/ por Pablo Batalla Cueto /
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Martes, 29/6/2021. Machado: «El tiempo lame y roe y pule y mancha y muerde».
Miércoles, 30/6/2021. Leo un artículo de Quique Peinado sobre el derecho a petar que me parece precioso y muy necesario. Cuenta un episodio de ansiedad muy fuerte que ha tenido y comenta que, aunque es consciente de tener «muchas ventajas en la vida», y reconoce que la posibilidad de pedir un par de días sabáticos en el trabajo para recuperarse no la tiene todo el mundo, se ha dado cuenta que «levantar la mano, decir que no puedes, suele ser visto con mucho respeto y cariño por los demás» y que «a veces creemos estar más solos de lo que pensamos».
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Pablo Casado: «La Guerra Civil fue el enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían ley sin democracia». Sobre la ley de los golpistas del treinta y seis, decía Serrano Súñer después de su defenestración y su distanciamiento del franquismo que este practicó una «justicia al revés» contra los republicanos, condenándolos por cumplir con la legalidad vigente y su amparo a la pertenencia a partidos o sindicatos. La «ley sin democracia» que Casado considera hoy que fue el franquismo consistió, por ejemplo, en fusilar por rebelión al general monárquico y católico Antonio Escobar por hacer de tripas corazón y mantenerse leal, como buen y obediente militar, a su juramento a la República.
Jueves, 1/7/2021. La iglesia del pueblo vecino al mío es pequeña; más grande que una capilla, pero no más que una de las casas de la aldea. Está, de hecho, pegada a una a la que iguala en tamaño. Y tampoco está en un alto, como suele suceder con los templos de los pueblos españoles: simplemente convive entre las casas como una casa más. Me gusta venir aquí: son unos cuatro kilómetros de paseo entre ida y vuelta. En cierto sentido (no, obviamente, en el artístico, sino, digamos, en el antropológico) me gustan más estas iglesias de aldea que las grandes catedrales. Me parecen expresiones entrañables de una religiosidad de proporciones humanas, manejables, en lugar de mareantemente cósmicas. Esta religión en la que la casa de Dios es del mismo tamaño que la de los hombres seduce más al ateo que soy que el credo derrochón de los retablos inmensos, las alturas inasequibles, los órganos ciclópeos. Que Dios sea, no tu señor, sino tu vecino; un vecino anciano, juicioso y respetado, a quien la gente acuda a pedir consejo.
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Entrevistando para La Marea al arqueólogo Alfredo González-Ruibal, especializado en yacimientos contemporáneos (y que viene de excavar en el Valle de los Caídos para echar por tierra la leyenda rosa de los franquistas sobre las buenas condiciones de los trabajadores esclavos que construyeron el mausoleo), le pregunto por su interés en los vertederos, de los que ha excavado muchos en Galicia. ¿Qué nos pueden contar que no sepamos —le pregunto—de épocas tan recientes y sobre las que existe una documentación copiosa? Me pone un ejemplo luminoso: la sorprendente aparición del diazepam en un vertedero rural gallego de los años sesenta. Los ansiolíticos no son algo que uno esperaría encontrar en el medio rural de hace medio siglo y sin embargo ahí estaban, proporcionando un indicio de crudeza de la vida campestre que otras fuentes, y por ejemplo las orales (por pudor) tendrerán a escamotear. Es de suponer que los consumirían, sobre todo, las mujeres, gobernantas del hogar y que generaban la mayor parte de la basura de aquellos vertederos. Me guardo la anécdota para un artículo sobre la nostalgia rural que me han encargado. La nostalgia, decía yo en un artículo para La Marea y voy a repetir en éste, es, a la vez, recuerdo y olvido; amnesia e hipermnesia. Un acordarse intensamente de unos aspectos del pasado y escamotear otros que no nos convienen. El caso es claro aquí. Esta morriña rural que crece olvida que, para la gente que vivió aquel mundo en toda su profundidad y extensión, el recuerdo no acostumbra a ser precisamente dichoso. Pero la tierra, inmisericorde (Historias en la tierra, se titula un famoso manual de arqueología que leí en la carrera), susurra la verdad como los árboles de aquella historia del rey Midas, que contaban al mecerse lo de las orejas de burro que el monarca escondía debajo de su corona.
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Me ha gustado mucho esta anécdota de Billy Wilder que introduce un capítulo de Las invisibles, de Peio H. Riaño, un libro sobre la invisibilización de las mujeres pintoras en el Museo del Prado que estoy disfrutando mucho:
«Ese día Billy Wilder (1906-2002) no pudo contenerse más. Y estalló. Ante la grabadora del periodista soltó todos los sapos y culebras que guardaba contra la academia de Hollywood. No habían premiado nunca a su actor fetiche, Cary Grant (1904-1986), al que habían consolado con un galardón honorífico. Inaceptable. El viejo dierctor, harto de que los actores tuvieran que cojear o exagerar un retraso emocional para ganar un Oscar e indignado con la estatuilla de Dustin Hoffman (1957) por su papel en Rain Man (1988) dejó salir todos los truenos y rayos: “Nunca ven al tipo que se esfuerza al máximo y consigue que parezca fácil. No les basta con que abra un cajón con elegancia, saque una corbata y se ponga una chaqueta. ¡Hay que sufrir! Entonces te ven».
