Poéticas

Perder naturaleza

Carlos Alcorta reseña el último poemario de Pablo López Carballo, donde se dan cita simultáneamente la desconfianza frente al ser humano desnaturalizado y la sutilísima esperanza de un futuro guiado por el amor.

/ una reseña de Carlos Alcorta /

En las actuales circunstancias (en el momento en el que escribo estas líneas, decenas de destructivos incendios están arrasando la costa mediterránea, Grecia y Turquía especialmente, y el estado norteamericano de California, y los desastres naturales prodigan su nocivo efecto sin hacer distinciones de países o continentes), no se me ocurre mejor título que este Perder naturaleza para describir este desastre, pero circunscribirlo al ámbito geográfico y medioambiental sería pecar de reduccionismo, porque, de forma acaso menos visible, pero no menos intensa y devastadora, también el ser humano, y creo que esa es la intención del autor, está perdiendo, a pasos de gigante, naturaleza. Pablo López Carballo (Cacabelos, 1983), autor de títulos como Sobre unas ruinas encontradas (2010), Quien manda uno (2012), Crea mundos y te sacarán los ojos (2012) y La dictadura de la perspectiva (2017), publicado en Trea, la misma editorial que publica Perder naturaleza, no es un poeta acostumbrado a hacer concesiones. No las hace formales: en sus libros se combinan sin discordancias poemas breves, poemas de largo aliento y poemas en prosa. Tampoco conceptuales: la estructura de sus libros responde siempre a un muy pensado efecto de distorsión de las funciones elementales, de transformación de la realidad. De hecho, no resulta fácil reducir la amplitud de sus intenciones ni a un método: ya hemos adelantado que en el escaparate de las páginas, las fórmulas son variadas. Y tampoco hay concesiones a una síntesis argumental. En el paratexto se afirma que «los registros de las diferentes secciones se van sumando, a modo de pasadizos, para configurar una trama de tiempos donde resulta muy difícil, y casi sin sentido, encontrar un origen», y es muy posible que sea así, porque más que un origen parece haber varios; más que un centro hay círculos concéntricos ―ovillos― que se alimentan unos de otros, sucesivamente, de tal forma que, como escribe en el primer poema, «El primer día nadie supo que era el primer día/ y era improbable que todo se repitiera,/ de manera aproximada, en un segundo./ No existían ideas que sugiriesen origen fundación/ o avance. Solo una única determinación posible,/ agónica y eufórica: sobrevivir».

Pablo López Carballo

Como se ve, el poeta se remonta a un tiempo inicial, a un tiempo ahistórico en el que, sin embargo, la naturaleza del ser se mantenía impoluta. Pero el tiempo avanza y esa supuesta pureza se va degradando: «La política ya nació/ con su mal de cáscara […] Permanecen/ los que más callan, los que se esfuerzan/ en la retórica y no en la idea». La intención crítica de López Carballo no puede ser más evidente. Es directa, constatable y en sus palabras no hay asomo de ironía, es consciente de que, pese a la denuncia, «algunas cosas no se mueven con palabras».

La segunda sección del libro, «El tiempo entre dos notas mal transcritas», cuenta, a modo de relato, el principio, uno de los principios, el que ocurre una mañana en la que se toma conciencia de la realidad. Nace el símbolo y el ansia de conocimiento se expande: «Las casas que se hacen con el ruido del agua/ no se caen». El auxilio de la metáfora ayuda a comprender el mundo, el tiempo, el trascurso entre vida y muerte: «Hablabas de los muertos/ como si estuvieran/ muertos./ Conversamos, aunque no/ lo supiste./ Aquella mañana son pequeños nudos/ que se deshacen si le prestas atención». Gracias al poder de la memoria la experiencia, aunque deshilachada, se preserva y los recuerdos habilitan un espacio para, aunque precario, sobrevivir, por más que su ausencia, esa especie de mente en blanco, propicie otro tipo de conocimiento, acaso menos contaminado, un «saber de ti/ por abstracciones,/ sonidos/ que se reconocen/ pero no se tararean».

«Las cosas» se titula la tercera sección. «No creí que las cosas estuvieran por hacer,/ ni que las ruinas fueran/ un resultado posible/ de un proceso más complejo», escribe al inicio, quizá imbuido de esa idea cristiana de la creación como algo cerrado, concluso. Los poemas de esta sección son probablemente los más líricos del libro, aunque eso no implique que su carga conceptual sea menor, como podemos comprobar en este poema: «He venido/ a la casa/ para encerrarme/ dentro/ entre las cosas.// La ventana/ abierta.// La casa/ es viento/ que perdura».

