Mirar al retrovisor

La astrología: un signo de los tiempos

Un artículo de Joan Santacana

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¿Le han hecho a usted alguna vez su carta astral? En el pueblo en donde hoy vivo hay una emisora de radio que funciona razonablemente bien para una localidad que roza los treinta mil habitantes. Un día de estos, hablando con su director, me dijo que el programa que mejor funciona, el de más audiencia, el que genera más actividad en las redes, es el de un astrólogo; un señor que puede hacer cartas astrales; y a mí, esto de que la astrología sea lo que más oyentes tiene me cuesta aceptarlo y entenderlo. Además, el propio director de la emisora me confirmó que los astrólogos y brujas que conoce y que colaboran con la emisora son personas que creen profundamente en su doctrina; en absoluto se trata de embaucadores que usan la astrología para ganarse el sustento, cosa que un servidor si entendería y aceptaría. Y, sin embargo, este programa es más escuchado que los programas de deporte y de entretenimiento. Yo, que me considero seguidor de Descartes, quedé pasmado. ¡En el siglo XXI, con una población totalmente escolarizada, incluso con porcentajes elevados de graduados superiores, mis convecinos escuchan los mensajes de un astrologo o de una bruja! En esta misma población, turística y cosmopolita, bien dotada de centros de enseñanza, la Iglesia católica ha perdido devotos en los últimos veinte años. Así, por ejemplo, hay más bodas civiles que religiosas y no digamos ya aquellas parejas jóvenes que simplemente no se casan, que quizás sean mayoría. Y sin embargo, los temas esotéricos ganan adeptos.

Esta situación me plantea la cuestión de si se trata de una simple substitución de una cosa por la otra. Sabemos que el estudio más o menos especulativo de la influencia de los astros sobre el mundo mitológico se remonta a la prehistoria, y lo confirman importantes hallazgos arqueológicos, desde el sobrero astrológico dorado de Berlín a los relojes astrológicos hallados en Centroeuropa, pertenecientes a la edad de los metales. Conocer el destino de las personas es una ambición lógica de todo ser humano; los antiguos sumerios ya tenían magos y astrólogos que observaban los hígados de las victimas sacrificadas, el vuelo de los pájaros o el movimiento de los astros para deducir sus acciones o conocer el futuro. Conocemos artefactos astrológicos complejos como el mecanismo de Anticitera, hoy en el Museo Arqueológico de Atenas, y que data de un siglo antes de la Era y hay tratados de astrología desde la antigüedad hasta mediados del siglo XVIII en Europa.

En la Europa moderna hubo personajes como Isabel I de Inglaterra o Catalina de Médicis que tuvieron sus astrólogos particulares. Muchos de ellos incluso fueron científicos relevantes que se ganaban el sustento ejerciendo de astrólogos, como Tycho Brahe (1546-1601), que trabajaba para los monarcas de Dinamarca, o Johannes Kepler (1571-1630), que lo hacía para los Habsburgo. Incluso de Galileo Galilei (1564-1642) sabemos que  fue el astrólogo de los Médicis. En aquella Europa revuelta, en medio de las guerras de religión y de las terribles epidemias que mataban sin piedad, los monarcas buscaban refugio en las cartas astrales y los creadores de la ciencia moderna tenían que cumplir con sus deseos, confeccionándoles cartas astrales.

Fueron los ilustrados los que relegaron la astrología al campo de la superstición. Uno de ellos, Giacomo Casanova (1725-1798), se ganó la confianza de nobles y monarcas con sus conocimientos de astrología y sedujo a jovencitas y ancianas a las que trazó sus cartas astrales, pero, libertino e seductor, jamás se creyó en el poder de predicción. Su prestigio empezó a declinar con el nacimiento de la ciencia moderna, cuando se demostró la ineficacia de la astrología en estudios controlados. Ya en el siglo XIX, la astrología quedó limitada a los grupos esotéricos y desde entonces ha quedado excluida de los círculos científicos más serios. Muchos estudios demostraron la superchería de la astrología. Uno de los más conocidos fue un estudio, publicado en 1985, que unió a 28 astrólogos de los más prestigiosos en su arte a los que se les pidió que trabajaran sobre cien cartas astrales. El resultado fue que sus predicciones y aciertos no fueron superiores a los que se obtenían mediante el azar.

El método científico arruinó la astrología y la dejó reducida, junto con la alquimia, a una práctica obsoleta y desprestigiada. Sin embargo, estas fórmulas de irracionalismo sistemático, tales como la astrología o la quiromancia, renacen cada vez que la sociedad se halla frente a crisis graves, como guerras, crisis económicas profundas, etc. Así, en tiempos de nuestra Guerra Civil, mucha gente confiaba en las mujeres que tiraban las cartas para saber la situación en que se hallaban sus seres queridos. Durante la segunda guerra mundial, muchas personas sobrevivieron gracias a que se dedicaban a la astrología y decían conocer el futuro. También en Estados Unidos durante la Gran Depresión la astrología tuvo un auge espectacular. Y es que se trata de una practica que denominamos refugio, como tantas veces ocurrió en siglos pasados con las religiones o con la magia.

¿Será pues el auge de la astrología de mi pueblo un signo más de los tiempos, un componente más del mundo irracional que alimenta a los negacionistas y a los fake news? No lo sé, pero lo cierto es que resulta preocupante el fracaso reiterado de la escuela en la enseñanza del método científico.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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