/ una reseña de Carlos Alcorta /
Fiel a su editorial de siempre, en la que ha publicado Al son de las mareas, Luz velada, Las farolas caminan la calle, La senda hacia lo diáfano y El aire que rompe la niebla, algunos de ellos comentados en estas mismas páginas, Isabel Fernández Bernaldo de Quirós (Mieres, 1947) regresa ahora como En la línea que dibuja un instante, un hermoso título ―un instante luminoso que simboliza la felicidad―que atesora entre sus páginas algunos de los mejores poemas de su autora: «Tus ojos», «Cuando pienso en él» «En este tiempo», «Última oración» o «Derrumbe», todos, salvo el primero, fruto del desengaño existencial, del dolor de vivir, en suma.
No es esta una cuestión baladí, porque es ese conflicto que suscita el paso del tiempo y las consecuencias que dicho paso acarrea el que provoca las reflexiones más íntimas y verdaderas de nuestra poeta. Pero este es un libro lo suficientemente extenso para que en él tengan cabida otras emociones, como la afinidad con la naturaleza («Atiende y escucha la vida./ Escucha el lenguaje de los arbustos,/ de las hierbas,/ de las flores,/ de los pájaros,/ y de todo el universo imperceptible/ que ha crecido sobre mis escombros./ Su lenguaje me acompaña./ Su universo es mi vida,/ y mi vida es ahora su casa»). O la búsqueda de la paz espiritual (los primeros poemas inciden en ello de manera especial: el descanso en «una casa conventual», «un adusto páramo», o esa aldea «protegida del viento helado de las cumbres», detallada en un poema eminentemente descriptivo). O el amor, cifra de la existencia y muro de contención contra las agresiones de la edad: «Tal vez el amor sea/ una invención,/ un roce de ternura,/ el abrazo de una lágrima,/ el beso que acalla temores,/ el consuelo que difumina abandonos…». Todo esto y mucho más es el amor, pero toda moneda tiene dos caras, y la del amor es, forzosamente, el desamor, un desamor que provoca dolor porque «duele/ ser savia encendida/ que busca un resquicio de pasión/ en el invierno de tu cuerpo».
Los versos de Isabel, con ser eminentemente explícitos, dejan lugar para que el lector imagine una vida que, sin lugar a dudas, guardará enormes paralelismos con la suya. ¿Quién no ha echado alguna vez la vista atrás, a la infancia, para preguntarse qué queda del que fue? ¿Quién no echa en fata a los seres queridos que nos han dejado? ¿Quién no siente nostalgia y una especie de alfiler clavado en el corazón cuando regresa a la casa familiar? «La casa ―escribe― tiene el rostro alicaído / y los párpados de sus ventanas cerrados. / Todo en ella es frío y oscuro, / como manos de invierno sin hogar».
En cualquier caso, este acopio de recuerdos similares tiene un efecto dispar. No siempre actúa con la misma contundencia. Para Isabel Fernández Bernaldo de Quirós, «El recuerdo/ nos ayuda a reinventar nuestro Yo./ Y quizá a comprender», a comprender cómo el paso del tiempo ha ido conformando una identidad, en ciertos casos, eludiendo nuestra propia voluntad. Solo cuando uno es capaz de asumir lo inevitable, se puede lograr la reconciliación con uno mismo: «En este tiempo,/ que es mi tiempo,/ es el momento de asumir/ que la vejez es un grado/ y que merece el mejor de los reconocimientos». Y este tiempo que le ha tocado vivir, tan lleno de dolor e incertidumbres, la pandemia hace acto de presencia en unos poemas, estos sí, más circunstanciales, escritos urgidos no por la prisa, sino por la sensación de fragilidad y por el desconcierto, que carecen del vuelo lírico de los precedentes y que acaso pecan de inmediatez y de la imperiosa necesidad de explicar lo inexplicable: «Llegará el día ―escribe― en que el cruel y absolutista germen/ será derrotado,/ pero dejará tras de sí/ una estela de dolor,/ de muerte,/ de familias que tendrán que superar/ el trauma del prisionero/ condenado en celda de castigo».
Pese a tanto dolor, En la línea que dibuja el instante finaliza con una reflexión de carácter ontológico no exenta de esperanza, como delatan los últimos versos de «Permanencia»: «Más allá de este afán,/ el hombre necesita preservar el olvido/ su propia finitud./ Ser recordado./ Perdurar en lo eterno/ y saber que podrá seguir viviendo,/ como alma compañera,/ en la vida de quienes amó y le amaron». Todo un canto, parodiando a Darío, de vida y esperanza.
Desde un rincón de la aldea
Desde un rincón de la aldea,
y protegida del
viento helado de las cumbres,
contemplo el sol del atardecer.
La plaza del ayuntamiento
tiene el reloj parado.
Un sillón de color azul cielo-enero
se apoya en la pared de una casa triste
que balbucea,
desde su chimenea sin humo
y sus cerrajes echados,
palabras de abandono y melancolía.
De su tejado penden carámbanos
y gotas que simulan lágrimas de cristal.
Un pastor se acerca a mí con la pausa
que marca el tiempo de sus años.
Me saluda.
Hablamos.
Me fijo en sus pequeños ojos de vidrio gris,
en sus pestañas y barba envueltas en hielo,
en el ingenio de su sonrisa desdentada,
en su ropa humilde.
La noche,
como el pastor,
sigue su curso
por caminos de luna en calma.
Sonríe la vida.
Último día del bisiesto año 2020.

Isabel Fernández Bernaldo de Quirós
Vitruvio, 2021
108 páginas

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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Cuando nada se espera es mucho mayor el sentimiento de gratitud ante el regalo, y eso, Carlos Alcorta, es lo que yo he sentido ante esta generosa reseña de un libro escrito en tiempos muy difíciles y al que has sabido descubrir las arritmias de su corazón.
Muchísimas gracias.
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