Viernes, 2/7/2021. Jorge Matías en La Voz de Asturias contra quienes desprecian luchas como el feminismo o el movimiento LGTB esgrimiendo algunas apropiaciones capitalistas de los mismos, como la bandera arcoíris que ahora exhibe hasta la Guardia Civil; que Ana Patricia Botín, directora del Banco Santander, se diga feminista, o la fabricación por las multinacionales de todo un merchandising con simbologías aparejadas a estos movimientos:
«Decir que el capitalismo asimila toda esta diversidad para venderte productos es una verdad indiscutible. Es tan cierto como que es el mismo capitalismo quien te venderá la cuerda con la que le quieres ahorcar, tan cierto como que también asimila discursos en contra de la diversidad y les proporciona una columna, una tertulia, un programa de televisión, libros y debates y dinerito en los medios de comunicación más partidarios del capitalismo existentes. El capitalismo te vende la camiseta del Che Guevara, las botas, los tirantes, el gimnasio donde boxeas para ponerte cachas cuando tomes el Palacio de Invierno».
Me ha parecido bonita esta parte en la que Jorge recuerda su juventud:
«Atrás quedan los conciertos punks en una sala madrileña que cuando terminaba lo nuestro se transformaba en un bar de ambiente. A la salida acudías al baño y en esa hora mágica todos nos mezclábamos allí: los del brilli-brilli y los de la cresta, camisetas de Motörhead y ajustados corsés de cuero en atuendos góticos de fantasía y calzado de plataformas de infarto. Compartíamos tabaco, nos dábamos lumbre, poco más. Había una especie de solemnidad, de no mirarnos mucho, de respeto y de que estaba bien que cada uno fuera como le diera la gana ser».
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La comidilla del día es la Oficina del Español que Isabel Díaz Ayuso se ha sacado de la manga para enchufar al inefable Toni Cantó. Se habla de 75.000 euros al año por, hay que agarrarse, convertir a Madrid en la capital del español en Europa. Todo es poco —se bromea aquí y allá— para evitar que Reykiavik, Bratislava o Cork nos arrebaten el puesto. Aunque quizás Ayuso esté pensando en competir, no con otras capitales europeas, sino con Salamanca, Valladolid, Sevilla, Granada… Capitales del castellano que tienen un motor económico en los cursos de español para extranjeros —que yo conocí concurridísimos en Salamanca, con alumnos de todo el mundo— y a las que arrebatárselo este Madrid que ha puesto velocidad de crucero a su saqueo despiadado, vía dumping fiscal y otras insolidaridades, de la riqueza del resto del país.
Es un clamor que la cosa es un infame chiringuito. Y hoy Cantó ha salido a decir que nada de eso; que «no hay estructura» ni un cometido concreto, sino que «lo único que se me pide es que ayude a coordinar el trabajo que tiene que ver con el español» (¿qué otra cosa es un chiringuito?). La Oficina c’est moi y la cosa se trata de que Cantó haga un poco lo que le apetezca, como por ejemplo hacer desfilar al español en el desfile del Día de la Hispanidad [sic]. Se imagina uno una centuria de tipos disfrazados de Cervantes y Quevedo levantando pancartas que digan «malandrín», «gaznápiro» y otros insultos siglodorinos a rescatar; o a unas animadoras con pompones armando una performance educativa sobre que la eme con la be y la ene con la uve; o una carroza con una representación hiperrealista y megalítica de los testículos de Arturo Pérez-Reverte. «Juntar Ayuso, Cantó y el español es agitar una ristra enorme de ajos frente a la izquierda y el nacionalismo», dice también Cantó. Acabáramos. Se trataba, simplemente, de chinchar a la izquierda.
