una parte enorme de la población española.

El terrible espíritu de una sola memoria daña desde los dos extremos de nuestro país. Lo moralmente correcto se atribuye descaradamente a la memoria republicana, y lo religiosamente correcto parece que solo sea posible desde la memoria nacional. Quizá solo sean inquietudes personales, pero estoy convencido de la necesidad de transcendencia de la persona como algo inherente a la propia condición humana, y que en España esta debe ser recuperada en las maravillas de su tradición. Una libertad religiosa que se mantenga en línea con la tendencia de la Transición no puede negar la posibilidad de que en la educación pueda enseñarse, como mínimo, una cultura general sobre religión, pues luego ocurren sinsentidos como que en un Museo como el Prado un adolescente no conozca absolutamente nada de los temas que hay pintados en esos cuadros y que representan su propio pasado. El olvido, no para liberar de las heridas que nos infringimos, sino el olvido ideológico, es una forma muy sutil de violencia, pero devastadora, de la que necesitamos decir cuanto antes hasta luego, nos despedimos de ti. 


Federico Sánchez se despide de ustedes
Jorge Semprún
Austral
320 páginas
8,95 € (bolsillo); 15€ (rústica con solapas)
Desde una fe en certezas hacia ¿una fe en incertidumbres? | Juan Calvin  Palomares – Lupa Protestante

Juan Calvin Palomares es graduado por la Facultad de Teología SEUT, Madrid (2016-2020). Actualmente está finalizando el grado en filosofía en la Universidad Pontificia de Comillas (2017-2021). Posee cursos en bellas artes por la Universidad de Barcelona (2008-2012) y en enfermería por la Universitat de les Illes Balears (2007-2015).

0 comments on “‘Federico Sánchez se despide de Ustedes’: despedirse de la violencia de la única memoria

Deja un comentario

Descubre más desde El Cuaderno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo