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El peligro de los ministerios sin competencias

Miguel de la Guardia reclama una administración simplificada y un límite razonable al número de ministros y consejeros autonómicos.

/ por Miguel de la Guardia /

Pensaba que un ministerio que no tuviera competencias era simplemente un gasto inútil, un anacronismo conservado por la inercia de dar pesebre a correligionarios y mantener una estructura burocrática plagada de intereses creados. La pandemia de COVID-19 ha demostrado que no solo son innecesarios la mayoría de ministerios que sustentan el hidrocefálico gobierno de la nación pueden ser, y de hecho son, un peligro para el buen hacer político.

Si analizamos el papel del Ministerio de Sanidad a lo largo de esta crisis, podremos comprobar que solo ha servido para ralentizar la toma de decisiones a nivel de las autonomías, que son quienes tienen transferidos los medios y competencias relativos a la salud de los ciudadanos, servir de pasarela a politiquillos mediocres, fantasear con la creación de un comité científico al que se atribuía la responsabilidad última de la toma de decisiones que interesaba políticamente y, como espectáculo final, montar un miniestudio para completar las dosis de AstraZeneca con dosis de Pfizer creando dudas sobre unas vacunas que habían sido respaldadas por estudios muy completos, poniendo trabas al imprescindible proceso de vacunación de la población y complicando las tareas administrativas. Lo cierto es que para ese viaje no hacían falta tantas instancias ni la tan cacareada cogobernanza, que en definitiva responde a la máxima de toma tú las decisiones que puedan suponer un coste electoral, que yo me reservo la gestión de los fondos europeos y el papel de salvador de la patria.

No hace falta un ministerio de sanidad, lo mismo que está de más un ministerio de educación de escasas competencias locales pero con un ímpetu normativo que no tiene en cuenta a las partes interesadas en el proceso educativo, estudiantes, profesorado, padres y madres, o un ministerio de investigación que tan solo sirve para crear conflictos en la comunidad universitaria. Si se han transferido las competencias a las comunidades autónomas, lo razonable es dejar en sus manos la armonización del proceso y no tutorizarlo desde una posición de prevalencia.

El Estado de las autonomías supuso, en su momento, un difícil equilibrio entre el centralismo de la dictadura y las ansias de autogobierno de los ciudadanos. El problema fue que se actuó por superposición de estructuras y la presencia de consejeros autonómicos de los diferentes temas se añadió a la antigua estructura ministerial, manteniendo en algunos casos hasta las delegaciones del ministerio en las diferentes regiones y provincias. Todo este maremágnum de instancias crea, en definitiva, un constante conflicto de competencias y dificulta, que no facilita, las gestiones de los ciudadanos. Por todo ello, posiblemente estemos en un momento idóneo para redefinir la estructura del Estado y, ¿por qué no?, dar el paso a una estructura federal en la que queden claras las competencias de cada cual y se evite que las nacionalidades y regiones traten de suplantar al Estado en política exterior en las de defensa o justicia y que el gobierno central extienda sus tentáculos sobre los territorios autónomos y no reconozca a los elegidos por los ciudadanos en cada territorio como los más altos cargos del Estado.

Una administración clara y simplificada en la que los responsables elegidos a nivel regional asuman con lealtad la máxima responsabilidad del Estado en sus circunscripciones sin el control político de delegados y subdelegados del gobierno, un límite máximo razonable al número de ministros y consejeros autonómicos que nos ponga a salvo del despilfarro y el oportunismo de políticos sin escrúpulos y, en definitiva, una administración competente al servicio de los ciudadanos debería ser una prioridad en el caos actual de la administración. Eso si queremos reconciliar a los ciudadanos con la política. Lo otro sería más de lo mismo con distintos nombres.


Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire o análisis de alimentos. Próximamente publicará uno sobre smart materials en química analítica. Además, ha publicado doce capítulos de libros. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas. Fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España).

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