De Cantó se recuerda estos días su sonrojante hemeroteca (desde filípicas furibundas contra los enchufes hasta sus diatribas contra las instituciones de protección y fomento del valenciano y cómo «hay unos señores que en nombre de la lengua valenciana se enriquecen») que ha sido un señalado defensor del grotesco bilingüismo castellano-inglés en las escuelas públicas de Madrid, así como de abolir el doblaje de las películas españolas, también con la sacrosanta necesidad de aprender inglés como motivo. Un colectivo que se hace llamar Doblajismo Hispánico se lo afea de un modo del que no comparto la palabrería gustavobuenista, pero sí el fondo. Yo lo veo todo en versión original subtitulada y el doblaje me desagrada, pero es verdad que los argumentos contra él suelen heder a cosmopaletismo. Porque el énfasis no es artístico; no es que la voz y sus inflexiones sean una dimensión crucial de una interpretación actoral, que sea una pena perderse incluso en idiomas ininteligibles, lo que es el motivo por el que a mí me desagrada el doblaje (que, en todo caso, no quiero prohibir). Es esa cosa del aprender inglés como sagrado mandamiento a cumplir incluso a costa de cientos de puestos de trabajo y de que la asistencia a los cines disminuya; esa mentalidad de colonia cultural.
César Rendueles ironiza: «Toni, tienes una tarea urgentísima. Un montón de nacionalistas ingleses están arrinconando el español en las escuelas públicas madrileñas». Y, más en serio, Rosa Linares comenta que «no hay mayor agresión al español que el bilingüismo, un engendro educativo que ha llevado a Madrid a niveles de segregación insoportables. El bilingüismo roba a los alumnos un léxico fundamental en español y expulsa de las aulas el debate espontáneo en lengua materna. Poca broma». Nunca había pensado en ese enfoque: el ahogamiento del debate espontáneo. Los niños callan y tratan de entender algo y el profesor imparte (o trata de impartir). Se ha llegado a impartir en inglés la historia de España. La Second Republic y los Catholic Kings. Una gatera para el regreso de las clases magistrales y la instrucción autoritaria, o ni eso. No aprender nada, ni siquiera magistralmente, salvo inglés. Las escuelas convertidas en fábricas de analfabetos políglotas. Y un partidario de ello puesto al frente de una institución consagrada a la defensa del español, y que lo anuncia con un tuit con varias faltas de ortografía; comas puestas entre el sujeto y el predicado singularmente. Es todo de locos y de una obscenidad pasmosa.
Sábado, 3/7/2021. Justicia poética en Gijón. La avenida de Juan Carlos I deja de llamarse así y toma el nombre de José Manuel Palacio, primer alcalde democrático de la ciudad tras la muerte de Franco. Su chófer contaba con humor una de esas anécdotas que dan la medida de un hombre: no soportaba llevar a Palacio a Madrid, porque se negaba a cargar comidas al erario público, se hacía y se llevaba un bocata de tortilla en lugar de ello, y le dejaba el coche perdido de migas.
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Como nos recomienda Edgar Straehle, que lo cita, en Twitter, cada vez que no se me guarden algunos de los cambios en un documento Word o semejante recordaré esto:
«En febrero de 1835, cuando Carlyle llegó al final del primer volumen, La Bastilla, Mill se ofreció a leerlo. Desde el principio, Mill había estado proporcionando libros sobre la Revolución a Carlyle, y se brindó a añadir notas al manuscrito que podrían incluirse como notas al pie. La noche del 6 de marzo, Mill se presentó ante la puerta de Carlyle, hablando con incoherencia y muy alterado. Había ocurrido un accidente doméstico y el “pobre manuscrito de Carlyle, por entero, salvo cuatro páginas hechas trizas, estaba aniquilado”». Según parecía, un sirviente, fuera en la casa del propio Mill o en la de su amante Harriet Taylor, había tomado La Bastilla por papel de desecho y lo había arrojado a la chimenea. Esa noche, ya acostado, Carlyle tuvo los síntomas de un ataque al corazón, sintiendo que “algo me cortaba o raspaba con fuerza alrededor del corazón”. Soñó con la muerte y con tumbas, pero a la mañana siguiente le escribió a su editor Fraser para explicarle lo que había pasado y decidió volver a intentarlo».
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Me topo una foto fascinante de Jacques Lebleu, tomada en Venecia. La sede de Rifondazione Comunista, con la hoz y el martillo en el dintel de la puerta y una gran bandera roja, y, al lado, una hornacina con la imagen de Jesucristo desprendiendo rayos de luz seráfica. Italia.
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Va cobrando forma en mi cabeza un artículo con esta tesis: no hubo un solo espíritu de la Transición, sino muchos, y conviene que la izquierda transformadora rescate y cultive uno de ellos en estos tiempos de desasosiego: las ganas de hacer cosas; la disposición a que la imposibilidad de la utopía grande no merme el ímpetu y la euforia de la lucha y la conquista de las pequeñas.
Domingo, 4/7/2021. Dice mi admirado Jónatham Moriche que «esta explosión de violencia machista, racista y homófoba no es casual. Es el contragolpe de una estructura histórica de privilegio y dominación que se resiste, por medio del terror, a su extinción. Terrible, pero vano: aún pueden causar muchísimo dolor, pero su tiempo ya terminó». Dios le oiga.
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Se anuncia una serie de televisión, especie de The Crown a la española, sobre el reinado de Juan Carlos I, realizada por Javier Olivares (El Ministerio del Tiempo) y Pilar Eyre. Intuyo rápidamente por dónde irán los tiros. Relato compasivo del Juan Carlos niño, solo y triste lejos del hogar. Después, el canónico de la Transición y el 23-F. Y en la narración del reinado, un poquito de crítica, pero de manera muy, muy medida, y más las infidelidades que los chanchullos. Es decir: letizismo, que es al juancarlismo ese «os hemos escuchado y nos hemos enmendado», aparente pero cosmético, que todas las instituciones del 78 corrieron a proclamar después del 15-M.
Lunes, 5/7/2021. Leo que una expedición francoespañola ha hecho cima en una cumbre secundaria del pico conocido como K13 (6666 msnm) de la que se sospechaba que nunca había sido ascendida, pero en la que encontraron un cordino. Y me acuerdo de cuando Krzysztof Wielicki contó en la Semana Internacional de Montaña de Gijón la vez que, siguiendo la tradición, dejó algo en no recuerdo qué cumbre del Himalaya (un rosario) y se llevó «una bandera extraña que había dejado una expedición española», monstrando una diapositiva. Murmullos de sorpresa e incomodidad entre el público: la bandera era una ikurriña con el anagrama de ETA. Años después, contaba también Wielicki, intentó enviar de vuelta la bandera a quienes la habían dejado, pero «por alguna razón incomprensible para nosotros, ya no les interesaba».
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Ni soy monárquico ni partícipe de esta costumbre de algunos republicanos confundidos de exigirle al Rey que se pronuncie sobre esto o aquello: contra la guerra de Iraq, contra los desahucios, etcétera. No debería haber un Rey, pero, si lo hay, debe ser muy poco más que el jarrón chino proverbial. El camino de que el Rey manifieste opiniones políticas nunca conduce a nada bueno. Pero hoy creo que bien podría hacer, y no excedería sus competencias, y algo ayudaría, un discursito televisivo de los suyos contra las agresiones homófobas. Esta ya evidente oleada de odio anti-LGTB también es una amenaza al orden constitucional. Felipe sabrá si quiere aprovechar la ocasión de un discurso de verdadero rey de todos y árbitro de la paz o solo se saca las manos de los huevos, con perdón, en Nochebuena y cuando los catalanes hacen cosas.
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En La Coruña, doce malnacidos han asesinado a un chaval de 24 años, llamado Samuel, de una paliza al grito de «maricón», agresión horrenda que se suma a otras en distintos lugares de España, en lo que ya es un recrudecimiento claro de la violencia homófoba. Leo que, en la manifestación de Cartagena en repulsa al asesinato de Samuel, un chico muy joven levantó la mano, salió al megáfono y, nervioso, dijo que era importante erradicar la homofobia de las calles, pero también de las familias; que «la violencia de los otros es dura, pero la de un padre o una madre es casi irreparable». Yo he conocido personalmente dos casos de personas rechazadas por sus padres por desvelar su orientación sexual, y sé bien, a través de ellos, que es algo desgarrador y que sigue siéndolo cuando los padres, con el tiempo, acaban aceptándolo, pero siempre con esa sombra, siquiera sutil, del «por qué a mí», del «ojalá fueras normal». Se me hace muy angustioso meterme en esos zapatos; imaginarme sufriendo esa crueldad por parte de aquelos a quienes más quieres, de quienes, de un modo u otro, nunca dejas de desear la aprobación y que debieran protegerte, ser tu refugio.
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Cuenta Alejandro Roxán que una señora preguntó, en Sotres, a su tío cura, Pepe el Comunista, que si era bueno poner una vela a Santa Bárbara cuando había tormenta, y Pepe respondió que: «Malo nun ye, pero cerrái bien les ventanes, por si acasu». Hay en Asturias un acervo de refranes descreídos que siempre me ha parecido muy curioso: «Lo primero al llevantase, almorzar y dir a misa; si l’almorzar cuerre prisa, primero que dir a misa»; «Dios y el cuchu pueden munchu, pero puede más el cuchu»… Materialismo elemental. No es algo exclusivamente asturiano, es cierto. Parece que los beduinos dicen: «Al caer la noche, confía en Dios, pero ata tu camello».
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Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes y LaU; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017) y La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019).
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He descubierto este dietario, ya avanzado. No se puede -ni se debe, por hiegiene mental- estar en todo. El diario personal es una de las expresiones textuales que muestran con más precisión el devenir de la conciencia de una persona, su suceder en los días. Me gustan los diarios, y me está gustando éste. “Cosmopaletismo”, palabra que va aflorando y que me parece acertada. Cada loco con su tema. Uno de mis temas de loco es la crítica del cosmopaletismo de sabor inglés.