Y es que las cosas, sobre todo las familiares, forman parte de nuestra vida («Anclamos a la vida las cosas,/ pero ellas tiene su guía»), respiran el mismo aire que los habitantes de la casa y comparten esa profunda cesura que la memoria traza cuando los recuerdos se vuelven ya inseguros. Entonces «Las cosas/ se miran con desconfianza,/ como esperando/ un gesto de traición». Por más que Pablo López Carballo se resista a dar cuenta de experiencias personales en el poema, esos recuerdos que hemos mencionado, y reconstruyen gradualmente las formas de las cosas, se sublevan y logran participar en la propia escritura, como vemos en «Sigue siendo un poema»: «Las cosas es/ esa impresión/ ―no menos que lata,/ jarra o hilo de coser―/ que me permite/ ser muy preciso,/ porque en ese tiempo/ las cosas no suponían/ ambigüedad alguna,/ de igual modo/ que ocurre ahora en el poema», aunque se constate que «las cosas/ alcanzadas/ con palabras/ no alcanzarán/ ya esas palabras».

El volumen finaliza con la sección «Las formas, el mundo», integrada por poemas en prosa de carácter ensayístico, muy distintos, por tanto, de los que componían «Las cosas», aunque establecen un diálogo interno con ellos. Hay ahora una intención indagadora sobre el propio proceso de la escritura: «Escribir sobre el proceso ―afirma―es ir más allá de uno, superar el razonamiento». Esta reflexión de carácter metapoético se amplía se adentra en la esencia del lenguaje, lo que lleva al poeta escribir que «Arrancar palabras a la idea es como recoger intenciones en los frutales, hay que arrojar palabras a la idea, eligiendo bien, descartando a la mínima que pueda haber algo certero en ellas: palabras no definidas contra el viento». Pablo López Carballo parece mostrarnos, en esta última sección, las claves necesarias para descifrar los poemas que la preceden, las imágenes y las descripciones, desoyendo los riesgos de la futilidad que toda acción tendente a explicar el poema lleva aparejada, aunque debo decir que el lector agradece ese esfuerzo que, de alguna manera, a pesar de las citadas reticencias, legitima la enorme y ambiciosa inquietud tanto estética como emocional que se oculta en sus palabras. En Perder naturaleza se dan cita simultáneamente la desconfianza frente al ser humano, ya desnaturalizado ―o en vías de estarlo―, y la esperanza, sutilísima, es cierto, en que el amor sea la mano que le guie hacia el futuro, por más que la imagen que de este nos muestran los versos, sea poco alentador.


Los primeros días

El primer día nadie supo que era el primer día
y era improbable que todo se repitiera,
de manera aproximada, en un segundo.
No existían ideas que sugiriesen origen, fundación
o avance. Sólo una única determinación posible,
agónica y eufórica: sobrevivir.
Ese primer día nunca fue el primero,
soy yo quien dice ahora —y nunca para siempre—
que fue así.
Vemos
una masa indeterminada entrando
en la bahía, cargada con piedras
más grandes que sus barcos,
sin estar seguros de por qué
las han movido.
Quizás ya no es el primer día,
han pasado cientos de años,
apenas un giro del cuerpo
que nos obliga a mirar hacia otro lado.
Grandes cambios de consecuencias íntimas.
No acertamos a traspasar esa barrera.
Comenzó pasando el rastrillo
por la grava
y creyó ver una forma
reveladora en los trazos.
Por eso siguió
surcando
hasta consumir su vida.
Apenas un año antes de que naciera,
de que por primera vez alguien plantara
un árbol donde nunca antes
se había visto, hubo un momento
no demasiado preciso,
un intervalo temporal en el que no llovió,
ni se advertía tormenta,
en el que dedujeron formas
—hasta que ya no era posible—
de controlar el agua.
Un límite útil —sin duda—
para quienes asumían con nitidez
la catástrofe y el cambio.

El segundo día, antes del amanecer,
comenzaron las tormentas.
Era amenazante pero no un castigo.
Sabían qué hacer con la desolación.
De las disonancias de luz surgió
la necesidad de representar,
la necesidad que más tarde
intentaron encubrir.
Decidieron lavar el cuerpo del borracho,
sujetando sus extremidades
transitivamente azarosas: están
como podrían no estar,
se mueven innecesariamente
o dejan de hacerlo. Envuelto
en mantas pasará el día
como si fuese de noche
y llegara la noche sin esperar
nada de ella. El cielo no tendrá palabra,
ni esconderá mensajes simbólicos.
Seguirá bebiendo hasta que su hijo
vuelva a encontrarlo y lavarlo.

El tercer día, al llegar a la costa,
clavaron una nota a un árbol.
Hemos vuelto. El mar
sigue sin tener límites,
ampliamos dos noches más.
Firmado: Ariadna.

Al cuarto día dejaron de contar
las veces que salía el sol
y comenzaron a mirar a la luna.
Trabajaban la madera
de a poco. El resto de materiales
los trataban como madera,
observaban chispas,
aprendían mecanismos,
interacciones. En algún momento
alguien dijo amor. Se miraron
por un segundo y siguieron
trabajando en cosas pequeas
como si fueran madera.
No se conocían
pero estaban dispuestos a ayudarse.
Antes de colgar a la gente,
a la gente se le ocurrían ideas geniales,
después también pero con miedo.
Primero lo tuvieron
sin ningún motivo
y lo aprovecharon en la incerteza
para estar alerta. Mas tarde
comenzaron a tener miedo
de lo que podían hacer unos a otros.

Un gran zumbido de abejas alteró
el undécimo día. Al unísono
casi al punto de reventarnos
los tímpanos. Protestaban
por lo uniforme de la polinización.
Hemos neutralizado las especies,
Decidimos los árboles que sí,
las flores que no.
Las abejas añoran pistilos.

Alrededor del vigésimo tercer día
fue el momento último
de los primeros días.
Acompañó a su padre a las afueras.
Caminaron hasta el lugar donde se divisaba
todo. La esencia de las cosas
está disuelta en las cosas, le dijo,
mientras miraba hacia ningún sitio
y reunía su vista en el conjunto.
Antes del primer día,
cuando su apariencia solo era
comparable con su apariencia,
se centraban en lo esencial,
hasta que vieron que se dispersaba
—demasiado vasto para mostrarlo—
en representaciones.
Con el tiempo comenzaron a fijarse
en los detalles. Había que explicar
lo que carecía de forma
dentro de lo esencial.
Lo que nos define, no nos queda tiempo
de explicarlo. Un cuchillo
que corta más allá de lo sólido,
los ojos lateralizados de la ladrona
de Georges de La Tour. El padre en la colina
intuyó el recorrido hasta allí,
lo arbitrario y definido de su propia contradicción.
En su cabeza se apresura la nitidez de los recuerdos
más que los recuerdos. Las escaleras
al encuentro de la anunciación del corredor norte.
Beato Angelico. Cogió su mano para no caer.
En cada celda una sangría, pintura
a cambio de silencio. Es terrible
lo que llaman belleza, matiza,
al tiempo que sus dedos recorren
los huesos de la mano contraria. El humo
de las hogueras se ha mantenido intacto
pero no siempre lo han alimentado los mismos.
De nuevo en su cabeza: ruido de lonja.
Algunos peces zarandean
el pescado. Ningún hombre tiene refugio.
Todas las acciones tienen
una finalidad común: durar.
Se prometen cosas, se involucran en alcanzarlas.
Es mediodía, final de invierno, los pájaros
toman posiciones.
Haz las cosas o no las hagas.

Desde allí arriba vieron el apagón
antes del origen de la revuelta.
En esta ausencia empezó algo
para lo que ya no tendrían ojos.
Acostumbramos
a seguir como si nada hubiera ocurrido.
Por eso el quinto día los especuladores
se hicieron cargo de todo. La música
se dividió en dos: la empleada para no oír
el ruido del mundo y la que era capaz
de reordenar —sin deslegitimar el caos—
el ruido.

La política ya nació
con su mal de cáscara. Si tu nombre aparece escrito
serás expulsado. Permanecen
los que más callan, los que se esfuerzan
en la retórica y no en la idea.
Platón creyó por un momento
que podía cambiar las cosas,
que la tiranía se combate con la luz
y que hay un mundo ahí
mejor para nosotros.
Apenas acertó a salvar su vida, vendido
como esclavo en Egina. Cree que el hombre
ha dejado de ser maravilloso —y no es la primera vez
que alguien lo piensa—.

Llegaron tarde. Rescatando la claridad
de lo oscuro y la oscuridad de lo frágil, no querían,
los pintores, dejar nada fuera.
No existe nada más atrayente que la apariencia
de belleza. Los ojos atrapados en el mirar.
El vigesimoséptimo día creyeron que su conformación
coincidía en el tiempo con la de su historia
y fueron un poco más pobres.
Si haces creer a la gente que tus palabras
lo abarcan todo gobernarás
un pueblo pero nunca construiréis
una ciudad juntos.
Luego surgieron las preguntas
y el tópico de las preguntas sin respuesta.
Algunas cosas no se mueven con palabras,
hay hilos que se agitan pero necesitas
del viento para hacer que giren.

Entonces, nada puedes hacer salvo esperar.
Tomó la mano de su padre.
Ensordecedor coro de grillos.
Demasiado oscuro —intuyó—
y se aferró con fuerza.
Su cuerpo era una forma de pensar.


Perder naturaleza
Pablo López Carballo
Trea, 2021
148 páginas
15 €

IMAGEN DE PORTADA: Bosque en llamas, de A. K. Denisov-Uralsky (c. 1900)


Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como ClarínArte y ParteTuriaParaíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel PuenteMarcelo FuentesRafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

1 comment on “Perder naturaleza

  1. Pingback: PABLO LÓPEZ CARBALLO. PERDER NATURALEZA. | carlosalcorta

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: